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REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL...
Sacado del n. 11 - 2010

Una guerra local de interés global


En agosto la ONU publicó un informe en el que se documentan los crímenes cometidos en la República Democrática del Congo entre los años 90 y 2003, período en el que en el país estallaron dos guerras. Un dossier que arroja nueva luz sobre un conflicto que aún perdura y tras el cual se mueven enormes intereses. De este documento se ha hablado en un convenio celebrado en noviembre en la Universidad de Parma


por Davide Malacaria


Las provincias nordorientales de la República Democrática del Congo

Las provincias nordorientales de la República Democrática del Congo

Un dossier explosivo y controvertido, hasta el punto de que su publicación fue obstaculizada hasta el último momento. No, no tiene nada que ver con las revelaciones de Wikileaks, sino solo con el honesto trabajo de algunos agentes de la ONU que documentaron el horror en el que había caído la República Democrática del Congo (RDC) entre mediados de los noventa y 2003, período en el que el país estuvo martirizado por dos guerras tan sangrientas como olvidadas por los medios de información. Olvido mediático del que también ha sido víctima este último documento de las Naciones Unidas, a pesar de sus contenidos devastadores. O quizá precisamente por ellos. Un congreso celebrado en Parma a finales de noviembre ha tratado de descorrer la cortina del silencio. Los organizadores fueron Rete Pace per il Congo (una organización que reúne a personas y asociaciones vinculadas a los misioneros que actúan en el martirizado país africano) y el Departamento de Estudios políticos y sociales de la Universidad de Parma.
El encuentro fue introducido por el saludo todo menos formal del Decano de la Facultad de Letras, Roberto Greci, quien aludió al motivo por el que el mundo académico se había encargado de la iniciativa: como «humanistas», dijo, no podemos quedarnos indiferentes ante los dramas que sacuden al mundo. Después de la intervención del Decano tomó la palabra sor Teresina Caffi, una javieriana que actúa en el este de la RDC. Fue ella la encargada de sintetizar lo que pasó en el país en aquellos oscuros años, durante los cuales, explicaba citando un estudio del International Rescue Committee, murieron a causa de la guerra 3.800.000 personas.

Riquezas ensangrentadas
Todo comienza el 1 de octubre de 1990, dice sor Teresina, cuando el entonces jefe del servicio de información ugandés, Paul Kagama, organiza una revuelta para derrocar al gobierno de Ruanda, país considerado estratégico para el acceso a las riquezas del Este de la RDC. Una aventura «apoyada y acompañada por las potencias anglófonas deseosas de sustituir a Francia en el acceso» a esas riquezas. Kagame alienta la sed de revancha de los tutsis a los que el régimen ruandés, hegemonizado por la etnia mayoritaria del país, la hutu, ha dejado fuera del poder. La guerra entre gubernamentales y antigubernamentales continúa con varias matanzas hasta que en 1994 la ferocidad llega al paroxismo. El 6 de abril, de regreso de unas negociaciones, el avión que transporta al presidente de Ruanda y al del cercano Burundi es abatido. En el atentado los dos presidentes pierden la vida. Como reacción, algunos extremistas hutus asesinan en poco tiempo a 800.000 personas: casi todos ellos tutsis, pero también muchísimos hutus. Un genocidio que todo el mundo conoce, pero sobre el que, dice sor Teresina, quedan muchas cosas por aclarar. Las matanzas duran cien días, es decir, hasta que Kagama consigue hacerse con el poder en Ruanda. Los hutus, aterrorizados por la idea de una venganza colectiva, escapan en masa a la vecina RDC donde se amontonan en los campos de refugiados. Pero éstos están demasiado cerca de Ruanda, como denuncian algunas organizaciones humanitarias, y la tensión crece en vez de disminuir. El nuevo régimen ruandés, en efecto, los considera una amenaza y, en octubre de 1996, después del enésimo ultimátum, los bombardea. Es el comienzo de la primera guerra: tropas ruandesas, burundesas y hugandesas invaden la RDC. Están capitaneadas por un viejo opositor congoleño del opresivo gobierno de Kinshasa, Laurent-Désiré Kabila: de este modo «la guerra podía ser llamada de liberación», comenta sor Teresina. Aunque, añade la javieriana, el gobierno de Kinshasa, por el agravamiento de la enfermedad del dictador Mobutu Sese Seko, había iniciado un proceso de democratización que anunciaba resultados positivos… En mayo del 97 la guerra termina y Laurent-Désiré Kabila se proclama presidente. Pero la paz dura poco. Alrededor de un año después el nuevo presidente, «empujado también por la presión popular», les pide a las tropas extranjeras que abandonen el país. Como única respuesta estalla la segunda guerra en agosto: contra el gobierno de Kinshasa se levanta el Rassemblement congolais pour la démocratie, un grupo rebelde que tiene su base operativa en las regiones orientales. Pero, explica sor Teresina, es una «rebelión de fachada», tras la cual se esconden como siempre Ruanda y Uganda. Para apoyar a Kabila, en cambio, entran en acción Angola, Zimbabwe, Namibia y Chad.

