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CRISTIANISMO
Sacado del n. 03 - 2004

«Si todo es gracia, ya no hay gracia»


«Lo que me parece más útil es la capacidad de distinguir, propia de toda la tradición tomista. La renuncia a distinguir lo que es distinto lleva a la confusión y niega lo que quizás al principio se quería defender. Si todo es gracia, ya no hay gracia». Entrevista al cardenal Georges Cottier, teólogo del Papa


por Gianni Valente


El cardenal Georges Cottier

El cardenal Georges Cottier

El despacho del dominico Georges Cottier, teólogo de la Casa pontificia y hoy también cardenal, está en la primera logia del Palacio apostólico. Para llegar se atraviesa el Lapidarium, un pasillo con miles de cipos y antiguas lápidas, enteros o en fragmentos, colocados a lo largo de las paredes. Será el silencio inmoto, y los guardias suizos que abren las puertas, y los antiguos epígrafes en latín y griego grabados en los trozos de mármol: todo concurre a dar la impresión de que estamos en uno de los lugares más reservados y “protegidos” del Vaticano.
Parece ser que una vez un periodista le preguntó, como para provocarle, cómo se sentía viviendo y trabajando aquí, «en el corazón de la última monarquía absolutista aún existente». «Yo soy republicano», respondió Cottier sin énfasis. Porque ayudar al sucesor de Pedro a llevar a cabo su tarea es cosa de hombres libres, no de cortesanos. Lo demuestra toda la vida de este suizo de 82 años, que ha visto de cerca muchas de las historias –apasionantes o atormentadas, reconfortantes o desoladoras– que ha vivido la Iglesia desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. Y que desde hace casi quince años realiza con rigor profesional y dedicación misionera el delicado trabajo de “corrector de galeradas” sui generis que le ha sido confiado (es él quien relee y da el nihil obstat teológico-doctrinal a casi todos los textos firmados por el Pontífice reinante. «De los textos del Papa yo no escribo nada. Yo corrigo solamente», dice de sí).

Perdone la pregunta banal, ¿qué hace, de profesión, el “teólogo del Papa”?
GEORGES COTTIER: Es una figura que existe desde la Edad Media. Salvo tres o cuatro casos excepcionales, en que papas franciscanos eligieron a teólogos franciscanos, el cargo ha sido siempre de los dominicos. Por eso estoy aquí. En los siglos pasados, cuando la corte papal cambiaba de sitio por largos periodos, como durante las estancias en Orvieto o en Viterbo, estos teólogos, llamados “maestros del Sagrado Palacio”, probablemente daban lecciones de teología a toda la corte. Ahora el trabajo consiste en releer casi todos los textos del Santo Padre, excluidos los de carácter diplomático, para dar un juicio teológico. El Papa se hace ayudar por muchos colaboradores, y hay que estar atentos a muchas cosas. Primero, hay que cuidar la armonía de los textos. Si la fuente es diferente, hay que darles a los textos el estilo del Papa. También hay que garantizar la claridad de los textos, porque todo lo que dice o escribe el Papa debe ser comprendido por todos los fieles, y no dar pretexto a malentendidos. Además, también el Papa en su magisterio debe atenerse a ciertos criterios. No está bien, por ejemplo, que el Papa haga declaraciones sobre problemas que aún son objeto de discusión teológica, porque si él interviene sobre estos temas, quiere decir que se acabó la discusión. El trabajo no me falta.
De los documentos que ha tenido que revisar, ¿cuáles son los que más esfuerzos le han requerido?
COTTIER: Pensando en los primeros años, el primer texto “importante” que tuve en mis manos fue la encíclica social Centesimus annus. Y luego la Ut unum sint sobre el ecumenismo, la encíclica moral Veritatis splendor, y la Fides et ratio… también el Catecismo de la Iglesia católica, que para mí es uno de los frutos más hermosos de este pontificado, y que aún no ha sido absorbido en toda su riqueza. Por eso ahora se va a publicar el compendio con preguntas y respuestas.
De estos, ¿cuál ha tenido la génesis más “laboriosa”?
COTTIER: Recuerdo que la Veritatis splendor requirió mucho trabajo; he visto por lo menos cinco versiones. El Papa nos reunía en largas sesiones de trabajo para releer los borradores que iban saliendo.
La resurrección de Jesús, detalle, miniatura sacada del Ore Torino-Milano, uno de los tres volúmenes en que está dividido el manuscrito Très belles heures del duque de Berry, siglo XV, Museo Civico d’Arte antica, Turín

