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AFRICA
Sacado del n. 06/07 - 2004

VATICANO. Una intervención del secretario para las Relaciones con los Estados

El renacimiento posible de un continente


El África de los conflictos, de las epidemias, de las hambrunas es parte integrante de la historia de la humanidad y espera que también se resalten sus luces y esperanzas para transformarlas en iniciativas concretas


por Giovanni Lajolo


Es de verdad África un continente que va a la deriva? La corriente de pensamiento que nace de políticos y economistas y que lleva el nombre de “afropesimismo” parece que no tiene dudas ya que los objetivos de desarrollo del milenio, reafirmados varias veces por las Naciones Unidas, difícilmente podrán realizarse para el año 2015.
Refugiados congoleños dejan su país y se dirigen hacia un campamento  del ACNUR en la aldea de Rugombo, en Burundi. Son casi 25.000 las personas que han abandonado la República Democrática del Congo refugiándose en el vecino Burundi

Refugiados congoleños dejan su país y se dirigen hacia un campamento del ACNUR en la aldea de Rugombo, en Burundi. Son casi 25.000 las personas que han abandonado la República Democrática del Congo refugiándose en el vecino Burundi

No es mi intención presentar aquí un cuadro completo de la situación política de África. Me conformo con perfilar algunas sombras y luces del continente. Efectivamente, como recuerda el Sumo Pontífice, si bien «en algunas naciones no se ha consolidado, por desgracia, la situación interna, y la violencia ha reinado o a veces reina aún, esto no puede dar lugar a una condena general que se extienda a todo un pueblo o a toda una nación, o peor todavía a todo un continente» (Ecclesia in Africa, n. 39). Tras esta primera reflexión expondré el compromiso del Pontífice y de la Iglesia católica con África.

Las sombras


Muchos países de África han vivido la devastadora experiencia de la guerra; son emblemáticos los casos de Ruanda y Burundi, con 800.000 y 300.000 muertos, respectivamente. De los conflictos que siguen ensangrentando el continente son especialmente dramáticos por su duración los de Uganda del norte, República Democrática del Congo y Sudán. Quien sufre las consecuencias más graves, la muerte, las injusticias y el hambre, es la gente. Son guerras caracterizadas por episodios de inaudita violencia y crueldad.
Además, los intereses económicos por los recursos (sobre todo de minerales y petróleo) del continente africano han desencadenado el asalto desordenado de quienes, también en los países industrializados, tienen interés en hacerse con ellos. Esta dramática situación política y social se agrava con la difusión de nuevas y viejas epidemias, el alto porcentaje de mortalidad infantil y la deuda exterior. A pesar de la iniciativa para la cancelación de la deuda exterior de algunos países, África sigue siendo el continente más endeudado en relación con su renta nacional bruta. Por desgracia se gastan capitales enormes para comprar armas. ¡Un verdadero escándalo! Pensemos en las armas para la guerra entre Etiopía y Eritrea.

África padece una grave carencia de cultura política, que es la base del fracaso en el continente de muchos procesos democráticos. Es opinión de muchos que la sociedad civil ha delegado demasiadas responsabilidades en la clase política, que a su vez ha concedido demasiado espacio al poder ejecutivo, el cual ha administrado el Estado con el partido único, expresión del presidente. La personalización del poder ha dado resultados nefastos en África. Uno de los retos de África se llama ciudadanía, es decir, hay que transformar a los súbditos en ciudadanos.

Refugiadas sudanesas procedentes de la región de Darfur esperan su turno frente a una bomba de agua en el campo de refugiados de Mornay. En Sudán son más de 80.000 los refugiados que han llegado a esta ciudad escapando de las matanzas perpetradas 
por las milicias filogubernamentales en la región de Dafur

Refugiadas sudanesas procedentes de la región de Darfur esperan su turno frente a una bomba de agua en el campo de refugiados de Mornay. En Sudán son más de 80.000 los refugiados que han llegado a esta ciudad escapando de las matanzas perpetradas por las milicias filogubernamentales en la región de Dafur

Estos dramas se consuman ante la indiferencia casi general, de la que se despierta cuando hay de por medio ciudadanos o intereses del norte del mundo. Lo demuestra el hecho de que el programa alimentario mundial debe llamar continuamente la atención de los países donadores a fin de que garanticen las ayudas para la subsistencia de decenas de millones de africanos, que si no las reciben están destinados a morir de hambre.

