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EDITORIAL
Sacado del n. 09 - 2004

Muchos acontecimientos importantes



Giulio Andreotti


La primera cita fue el 15 de agosto, en la Escuela de Policía de Roma, para la inauguración de un busto del presidente De Gasperi y la dedicación a su nombre de la Sala de Conferencias internacionales. Una iniciativa muy emotiva debida al ministro Pisanu y a la administración que fue uno de los pilares sobre los que se construyó el Estado democrático en la posguerra.
Tres momentos especiales han caracterizado mi mes de agosto, por lo demás dedicado a las vacaciones, que, como me dijo un día el gran luchador y líder sindical Giuseppe Di Vittorio, no son un derecho, sino un deber.
No considero entre los acontecimientos extraordinarios la puntual participación el día de la Transfiguración en la misa de aniversario de Pablo VI. Es un pequeño tributo a la memoria de un inolvidable maestro de vida.
La primera cita fue el 15 de agosto, en la Escuela de Policía de Roma, para la inauguración de un busto del presidente De Gasperi y la dedicación a su nombre de la Sala de Conferencias internacionales. Una iniciativa muy emotiva debida al ministro Pisanu y a la administración que fue uno de los pilares sobre los que se construyó el Estado democrático en la posguerra.
En aquella ocasión visité la hermosa capilla de la Escuela y el conmovedor sagrario donde están los nombres –muchos– de los caídos en el servicio al Estado. Entre ellos, el comisario Calabresi y el agente Annarumma. Este último fue asesinado en un periodo oscuro de Italia, cuando los estudiantes milaneses enloquecidos desfilaban al grito de «No solo uno, cien Annarumma».
Aquella época queda lejos, pero no hay que olvidarla; de lo contrario correríamos el peligro de que se pudiera repetir. Principiis obsta, nos enseñaban los romanos.
El 19 de agosto estaba en Trento –que honró espléndidamente a su gran conciudadano– para la conmemoración oficial del cincuentenario de la muerte de De Gasperi. Destacaron los discursos del canciller Helmut Kohl y del cardenal Giovanni Battista Re durante la solemne misa en la Catedral. El cardenal recordó al arzobispo Endrici, que ayudó al presidente durante las terribles persecuciones fascistas e intervino decididamente para mitigar la pena que se le había infligido.
A De Gasperi se le dedicaron dos jornadas en Berlín en la conclusión de la exposición, que se llevó a la capital alemana tras la edición romana, milanesa y trentina. En la importante sede del Bundesrat hablaron el presidente del Senado alemán, Dieter Althaus, el presidente del Senado italiano, Marcello Pera, Helmut Kohl y –la mañana siguiente– el ministro Franco Frattini y el presidente de la Fundación Adenauer, Berhard Vogel.
En la sede de la prestigiosa Fundación se desarrolló la segunda jornada, con intervenciones entre otros de Maria Romana De Gasperi (que estuvo acompañada de su hermana Paola) y mía.
De izquierda a derecha, el ministro del Interior, Giuseppe Pisanu, el senador Giulio Andreotti y el subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Gianni Letta, en la Escuela Superior de Policía de Roma, durante la ceremonia de inauguración de un busto de Alcide De Gasperi, a quien se le ha dedicado la Sala de Conferencias Internacionales, 15 de agosto de 2004

De izquierda a derecha, el ministro del Interior, Giuseppe Pisanu, el senador Giulio Andreotti y el subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Gianni Letta, en la Escuela Superior de Policía de Roma, durante la ceremonia de inauguración de un busto de Alcide De Gasperi, a quien se le ha dedicado la Sala de Conferencias Internacionales, 15 de agosto de 2004

