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IGLESIA
Sacado del n. 09 - 2004

Los políticos también van al cielo


Lo afirma el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las causas de los santos. Pablo VI definió la política como «la forma más alta de caridad»


por Gianni Cardinale


El cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las causas de los santos

El cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las causas de los santos

Los cincuenta años de la muerte de Alcide De Gasperi, cuyo proceso de beatificación diocesano sigue adelante; el honor de los altares para Alberto Marvelli, socio de la Acción católica y asesor democristiano de Rímini en la posguerra; la beatificación de Carlos de Habsburgo, último emperador de Austria; el conjunto de estos acontecimientos ofrece un punto de partida para plantear las relaciones entre santidad y política. 30Días ha hablado con el cardenal José Saraiva Martins, prefecto desde 1998 de la Congregación para las causas de los santos. El purpurado portugués se demuestra especialmente interesado y preparado en la cuestión porque está preparando un detallado informe sobre el tema, que presentará el próximo mes de octubre en la Asociación internacional “Caridad política” fundada por el profesor Alfredo Luciani.
Antes de comenzar la entrevista, el cardenal Saraiva Martins considera oportuno hacer una puntualización: «Quisiera aclarar», nos dice, «que mis reflexiones sobre la santidad en el ejercicio de la actividad política se refieren exclusivamente a los laicos cristianos. En efecto, sólo ellos tienen como vocación propia en la Iglesia “tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales”. En cambio, la condición de los sacerdotes, religiosos y religiosas exige una dedicación exclusiva a su misión propia, lo que comporta el deber de abstenerse –en situaciones normales– de actividades políticas, económicas o sindicales».
Eminencia, la política es también el arte del compromiso. ¿Son compatibles santidad y compromiso?
JOSÉ SARAIVA MARTINS: El uso de la palabra “compromiso“ puede ser fuente de confusión. Podría entenderse como hacer tratos incluso en menoscabo de la verdad y de la justicia. Y si así fuera, la clase política entera quedaría automáticamente desacreditada. Sin embargo, casi nunca es posible en la actividad política alcanzar todo lo que se pretende. En primer lugar, Dios ha establecido un orden del universo en la ley eterna o derecho natural, pero, dentro de este marco, ha querido la colaboración libre y responsable de los hombres, según el dictamen de su propia conciencia rectamente formada, para llevar a cabo en el tiempo la obra de la creación. La observancia de la ley natural y la libertad responsable del individuo son los elementos inseparables que Dios ha querido para la acción del cristiano en lo temporal. Si las soluciones para todos los casos posibles estuvieran preestablecidas, no habría libertad y, por tanto, tampoco dignidad humana, ni se podría hablar de Historia, sino sólo de rígido determinismo. Ahora bien, cuando las opciones legítimas son más de una, no es lícito para nadie tratar de imponer a los demás su propias opiniones, y habrá que llegar a una decisión que sea el resultado de una confrontación honesta y cabal de los distintos pareceres.
¿Es posible, por tanto, para un político católico aprobar leyes que no concuerdan perfectamente con la doctrina católica?
SARAIVA MARTINS: En los párrafos 73 y 74 de la encíclica Evangelium vitae, Juan Pablo II plantea la hipótesis de un parlamentario que, frente a una ley contraria al derecho a la vida que no puede ser completamente abolida –y lo mismo vale para las leyes contrarias a la dignidad y a la estabilidad de la familia o para otras muchas parecidas–, puede y a veces debe «ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública», siempre que quede clara y sea conocida por todos su contraposición personal a dicha ley. Me limito a esta breve alusión al tema, que requiere mayor puntualización. Tampoco en este caso, sin embargo, creo que pueda hablarse de compromiso.
Robert Schuman con Alcide De Gasperi

Robert Schuman con Alcide De Gasperi

¿Es posible para los políticos ser santos?
SARAIVA MARTINS: Claro que sí. La llamada universal a la santidad atañe también a los políticos, lo dice el Concilio Vaticano II en la constitución apostólica Lumen gentium: «Queda, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad». Que luego la llamada se realice, es un paso sucesivo. La actividad de los políticos debe estar al servicio del bien común. Es evidente, por tanto, que puede santificarse quien la ejerce y también que la misma actividad política puede y debe ser santificada. Hay que alegrarse por tanto de que muchos laicos participen en ella activamente, según sus propias condiciones y posibilidades. No por nada Pablo VI definía la política como «la forma más alta de caridad».
¿Son más complicadas que las otras las causas de canonización de los políticos?
SARAIVA MARTINS: De por sí no son más complicadas. La Iglesia no canoniza un sistema político, sino la persona que ha practicado heroicamente las virtudes y que, por tanto, en el campo específico de la política, ha obrado conforme a la fe, con verdadera competencia y en la búsqueda continua del bien de la sociedad, no de sus propios intereses. La complejidad mayor puede estar, al igual que en otras causas, en el hecho de que se trata de políticos cuya actividad ha tenido resonancia nacional o internacional, porque en este caso es necesario situar a la persona en su contexto histórico y social, mientras que en otros casos– por ejemplo, una madre de familia que ha vivido una vida normal en un ambiente geográfico concreto– será suficiente una descripción general del ambiente donde pasó su vida el candidato a la canonización.
El santo patrono de los políticos es santo Tomás Moro. Esto puede dar a entender que el único camino que tiene un político para ser santo es el martirio…
SARAIVA MARTINS: Los políticos, incluso los que aspiran a la santidad, pueden estar tranquilos. No es necesario que aspiren por fuerza al martirio… Puede ser declarado santo cualquier fiel cristiano que se haya dedicado a la política. Personalmente considero que Tomás Moro podría haber sido canonizado aunque no hubiera sido mártir.
El emperador Carlos de Austria con su séquito durante la procesión del Corpus Christi por las calles de Viena