Tras el innoble ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra los Estados Unidos, las condiciones de vida de muchos países africanos han empeorado definitivamente. La subsahariana es la región del mundo que paga el precio más caro con sus millones de pobres y la falta de una red eficaz de asistencia.
Hoy más que nunca hay que leer la situación de África en el marco de estos últimos acontecimientos dramáticos. A la luz de lo que ha sucedido se hace necesario crear condiciones que eviten el nacimiento de tensiones, de contraposiciones entre áreas desarrolladas, áreas que se esfuerzan por salir de su situación económica precaria y áreas de hambre y miseria. El mundo Occidental ha de saber que los pueblos “excluidos”, si no se emprende el camino del auténtico desarrollo, acabarán por creer que no tienen otra opción más que el terrorismo. Y esto puede convertirse en un nuevo modo de hacer la guerra.
No hay que infravalorar la difusión del integrismo islámico en el Sáhara, la región subsahariana y el África oriental.
El África de los conflictos, de las epidemias, de las hambrunas es parte integrante de la historia de la humanidad y espera que también se resalten sus luces y esperanzas para transformarlas en iniciativas concretas.

Las luces


África es la cuna de la humanidad. Esto nos induce a recordar que el continente está lleno de lugares que forman parte de la lista del patrimonio mundial de la Unesco por estar reconocidos oficialmente como valores que admirar y conservar, y como bienes que no sólo pertenecen a los africanos, sino a la humanidad entera. Además, en mayo de 2001 la Unesco hizo una lista de las obras maestras que hay que tutelar porque pertenecen «al patrimonio oral e inmaterial de la humanidad». Entre las formas de expresión cultural seleccionadas como «factores vitales para la identidad cultural, la promoción de la creatividad y la conservación de la diversidad cultural, que desempeñan un papel esencial en el desarrollo nacional e internacional, en la tolerancia y en la relación armoniosa entre las culturas» (dice la motivación de la Unesco) se encuentra la tradición oral y artística inherente al conjunto de la sociedad Gèlèdé (en Benín, Nigeria y Togo).
En la sociedad africana existen señales positivas, que el historiador burquinabe Joseph Ki Zerbo ve en la juventud, en los sindicatos, en el papel de la mujer, en la economía popular, en el heroísmo de ciertos grupos sociales y que tienen algo que decir también a los demás pueblos. Tampoco hay que subestimar el estrecho vínculo que tiene la religión con la vida (incluso política) de todos los días. La gente invoca sin dificultad la ayuda de Dios con la oración en las situaciones más variadas. Donde hay vida existe una relación con lo que trasciende la vida misma. Esta capacidad africana de expresar la fe en cada aspecto de la vida social es una valor que los occidentales hemos perdido y que África puede orgullosamente proponer de nuevo al mundo entero.

Después de la independencia política, los líderes de África crearon en 1963 la Organización para la Unidad Africana (OUA), fundada sobre el principio de la «no injerencia en los asuntos internos de los Estados». Este principio, dicen los interesados, se ha convertido en sinónimo de indiferencia, primero, y luego de inmovilismo, en la política panafricana.
Los acontecimientos socio-político-económicos han tenido lugar como si la OUA no existiera.
El 11 de julio de 2001, tras 38 años de “honrado” servicio, la OUA se transformó en Unión Africana (UA). El documento final de la 37 y última cumbre de la OUA tiene un título ejemplar: Nueva iniciativa africana. Se declara en el documento que el objetivo es afrontar los males endémicos del continente: desde la solución de los conflictos, al desarrollo económico y la eliminación de las pobreza y las enfermedades, ante todo del sida.
Los líderes africanos están convencidos de que las “batallas” se deben combatir juntos, y con los hechos más que con las palabras. Se trata de dejar atrás la descolonización y abrir una fase de reconstrucción, dando a los Estados de África instrumentos y estrategias comunes según el modelo europeo, como una comisión ejecutiva, un parlamento, un banco central y, en perspectiva, una moneda única.