Recordé que Alemania era el centro de las preocupaciones políticas de De Gasperi, quien, como reacción al aislamiento en el que habían caído los alemanes por culpa de Hitler, planteó con Konrad Adenauer (y Robert Schuman) la construcción de la Europa democrática que abatió el árbol maléfico de los nacionalismos.
En Berlín no podía evitar pensar en el viejo secretario del Zentrum durante la República de Weimar, monseñor Ludwig Kaas, que estuvo años exiliado en Roma, aunque era un exilio de oro, pues era canónigo de San Pedro y jefe de la Reverenda Fábrica de San Pedro. Monseñor nos recordaba a menudo el drama de los “populares” aplastados. Los dos grupos opositores del núcleo centrista (Zentrum) se habían aliado para derrocar al gobierno, con el propósito de eliminar al compañero provisional de batalla una vez conquistada la victoria. Añadía que de los dos subversores de la situación, los nazis de Hitler, más hábiles y violentos, eran los que habían conseguido el poder, con la ayuda incluso de círculos judíos, asustados por la revolución rusa.
Las reconstrucciones históricas de este período son muy claras; además, recientemente Civiltà Cattolica (padre Sale) ha publicado unos documentos exhaustivos que revelan el apoyo a Hitler de Franz von Papen, quien más tarde sería uno de los nazis procesados, aunque no fusilado.
Provocó gran impresión la audiencia que le reservó Juan XXIII, pero en aquella ocasión se dio a conocer un hecho de heroico valor que, a petición de Roncalli, delegado del Papa en Turquía, había llevado a cabo Von Papen. Había permitido pasar a territorio seguro a un tren cargado de judíos que escapaban de Alemania y de sus campos de exterminio. Von Papen era en aquel momento embajador del Reich en Ankara.
En Berlín no podía evitar pensar en el viejo secretario del Zentrum durante la República de Weimar, monseñor Ludwig Kaas, que estuvo años exiliado en Roma, aunque era un exilio de oro, pues era canónigo de San Pedro y jefe de la Reverenda Fábrica de San Pedro. Monseñor nos recordaba a menudo el drama de los “populares” aplastados...
Las meditaciones de monseñor Kaas reforzaban, de todos modos, la convicción de que los políticos católicos, hecha salvedad de su específica misión política, han de buscar alianzas adecuadas, que nunca comprometan los principios. Su reevocación de la Italia de los años 20 tenía como eje la falta de concertación operativa contra Hitler, cuyas directrices eran evidentes, por lo que nadie debía creer en la moderación de la que algunos de los suyos hacían hábil propaganda.
Para Italia las cosas fueron más complejas, y los empujes antibélicos y antirreligiosos llevaron rápidamente agua al molino de Mussolini.
Los políticos decían que no tenían miedo, dado que en las elecciones de 1921 los diputados fascistas habían sido unos treinta, es decir, impotentes numéricamente. El colaborador de la oficina de prensa de Sturzo me dijo que don Luigi seguía siendo víctima del viejo sistema según el cual el gobierno de Mussolini podía ser depuesto en cualquier momento. Hay que añadir que en la Secretaría de Estado existía una radical hostilidad contra los acuerdos entre católicos y socialistas. Habían tenido ya que aceptar la decisión de Benedicto XV de permitir la formación del Partido Popular italiano. Por lo demás, el gobierno de Mussolini, con la participación de ministros y subsecretarios populares (entre ellos Gronchi), pero especialmente de fuertes personalidades militares como el mariscal Diaz y el almirante Thaon di Revel, parecía estar bien lejos de la imagen de matones fascistas.
De Gasperi sufrió esta “bendita” rendición del Grupo y le tocó hacer la declaración de voto favorable (en el Grupo había estado en la minoría de los contrarios), esperando que Mussolini regresara a los límites de la legalidad. Pocas semanas después los populares salieron del gobierno, pero Mussolini había atravesado ya el Rubicón.
... Los dos grupos opositores del núcleo centrista (Zentrum) se habían aliado para derrocar al gobierno, con el propósito de eliminar al compañero provisional de batalla una vez conquistada la victoria. Añadía que de los dos subversores de la situación, los nazis de Hitler, más hábiles y violentos, eran los que habían conseguido el poder, con la ayuda incluso de círculos judíos, asustados por la revolución rusa...