La resurrección de Jesús, detalle, miniatura sacada del Ore Torino-Milano, uno de los tres volúmenes en que está dividido el manuscrito Très belles heures del duque de Berry, siglo XV, Museo Civico d’Arte antica, Turín

¿Puede contarnos un caso en el que intervino para corregir un texto del Papa?
COTTIER: Recuerdo uno de los primeros textos que revisé. Era el discurso a un Obra de beneficencia, que yo no conocía y que ahora ni siquiera recuerdo. El esquema del discurso del Papa había sido preparado en parte por ellos. En el texto el Papa se congratulaba con ellos por el hecho de haber proclamado un domingo para su Obra. En fin, el Papa se convertía casi en el patrocinador de la iniciativa. Me pareció algo que había que evitar, no tanto por motivos de estricta doctrina, sino de simple prudencia.
A propósito de patrocinios “papales”, al parecer han intentado conseguirlo también para la película de Mel Gibson sobre la pasión de Cristo.
COTTIER: Me invitaron a verla antes de que la película saliera en los circuitos cinematográficos, pero decidí no ir. El sufrimiento físico de Cristo fue tremendo, como el de todos los condenados a la cruz, que entonces eran muchos. Pero en él, verdadero Dios y verdadero hombre, en su alma, en virtud de su persona divina unida con el Padre, se da el sufrimiento propio del Siervo de Dios, del que habla el profeta Isaías. No veo cómo la ficción cinematográfica pueda representar este misterio del sufrimiento sui generis de Cristo. En la técnica cinematográfica hay una inmediatez que no veo en la pintura o en la escultura. Porque el pintor mantiene cierta distancia, y en esta distancia puede introducirse la oración y la meditación. La pintura respeta y refleja mejor el misterio. Confieso que para mí la inmediatez del cine es un problema.
Y, sin embargo, en torno a la película se ha formado una curiosa movilización de grupos y exponentes católicos.
COTTIER: He sabido que el cardenal Lustiger ha dicho: a la película prefiero el icono. Y al icono prefiero el sacramento…
Volvamos a su trabajo. Las innumerables intervenciones papales crean procesos de emulación en los Palacios vaticanos. Creación de documentos, instrucciones y vademécum continuamente.
COTTIER: Algunos obispos dicen que ni siquiera tienen tiempo de leer todo lo que produce la Santa Sede y los dicasterios romanos. Yo distinguiría la posición del Papa. Los escritos de Juan Pablo II ocupan todo ese armario. Para los de Pablo VI bastan esos dos estantes [señala las colecciones ordenadas en su despacho, n. de la r.]. Si vamos hacia atrás, a Pío XI, los textos oficiales son muy pocos. Para las audiencias y las reuniones públicas Pío XI no escribía casi nunca nada oficial. Improvisaba. Pero ahora no se puede. Siempre hay al acecho alguna grabadora, y luego los periódicos escribirían de todos modos según su interpretación lo que ha dicho el Papa, obligando quizás a la Santa Sede a desmentir, en el caso de indicaciones no exactas. Por eso, incluso cuando recibe a un pequeño grupo, hay que tener siempre un texto, aunque sea breve, pero que sea oficial y tenga autoridad. Esto va en perjuicio de la espontaneidad. Si hay una persona espontánea es el actual Pontífice, y este mecanismo debe ser para él una especie de penitencia. Pero no puede librarse, y tampoco nosotros. Ademas hay una presión que se debe afrontar. Hasta los años sesenta se viajaba mucho menos. Ahora todos vienen a Roma, todos los congresos quieren la audiencia del Papa…
Pero no es sólo el Papa el que “produce”…
COTTIER: El Concilio ha llevado a la creación de nuevos dicasterios romanos, que antes eran muy pocos. Todos los dicasterios, con motivos más o menos oportunos, quieren hacer documentos, a veces voluminosos. Se tiene la impresión de un invasión de papel que a veces termina por esconder contenidos, que a menudo son válidos. Es una cuestión de ritmo de digestión, si me acepta esta trivialidad. Es una cuestión que plantea interrogantes, y que quizás ha de cambiarse. ¿Es un desarrollo normal? Por lo demás, todo el mundo frente al desarrollo de los medios de comunicación tiene problemas nuevos, así que también la Iglesia tendrá que afrontarlos.
Frente a tantas declaraciones se presenta la delicada cuestión del grado de autoridad de cada intervención y del grado de adhesión que merecen.
COTTIER: Hay que tener presente el párrafo 25 de la Lumen gentium, donde dice que según la materia tratada puede reconocerse en cada parecer expresado el grado con el que el papa mismo empeña su autoridad. Por ejemplo, en la Evangelium vitae, donde se habla de aborto y eutanasia, si bien no se trata de una definición infalible en sentido propio, el Papa habla como representante autorizado del magisterio de la Iglesia. La autoridad de la Iglesia queda empeñada en estas cosas. Se trata del magisterio ordinario.
De izquierda a derecha, monseñor Pierre Mamie, futuro obispo de Lausana, Ginebra y Friburgo, el cardenal Charles Journet y Georges Cottier en Roma durante los trabajos del Concilio Vaticano II

