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AFRICA
Sacado del n. 06/07 - 2004

Perfil del arzobispo Giovanni Lajolo

Cuando diplomacia armoniza con eutrapelia



por Gianni Cardinale


Giovanni Lajolo

Giovanni Lajolo

El arzobispo Giovanni Lajolo fue nombrado el pasado 7 de octubre secretario para las Relaciones con los Estados (“ministro de Exteriores”) en substitución del nuevo cardenal Jean-Louis Tauran. Nacido en Novara hace 60 años, es sacerdote desde 1960. Tras licenciarse en Derecho canónico entró en el servicio diplomático de la Santa Sede en 1970. Ha desempeñado su trabajo en la representación pontificia en Alemania, como colaborador del nuncio Corrado Bafile, hasta noviembre de 1974 y luego en el entonces Consejo para los asuntos públicos de la Iglesia. En este periodo siguió de cerca las negociaciones que llevaron a la firma, en 1984, de la revisión del Concordato entre Italia y la Santa Sede. En 1988 fue nombrado secretario de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) y arzobispo titular de Cesariana. En la APSA estuvo hasta 1995 cuando fue nombrado nuncio apostólico en la República Federal de Alemania. En los ocho años que pasó en Alemania, además de encargarse del pabellón de la Santa Sede en la Expo 2000 de Hannover y del traslado de la nunciatura de Bonn a Berlín, llevó a cabo numerosos acuerdos diplomáticos entre la Santa Sede y varios länder: en 1996 con Sajonia, en 1997 con Turingia y Meclemburgo-Pomerania Occidental, en 1998 con Sajonia-Anhalt, y por último en 2003 con Brandeburgo y con la Libre ciudad de Brema.
Lajolo tomó posesión de su cargo el pasado 24 de noviembre. Su primera “aparición pública” como “ministro de Asuntos Exteriores” fue en la Universidad Pontificia Gregoriana el pasado 12 de febrero donde participó con un discurso en la solemne ceremonia del cincuentenario de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede e Irán. Su primera misión en el extranjero fue un viaje a Gran Bretaña del 11 al 13 de mayo. En Londres se entrevistó con la jerarquía de la Iglesia católica, en primer lugar con el cardenal de Westminster, Cormac Murphy-O’Connor, y también con el primado de la Comunión anglicana, Rowan Williams, además de prestigiosos exponentes del gobierno de Blair, como el ministro de Asuntos Exteriores Jack Straw y el “canciller del Exchequer” James Gordon Brown.
Dos curiosidades. La primera es que monseñor Lajolo, aunque es un piamontés de pura cepa, es también hijo de una ciudadana estadounidense. Como contó al Catholic News Service, la agencia de prensa del episcopado estadounidense, poco después del anuncio de su nombramiento, su madre antes de casarse había pasado el charco con su familia y había adquirido la ciudadanía estadounidense «de la que estaba tan orgullosa que la conservó incluso después de regresar a Italia». La otra es que monseñor Lajolo cultiva una virtud poco conocida, la de la eutrapelia. Lo reveló en un recuerdo de su “inolvidable superior”, el cardenal Corrado Bafile, publicado el año pasado en la miscelánea preparada por monseñor Francesco Di Felice con motivo de los cien años de Bafile (que cumplió 101 años el pasado 4 de julio). Escribía monseñor Lajolo al final de su recuerdo: «Que la virtud de la eutrapelia ayude también a hacer más humano, más ligero y eficaz todo servicio, sobre todo eclesiástico, y que pueda contribuir mucho, como en el caso del nuncio Bafile, también al éxito de la actividad de un diplomático de la Santa Sede. Por lo demás, también ella es un amable rayo de luz de Cristo». ¿Qué es exactamente esta virtud? Monseñor Lajolo lo explica a los lectores de 30Días: «Podemos definir la eutrapelia como la virtud de la jocosidad, la que tenía san Felipe Neri y san Juan Bosco. Es aflojar el arco demasiado tirante en la tensión física o espiritual. Con una palabra moderna podríamos decir también que es el arte del relax. Santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologica –una obra notoriamente seria y tensa, pero también olímpicamente serena– habla de ella varias veces, y escribe que el ánimo humano se rompe si no se “relaja” nunca de sus compromisos. Por la virtud de la eutrapelia se pueden transformar palabras y acciones en momentos de serenidad. Se manifiesta en el juego alegre, pero también en una amistosa ocurrencia humorística, en una narración aguda o en un modo de conversar brioso. Ejemplos de eutrapelia cercanos a nosotros los tenemos en Juan XXIII, en Juan Pablo I y en el actual Pontífice.


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