Crímenes contra la humanidad
Durante estas guerras, que terminan en 2003, en el interior de las selvas congoleñas se cometieron atrocidades tremendas. Los expertos de las Naciones Unidas han construido una especie de mapa de estas violencias, documentando 617, definidas «crímenes contra la humanidad» y «crímenes de guerrra». Emma Bonino, vicepresidenta del Senado italiano, durante la primera guerra era comisaria de la Unión Europea. Cuando fue llamada para atestiguar, afirmó tajante: «Me consta que, durante el período en el que fui testigo directo, la relación de la ONU está muy bien hecha». Revela además que se ejercieron presiones fortísimas para que no se publicara. En su intervención, Bonino habla del comienzo de la primera guerra, aludiendo a la desazón por los bombardeos de los campos de refugiados, que se realizaron a pesar de que en ellos ondeaban las banderas de las Naciones Unidas. Y recuerda un episodio del que fue protagonista. Se estaba desarrollando la primera fase de la guerra y el gobierno ruandés temiendo reacciones contra la invasión, aseguró al mundo: todos los refugiados hutus habían vuelto a casa, un total de 500.000. Noticia que fue confirmada por el general que estaba al frente de la fuerza multinacional de las Naciones Unidas en la RDC. Es decir, que todo iba bien, la situación estaba normalizada, y hasta la fuerza internacional había sido disuelta. Pero había dudas que llegaban de varias partes: al principio de las hostilidades se había hablado de 1.200.000 refugiados, mientras que los que habían vuelto eran 500.000… Las cuentas no salían. Dudas inquietantes que iban creciendo conforme llegaban noticias de los misioneros presentes en la RDC, los cuales señalaban masas de fugitivos que se movían en el interior de la selva. «Decidimos comprobarlo», sigue diciendo Bonino. «Después de varias investigaciones, encontramos el campo de Tingi-Tingi: 250.000 personas amontonadas en una zona a cuatrocientos quilómetros de la frontera. Cientos de miles de refugiados que para el mundo, sencillamente, no existían. Se habían andado cuatrocientos quilómetros a pie… se pueden imaginar en qué situación se encontraban…». Desde entonces, recuerda, se multiplicaron los llamamientos e intervenciones para tratar de detener la guerra, pero sin resultado, desgraciadamente. Posee la documentación de estos llamamientos y los enseña. «El hecho es que, durante aquella primera guerra, la comunidad internacional estaba dispuesta a aceptar cualquier horror con tal de terminar con el régimen de Mobutu…», explica la parlamentaria radical. Y habla también de la eficacia de la propaganda de las fuerzas invasoras, que habían capitalizado totalmente el genocidio ocurrido en Ruanda: de aquellas matanzas se había acusado indiscriminadamente a todos los hutus ruandeses, un sambenito que justificaba todo tipo de violencia contra ellos. «Pero los autores de aquel genocidio eran algunos miles… los refugiados hutus en la RDC eran más de un millón, en su mayoría mujeres y niños…» observa Bonino.
Los expertos de las Naciones Unidas han anotado infinidad de horrores de aquellos años: asesinatos en masa, violencias atroces, personas quemadas vivas, canibalismo… Una secuela de crímenes cometidos por las fuerzas que se oponían al gobierno congoleño, pero también (en menor medida, según la relación de la ONU) por las fuerzas gubernamentales. En especial el dossier se detiene en un modus operandi muy utilizado por las fuerzas de “liberación”: una vez llegadas a algún pueblo, se le pedía a la exhausta población civil que se reuniera para repartirles comida y ropa. Luego, tras identificar a las víctimas designadas (especialmente a los hutus de origen ruandés), se les ataba y luego asesinaba con golpes contundentes (generalmente a martillazos). A veces a decenas, otras veces a cientos, incluidas las mujeres y los niños. Lo mismo ocurría en los puestos de control, separando a los que tenían que volver a Ruanda de los otros. Luego, al contrario que en Ruanda, los seleccionados eran asesinados y sus cuerpos enterrados en fosas comunes o tirados a los ríos o las letrinas. Otro estratagema para dar con las víctimas era permitir que las organizaciones humanitarias entraran en los territorios controlados por las fuerzas de “liberación” para que asistieran a los fugitivos escondidos dentro de las selvas. Se les daba permiso siempre que los agentes humanitarios se dejaran acompañar por personas de confianza que controlaran la acción. En realidad, estos últimos localizaban y señalaban a los verdugos la posición de los fugitivos… En el documento de la ONU hay también variaciones sobre este tema trágico, con mujeres y niños enterrados vivos o niños asesinados golpeándoles la cabeza contra paredes o árboles. Prácticas que se llevaban a cabo con método y dedicación, hasta el punto de que los expertos de las Naciones Unidas lanzan la hipótesis de que contra los hutus ruandeses se llevó a cabo un verdadero genocidio, por lo que piden la creación de un Tribunal específico para examinar la consistencia de esta hipótesis. Entre los muchos crímenes también está el secuestro en masa de niños, para hacerlos soldados o como objeto de violencias sexuales. Pero los actos de pedofilia llevados a cabo en la República Democrática del Congo, por desgracia, no fueron noticia…