De izquierda a derecha, monseñor Pierre Mamie, futuro obispo de Lausana, Ginebra y Friburgo, el cardenal Charles Journet y Georges Cottier en Roma durante los trabajos del Concilio Vaticano II

Son temas sobre los que circulan muchos equívocos. Por ejemplo sobre la infalibilidad del papa.
COTTIER: Recuerdo una conversación que tuve en Ginebra con un pastor protestante, que confundía la infalibilidad con la impecabilidad. Como si el primado petrino preservara al papa de las consecuencias del pecado original. El papa es un hombre como los demás. Supongamos que un papa peque gravemente: para volver a estar en la gracia de Dios también para él el único modo es el sacramento de la confesión, como para todos. Es algo obvio, pero hoy la confusión es tanta que parece una novedad extraordinaria.
Entonces, conviene quizá repetirlo.
COTTIER: La intervención del carisma de infalibilidad se da sólo en circunstancias concretas. Según la definición del Concilio Vaticano I, la tarea del papa no es manifestar nuevas doctrinas, sino conservar, exponer y defender lo que ya está contenido si bien de manera implícita en el depositum apostólico, es decir, las verdades reveladas objeto de fe. Y la revelación se cumplió con la muerte del último apóstol. En esta exposición fiel de la fe de los apóstoles, la asistencia del Espíritu Santo es absoluta y garantiza la infalibilidad de las definiciones. El papa no declara infalibles sus ideas u opiniones personales…
Esto comporta una “reducción del terreno”…
COTTIER: Hay definiciones infalibles sólo en materia de fe y de moral. Si por ejemplo el papa hace un diagnóstico sobre un problema que atañe la cultura o la política, la infalibilidad, por supuesto, no tiene nada que ver.
Se entra en el terreno de las decisiones prudentes…
COTTIER: Pío XI, hablando de las consecuencias del tratado de Letrán, se preguntaba: «¿Que será mañana?… No lo sabemos». En el mudable flujo de las circunstancias históricas, una decisión que puede parecer oportuna, algún tiempo después quizá puede dejar de serlo. Algunos deducen que la Iglesia se contradice. Pero la mayor parte de las veces se ve el deseo de los pastores de descifrar eso que también La Pira, después del papa Juan y el Concilio, llamaba los «signos de los tiempos».
Sobre esto su maestro Journet ha escrito páginas muy hermosas, por ejemplo en Théologie de l’Église
COTTIER: Donde explicaba que la asistencia divina prometida a la Iglesia «se limita a asegurar su existencia física y empírica», no ahorrándole «ni las pruebas, ni las vacilaciones ni los errores de gobierno». Por eso consideraba comprensible la libertad con la que historiadores como Ludwig von Pastor, «que han recibido aprobaciones pontificias, han podido dar un juicio retrospectivo sobre el carácter exitoso o desastroso de la política de los papas».
Juan Pablo II y Georges Cottier