El pasado 18 de marzo la señora Gertrude Monella, de 59 años, de Tanzania, fue elegida presidente del primer parlamento panafricano. Se trata de una señal de madurez democrática y de un ejemplo concreto de promoción de la igualdad entre los sexos. Además, cada Estado deberá presentar por lo menos una mujer entre sus cinco miembros del Parlamento.

Hemos de recordar también la “New Economic Partnership for Africa’s Development” (NEPAD), un programa de desarrollo ideado por africanos para los africanos. Los proyectos de desarrollo del pasado fracasaron porque estaban impuestos desde fuera, porque los africanos no se sentían responsables y porque el hombre africano no estaba en el centro de dichos programas. Si un proyecto no funcionaba se daba la culpa a los peritos blancos. Con la NEPAD los africanos han decidido asumir la responsabilidad del resultado de sus propios proyectos, hechos a medida.
Quisiera asimismo recordar que en estos últimos años numerosos países africanos celebraron el primer centenario del comienzo de su evangelización. Efectivamente, el anuncio sistemático del Evangelio comenzó en el siglo XIX, gracias a las obras de grandes apóstoles y animadores de la misión africana. Entre los santos que el África moderna ha donado a la Iglesia recordamos a los santos mártires de Uganda, canonizados por Pablo VI, y a santa Josefina Bakhita, canonizada por Juan Pablo II.
Juan Pablo II con el presidente de Mozambique, Joaquim Chissano,  el 17 de abril de 2004. Dice el arzobispo Lajolo que existen negociaciones para llegar a un acuerdo diplomático entre Mozambique y la Santa Sede, del tipo que se firmó con Gabón en 1997

Juan Pablo II con el presidente de Mozambique, Joaquim Chissano, el 17 de abril de 2004. Dice el arzobispo Lajolo que existen negociaciones para llegar a un acuerdo diplomático entre Mozambique y la Santa Sede, del tipo que se firmó con Gabón en 1997

Dignos de mención son también los catequistas Gildo y Daudi, naturales del norte de Uganda y beatificados en octubre de 2002. Son un modelo «de responsabilidad, perdón y pacificación» para todos los africanos.
El florecimiento de la santidad es una señal clara que el continente africano posee en sí mismo capacidades y riquezas para favorecer el renacimiento de África.
De lo que sumariamente acabo de exponer resulta evidente que África, como subrayaban los obispos americanos en 2001, no es un continente de desesperados, sino una tierra poblada de personas que combaten para superar antiguos problemas y desafíos actuales, con el fin de construir un futuro lleno de esperanza y de oportunidades. No es un continente inmóvil, está en camino.

La Iglesia y África


Partiendo de esta lectura realista de la situación es posible presentar la solicitud del papa Juan Pablo II y de la Santa Sede en favor de África y la obra de la Iglesia católica en el continente.