Sturzo, con una carta redactada por el propio cardinal Pietro Gasperri, se desterró y partió hacia lo que iba a ser un exilio de más de veinte años. El Grupo popular, acosado por los fascistas y los consejos de la “gente de bien”, aceptó abstenerse a propósito de la modificación de la ley electoral (Ley Acerbo: quien conseguía un cuarto de los votos se hacía con tres cuartos de los escaños) y realizó sólo un gesto de dignidad, presentando en las elecciones de 1924 una lista propia, mientras que personajes como Vittorio Emanuele Orlando y Antonio Salandra se subían al carro fascista.
En la exposición degasperiana de su cincuenta aniversario (Roma, Milán, Trento, Berlín, aunque continuará) se reconstruye la celda de una cárcel para evocar la “normalización mussoliniana”. Yo era demasiado pequeño para comprenderlo entonces (lo ignoraba todo porque los libros de historia no hablaban de ello), pero más tarde comencé a darme cuenta vagamente de lo que estaba ocurriendo. Habían de pasar otros años para que abriera definitivamente los ojos. De Gasperi nos mandó que fuéramos a ver a Scelba para que nos diera los volúmenes de historia del Partido Popular, y a Gonella para que colaboráramos en la medida de nuestras posibilidades en su valiente empresa de las publicaciones clandestinas.
Muy pocas veces, y siempre sin rencor, contaba De Gasperi los años de su exilio en su propia patria; incluso después de salir de la cárcel. Muchos viejos compañeros fingían no verle, e iban a misa (los que iban) a otra iglesia distinta.
La única justificación práctica era la seguridad de que si se acercaban a él pasarían a engrosar la lista de vigilados.
De Gasperi explicaba con la sonrisa en la boca que una vez, en la época en que era buscado, estaba en casa del abogado Ivo Coccia (popular, luego parlamentario democristiano, también él fichado). Llegó la patrulla de la vigilancia policial, ellos se pusieron a hablar en francés y fue presentado como un cliente extranjero de paso.
... Las reconstrucciones históricas de este período son muy claras; además, recientemente Civiltà Cattolica (padre Sale) ha publicado unos documentos exhaustivos que revelan el apoyo a Hitler de Franz von Papen, quien más tarde sería uno de los nazis procesados, aunque no fusilado
Pero esta es una rara excepción a su aislamiento. Solo después de la conciliación con el Estado, la Santa Sede, accediendo a las presiones del arzobispo Endrici, le ofreció un humilde trabajo de empleado supernumerario en la Biblioteca Vaticana.
¿Por qué tanta diferencia con monseñor Kaas? Pienso que por una parte Alemania quedaba lejos, por lo que la atención de aquel gobierno era menor en este punto; pero, digamos también que Kaas era un viejo amigo personal del nuncio Pacelli en Munich y en Berlín, mientras que la relación entre De Gasperi y monseñor Montini (hijo de un diputado también depurado) tenía que mantenerse por aquellos años con mucha cautela.
Diez años después consiguió un ascenso burocrático, pero tampoco con el nuevo sueldo tuvo problemas para colocar sus ahorros.
La mañana del 11 de febrero de 1949, siendo ya presidente del Gobierno, vestido con frac y luciendo sus decoraciones, fue recibido por el Papa, y fue la primera vez que entraba en su apartamento (Pío XI lo había recibido en un pabellón de la Exposición de la Prensa católica donde desarrollaba su trabajo extraordinario).
Sin embargo, Pío XII, innovando el protocolo, le dirigió un motivado elogio cuyo original manuscrito por el Papa pude tener entre mis manos gracias a monseñor Dell’Acqua (tenía curiosidad por saber si era obra de algún pasante, y quién podía ser, en su caso).
La gran atención que se le ha prestado a De Gasperi tras medio siglo de su muerte no debería agotarse. Todos tenemos necesidad de puntos de referencia y de reglas duraderas en la vida política.
El proceso de Nuremberg: Von Papen es el sexto de izquierda a derecha en la última fila de los imputados