Juan Pablo II y Georges Cottier

Desde este punto de vista, ¿no es acaso legítimo y útil distinguir el primado del sucesor de Pedro –tal y como lo quiso Jesucristo y como lo ha definido la Iglesia– de interpretaciones basadas en la hegemonía mundana que se han dado de dicho primado en el transcurso de la historia, incluso en la Iglesia?
COTTIER: Tener una visión crítica de los hechos eclesiales no quiere decir ser destructivos. La Iglesia siempre ha enseñado que ser papa u obispo es un servicio. Pero cuando la autoridad del papa sobre la Iglesia era criticada incluso por los príncipes católicos, sucedió que se sintió la necesidad de afirmar que los ministerios eclesiales eran poderes legítimos como los demás. Y quizá quedan aún restos de esta confusión en las apariencias.
Pongamos un ejemplo concreto: leyendo las proposiciones condenadas por el Sillabo, un fiel común podía pensar que negar el poder temporal de los papas equivalía a negar el primado petrino.
COTTIER: Y, en cambio, en los años del Concilio Vaticano II el cardenal Montini, que era arzobispo de Milán, pudo afirmar que para la Iglesia fue una liberación que se acabara el Estado Pontificio. Pero quizá el mismo Montini, si se hubiera encontrado en las circunstancias de Pío IX, habría vivido sus mismos tormentos de conciencia. Porque el papa Mastai, como persona, simplemente no se sentía en derecho de liquidar el Estado Pontificio, que no consideraba como propiedad privada, habiéndolo heredado de sus predecesores. A veces Dios nos libra de algunos pesos de una manera dolorosa.
Despejar el terreno de equívocos que confunden el papado con una especie de imperium sacro podría favorecer también las relaciones ecuménicas con esas Iglesias que algunos llaman Iglesias hermanas. ¿Por dónde hay que comenzar?
COTTIER: Siempre hay que tener presente que el magisterio es un servicio y, en cuanto tal, un instrumento. La finalidad de la Iglesia es la salvación del mundo. La función del magisterio en la Iglesia, que empieza con la conservación de la verdad revelada y con el gobierno pastoral diario del pueblo de Dios, se justifica en vistas de este fin. Y esto determina los criterios y los modos con los que se ejerce la auctoritas en la Iglesia. Pero aprovecho la pregunta para decir que la expresión “Iglesias hermanas” no me convence. La Iglesia es una. Otra cosa es si se habla de “Iglesias locales”. Esta fórmula puede usarse correctamente. Cuando Pablo VI, obispo de Roma, se encuentra con Athenágoras, obispo de Constantinopla, son dos jefes de Iglesias locales los que se encuentran. También Juan Pablo II subraya a menudo el hecho de ser papa en cuanto obispo de Roma. No hace mucho habló incluso en el dialecto de Roma.
Su historia humana y cristiana es muy poco “curial”. Empecemos por cuando era un muchacho: Francia había sido ocupada, las revistas católicas censuradas, y usted, con algún amigo, haciendo su pequeña “resistencia”…
COTTIER: Ginebra está cerca de Francia. Somos de cultura francesa. La ocupación de Francia fue un choque terrible. Con un amigo muy querido leíamos Temps présent, una revista católica ligada al principio a los dominicos, cuya redacción tras la ocupación de París se había trasladado a Lyon. El director era Stanislas Fumet. Le invitamos a Ginebra. Nos contó cómo era la vida en Francia, la censura y todo lo demás. Nos animó a tomar iniciativas. Comenzamos a publicar textos libres que en Francia estaban prohibidos. Salió una colección muy buena, los Cahiers du Rhône. Fumet era devoto del santuario de la Salette. Una vez, tras obtener los permisos, conseguimos organizar una peregrinación a ese santuario donde nos reunimos con él.
¿Quién tiene más que ver en su vocación dominica, santo Tomás o santo Domingo?
COTTIER: Quizá santo Tomás. Yo estaba en la universidad. Tenía una tía monja dominica, y esto ha contado mucho. Luego Journet me hizo conocer la obra de Maritain. También estaba en contacto con el padre Domenach, un judío convertido, gran amigo de Journet, que estaba en Friburgo. En este ambiente y con estos encuentros maduró mi vocación.
En un breve perfil de usted escrito por el profesor Chenaux se lee que esa generación estuvo marcada por la condena que Pío XI dictó contra la Action française, el movimiento que quería restaurar la sociedad basándose en los valores cristianos.
COTTIER: Fue un trauma que marcó sobre todo a la generación anterior a la mía, y que sigue dejando huellas. Muchos católicos favorables a Petain eran antiguos miembros de la Action française. También Maritain pasó por allí. Su mujer Raïssa explica en sus libros de memorias que para el padre Clerissac, el padre espiritual del matrimonio, era casi un deber religioso. Parecía una opción obvia. La situación era en ciertos aspectos semejante a la de hoy. Un momento de confusión. La gente no sabe dónde estamos, hay mucha decadencia moral, y se proponen los contenidos cristianos como factores de un orden ético. Muchos se adherían a esta perspectiva. El grupo de Lefebvre aún hoy en algunas cosas se mueve siguiendo las huellas de la Action française.
Georges Cottier y el cardenal Jean-Jêrome Hamer

