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TESTIMONIOS
Sacado del n. 04 - 2005

El deseo de nuestros beatísimos predecesores


El patriarca ecuménico de Constantinopla recuerda al papa Wojtyla


por Bartolomé I


El abrazo entre Pablo VI y el patriarca ecuménico de Constantinopla Atenágoras durante el viaje del papa Montini a Tierra Santa, Jerusalén, 5 de enero de 1964

El abrazo entre Pablo VI y el patriarca ecuménico de Constantinopla Atenágoras durante el viaje del papa Montini a Tierra Santa, Jerusalén, 5 de enero de 1964

En las palabras de estos días es imposible no hacer referencia a la pérdida de su santidad el papa Juan Pablo II, que ha terminado su vida y ha pasado a las moradas eternas, después de haber pagado la común deuda de la existencia humana.
Me he visto con el beatísimo Papa cuatro veces durante la última década, desde 1995 hasta hoy, y al igual que todo el mundo yo también he podido constatar y apreciar sus muchos carismas. Era realmente una personalidad carismática. Ha viajado más que cualquier predecesor suyo para llevar el mensaje del Evangelio, de la paz, de la justicia, del amor, de la fraternidad y de la colaboración entre los hombres y los pueblos. Ha tenido que afrontar muchas pruebas en su vida, y especialmente en sus 26 años de pontificado.
En el Patriarcado ecuménico le estamos especialmente agradecidos por la visita que nos hizo un año después de su elección para demostrar su disponibilidad y su prontitud a la hora de trabajar por la unidad de los cristianos divididos y en especial de los católicos y de los ortodoxos; unidad que es necesidad de nuestros tiempos, voluntad del Señor y cumplimiento de la súplica que hizo a su Padre celestial en el huerto de Getsemaní poco antes de su pasión, «para que todos sean uno». Por eso vino aquí y anunció con mi venerado predecesor, el patriarca Dimitros, en noviembre de 1979, en el día de nuestra fiesta del Trono, la constitución de una Comisión mixta que poco después comenzaría el desarrollo del diálogo teológico entre las Iglesias ortodoxa y católica romana.
Le estamos asimismo agradecidos por el reciente y gran gesto con el que nos devolvió, respondiendo a nuestra petición y a nuestro ruego, las sagradas reliquias de los grandes santos patriarcas de Constantinopla y maestros ecuménicos Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo.
Bartolomé I y Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro durante la ceremonia en la que el Papa entregó al Patriarca 
de Constantinopla una parte de las reliquias de san Gregorio Nacianceno y san Juan Crisóstomo, obispos de Constantinopla y doctores de la Iglesia, Roma, 27 de noviembre de 2004

Bartolomé I y Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro durante la ceremonia en la que el Papa entregó al Patriarca de Constantinopla una parte de las reliquias de san Gregorio Nacianceno y san Juan Crisóstomo, obispos de Constantinopla y doctores de la Iglesia, Roma, 27 de noviembre de 2004

Nuestros beatísimos predecesores, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras, tenían este deseo de la unidad de todos, y su simbólico abrazo en los Lugares Santos, hace cuarenta años, abrió una nueva página en la historia de la cristiandad. Lo que ha sucedido en los últimos cuarenta-cincuenta años en el terreno del diálogo ecuménico, del acercamiento y de la colaboración entre las Iglesias, tuvo origen en Jerusalén, en enero de 1964. También el papa Juan Pablo II, recientemente fallecido, así como el inmediato predecesor [de Pablo VI] Juan XXIII, siguieron la misma línea, y del mismo modo la siguió mi beatísimo inmediato predecesor Dimitros, y yo también la sigo con mis pobres fuerzas, porque creo firmemente en la necesidad de la paz, de la unidad, de la colaboración y del común testimonio de todos los cristianos en el mundo contemporáneo .


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