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AFRICA
Sacado del n. 05 - 2003

Intervención del padre Matteo Galloni, fundador de la comunidad Amor y Libertad

A quien llama se le abrirá


Intervención del padre Matteo Galloni, fundador de la comunidad Amor y Libertad


por Matteo Galloni


Nuestra comunidad quiere servir al Señor y a los más pobres. Nacimos en Italia en 1988 para dar una casa a los niños que no la tenían. Lo mismo hicimos hace seis años cuando construimos nuestra primera casa de acogida en la desastrosa periferia de Kinshasa. Nos hemos ocupado de los niños y luego, con dos sacerdotes congoleños de nuestra comunidad y en la zona que nos asignó el cardenal Etsou, hemos tratado de asegurar también el servicio pastoral y religioso. Hace tiempo el cardenal nos dijo que cuando se construya la iglesia en nuestra zona, la erigirá en parroquia. Para nosotros, que pensábamos que debíamos atender sólo a los chicos de nuestra casa, esto significa que todos, adultos, marginados y ancianos, pueden llamar a nuestra puerta. Tendremos que abrir el corazón y los brazos. Desde hace muchos años paso mi vida yendo y viniendo al Congo, he visto lo que hicieron los otros misioneros antes que nosotros, y he tratado de comprender el alma y la cultura de los africanos, en qué puede ser útil de verdad nuestra pequeña comunidad, considerando nuestras exiguas fuerzas. La respuesta, como siempre, llegó por su cuenta, mientras dábamos nuestra acostumbrada vuelta por el barrio: no había ni siquiera una escuela. La mayor parte de los hijos de los pobres no tienen ni tendrán instrucción, su ocupación es encontrar algo que comer una vez al día y tal vez un pequeño objeto de consumo por un gramo de felicidad. Crecen así, sin que nadie les enseñe nada. Por eso hace cuatro años abrimos una escuela primaria, que según el modelo belga seguido en el Congo dura seis años. Es hermoso ver a los niños crecer y estudiar. Pero últimamente, cuando me fijaba en los más grandes, me preguntaba qué harán después del primer ciclo de estudios: lo más probable es que vuelvan a la vida que hacían antes. Así que la última vez que fui a Kinshasa tomamos la decisión de construir una escuela secundaria, con su aula magna y todo. Y a esta primera obra hemos pensado añadir una segunda, una casa de acogida más grande para los niños, transformando la que tenemos ahora en un laboratorio donde enseñar carpintería, corte y confección y el uso de los ordenadores. Para los que tienen capacidades de estudiar buscaremos becas, de modo que puedan ir a la universidad, aunque sean hijos de pobres.
La tercera novedad tiene que ver con la decisión del cardenal Etsou de constituirnos en parroquia. Aquí es normal que llamen a la puerta pidiendo la caridad, porque tienen hambre o porque no tienen nada que dar a su familia. Para los párrocos y las misiones de aquí ayudar a esta multitud distribuyendo algo a cada uno es la labor de todos los días, y lo será, cada vez más, para nuestra comunidad, cuando se constituya la parroquia.
El salario medio de un congoleño corresponde más o menos a unos 90 euros al mes: poco, pero basta para dar de comer a una familia. A los que nos piden ayuda hemos comenzado a darles el equivalente de una jornada de trabajo, tres euros, pidiéndoles a cambio, cuando es posible, un pequeño trabajo (arreglar el prado, trasladar los contenedores de agua, hacer de guardián…). Por eso los que vienen a visitar nuestra misión en Kinshasa ven siempre mucha gente haciendo los trabajos más dispares (algunos claramente nos los inventamos…). Pensamos que es mejor así, que es también caridad hacer que estos hombres al final de la jornada se sientan contentos de recibir un salario y no sólo de recibir asistencia en el momento y luego no interesarse más por ellos. Pero nuestra parroquia cuenta con 70.000 almas, y por muchos trabajos que nos inventemos no podremos nunca darles una ocupación a todos; y además, ¿qué hacer con los ancianos o con los niños? El terreno donde estamos se encuentra entre el aeropuerto y el barrio de chabolas, nos lo vendieron deliberadamente para que la gente no construyera abusivamente cerca de las pistas, creando peligros al tránsito de los aviones. Detrás del aeropuerto y a orillas del río Congo he visto un terreno fértil muy grande, y he comenzado los trámites para comprarlo, si encuentro el dinero necesario. También estoy tratando de enviar desde Italia un container de azadas y semillas y buscar un medio de transporte adecuado para llevar a los hombres a este campo. Espero conseguirlo. Queremos ofrecer un trabajo y dar todos los días a cada uno su paga. Los productos del campo servirán para el sustento de la misión y de las personas que viven en ella, que comprende también (y cada vez serán más) a minusválidos y ancianos. Hace tiempo un sacerdote amigo mío me llevó a una cabaña donde vivía una anciana sola y extenuada: sus hijos se habían ido a buscar trabajo, no se sabía nada de ellos ni habían enviado ninguna ayuda, la anciana madre no comía desde no sé cuánto tiempo. Aquí la vida a menudo es así. A los que tiene la posibilidad de ayudar a esta obra les explico todo detalladamente, les explico que noventa euros valen la vida de una familia, que tierra, agua y brazos no faltan, que las perspectivas de un proyecto agrícola de este tipo, innovador, pueden ser de verdad grandes y útiles (también para frenar la emigración dictada por la desesperación, o hacer regresar a los que se han ido). En pocas palabras, quisiéramos “adoptar” padres de familia, con la misma caridad misionera que nuestra comunidad ha tenido para con los niños, en Italia primero y ahora en Kinshasa.
Es una propuesta; a algunos les gusta, y esto nos anima, pero también sucede que la burocracia nos pone zancadillas. Paciencia, siempre que mientras tanto no paguen las consecuencias los que tienen hambre. Esto sí que no. Nosotros no queremos banderas ni honores, trabajamos para el Señor y para los pobres.



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