Georges Cottier y el cardenal Jean-Jêrome Hamer

Hoy también hay un frente amplio que exalta el cristianismo como matriz cultural del Occidente. Basta pensar en los teóricos neoconservadores que influyen en la geopolítica estadounidense. ¿No se da también en este caso, bajo formas más refinadas, un regreso de categorías semejantes a las de la Action française?
COTTIER: La Action française era una cuestión típicamente católica, de la Francia católica. Detrás de algunas teorías sobre la misión histórica de los Estados Unidos la raíz cultural principal es cierto fundamentalismo protestante, con matices escatológicos, donde se cultiva una visión geopolítica que mira al fin de los tiempos, y en el que una de las claves del problema es el papel del Estado de Israel. Una ideología político-religiosa muy fuerte, que sin duda ha tenido su peso. Pero tampoco me convencen ciertas exaltaciones del cristianismo como factor de civilización que se dan en Europa. Me llamó la atención la polémica sobre la presencia del crucifijo en las escuelas públicas que tuvo lugar en Italia hace unos meses. Cuando también algunos católicos dijeron que la cruz es muy importante incluso para quien no cree, como símbolo cultural. ¡No! ¡Es la cruz de Jesús! Que el cristianismo tenga también consecuencias culturales, vale, todos estamos de acuerdo; pero el catolicismo no es un hecho cultural. Hay un cierto conservadurismo que crea confusión.
Vuelve a la memoria un concepto que expresaba usted en 1969 en un artículo sobre Nova et Vetera: la religión como instrumentum regni es la otra cara de la religión como opio de los pueblos.
COTTIER: Maurras, uno de los fundadores de la Action française, era un positivista. Exaltaba el catolicismo como la “religión de los franceses”. Lo que le interesaba era Francia, no el catolicismo ni la Iglesia. Es una actitud que encontramos también en la Ilustración. Voltaire mandaba a sus criados a misa. Pensaba que la religión era útil para tener tranquilo al pueblo. La concepción de Maurras y también de Mussolini, que había leído a Maurras, es esta. Pero Dios queda fuera, Cristo no interesa. No seamos ingenuos. Es fácil darse cuenta de quién niega explícitamente a Dios. Pero quien lo utiliza, lo ofende gravemente. Es más insidioso.
Hablemos de su amistad con Jacques Maritain. ¿Cómo lo conoció?
COTTIER: Desde 1946 a 1952 estaba en Roma, en el Angelicum, siguiendo unos cursos de teología y filosofía. En aquella época Maritain era embajador de Francia ante la Santa Sede. Yo conocía sus obras. Entré en contacto con él (presentado por Journet). Recuerdo una comida en el Palacio Taverna, donde Maritain había invitado al padre Garrigou-Lagrange, que había criticado por cuestiones políticas al filósofo tomista, el cual se sentía muy dolido por ello.
El cardenal Cottier durante la ceremonia de toma de posesión de la diaconía de Santo Domingo y San Sixto, el 25 de marzo de 2004

