Home >
Archivo >
12 - 2003 >
¿Reducir a la mitad el número de los hambrientos?
Para el siglo que viene
La promesa de reducir a la mitad el número de hambrientos para 2015 no podrá ser mantenida
¿Reducir a la mitad el número de los hambrientos? Para el siglo que viene
El dramático Informe 2003 de la agencia de la ONU sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo. 842 millones de personas pasan hambre en el planeta. La situación empeora sobre todo en África. Llegan señales positivas de Maputo, donde los países de la Unión africana han decidido acelerar la implantación del Programa Global de Desarrollo Agrícola
por Paolo Mattei
Niños sudaneses que se nutren con las ayudas alimentarias
La situación ha empeorado especialmente en los países del África central y occidental, debido a las guerras. India, que a principio de los noventa había reducido en 20 millones el número de personas desnutridas, entre el 95 y 2001 vivió un estancamiento en esta tendencia positiva, visto que ese mismo número de personas cayeron en el infierno de la indigencia. Una mejoría generalizada se ha experimentado en Asia, en América Latina, en el Pacífico y el Caribe, pero los números siguen creciendo en el África subsahariana, en Oriente Próximo y en África septentrional. Según otras estimaciones, cada año siguen muriendo de hambre 11 millones de niños con menos de cinco años, y un niño con menos de diez años cada 7 segundos. En el África subsahariana (donde el 33% de la población padece hambre), de cada mil nacidos mueren 170, y en Asia centromeridional son 95. Estos números pueden adquirir aún más significado negativo si consideramos que el mundo produce alimentos en abundancia. Son precisamente los productores primarios, los campesinos del tercer mundo, que cada vez más se ven obligados a renunciar a los cultivos locales para adecuarse al mercado globalizado, quienes mayormente son víctimas de la pobreza y el hambre. Como decía Juan Pablo II en el mensaje enviado a Diouf el 16 de octubre: «El abandono de los métodos tradicionales de cultivo, surgidos y desarrollados para corresponder a necesidades alimentarias y sanitarias efectivas, es para las poblaciones indígenas uno de los motivos de creciente pobreza».
Pobreza en las calles de Calcuta, India
Sin embargo, hoy está claro que se trata de un trabajo que los Estados, por sí solos, no están en condiciones de sacar adelante. Y está claro también que ni siquiera un mercado desenfrenado, en la actual situación de absoluta libertad de circulación global de las mercancías, posee la fuerza necesaria para dar origen al círculo virtuoso de la equitativa redistribución de la riqueza.
En la Declaración final del World Food Summit “Five Years Later”, titulada “Alianza internacional contra el hambre”, que retomaba una idea lanzada en 2001 por el presidente alemán Johannes Rau, los jefes de Estado auspiciaban el compromiso de la “sociedad civil”, cuya intervención para afrontar el drama de la desnutrición, de común acuerdo con el mundo político, era considerada de capital importancia. Este auspicio fue confirmado también el pasado 16 de octubre durante la Jornada Mundial de la Alimentación. La Alianza –entre productores agrícolas y consumidores, gobiernos locales y organizadores de las comunidades, científicos, mundo académico, grupos religiosos, ONG, políticos–, según Diouf, ha de convertirse lo antes posible en una realidad operativa. Pero no puede, naturalmente, sustituir a los compromisos económicos que cada una de las naciones toman frente al mundo. Compromisos, por desgracia, que casi nunca se mantienen. La recogida de recursos económicos para el Tercer mundo, en efecto, es desastrosa. Si hace diez años los países ricos dedicaban 16 millones de dólares a la agricultura de las naciones pobres, hoy la cifra ha bajado a 9 millones, el 40% menos.
«Yo no creo, ni siquiera frente a estos datos, que la política sea impotente del todo», dice a 30Días el padre Giulio Albanese, comboniano, director de la informada agencia periodística misionera Misna. «Hay muchos políticos de buena voluntad en el panorama internacional. Por desgracia están con frecuencia aislados, y no consiguen que se haga un hueco relevante en las agendas de sus gobiernos y Parlamentos para la cuestión de las ayudas económicas a los países pobres. Por eso valoro muy positivamente la iniciativa de la Alianza internacional contra el hambre. Pienso que en un diálogo operativo entre políticos y representantes de la sociedad civil es posible comenzar a establecer gradualmente estrategias de intervención común». Las débiles iniciativas nacionales, según el padre Albanese, no pueden reforzarse si no es dentro de un cuadro de redefinición de las reglas de la economía mundial. «Desde la era Nixon en adelante, nos hemos encaminado hacia una deregulation económica total. Vivimos en un mundo sin reglas, en un mercado enloquecido que nadie consigue gobernar ya, ni siquiera los magnates de las sociedades transnacionales, ni siquiera los especuladores. Es necesario reformular las normas, no sólo para luchar contra el hambre, sino también para relanzar más racionalmente el mercado. Lo digo en interés de los empresarios. Si más de mil millones de personas no consiguen ganar ni siquiera un dólar al día, ¿quién va a comprar los productos?». El director de Misna se manifiesta completamente de acuerdo con el Papa, que, en el mensaje al secretario de la FAO, indica también la «la falta de una buena administración» y el «avance de sistemas ideológicos y políticos distantes de la idea de solidaridad» como elementos importantes del actual empeoramiento de las injusticias socioeconómicas en el mundo.
Monseñor Renato Volante, observador permanente de la Santa Sede en la FAO, en el FIDA (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) y en el PMA (Programa Mundial de Alimentación), por su parte, no está de acuerdo con los críticos exasperados del mercado global, aquellos que creen que tras la globalización económica de las mercancías se esconde una “mente malvada” que actúa estratégicamente para explotar a los pobres y enriquecerse cada vez más a costa del bien común: «Las cosas son más complejas», explica a 30Días. «Hay que tener en cuenta, a la hora de analizar el problema de la desnutrición, las cuestiones logísticas, como el transporte de los bienes producidos, o las cuestiones climáticas. En el Cuerno de África, por ejemplo, especialmente en Etiopía, existe actualmente la alarma de la sequía, que pone en peligro la vida de muchísima gente. En África occidental existen situaciones incontrolables de guerras y desórdenes sociales. Estos hechos ponen cotidianamente en peligro las estrategias y los programas mejor organizados. No es, pues, posible atribuir la culpa de la imposibilidad de resolver el problema del hambre sólo a la mala voluntad de las políticas nacionales de los distintos Estados, o bien sólo al mercado globalizado». También monseñor Volante valora muy positivamente la iniciativa de la Alianza Internacional contra el hambre: «Es necesario que para resolver estos problemas se impliquen no sólo los gobiernos, en representación de sus ciudadanos, sino también las Organizaciones No Gubernamentales, a las cuales todo ciudadano se puede adherir como voluntario, prescindiendo de su nacionalidad».
La iniciativa de la FAO parece cosechar éxitos en todas partes. El Santo Padre, en el mensaje a Diouf, afirma que «la Iglesia, con sus distintas instituciones y organizaciones, desea desempeñar su papel en esta Alianza mundial contra el hambre». Los pobres del planeta esperan que no se trate de otra promesa irrealizable.