Juan Pablo II y África
Podemos afirmar que el Pontífice ha demostrado siempre una atención privilegiada por el continente. Los discursos pronunciados durante sus numerosos viajes pastorales al continente, las alocuciones a los obispos en visita ad limina, a los embajadores acreditados ante la Santa Sede, la cartas dirigidas a los responsables políticos, los mensajes enviados con ocasión de aniversarios y celebraciones, los llamamientos a la comunidad internacional constituyen, si me permiten la expresión, el notable magisterio pontificio “africano”, al que prestar oídos y tener en cuenta en todos los discursos sobre el futuro de África.
Una cita especial merece la celebración del Sínodo africano de 1994, que la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa define como «un momento histórico de gracia, un acontecimiento providencial» (n. 9). Efectivamente, la asamblea sinodal, al examinar cinco temas clave (el anuncio de la buena noticia de la salvación, la inculturación, el diálogo, la justicia y la paz, los medios de comunicación social), prefiguró la arquitectura de la Iglesia africana del tercer milenio.
Por eso el año pasado el Pontífice, con la mirada iluminada por la esperanza, dirigiéndose al cuerpo diplomático y subrayando algunos progresos del continente africano en aquel entonces, pudo afirmar: «También África nos da esta vez una ocasión de júbilo. Angola ha comenzado su reconstrucción; Burundi ha emprendido el camino que podría conducir a la paz, y espera compresión y ayuda financiera de la comunidad internacional […]. También Sudán ha dado prueba de buena voluntad, si bien el camino hacia la paz es largo y arduo».
Si luego las esperanzas en gran parte se han desvanecido, queda el hecho positivo del camino emprendido para lograr la reconciliación y la paz.
En el discurso del 10 de enero de 1998 decía: «Los africanos no deben esperarlo todo de la ayuda exterior. Entre ellos, muchas mujeres y hombres tienen todas las capacidades humanas e intelectuales para afrontar los desafíos de nuestra época y administrar adecuadamente las sociedades. Pero sería necesaria una mayor solidaridad “africana” para sostener a los países que tienen dificultades, y también para que no se les impongan medidas o sanciones discriminatorias… Sería necesario que los países del continente favorecieran la pacificación y la reconciliación, si fuera preciso recurriendo a fuerzas de paz compuestas por soldados africanos. En ese caso, África ganaría mayor credibilidad frente al resto del mundo y la ayuda internacional sería indudablemente más intensa, respetando la soberanía de las naciones. Es urgente que los conflictos territoriales, las iniciativas económicas y los derechos del hombre movilicen las energías de los africanos para encontrar soluciones justas y pacíficas, que permitan a África afrontar el siglo XXI con más éxito y mayor confianza».
Vacunación contra la poliomielitis en una escuela de Lagos, Nigeria

Vacunación contra la poliomielitis en una escuela de Lagos, Nigeria

Esta perspectiva ya se ha convertido en patrimonio de los africanos. El presidente de la UA y de Mozambique, Joaquim Chissano, durante su reciente visita a Italia (15-17 de abril), dio las gracias a Europa por las ayudas enviadas a África pero luego puntualizó: «Lo que va a ser fundamental son nuestros recursos, porque queremos un modelo de desarrollo político, social, económico nuestro, un proyecto para todo el continente. Porque si eres un padre de familia no quieres que sean los demás los que te digan cómo educar a tus hijos». Esta aspiración legítima para que se haga realidad necesita buen gobierno, democracia y cambios estructurales.

La Santa Sede y África
La Santa Sede no se ha dejado nunca escapar la ocasión de recordar a los gobiernos de los países industrializados y a las organizaciones internacionales que la situación de numerosos países es tan dura que no permite actitudes de indiferencia y desinterés. Con motivo de las conferencias y de los foros globales, de las reuniones que se celebran en Nueva York, Ginebra, Viena, Estrasburgo, y en otras sedes, enviados y observadores pontificios piden desde hace tiempo que se dibuje de nuevo la arquitectura financiera mundial, que se facilite el acceso de las exportaciones africanas al mercado global, eliminando los subsidios a los productos agrícolas en los países industriales, reduciendo la brecha de las tecnologías digitales, favoreciendo y reformando programas e instituciones que permitan a los países africanos conseguir recursos suficientes y acceder a los bienes y a los servicios globales.
Además, la Santa Sede ha manifestado concretamente su interés por África firmando en diciembre de 1997 el primer acuerdo-marco sobre las relaciones Iglesia-Estado con Gabón. Es conveniente que la presencia de la Iglesia en África no se base solamente en la buena voluntad de los responsables políticos, sino en un marco jurídico estable y claro que le asegure a la Iglesia local la libertad de organización y movimiento, además de la posibilidad de continuar sus obras educativas y de caridad protegida contra cualquier abuso. Actualmente la Secretaría de Estado ha establecido negociaciones con otros dos países africanos (Etiopía y Mozambique) para llegar a acuerdos análogos.