El cardenal Cottier durante la ceremonia de toma de posesión de la diaconía de Santo Domingo y San Sixto, el 25 de marzo de 2004

¿Qué considera más útil proponer de nuevo hoy del enfoque filosófico de Maritain?
COTTIER: La capacidad de distinguir, propia de toda la tradición tomista, que Maritain propone de nuevo. La renuncia a distinguir lo que es distinto lleva a la confusión y niega lo que quizá al principio se quería defender. Si todo es gracia, ya no hay gracia. Uno de los peligros, que veo por ejemplo en la teología de las religiones, es el de atribuir de manera unívoca al Espíritu Santo todo lo religioso. Hay valores humanos religiosos muy respetables, pero no quiere decir que sean salvíficos. Son de un orden distinto respecto a la gracia de Cristo que salva. Quizás a veces se ha presentado mal la distinción entre gracia y naturaleza, como si fuera superposición de la gracia sobre la naturaleza. Que no es el pensamiento de santo Tomás. La gracia obra dentro de la naturaleza, pero la naturaleza tiene su propia consistencia.
Esto vale ad extra. ¿Ve también confusión dentro de la teología católica?
COTTIER: Cierto “pancristismo”, por ejemplo, no me parece apropiado. Un sistema teológico que absorbe toda la realidad en Cristo termina por convertir a Cristo en una especie de postulado metafísico de la afirmación de valores humanos. Y nos hace incapaces de dialogar seriamente, incluso a nivel de los derechos del hombre. Y además, decir que todos son ya de Cristo, lo sepan o no, puede hacer inútil la misión.
Y al mismo tiempo puede expresar un impulso a la intolerancia y a la hegemonía. «La idea de que todos somos cristianos sin saberlo me parece un imperialismo religioso», dijo una vez Ratzinger.
COTTIER: Se nace judío, se nace musulmán, pero no se nace cristiano. El cristiano no nace, el cristiano se hace con el bautismo y la fe. Por eso el cristianismo está desarmado. Es una indefensión divina. Porque no se fabrican cristianos, como se pueden crear pertenecientes a otras religiones sólo con traerlos al mundo. Cada niño debe dar el paso, nadie puede darlo en su lugar. El ambiente, la catequesis, pueden ayudarlo, pero ninguna condición sociológica puede sustituir la atracción, que es don de la gracia, que hace que la libertad personal se adhiera.
Usted ha pasado buena parte de su vida estudiando a Marx. ¿Cómo fue lo de dedicarse al filósofo de Tréviris?
COTTIER: Cuando terminé los estudios eclesiásticos mis superiores me pidieron que hiciera una tesis en la Universidad de Ginebra, donde habían abierto un nuevo convento nuestro. Muchos de mis compañeros de estudio estaban fascinados por el comunismo. Ahora no se puede ni siquiera imaginar la fascinación del comunismo a partir de la posguerra. Y además me interesaba comprender la relación entre el marxismo y el ateísmo. Sobre esto concentré mis estudios.
¿Y qué descubrió?
COTTIER: Comprendí que la raíz del ateísmo de Marx estaba en Hegel. Como ha dicho Karl Löwith, la filosofía de Hegel es una imponente «cristología gnóstica». Hegel precisamente cuando exalta al máximo la importancia cultural del cristianismo para el camino de la civilización, niega la fe de los apóstoles en Jesús. En su horizonte Cristo interesa solamente como idea, como modelo divino. De Jesús como figura histórica, sensible, no sabe qué hacer. Kierkegaard, que para mí es un grande había comprendido todo esto.
La coronación de la Virgen, detalle, miniatura sacada del Très belles heures de Notre Dame, siglo XV, Biblioteca Nacional de París