El proceso de Nuremberg: Von Papen es el sexto de izquierda a derecha en la última fila de los imputados

Las formas organizativas, los esquemas de propaganda y las tácticas operativas han de considerarse en su contexto. Lo que cuenta es el significado profundo de la invitación de Helmut Kohl a los jóvenes para que imiten a De Gasperi.
Entre las dos citas degasperianas se sitúa la visita al Meeting de Rímini, aún más imponente, festivo y brillante en su amplia sede de la nueva Feria. El modelo de encuentros cotidianos es único, desarrollándose al mismo tiempo sobre temas de lo más variado. Mientras Renato Farina y yo profundizábamos –en lo concreto– en las relaciones entre política y ética, el ministro Lunardi se detenía en las intervenciones políticas, y científicos del sector afrontaban la temática candente de la fecundación artificial, y así sucesivamente.
Los asistentes, extraordinarios, son casi todos jóvenes: compuestos, muy atentos, pacientes. Quien hace pasar por modernidad (o posmodernidad) lo extravagante y lo innatural provoca ruido, pero no dejará ninguna huella. El pueblo del Meeting no pertenece a estos mequetrefes.
Algunos quieren ver cierto pluralismo político en la lista de los oradores, pero este es un parámetro de valoración equivocado. En la mesa redonda dedicada a la familia, por ejemplo, tras el encuadre teológico propuesto por el nuevo dirigente de CL, hablaron muy bien la diputada subsecretaria Sestini y el presidente de la Región Lazio, Storace. Y cuando este último terminó, expresando sus deseos de volver el año próximo (el Meeting de 2005 será después de la renovación de los Consejos regionales), nadie tuvo nada que objetar.
Cada año crecen en importancia no sólo las exposiciones especializadas, sino también los entretenimientos musicales. Tras un comienzo por todo lo alto con Carreras, se representó este año una Traviata con intérpretes y escenificación excelentes.
Los “movimientos” representaron durante la posguerra la oportunidad para los católicos de renovarse. Como ocurre siempre en los cambios, al principio hay una fase de ajuste. Lo esencial es que prevalezcan los impulsos positivos.
El regreso a Roma desde Rímini coincidió con la celebración de los sesenta años de vida de las ACLI. Se quiso celebrar en el convento dominico de la Minerva, donde se celebró la reunión de apertura. De los participantes de entonces estaba sólo Adriano Ossicini, y al lado del actual presidente, Luigi Bobba, se sentaban Vittorio Pozzar y Giovanni Bersani.
De izquierda a derecha, don Julián Carrón, la diputada Maria Grazia Sestini, Marco Mazzi (presidente de la asociación Famiglie per l’accoglienza) y el gobernador de Lacio, Francesco Storace, durante el encuentro en el Meeting de Rímini dedicado al valor de la familia

De izquierda a derecha, don Julián Carrón, la diputada Maria Grazia Sestini, Marco Mazzi (presidente de la asociación Famiglie per l’accoglienza) y el gobernador de Lacio, Francesco Storace, durante el encuentro en el Meeting de Rímini dedicado al valor de la familia

Recuerdo aquel agosto del 44 en el clima de la reciente liberación de Roma. Como delegado juvenil de la DC yo formaba parte de la dirección en la que Achille Grandi explicaba la naturaleza y finalidad de la Asociación que él promovía. Parecía entonces cosa natural la unidad sindical, pero era necesario que los trabajadores cristianos tuvieran una formación específica y adquirieran la conciencia de que tenían una misión que cumplir. Los ánimos y el apoyo venían desde arriba de monseñor Montini, que más tarde estudió con el presidente De Gasperi la manera de evitar que las ACLI pudieran ser disueltas tras los errores de su secretario administrativo. El hecho negativo existía, aunque no deja de ser infundada la sospecha de que en las altas esferas vaticanas se utilizara el hecho para liquidar a las ACLI. El asistente eclesiástico, monseñor Civardi, era persona digna y culta, pero no tenía agallas suficientes.
Por lo demás, las sospechas de tendencias izquierdistas no eran nuevas en este campo. El propio Grandi (lo leo en la correspondencia Grandi-Rapelli) advertía con fecha 1 de julio de 1926 a su interlocutor: «Va usted –por supuesto, de buena fe, queriendo favorecer al cristianismo– hacia el socialismo, mejor dicho, hacia el comunismo».
Tampoco hay que olvidar que más tarde el presidente Livio Labor participó personalmente en la batalla por el divorcio, haciendo propaganda incluso en la Universidad Católica de Milán.
Volviendo a los orígenes, sin embargo, las ACLI fueron una palestra de formación y una entidad esencial de maniobras: primero para motivar la unidad sindical, luego para dar un bagaje formativo y práctico a la Confederación de Trabajadores Libres.
En mi diario de 1947, a punto de publicarse, anotaba con fecha 26 de agosto esta lapidaria sentencia de De Gasperi: «Las ACLI son esenciales para salvar al mundo del trabajo del alud comunista».
Este es uno de los motivos por el que participé con gusto en la misa jubilar y en la asamblea de los “aclistas”.
La reciente invitación del Papa a los movimientos católicos para que no se pierdan en nostalgias y afronten con sabiduría y decisión las nuevas tareas y los muchos desafíos del “mundo” está en perfecta sintonía con las ACLI.


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