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DESPUÉS DEL CONSISTORIO
Sacado del n. 11 - 2003

ORIENTE CRISTIANO. Entrevista al cardenal Tomás Spidlík

El rosario y la oración de Jesús


«La gran renovación en Oriente tuvo lugar entre los siglos XIX y XX con la llamada “oración de Jesús”: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Es una oración análoga a la del rosario latino. Y yo, cuando hablo del rosario, digo siempre que hay que aprender a rezarlo como se reza en Oriente la oración de Jesús». Encuentro con uno de los máximos conocedores de la espiritualidad del Oriente cristiano


por Pierluca Azzaro


Tomás Spidlík ha sido maestro de generaciones de estudiantes en muchas universidades, entre ellas la Gregoriana y el Instituto Pontificio Oriental donde enseñó durante más de cuarenta años. Nació en 1919 en Boskovice, Moravia, vive y trabaja desde 1991 en el Centro Ezio Aletti, una casa de la Compañía de Jesús donde se estudia la tradición del Oriente cristiano en su relación con el mundo contemporáneo y donde se promueve la convivencia entre ortodoxos y católicos de rito latino y oriental. La obra del padre jesuita Spidlík, creado cardenal en el último consistorio, es fruto de años y años de diligente investigación y reflexión, unidas a una gran sensibilidad artística por la cultura contemporánea. Estos dones propios el padre Spidlík los ha difundido ampliamente, introduciendo, como pionero, en la espiritualidad y en la teología orientales.
Tomás Spidlík besa la mano del Papa tras recibir la birreta cardenalicia durante el consistorio del 21 de octubre de 2003

Tomás Spidlík besa la mano del Papa tras recibir la birreta cardenalicia durante el consistorio del 21 de octubre de 2003


Eminencia, usted es unánimemente reconocido como uno de los máximos conocedores de la teología y de la espiritualidad del Oriente cristiano, cuyos rasgos esenciales ven en la belleza de la liturgia –considerada como un óptimo método apostólico para la conversión de los corazones– y en la noción misma de corazón que se expresa en la oración de los sencillos. En este sentido, a usted le gusta recordar a menudo a Serafino de Sarov, quizá el místico ruso más grande del siglo XIX, en cuya canonización, en 1903, participó una multitud inmensa…
TOMÁS SPIDLÍK: El más grande… mejor no dar premios. ¿Quién es más grande ante Dios? Puede ser la madre que ha educado a cinco hijos. Claro está que Serafino de Sarov era un hombre sencillo que repetía incesantemente una oración sencilla: «Dios mío, ten piedad de mí, pecador»; y a la gente, que cada vez más numerosa, iba a pedirle consejos, él, viejo y con una sonrisa «incomprensiblemente radiosa» –como se lee en sus biografías–, tras recibirla con un saludo pascual –«¡Buenos días, alegría mía! ¡Cristo ha resucitado!»–, aconsejaba las prácticas más sencillas: la oración, la contrición, la comunión frecuente, el temor de Dios, el perdón de las ofensas, las obras de misericordia. Pero sobre esto quisiera decir una cosa que tiene que ver con mi cardenalato…
Diga, eminencia.
SPIDLÍK: Le he hablado muy sinceramente al Papa. Respecto a mi persona, le he dicho, no veo por qué debo recibir este título, pues ya no puedo guiar a la Iglesia. Por eso le he pedido la dispensa de la ordenación episcopal. Pero, por otra parte, he agradecido muy sinceramente esta, digamos, aprobación de la Iglesia universal de la espiritualidad que estoy propagando. Y del mismo modo he sido aceptado en Oriente. Cuánto recibo de ellos, cuántas veces me dicen que esta espiritualidad forma parte de la espiritualidad de la Iglesia universal.
Eminencia, ¿podemos decir entonces que uno de los motivos dominantes de su magisterio de tantos años es precisamente el deseo de que la espiritualidad de Occidente descubra la espiritualidad oriental?
SPIDLÍK: En Occidente la mentalidad técnica ha llevado al racionalismo y, como reacción, ha aparecido lo contrario: la espiritualidad irracional. Al final el Papa ha tenido que escribir una encíclica sobre el uso sano de la razón. La espiritualidad del corazón debe ser un remedio, una medicina contra ese racionalismo que lleva al irracionalismo. He tenido que luchar mucho sobre la noción de corazón, sobre la plegaria del corazón. Al principio, esta noción encontró algunas dificultades en estos hombres racionales. Pero ahora se acepta, y dentro de poco hasta la Librería Editora Vaticana publicará la traducción del francés de un libro mío sobre la oración del corazón. Le agradezco a la Iglesia esta señal que ha dado, haciendo comprender que el trabajo que hacemos es útil. Y respecto a ese trabajo, en el ámbito de la espiritualidad del corazón, yo subrayo a menudo el valor del arte.
El lavatorio de los pies, mosaico de la capilla Redemptoris Mater, Ciudad del Vaticano. Los mosaicos de la capilla son del padre Marko Iván Rupnik, director del Centro  de estudio e investigación Ezio Aletti