La coronación de la Virgen, detalle, miniatura sacada del Très belles heures de Notre Dame, siglo XV, Biblioteca Nacional de París

En aquellos años usted vivió también la experiencia de los curas obreros, siendo amigo de uno de ellos, Jacques Loew…
COTTIER: Loew entonces era un dominico. Estaban a su lado Magdaleine Delbrel y los Pequeños hermanos de Charles de Foucaluld, en St. Maximin. Lo conocí allí. Luego estuve en su misión obrera. Él me interrogaba sobre mis conocimientos del marxismo. La autoridad de la Orden fue muy dura con él, sin suficiente discernimiento. Algunos curas obreros se habían metido en el activismo sindical, se habían sacado el carnet del partido. Algunos casos singulares comprometieron la causa. Pero él había distinguido siempre entre su compromiso misionero y el compromiso político. Y la intuición de meterse en los ambientes descristianizados, participando en la vida ordinaria de la gente, me parece que sigue siendo una actitud misionera. Vivían como pobres. Eran obreros de verdad.
Su conocimiento del marxismo explica también su activa participación en los famosos “diálogos” organizados después del Concilio por el Secretariado para los no creyentes.
COTTIER: Nunca he sentido la seducción del marxismo. Una amigo que trabajaba en la diplomacia francesa y que estaba en Rusia durante la guerra, me había contado la realidad terrible del comunismo, y esto me había vacunado para siempre. Pero entonces parecía que los regímenes comunistas estaban destinados a durar. Los diálogos con los marxistas se desbloquearon realmente cuando aparecieron las primeras crisis internas del comunismo. Se vio también que los comunistas no eran todos iguales. Por ejemplo, los alemanes del este eran los más duros, los húngaros los más disponibles. En Estrasburgo, ya había comenzado la época de Gorbachov, se comenzaron a abrir. Fue muy interesante, se veía que se planteaban preguntas existenciales sinceras.
Siempre debido a su conocimiento del marxismo participó activamente también en el debate sobre la teología de la liberación.
COTTIER: En la teología de la liberación había entonces una contaminación fuerte con temas marxistas, que amenazaba con agotar toda la esperanza cristiana en interpretaciones políticas y sociológicas. Es interesante ver la evolución del padre Gutiérrez, que ahora es un original autor espiritual latinoamericano. Mientras que al principio todos ellos sufrían el influjo de autores europeos.
En 1984 y en 1986 la Congregación para la doctrina de la fe publicó dos famosas instrucciones sobre la teología de la liberación. ¿No hubo, en aquellos años, un exceso de ensañamiento contra esta tendencia teológica?
COTTIER: Muchos de ellos se habían arrojado sobre el marxismo sin ningún sentido crítico. Hacía falta una corrección. Pero el fruto de aquel debate fue la opción preferencial por los pobres. De la dialéctica ha surgido esta síntesis positiva.
La última pregunta. Como presidente de la Comisión histórico-teológica instituida con motivo de Jubileo de 2000 coordinó usted el trabajo preparatorio para la petición de perdón por las culpas del pasado, querida por el Papa para la Cuaresma del último Año Santo. ¿Qué piensa de este hecho que sigue suscitando controversias en la Iglesia?
COTTIER: Algunos han dicho que era una novedad por el gusto de la novedad. Pero la Iglesia sabe desde siempre que el pecado existe. Al comienzo de la misa decimos el mea culpa por nuestros pecados, No todo lo que se hace en nombre de la Iglesia es Iglesia. Este discernimiento, y la petición de perdón, yo los considero dos de los acentos más importantes del actual pontificado.


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