Refugiados en Kivu del Norte, en noviembre de 2008 [© Associated Press/LaPresse]

Refugiados en Kivu del Norte, en noviembre de 2008 [© Associated Press/LaPresse]

La guerra y los teléfonos móviles
Matilde Muhindo Mwamini, ex diputada nacional de la RDC, en su intervención en el congreso de Parma para hablar de las violencias sexuales que ocurrieron en aquellos años, explica que éstas, que se llevaron a cabo en masa y de manera sistemática, se usaron como armas: de este modo se difundía el sida y se disgregaba el tejido social de la población civil, pues este crimen tiene como consecuencia psicológica la desarticulación de los vínculos familiares. Además, puesto que la economía doméstica de la sociedad congoleña se basaba por lo general en el trabajo femenino (especialmente el trabajo en los campos), esta violencia tenía como objetivo socavar la capacidad de subsistencia de las familias. La puntual relación de Muhindo Mwamini señala la difundida impunidad como factor decisivo para la perpetuación de estas prácticas, que duran todavía hoy. Y es que en el congreso de Parma no se habló solo del pasado, sino de la trágica actualidad. En efecto, la situación en las regiones orientales de la República Democrática del Congo es todo menos pacífica. Incluso después de terminada la guerra el terror continúa. Varias veces milicias guiadas por aventureros, con el apoyo del régimen ruandés (y no sólo de este), se han sublevado contra el gobierno de Kinshasa. La última gran rebelión fue la de Laurent Nkunda, al frente del CNDP ( National Congress for the Defence of the People), el cual, después de haber asolado la región, fue arrestado en enero de 2009 y encarcelado en Ruanda. Actualmente los que difunden el terror son los grupos armados que actúan bajo varias denominaciones: fuerzas armadas de hutus anti ruandeses, ex milicianos del CNDP que siguen en activo (sobre este punto, en una de las últimas relaciones de la ONU se denunciaba que Nkunda no solo no había cortado sus vínculos con los viejos compañeros sino que incluso seguía al frente de ellos desde la cárcel) y muchos otros. Los varios señores de la guerra se disputan trozos de territorio, carreteras, minas, ríos, ejerciendo continuas violencias contra la población civil. Con el silencio de la comunidad internacional. Marco Deriu, sociólogo, docente del Departamento de Estudios políticos y sociales de la Universidad de Parma, explica los enormes intereses en juego en esta guerra: en la parte oriental de la RDC, una de las zonas más ricas del mundo, hay enormes reservas de oro, diamantes, petróleo, cobalto, uranio, casiterita, wolframio, cobre, café y madera preciada… Más en concreto, esa zona representa el 17% de la producción mundial de diamantes brutos, el 34% de la producción mundial de cobalto, el 10% de la producción mundial de cobre, el 4-5% de la producción mundial de estaño y el 60-80% de las reservas de coltan. Este último mineral se usa en los componentes electrónicos, especialmente en la telefonía y ordenadores, pero también en las consolas de los juegos electrónicos, como observa con trágica ironía Deriu. El caos de esta guerra continua permite la expoliación salvaje de los recursos naturales; todos más o menos salen ganando: los señores de la guerra, los distintos traficantes (locales e internacionales) de recursos y armas, hasta las grandes multinacionales que compran a precios tirados minerales preciosos. Un conflicto que se alimenta a sí mismo, dado que las ganancias se invierten en parte en fomentar la guerra para así incrementar el negocio, en un crescendo de caos organizado por mentes muy adiestradas. Quienes pagan por todo esto son los habitantes, a los que se les echa de las zonas de extracción o se les usa como mano de obra forzada en las minas, o bien para engrosar las filas de las milicias. El destino de las mujeres y las niñas, por su parte, es la esclavitud sexual. Es difícil romper esta red de intereses concéntricos de una guerra que es al mismo tiempo local y global. «Pero este informe de las Naciones Unidas representa una esperanza», afirma al terminar su intervención la diputada Muhindo Mwamini, «y al mismo tiempo un testimonio de que la verdad, antes o después, sale a la luz». En el congreso había muchos congoleños, en su mayoría jóvenes estudiantes. Algunos de ellos estaban allí gracias a los javierianos, con los que conservan una relación estrecha y cariñosa. Intervienen, preguntan, cuentan. Piden justicia, paz. Y lo que asombra es la falta de acrimonia en sus palabras, a pesar de todo lo que ha pasado y sigue pasando en su país. Sus rostros son risueños, sus ojos alegres. Y es más que una esperanza.


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