El lavatorio de los pies, mosaico de la capilla Redemptoris Mater, Ciudad del Vaticano. Los mosaicos de la capilla son del padre Marko Iván Rupnik, director del Centro de estudio e investigación Ezio Aletti

¿Habla del arte del icono?
SPIDLÍK: El arte que se manifiesta en los iconos, en la imagen sagrada y en la liturgia. Cuando se enseña la doctrina sólo con los conceptos racionales, evidentemente el misterio es muy limitado. En cambio, el símbolo mantiene la plena riqueza de significados. No hay que entender el símbolo como atributo decorativo. La palabra símbolo hay que entenderla a la letra, como signo visible e inmediatamente perceptible de la realidad que indica. Por eso Jesús habló siempre con parábolas, con símbolos; y la liturgia oriental está llena de símbolos, es un icono vivo. Una vez, en San Petersburgo, hicimos una exposición de cuadros del padre Marko Iván Rupnik [director del Centro Aletti, n. de la r.] y de un artista ruso; yo hablé en el Museo nacional y dije: «Vivimos en la época de la imagen y la gente no sabe leer las imágenes que expresan lo espiritual». Tenemos que aprender de los iconos, no imitarlos servilmente, sino dejarnos inspirar por ellos para hacer algo muy parecido. Ahora bien, respirar con dos pulmones no significa discutir sobre cuál es el mejor, si el occidental o el oriental, sino saber lo que según ciertos aspectos es mejor en Oriente o en Occidente. Y lo que yo digo sobre todo es que los nuevos pueblos que se convierten, los africanos, los asiáticos, etc., no se preguntan cuál es la teología italiana o la alemana, sino cuál es la teología europea; ¿qué ha aportado Europa de positivo? Aún no hemos hecho esta síntesis. Hay que hacer, por tanto, la síntesis de la espiritualidad europea, es decir, de los mejores valores que Europa debe ofrecer. Porque cada nación y cada cultura ofrecen algo nuevo a la Iglesia, a la revelación que progresa.
El rezo del rosario, al que este año el Papa ha llamado a todos los fieles, ¿puede considerarse según usted un ejemplo de oración de los sencillos?
SPIDLÍK: En Oriente la gran renovación tuvo lugar entre los siglos XIX y XX con la llamada “oración de Jesús“: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». Es una oración análoga a la del rosario latino. Y yo, cuando hablo del rosario, digo siempre que hay que aprender a rezarlo como en Oriente se reza la oración de Jesús. Me acuerdo de un pastor protestante en Holanda que quería hacer todo con nosotros los católicos, menos rezar el rosario, porque, decía, esta es la oración en la que uno puede libremente distraerse, ya que nadie es capaz de seguir mentalmente todo el rezo. Vamos, que se quiere siempre comprender, comprender con el intelecto; en cambio, el intelecto puede servir para desarrollar el verdadero sentimiento del corazón.
Me parece entender que para usted descubrir una vez más la “fe de los sencillos” puede ser la medicina más eficaz –quizás la única– capaz de contraponerse a lo que usted mismo llama «la herejía más grave contra la que la Iglesia ha tenido que luchar desde el principio de su existencia»: el gnosticismo, que –cito de su libro La spiritualità russa– «reduce la revelación de Jesucristo a simples ideas abstractas».
SPIDLÍK: Los antiguos concilios escribían: símbolo de fe. El hombre moderno dice: definición de fe. No es lo mismo. El Credo no es la definición de la fe, el Credo es el símbolo de la fe; y en este símbolo yo debo comprender mi propia fe. Además, yo digo que, en cierto sentido, hemos falsificado el Credo. No con el Filioque, sino con una coma.
¿Con una coma?
SPIDLÍK: Sí, porque decimos: «Credo in unum Deum» coma, y luego «Patrem omnipotentem». En aquellos tiempos no había ateos, pero el primer artículo de fe era «creo en un sólo Dios Padre» Yo creo que Dios es padre, esta es la profesión de fe, la paternidad, y con el padre se habla. «Credo in unum Deum» en sí puede también significar otra cosa, porque puedo creer también que Dios es una idea o una ley del mundo. En cambio, la verdad cristiana es «creo que Dios es padre». Así pues, la primera fuente es la oración al Padre.
Eminencia, hoy el diálogo ecuménico parece vivir uno de sus momentos más difíciles…
SPIDLÍK: Tengo muchos amigos en Oriente y cuando voy a Rumania, por ejemplo, al volver me preguntan: «¿Qué tal le han recibido los ortodoxos?». Y yo respondo: «Miren que yo no he ido nunca a visitar a los ortodoxos, he ido a ver a mis amigos, y mis amigos me han recibido muy bien». En el ecumenismo, respecto a las discusiones, hay que dar la precedencia a los contactos personales. Porque la amistad personal es algo que realmente vale. Mire nuestra llamada “Casa Aletti”. En estos diez años han vivido aquí más de mil personas, intelectuales cristianos, tanto católicos como ortodoxos. El hecho extraño es que el mundo no los conoce, y por eso se tiene la impresión de que no existen, que no existen contactos, porque no se habla de estas cosas. Tenemos que romper esta ilusión de los periódicos que hablan sólo de escándalos y resistencias. En el Centro Aletti no se hacen sermones, ni se dan lecciones. Si las personas vienen aquí, lo hacen simplemente para encontrarse. Durante la misa, en la capilla, no se pregunta si uno es católico u ortodoxo, no se dice nada, no lo sabemos, y recibir la comunión es una circunstancia que se deja a la libertad de cada uno. Un ruso, por ejemplo, quería hacer la comunión, pero su padre espiritual se lo prohibió; entonces él siguió viniendo y se hacía siempre la señal de la cruz ante la eucaristía. Es la comunión espiritual, que la autoridad reconoce.