El emperador Carlos de Austria con su séquito durante la procesión del Corpus Christi por las calles de Viena

¿Qué figuras de políticos santos le gustan más a usted?
SARAIVA MARTINS: No quisiera expresar preferencias. Permítame simplemente señalar la figura del último “político“ beatificado, Alberto Marvelli, quien, además de ser un antiguo alumno salesiano y miembro de la Acción Católica, fue también asesor democristiano del Ayuntamiento de Rímini.
¿Qué es lo que más le llama la atención del beato Marvelli?
SARAIVA MARTINS: Dos cosas sobre todo. En primer lugar, su entrega total y sin miedo a Jesucristo y no de manera abstracta, sino teniendo presente siempre la frase de Jesús: «Lo que hagáis al más pequeño de mis hermanos, me lo hacéis a mí». Marvelli fue un gran apóstol de los pobres. Y también la percepción de que no es la astucia o la acción del político lo que procura el bien del Estado, sino la gracia del Señor. Escribía el beato Alberto: «No hemos hecho nada para las elecciones, hay que trabajar más en profundidad. En algunos sitios se trabaja mucho, pero no se hace nada. Hay que trabajar en la gracia de Dios…».
Fue noticia su declaración en favor de la santidad de Alcide De Gasperi durante la “Tendópolis” de la juventud, que tuvo lugar en el santuario abrucés de San Gabriel de la Dolorosa, a finales de agosto. ¿Desea añadir algo?
SARAIVA MARTINS: Le respondo citando las palabras del beato cardenal Ildefonso Schuster, que murió pocos días después que De Gasperi, hace cincuenta años. Cuando el arzobispo de Milán se enteró de la muerte del estadista trentino comentó: «Desaparece de la tierra un cristiano humilde y leal que dio a su fe testimonio entero en su vida privada y en la pública». Para una persona comedida como Schuster me parece un elogio significativo y que confirma su libertad de opinión. Con motivo del cincuentenario de la muerte se están resaltando las grandes cualidades de De Gasperi, su concordancia plena y convencida con Robert Schuman [del que se ha concluido la fase diocesana del proceso de beatificación, n. de la r.] sobre el proyecto de una verdadera integración europea. Las causas de beatificación de los dos sirven para profundizar aún más en su arraigada y vivida espiritualidad cristiana. Leía con interés lo que el cardenal Angelo Sodano subrayaba de que en De Gasperi «virtud religiosa y virtud civil se saldaron al servicio del trabajo político». Hay algo muy hermoso, que hoy tiene un carácter profético, que el siervo de Dios Alcide De Gasperi escribe a su mujer Francesca: «Hay hombres de presa, hombres de poder, hombres de fe. Yo quisiera se recordado entre éstos últimos».
Parece que las causas de beatificación de políticos modernos atañen exclusivamente a personalidades del área popular/democristiana (Marvelli, Schuman, De Gasperi…). ¿Debe ser necesariamente así?
SARAIVA MARTINS: Ni por asomo, la santidad no tiene carnet. De ningún tipo. La única ley de Dios válida para un político cristiano se basa en dos pilares: por un lado, la ley natural entendida según las declaraciones del magisterio de la Iglesia, que admite una pluralidad de soluciones concretas en cada caso; por el otro, la decisión libre y responsable del interesado que, en la búsqueda del bien de la sociedad, sigue los dictámenes de la conciencia rectamente formada. La Iglesia, por tanto, no puede nunca canonizar un sistema político concreto, ni, por supuesto, dar preferencias a determinados partidos. Es sujeto de la canonización el político que, en su actividad, practica en grado heroico las virtudes, entre ellas el recto ejercicio de su propia libertad.
Alberto Marvelli, miembro de la Acción católica y asesor democristiano en el ayuntamiento de Rímini durante la posguerra, beatificado el 5 de septiembre de 2004. A la derecha, Juan Pablo II en Loreto durante la beatificación de Marvelli

Alberto Marvelli, miembro de la Acción católica y asesor democristiano en el ayuntamiento de Rímini durante la posguerra, beatificado el 5 de septiembre de 2004. A la derecha, Juan Pablo II en Loreto durante la beatificación de Marvelli

El 3 de octubre será beatificado un político de otros tiempos, Carlos de Habsburgo, último emperador de Austria. ¿Ha sido una ventaja o una desventaja para el camino de su causa de beatificación el hecho de que Carlos perteneciera a la nobleza?
SARAIVA MARTINS: Todos los miembros de la Iglesia son hijos de Dios invitados a vivir la vida de Cristo y partícipes de la misma llamada universal a la santidad. Esta es la nobleza que cuenta ante el Señor. Por tanto, no ha habido ninguna deferencia de carácter mundano.
¿Puede suscitar perplejidad en naciones que no tienen buenos recuerdos del Imperio austriaco la beatificación de Carlos de Habsburgo?
SARAIVA MARTINS: Con la beatificación de Carlos de Habsburgo se proclama la santidad de vida de un fiel cristiano que practicó las virtudes en su situación de emperador. Esto no comporta ningún juicio de valor sobre la bondad de sus decisiones concretas en materia política. El sujeto de la causa no es el Imperio austriaco, ni un sistema político concreto, sino una persona. La Iglesia, repito, no canoniza ninguna forma institucional…
¿Tampoco la democracia?
SARAIVA MARTINS: Ni siquiera la democracia es perfecta. Basta pensar que Aldolf Hitler fue elegido democráticamente… La Iglesia, como dice el Papa en la Centesimus annus, respeta la legítima autonomía del orden democrático y no tiene ningún título para expresar preferencias por una u otra solución institucional.


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