EXCLUSIVA. Yossi Beilin refiere cómo se llegó a la firma
Los diez años del Acuerdo Fundamental
En 1993 la Santa Sede e Israel firmaron el Acuerdo que abría el camino a las relaciones diplomáticas. Un paso histórico, que debe ser completado…
por Yossi Beilin
Monseñor Claudio Maria Celli y Yossi Beilin en Jerusalén el 30 de diciembre de 1993, durante la ceremonia de la firma del Acuerdo Fundamenta
En lo tocante a las negociaciones con la Santa Sede, me encontré con una situación ya comenzada: negociaciones abiertas, promovidas por iniciativa del Vaticano en el verano del 91, antes de la Conferencia de Madrid. Fue el arzobispo Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, el delegado apostólico en Jerusalén, quien anunció la intención del Vaticano de entablar una negociación para llegar a un Acuerdo con Israel, y lo hizo tras escuchar la opinión del doctor David Jaeger, un judío israelí que se había hecho fraile franciscano, especialista en Derecho canónico.
Los primeros encuentros entre Israel y el Vaticano pusieron de manifiesto la disputa principal entre los dos: Israel quería llegar en primer lugar a un acuerdo sobre las relaciones diplomáticas entre los dos Estados, y afrontar después cuestiones como la libertad de fe, la imposición eclesiástica, la educación, etc. El Vaticano, en cambio, quería afrontar enseguida las cuestiones prácticas y quitar de la agenda, por lo menos al principio, la cuestión de las relaciones diplomáticas.
Se llegó a un acuerdo sobre la agenda el 29 de julio de 1992, antes de que ocupara mi puesto en el Ministerio de Asuntos Exteriores [viceministro, n. de la r.]. Se concordó la agenda y se decidió abrir las negociaciones a dos niveles: un “nivel de expertos”, en el que se hablaría en general de todos los temas, y un “nivel de Asamblea Plenaria”, que se encargaría sólo de arreglar las disputas que pudieran surgir a nivel de expertos. Este último sería el nivel que aprobara el Acuerdo final. La Comisión suprema estaría presidida por el subsecretario de Estado del Vaticano, monseñor Claudio Maria Celli, y por mí; la Comisión de expertos estaba formada por altos representantes del Ministerio de Exteriores –Montezemolo, por el Vaticano, Eitan Margalit, por Israel–. Al principio de mi mandato creía ingenuamente que iba a ser una de las muchas responsabilidades formales en las que el papel del ministro o del viceministro es firmar documentos que otros preparan. Pronto comprendí que me equivocaba.
la reunión de la Comisión plenaria bilateral para la aprobación del Acuerdo, el 29 de diciembre de 1993
Después de este coloquio entramos en una sala más grande, donde nos esperaban los equipos de expertos. Durante esta reunión notifiqué que había aceptado que el acuerdo entre las partes se llamara “Acuerdo Fundamental”. Algunos expertos israelíes se demostraron en desacuerdo con mi decisión. Más tarde, tratando de comprender qué tipo de perjuicio podía acarrear a Israel esta denominación, comprendí lo que estaba pasando: dado que era una cuestión importante para la otra parte, teníamos que habernos negado y garantizar nuestro asentimiento sólo en cambio de algo apropiado… No estaba de acuerdo con este método de negociar y estaba convencido de que con mi decisión había evitado obstáculos inútiles en el camino hacia el Acuerdo.
Esa misma noche invité a cenar a los negociadores de las dos partes. No perdimos tiempo en charlas de salón. Algunos participantes comenzaron en seguida a hablar detenidamente de varias cuestiones. Yo hablé de mis sensaciones durante ese día. En Tel Aviv, donde he crecido y vivido, no tuve nunca cuando era joven la ocasión de conocer a cristianos. Sólo durante mis visitas a Jerusalén veía a religiosas, frailes y curas, que llevaban extraños gorros y tocas, y sentía que no tenían nada que ver conmigo. Durante años he creído que no había nada más ajeno a mí que el mundo cristiano. Más tarde fui a Japón como ministro de Hacienda, visité Hiroshima y me senté a comer en un restaurante típico. El propietario del restaurante nos preguntó que de dónde éramos; nosotros le dijimos que de Israel. Arrugó la frente, no recordando ningún nombre, cuando improvisamente sus ojos se iluminaron. Lo había recordado: «¿Jesucristo?». Asentí, y en aquel momento me di cuenta de que, para miles de millones de personas en todo el mundo, era precisamente esta gente, que yo sentía tan ajena a mí, la que era identificada con mi país…
Fue una velada emocionante. No hablamos de los detalles del Acuerdo, sino que abrimos nuestros corazones, con la sensación de que estábamos participando en un proceso histórico sorprendente.