La Iglesia ortodoxa griega es aún más dura porque oficialmente no reconoce la validez de los sacramentos latinos. Esta es la teoría. Pero cuando el Papa estuvo en Constantinopla, dio el cáliz al Patriarca con el que celebraba; y el Patriarca hizo un gesto simbólico: impuso la estola episcopal en los hombros del Papa. Así lo reconoció como obispo. ¿Qué significa? Significa que no tenemos que tomar demasiado seriamente lo que se dice, ni tampoco las llamadas posturas oficiales. Lo que tenemos que hacer es descubrir los fieles verdaderamente fieles, y cuando los “fieles-fieles” se descubren se hacen amigos entre ellos. Lo que cuenta en la amistad es la sinceridad. En la base de la amistad tiene que estar la sinceridad.
¿Por qué pone como base de todo la sinceridad?
SPIDLÍK: Me decía una gran amiga valdense: «¿Haría usted con nosotros la liturgia eucarística?». Yo le dije: «¡No! Me parecería contrario a la caridad, dado que mi fe en la eucaristía es distinta de la de ustedes, no sacramental; hacer esta liturgia sería una falta de sinceridad». Los amigos deben ser sinceros entre ellos, decirse en lo que creen y en lo que no creen; pero no hay que hacer amistades ficticias, fingiendo ser lo que no somos. ¿Somos amigos cuando rezamos los Salmos? Pues bien, recemos entonces los Salmos juntos. El ecumenismo exige mucha sinceridad. Las uniones ficticias son tan sensacionales como perjudiciales.
Leyendo su biografía destaca inmediatamente el gran número de idiomas a los que han sido traducidas sus obras…
SPIDLÍK: Las traducciones son muchas, es verdad, pero no es culpa mía. Mi último librillo, un libro sobre la oración, ha sido publicado en árabe, en Bagdad, con el permiso de Sadam Husein. En aquel tiempo, para traducirlo, se requería el permiso del gobierno, que lo concedió. Luego, con la guerra, el correo se bloqueó, pero ahora por fin me han llegado los dos primeros ejemplares. Otros tres libros han sido publicados en Egipto, así que han salido en árabe por lo menos cuatro libros míos. Al griego moderno han sido traducidos los manuales, mientras que los rumanos traducen prácticamente todo. Antes, los profesores y los estudiantes usaban mis manuales en francés, como segundo idioma; luego los jóvenes se han dedicado al inglés, pero ahora los traducen al rumano. Y dentro de poco se publicarán en Moscú Los evangelios para cada día.
Hablando de Moscú vemos por su biografía que allí el valor de su obra ha sido reconocido en ámbito político, además de en el académico.
SPIDLÍK: Una vez más digo que hay que aumentar las relaciones personales. Hace unos años estuve con el Patriarca una hora, y hablamos de temas espirituales, con amistad y sin tocar las cuestiones políticas. Que luego se hable de política depende de cada uno. No aludimos ni siquiera a la posible visita del Papa, dejamos a un lado estas cosas. Hablamos de espiritualidad, y al final el Patriarca me abrazó y me regaló una medalla de oro.
Según usted, ¿los Estados pueden hacer algo para aproximar la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente?
SPIDLÍK: No sé qué decirle. La cuestión es complicada, y no es menos genérica si se habla de naciones. Italia, por ejemplo, ¿qué puede hacer? Efectivamente tenemos una Italia de derechas, una de izquierdas y una de centro. Más que nada hay que ver qué es lo que pueden hacer los individuos en concreto.
Dentro de pocos días el presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, estará en Roma en visita de Estado. Con motivo de la conclusión de las celebraciones por los 700 años de La Sapienza de Roma, la Universidad le ha otorgado el título de doctor honoris causa, como hizo con Juan Pablo II al comienzo de las celebraciones. Como persona que siempre ha trabajado por el diálogo entre las dos Iglesias, ¿qué tipo de enhorabuena le daría al ilustre nuevo doctor?
SPIDLÍK: Yo he recibido el doctorado honoris causa de la Universidad ortodoxa de Cluj, en Rumania. ¿Qué significa? Significa que unos amigos han reconocido mi trabajo. Así que, sin hacer demasiadas especulaciones, el título honoris causa significa reconocimiento. El doctorado honoris causa, en cierto sentido, es la prelatura y el cardenalato de los laicos, se reconoce el valor del trabajo que se ha hecho.


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