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PORTADA
Sacado del n. 03 - 2005

El cristianismo es un acontecimiento


Cuando murió el cardenal Hamer en diciembre de 1996, don Giussani escribió en L’Osservatore Romano que estaba «profundamente agradecido por la gran enseñanza recibida sobre la naturaleza de comunión de la Iglesia y por el sucesivo encuentro personal lleno de verdadero afecto eclesial». También por esto volvemos a publicar el texto escrito para Il Sabato en 1993


por el cardenal Jean-Jérôme Hamer


Me ha cautivado la tesis central del libro Un avvenimento di vita, cioé una storia de don Luigi Giussani: el cristianismo es un acontecimiento. Un acontecimiento que se traduce en un encuentro, que postula una presencia y se realiza en la «contemporaneidad». Es una idea que lleva en sí implicaciones importantes a nivel pedagógico y también en el plano teológico, como le he escrito personalmente por carta al autor del libro.
El cardenal Jean-Jérôme Hamer; aquí al lado, la portada del libro Un avvenimeto di vita, cioè una storia, publicado por Il Sabato 
en 1993

El cardenal Jean-Jérôme Hamer; aquí al lado, la portada del libro Un avvenimeto di vita, cioè una storia, publicado por Il Sabato en 1993

La noción de acontecimiento referida al cristianismo no es común en el pensamiento católico de hoy. A ella recurrió, en el período de entreguerras, el gran teólogo alemán Karl Barth, polemizando con la teología liberal. Pero para el protestante Barth el acontecimiento es algo completamente diferente. Un relámpago, una iluminación que toca la vida y el instante después retrocede: entra en la existencia humana como la aguja de una máquina de coser perfora el tejido. Este relámpago puede repetirse muchas veces, pero el resultado existencial no cambia. Tras el destello vuelve la oscuridad de siempre. Algo trascendental que no se encarna y sobre lo que, por consiguiente, es difícil construir algo estable.
El acontecimiento del que habla don Giussani no es un relámpago: funda una historia que permanece. Es la iglesia. «El acontecimiento cristiano –como todo acontecimiento– es el comienzo de algo que no había existido antes: una irrupción de lo nuevo que pone en marcha un proceso nuevo» (p.489). Me ha llamado la atención que en el título de portada del libro se haya querido subrayar este afecto resaltando la palabra «Historia» con color rojo y caracteres más grandes.
Afirmar el acontecimiento significa reconocer el carácter radicalmente nuevo y soberano que tiene el cristianismo. Según los diccionarios, «acontecimiento» es un hecho importante, que marca un momento de la historia. Giussani va más allá de esta definición y desarrolla la idea de que el acontecimiento es un hecho fundamentalmente nuevo. En la línea de Charles Péguy: «no-previsible, no-previsto, no-consecuencia de factores antecedentes» (p.478). Por tanto, algo que sorprende, que «irrumpe» en la historia. También en la historia de la persona singular.
El planteamiento de don Giussani permite mostrar el sentido exacto del pensamiento de la Iglesia sobre la relación que hay entre «espera» y «cumplimiento», entre «profecía» y «realización», entre «antigua ley» y «nueva ley». En cada uno de estos binomios existe una real continuidad y una radical discontinuidad.
Cristo es la respuesta adecuada a los deseos más profundos del hombre. Pero el cumplimiento no es el desarrollo natural y progresivo de la expectativa humana. El cumplimiento no es para el deseo lo que la planta para la semilla. No es una evolución, un proceso natural, lineal. La expectativa recibe una respuesta que supera con mucho a la petición planteada. Una realización que puede parecer paradójica. Pensemos en el mesianismo común de la gente que vivía al lado de Jesús, incluidos los discípulos del Señor. Tenía una expectativa que recibe una respuesta totalmente imprevista. Nadie preveía un Mesías que iba a resucitar de entre los muertos y entrar así en la gloria. Jesús les había preparado, les dijo que iba a tener que sufrir mucho, pero hasta el último momento no parece que esta idea entrara en la conciencia de los apóstoles. «Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel», dicen sus discípulos camino de Emaús, «pero hoy hace ya tres días que ocurrió» (Lucas 24,21).
También la religiosidad natural es una situación de espera que está en función de un cumplimiento. Giussani, relatando su amistad con algunos monjes budistas, dice que el ápice del sentido religioso natural es «una espera dolorosa» (p. 40). Tanto es así que ciertas formas de la religiosidad natural deben ser radicalmente superadas para verse realizadas en el misterio de Cristo. Continuidad y discontinuidad, una vez más.
La primacía del acontecimiento respecto al mismo sentido religioso es para mí una de las novedades más importantes en el pensamiento de don Giussani en este libro. Se ve bien en la entrevista concedida a Angelo Scola en 1987 (con ocasión del Sínodo mundial sobre los laicos) y publicada de nuevo al principio de este volumen. A la pregunta de si la propuesta pedagógica del movimiento parte del sentido religioso, Giussani responde sin titubeos: «Lo central de nuestra propuesta es más bien el anuncio de un acontecimiento que ha sucedido y que sorprende a los hombres del mismo modo en que, hace dos mil años, el anuncio de los ángeles sorprendió a los pobres pastores en Belén. Un acontecimiento que ocurre, antes de cualquier consideración acerca del hombre religioso o no religioso...» (p. 38). Un tema decisivo.
La intuición de Giussani es también fecunda para profundizar más en torno al binomio ley antigua-ley nueva. La ley nueva se realiza con la gracia. Es el cumplimiento de la ley antigua, pero también, de alguna manera, su abrogación. La realización da cumplimiento y transforma, contemporáneamente, la misma expectativa. Idea que don Giussani desarrolla cuando, en su última conversación publicada en el libro, cita una frase (que define «admirable») de Juan Pablo I: «El verdadero drama de esa Iglesia a la que le gusta llamarse moderna es el intento de corregir el estupor por el acontecimiento de Cristo con reglas» (p. 481).
Y aquí entra la polémica antipelagiana de Giussani. Una polémica que pertenece a la tradición de la Iglesia. Desde Agustín a Tomás. A este propósito sería interesante releer y comentar los artículos de santo Tomás sobre «por qué el hombre necesita la gracia». No se halla la salvación mediante el esfuerzo moral, sino en el perdón. De no ser así no se entendería la insistencia de la teología católica sobre la gratuidad de la gracia, sobre la necesitad de los sacramentos, sobre la conciencia del pecado (al principio de la misa la Iglesia nos invita a que reconozcamos nuestros pecados, y no sólo de manera abstracta, como en algunas discutibles traducciones, que somos pecadores).
Para terminar, alguien podría señalar que el término «diálogo», tan central en la idea de aggiornamento de la Iglesia posconciliar, aparece raramente en el libro, mientras que abunda la noción de «presencia». ¿Devaluación del momento del diálogo? No creo. El diálogo es importante a todos los niveles, comenzando por el nivel político. Dado que pone fin a una hostilidad y crea un clima de confianza. «Se debe negociar siempre», decía el cardenal Richelieu. Y a nivel político es una postura justa y legítima. Pero el diálogo presupone la presencia, es decir, un «sujeto nuevo», pues si no se vuelve estéril, se convierte en fin en sí mismo. En su forma más verdadera también el diálogo es comunicación del acontecimiento, instrumento para que se dé un encuentro.


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