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Sacado del n. 12 - 2011

LECTURA ESPIRITUAL/44


En los bautizados permanece la concupiscencia ad agonem/para el combate, es decir, para la oración



Jesús salva a Pedro de las aguas, mosaico del siglo XII, Catedral de Monreale (Palermo) [© Enzo Lo Verso]

Jesús salva a Pedro de las aguas, mosaico del siglo XII, Catedral de Monreale (Palermo) [© Enzo Lo Verso]

Introducción

 

Como comentario al canon 5 del decreto De peccato originali del Concilio de Trento, que publicamos a continuación, hemos pensado proponer de nuevo en la sección Nova et vetera algunos fragmentos de don Luigi Giussani sobre la oración («La fe pide» publicado en 30Días, n. 1, 2008, pp. 34-43).

Estos fragmentos evidencian que el proprium de la respuesta de la libertad del hombre al atractivo de la gracia es oración. «Quod operum lex imperat hoc fidei lex impetrat / Lo que manda la ley lo pide la fe», dice san Agustín (De Spiritu et littera 13, 22). «Et fides orat / también la fe ora», dice igualmente san Agustín (Enchiridion de fide, spe et caritate 2, 7). La fe, en efecto, no es conquista ni posesión nuestra, sino que es reconocimiento / confessio / que pide / supplex.

Al mismo tiempo estos fragmentos revelan de modo sorprendente el corazón de la experiencia cristiana vivida por don Luigi Giussani. Así, acercándose el séptimo aniversario de su muerte, el próximo 22 de febrero, nos ayudan a captar el corazón de su experiencia, que se puede resumir en estas palabras suyas: «La oración no es una actividad, es la actividad del hombre según todas las dimensiones de su persona; la actividad que no sea oración no es actividad humana, carece de la verdad inicial y de la verdad en el fin». Son las mismas palabras de san Agustín, cuando dice que depositar la esperanza en la oración representa «totum atque summum negotium / la actividad totalizante y suma» de la vida cristiana (De civitate Dei XV, 21).

Es al respecto muy sugestivo un apunte enviado a 30Giorni por una persona de los Memores Domini, en el que se lee una frase de don Giussani de 1992. Había ido a visitar a unas personas y, en el umbral de la casa, al despedirse, dijo: «Pensad en aquella joven de quince-diecisiete años [María] que vivía todo como oración, que reconducía todo a la oración: tenemos que hacer lo que ella. Llevo cuarenta años repitiéndolo y ni uno me ha tomado en serio todavía». Quizás era necesaria esa persecución que don Giussani preveía en abril de 1992 («La ira del mundo de hoy no se desata ante la palabra Iglesia, ni ante la idea de que algunos nos sigamos llamando católicos, o ante la figura del Papa descrito como autoridad moral. Es más, hay un respeto formal, incluso sincero. El odio –a duras penas contenido, pero que enseguida se desbordará– se desencadena frente a los católicos que actúan como tales, los católicos que se mueven en la sencillez de la Tradición [Luigi Giussani, Un avvenimento di vita, cioè una storia – introducción del cardenal Joseph Ratzinger – Edit-Il Sabato, Roma 1993, p. 104]) para que a alguien, en los años siguientes, se le diera la posibilidad de estarle cerca a la hora de reconducirlo todo a la oración.

 

 

Decretum de peccato originali, can. 5 (Denzinger 1515)

 

Si quis per Iesu Christi Domini nostri gratiam, quae in baptismate confertur, reatum originalis peccati remitti negat, aut etiam asserit, non tolli totum id, quod veram et propriam peccati rationem habet, sed illud dicit tantum radi aut non imputari: anathema sit.

In renatis enim nihil odit Deus, quia «nihil est damnationis iis» (Rm 8, 1), qui vere «consepulti sunt cum Christo per baptisma in mortem» (Rm 6, 4), qui «non secundum carnem ambulant» (Rm 8, 4), sed veterem hominem exuentes et novum, qui secundum Deum creatus est, induentes (cfr. Ef 4, 22-24; Col 3, 9s), innocentes, immaculati, puri, innoxii ac Deo dilecti filii effecti sunt, «heredes quidem Dei, coheredes autem Christi» (Rm 8, 17), ita ut nihil prorsus eos ab ingressu caeli remoretur.

 

Manere autem in baptizatis concupiscentiam vel fomitem, haec sancta Synodus fatetur et sentit; quae cum ad agonem relicta sit, nocere non consentientibus et viriliter per Christi Iesu gratiam repugnantibus non valet. Quin immo «qui legitime certaverit, coronabitur» (2Tm 2, 5). Hanc concupiscentiam, quam aliquando Apostolus «peccatum» (cfr. Rm 6, 12-15; 7, 7.14-20) appellat, sancta Synodus declarat Ecclesiam catholicam numquam intellexisse peccatum appellari, quod vere et proprie in renatis peccatum sit, sed quia ex peccato est et ad peccatum inclinat. Si quis autem contrarium senserit: anathema sit.

 

 

Decreto sobre el pecado original, can. 5

 

Si alguno dice que por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo que se confiere en el bautismo, no se remite el reato del pecado original; o también si afirma que no se destruye todo aquello que tiene verdadera y propia razón de pecado, sino que sólo se rae o no se imputa: sea anatema. Porque en los renacidos nada odia Dios, porque nada hay de condenación en aquellos que verdaderamente por el bautismo están sepultados con Cristo para la muerte (Rm 6,4), los que no andan según la carne (Rm 8,4), sino que, desnudándose del hombre viejo y vistiéndose del nuevo, que fue creado según Dios (Ep 4,22), han sido hechos inocentes, inmaculados, puros, sin culpa e hijos amados de Dios, herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,17); de tal suerte que nada en absoluto hay que les pueda retardar la entrada en el cielo.

 

Ahora bien, que la concupiscencia o fomes permanezca en los bautizados, este santo Concilio lo confiesa y siente; la cual, como haya sido dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y virilmente la resisten por la gracia de Jesucristo. Antes bien, el que legítimamente luchare, será coronado (2Tm 2,5). Esta concupiscencia que alguna vez el Apóstol llama pecado (Rm 6,12), declara el santo Concilio que la Iglesia Católica nunca entendió que se llame pecado porque sea verdadera y propiamente pecado en los renacidos, sino porque procede del pecado y al pecado inclina. Y si alguno sintiere lo contrario, sea anatema.



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