El nuncio apostólico en Israel, Andrea Cordero Lanza di Montezemolo y el ministro de Asuntos Exteriores israelí David Levi en Jerusalén, el 10 de noviembre de 1997, para la firma del Acuerdo sobre la personalidad jurídica
Mientras tanto el proceso de Oslo seguía adelante rápidamente. Pronto quedó claro que estas dos negociaciones tenían un denominador común: el futuro de las relaciones recíprocas. Hasta finales del verano de 1993 Israel no discutió nunca con los palestinos del reconocimiento de la OLP. Y, sin embargo, mientras más nos acercábamos al momento de la verdad del Acuerdo, más claro se veía que no era posible establecer el ámbito de los acuerdos y luego simplemente descargar las responsabilidades en las delegaciones israelí y palestina que estaban negociando sin resultados en Washington. Por lo que se refiere a las negociaciones con el Vaticano, la cuestión de las relaciones diplomáticas afloraba en todos los coloquios; todos sabíamos que había que afrontar seriamente el tema y que el problema iba a ser el carácter de estas relaciones; sin embargo, preferimos aplazarlo al final de las negociaciones.
En octubre de 1993, un mes después de la firma del Acuerdo de Oslo, la cuestión de las relaciones diplomáticas se simplificó para el Vaticano. Algunos problemas quedaron abiertos, no sólo en las negociaciones oficiales, sino también en el canal no oficial (como la definición precisa de la guerra contra el antisemitismo y la cuestión de la instrucción eclesiástica). Para resolver estos problemas se organizó una reunión secreta entre el arzobispo Jean-Louis Tauran, secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, y yo, aprovechando que los dos estábamos en los Estados Unidos.
La reunión, que tuvo lugar en la residencia de la delegación vaticana de Nueva York, duró más de una hora y hablamos de todos los temas que aún impedían el acuerdo. Yo me había presentado con numerosas opciones para cada cuestión, y por fin todas las discusiones entre nosotros quedaron zanjadas. El debate, entonces, se concentró sobre el tema de las relaciones diplomáticas. Sobre esta materia se habían sugerido anteriormente varias posibilidades para establecer gradualmente las relaciones. Le dije a Tauran, que después del Acuerdo de Oslo, merecía la pena aprovechar el buen clima mundial para entablar inmediatamente relaciones diplomáticas plenas. Efectivamente, las relaciones parciales nos llevarían a una situación en la que, apenas intentáramos ampliarlas, provocaríamos críticas internas y externas contra el cambio, mientras que en la situación actual, quien hubiera querido criticarnos lo habría hecho con menos dureza. El secretario para las Relaciones con los Estados estuvo de acuerdo conmigo.
La nota que pasamos Celli y yo, después de la reunión secreta con Tauran, decía que el 29 de diciembre se celebraría una reunión en el Vaticano, durante la cual las dos delegaciones aprobarían el Acuerdo, y que éste se firmaría el día siguiente en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Jerusalén. Completado el Acuerdo, fue sometido a los dos grupos de expertos que aceptaron sin críticas (y sin sorpresas) los compromisos recíprocos.
Mientras tanto, el tema llamaba cada vez más la atención de los medios de comunicación. A mediados de diciembre el periódico Ha’aretz publicó en un suplemento una larga entrevista a Yitzhak Minervi, en la que el ex embajador, considerado un experto de cuestiones eclesiásticas, afirmó que en las circunstancias actuales, y antes de un arreglo sobre el status final de Jerusalén, no había ninguna posibilidad de que la Santa Sede firmase un acuerdo para establecer relaciones diplomáticas con Israel. La prensa ultraortodoxa publicó artículos que criticaban la intención de llegar a un acuerdo con el Vaticano, después de tantos años de hostilidad, odio e inquina, como decían ellos.
El Papa y el embajador de Israel ante la Santa Sede, Oded Ben Hur, el 2 de junio de 2003, en el Vaticano durante la presentación de las cartas credenciales
Celli y sus colegas corrieron a sus habitaciones del King David Hotel de Jerusalén. Cuando salieron llevaban sus mejores hábitos, apropiados para la ocasión. Tanto los medios de comunicación israelíes como los de todo el mundo esperaban con ansia la ceremonia. La CNN transmitió el acontecimiento en directo como la noticia más importante. El alcalde de Jerusalén, muchos huéspedes, todas las personas que nos habían acompañado y aconsejado durante ese año, estaban muy emocionados.
Los funcionarios encargados de la ceremonia pasaron el Acuerdo a Celli y a mí para que lo firmáramos, como se usa en estas ocasiones. Nos sirvieron champán. Nos levantamos y nos dimos un apretón de manos. Nos embargaba una sensación de victoria. Las dos partes habían obtenido del Acuerdo lo que esperaban obtener. Aunque se trataba de un acuerdo político entre dos Estados, todos sabíamos que era también un acuerdo de reconciliación histórica entre la Iglesia católica y el pueblo judío. Algunos de los participantes se dejaron escapar una lágrima.
(Texto recogido por Giovanni Cubeddu)