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SANTUARIOS ITALIANOS
Sacado del n. 12 - 2004

Qué hermosas son tus moradas


La introducción escrita por el Prefecto de la Biblioteca Ambrosiana para el volumen


por Gianfranco Ravasi


Montevecchia: no es un topónimo evocativo de una anciana castellana, sino la degeneración del bajo latín mons vigiliae, el monte del centinela, del vigía. A esta colina que domina toda la llanura y deja vislumbrar en el fondo las luces de Milán subo por lo menos dos veces al año, en la gran vigilia pascual y en la de Navidad para la Misa del gallo. Este es mi “Sacromonte” lombardo, ligado a los recuerdos de mi infancia en Brianza, a mis primeras oraciones rezadas en el santuario mariano que hay en la cima, al final de una escalinata escarpada cortada por la mitad por el círculo de un viacrucis de arenisca de gran impacto figurativo.
He querido volver a subir idealmente a esa colina desconocida por la mayor parte de los lectores porque estoy convencido de que todos tienen su “Sacromonte”, aunque menor, al que van ligados recuerdos y quizás también esperanzas. Estoy seguro, además, de que muchos lectores lombardos hallarán en los hermosos retratos que siguen (son verdaderas pinturas, como las que hacían los paisajistas del Grand et Petit Tour de los siglos pasados) “su” santuario o, como me ha pasado a mí, los lugares sagrados más queridos de Lombardía. Sí, porque es difícil que un milanés no haya subido por lo menos una vez el espléndido camino, “entallado como libro en la piedra”, que conduce al Sacromonte de Varese.
Recordará las paradas en las catorce capillas dedicadas a los misterios del Rosario (una de ellas fue remozada por Guttuso) para terminar el recorrido orante en el santuario, último misterio mariano, aureolado de espiritualidad por la contigua presencia del monasterio de las ermitañas ambrosianas, también a su modo centinelas con su horas marcadas por la pureza absoluta del canto firme de la liturgia ambrosiana. Es igualmente difícil que un lombardo no sepa qué es el santuario de Tirano. Muchas veces quizás ha bordeado solamente ese imponente edificio sagrado con su soberbia fachada de Bramante y su maravilloso y solemne campanario: sobre su coche los esquíes que indicaban otra meta, los campos nevados de Bormio y del Stelvio.
Y, sin embargo, quizás se ha acercado alguna vez a ver por dentro ese templo majestuoso y ha escuchado o leído la historia de esa aparición tan campestre ocurrida durante las primeras luces del alba de un domingo de septiembre de 1504, una historia referida en ese delicioso Libro dei miracoli redactado en un italiano repleto de expresiones dialectales de la zona de Valtellina. Tal vez haya oído hablar de esa terrible “sagrada matanza”, expresión de un duelo en el que se entrelazaban fe y política. Pero en nuestros días habrá descubierto que los ritos satánicos, celebrados entonces en aquellas tierras por brujas y hechiceras y que condenara san Carlos Borromeo, no son el vestigio de un paleolítico espiritual: en Chiavena, a pocos kilómetros de Turano, el martirio de sor Maria Laura Mainetti, por todos conocido, lleva aún el estigma de ese mismo culto blasfemo, absurdo y sanguinario.
Lo mismo que yo, muchos lombardos eligen para sus vacaciones de verano o para el fin de semana las encantadoras orillas del lago de Como. Las guías turísticas, por supuesto, señalan los grandes hoteles o las villas patricias hoy deshabitadas, mientras que el cotilleo periodístico induce a detenerse fuera de la villa de George Clooney para ver aunque sólo sea su perfil detrás de los cristales ahumados de su veloz Mercedes, como si fuera una nueva aparición “laica”. Giuseppe Frangi, en cambio, ha optado por hacernos subir a esta inolvidable tribuna natural donde se encuentra el santuario de Ossuccio, con su dulce Virgen de mármol cándido y con el niño que juega con un pajarito, pero también con ese itinerario punteado de capillas, en las que se agolpan por lo menos doscientas treinta y tres estatuas, con cinco figuras de personajes con paperas, señal de un realismo producido por un síndrome endémico del pasado, con seis caballos, con nueve animales y con muchas escenas llenas de viveza.
Hay una sorpresa en esta selección de montes sagrados. Creo que muchos, como yo, se quedarán sorprendidos ante una meta “escondida y apartada” que propone este dossier. Pocos conocen el Montesacro de Cerveno, y, sin embargo, a través de la representación que nos ofrece Frangi tenemos la ocasión de realizar un encuentro extraordinario. El encuentro con el viacrucis de madera de Beniamino Simoni, un artista del pueblo dotado de una genialidad figurativa que ya había notado el “ojo febril” de Giovanni Testori. Ahora la esperanza es ver que peregrinos y visitantes dirijan sus pasos también hacia este pueblecito de la provincia de Brescia, hasta ahora marginado, para descubrir aquí también ese anhelo que todos los Sacromontes producen en el alma.
Comencé evocando un santuario de la zona de Lecco, Montevecchia. Quisiera concluir este breve viaje por algunos montes sagrados con palabras que todos conocen: «Adiós, montes surgentes de las aguas, y elevados al cielo, cimas desiguales, conocidas por quien ha crecido entre vosotros y grabadas en su mente, no menos que el aspecto de sus familiares…» ¿Quién no recuerda este conmovedor adiós a los montes de Lecco que Manzoni nos dejó en Los novios? Esas montañas son el Resegone, las Grigne y las alturas del lago de Lecco. Y, sin embargo, esa sensación de nostalgia se experimenta con mayor razón cuando desde la paz y el silencio del santuario de un Sacromonte se baja hacia el ruido y el frenesí de los valles y de la llanura urbana. Es la misma nostalgia que sentía el antiguo judío cuando dejaba el monte santo de Sión, altura estupenda, gozo de toda la tierra, y con el Salmista proclamaba una bienaventuranza y una promesa: «Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre. Dichosos los hombres cuya fuerza está en ti, y las subidas en su corazón» (Sal 84, 5-6).


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