La Iglesia católica en África
Los católicos en África son cerca de 137 millones de un total de 830 millones de habitantes y representan el 16,6% de la población. La Iglesia católica está presente en todos los países, siempre al lado de los oprimidos, da voz a los que no tienen voz, opta sin compromisos por los pobres y trabaja por el desarrollo integral de la persona, por la paz, por la justicia y para mejorar las condiciones de vida.
Las cifras hablan por sí mismas: los centros pastorales son 85.000; los hospitales y las clínicas, 5.000; las casas de acogida para minusválidos, 500; 13 millones de niños sin distinciones religiosas, étnicas, económicas, reciben una educación básica; 10 millones de alumnos estudian en 3.000 escuelas primarias; 7.000 institutos de enseñanza secundaria dan instrucción a unos 2 millones de jóvenes; 30.000 estudiantes van a clase en varias instituciones educativas de nivel superior.
Además la Iglesia ha ofrecido una contribución notable de vidas humanas a África: obispos, entre ellos un nuncio apostólico, sacerdotes, misioneros, religiosos, religiosas, fieles, laicos han sido perseguidos y matados brutalmente.
Podemos por tanto afirmar con razón que la ayuda de la Iglesia a África es incalculable y que sin la evangelización la situación del continente se presentaría aún más problemática. La Iglesia, de hecho, no se ha dedicado sólo a iniciativas de promoción humana, sino que con el anuncio del Evangelio ha liberado del miedo, ha proclamado la dignidad de la persona, ha enseñado el amor por el trabajo y la solidaridad.
No sorprende, pues, que la Iglesia se haya merecido el amor de las poblaciones africanas. El hombre africano se siente unido a la Iglesia porque la percibe como la única institución que lo ama por si mismo. Y para él amar a la Iglesia significa amar al Papa que ha pasado por su continente, que muchos han visto de cerca gracias a sus numerosos viajes apostólicos.
La Iglesia se ha merecido no sólo el amor de las poblaciones africanas, sino también el aprecio y la estima de la comunidad de los Estados. Cada vez son más los gobiernos, las instituciones internacionales que piden la colaboración de la Iglesia católica/Santa Sede para realizar proyectos de desarrollo en África y reconocen el papel de las Iglesias locales en la prevención de los conflictos y en los procesos de pacificación.
Estos “reconocimientos” se derivan de que la Iglesia tiene como principal preocupación la formación de toda la persona. Es consciente de que “dar sin educar no basta”. Por consiguiente pone en el centro de sus programas de desarrollo no a un hombre abstracto, sino al hombre africano. Y esto explica por qué sus intervenciones inciden en la sociedad.
Escribe Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio: «El desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen… He ahí por qué entre anuncio evangélico y promoción del hombre hay una estrecha conexión» (nn. 58-59).
Para terminar quisiera proponer a esta asamblea la invitación a la esperanza que el Santo Padre dirigió a los hombres y a las mujeres de África el 7 de octubre de 2000: «En las situaciones difíciles en que vivís, no faltan rayos de luz: ¡el Señor no os ha abandonado! Para construir el mundo reconciliado al que todos aspiran, los africanos mismos deben ser los primeros en plasmar el futuro de sus naciones» (Mensaje al SCEAM, n. 5).


El texto del arzobispo Giovanni Lajolo, publicado en estas páginas con algunos pequeños retoques de actualización expresamente realizados para 30Días, fue pronunciado el pasado 21 de mayo durante la jornada de estudio y reflexión sobre “Desarrollo económico y social de África en una era de globalización”, organizada en el Vaticano por el Consejo pontificio de Justicia y Paz


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