Home > Archivo > 07/08 - 2005 > Un tesoro de palabras que la gracia hace aflorar
CATECISMO
Sacado del n. 07/08 - 2005

Un tesoro de palabras que la gracia hace aflorar


Entrevista al cardenal Christoph Schönborn sobre el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica


Entrevista al cardenal Christoph Schönborn de Gianni Valente


El cardenal Christoph Schönborn

El cardenal Christoph Schönborn

Ha pasado tiempo desde que el padre Christoph pasaba los días frente a su viejo Macintosh, escribiendo, corrigiendo, ajustando, párrafo tras párrafo, los capítulos de lo que en 1982 se convertiría en el Catecismo universal de la Iglesia católica. Era el “coordinador” del comité preparatorio que durante años, bajo la supervisión del cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, trabajó en la redacción de la más voluminosa y autorizada exposición de los contenidos de toda la doctrina católica después del Concilio Vaticano II. Por esto, como persona “informada de los hechos”, este dominico de modales amables, que mientras tanto ha sido nombrado arzobispo de Viena y creado cardenal, ha participado también en el trabajo del nuevo comité que desde 2003 ha llevado a cabo la redacción del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, promulgado por el papa Benedicto XVI el pasado 28 de junio, víspera de la solemnidad de san Pedro y san Pablo, en la Sala Clementina del Palacio apostólico.

Para usted, que trabajó durante años en la redacción del Catecismo, la publicación del Compendio representa el punto de llegada de un largo y fatigoso camino…
CHRISTOPH SCHÖNBORN: Es el fin de un largo trabajo que comenzó con el Sínodo extraordinario de 1985, cuando los padres sinodales le pidieron al Papa la redacción de un Catecismo que recogiera los contenidos de la fe católica. En 1987 me llamaron para formar parte del comité preparatorio bajo la dirección del cardenal Ratzinger (que hoy es nuestro Santo Padre), lo que me permitió poder trabajar a su lado durante tiempo. Luego, los participantes en el Congreso catequístico internacional pidieron que a partir de este instrumento se elaborara una formulación más manejable de los mismos contenidos de fe. Y así se ha elaborado el Compendio que, como ha explicado Benedicto XVI, es «una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia católica» y «contiene, de manera concisa, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia».
¿Qué opina de dicho Compendio publicado a finales de junio?
SCHÖNBORN: Una exposición clara de la fe es siempre algo bueno y necesario. Como todas las cosas hechas por los hombres no será la perfección absoluta. Pero es una obra de la Iglesia y puede ser de consuelo y ayuda para la vida de los fieles. Y además ha sido muy sugestivo el modo en que fue presentado.
Las portadas del Compendio.

Las portadas del Compendio.

¿A qué se refiere?
SCHÖNBORN: Al hecho de que ese día en la Sala Clementina no tuvo lugar sólo la presentación de un libro, una celebración profana. El Compendio fue entregado a la Iglesia durante la celebración de la Hora Sexta, la oración del oficio diario. Presidida por el Papa. Una ocasión que sugería de manera elocuente que es en la liturgia y en la oración donde los misterios de la fe se hacen presentes, se pueden contemplar y transmitir. Catequesis y liturgia son inseparables. Y mire qué casualidad, ese día la liturgia de la Iglesia recordaba a san Ireneo.
Un santo de su devoción.
SCHÖNBORN: Él también, para sintetizar su inmensa obra contra los herejes, escribió una especie de compendio, la Demonstratio de la predicación apostólica. Al enviársela a su amigo Marciano la presentaba como un compendio, «una serie de anotaciones sobre puntos fundamentales, de modo que en pocas páginas pueda encontrar mucha materia, habiendo reunido en breve las líneas fundamentales del cuerpo de la verdad». Y además, precisamente en el día de su fiesta se lee durante la misa un fragmento del Génesis del que Ireneo dio una interpretación muy brillante…
¿De qué se trata?
SCHÖNBORN: Es el pasaje que narra la historia de Lot y de su familia y de la predilección del Señor que les concede huir de Sodoma, sin mirar atrás, antes de la destrucción de la ciudad. Pero la mujer de Lot desgraciadamente miró hacia atrás y se transformó en una estatua de sal. Por culpa de la curiosidad femenina, dicen los maliciosos…
¿Qué dice Ireneo?
SCHÖNBORN: El obispo mártir de Lyón ve en ese episodio una figura de la Iglesia, que como la mujer de Lot es una madre que no descansa hasta que no ve que todos sus hijos se han salvado. Y por eso se detiene, mira hacia atrás, hasta sacrificar su vida. Todos los gestos de la Iglesia, incluso el catecismo, nace de esta misericordia, que es el reflejo en la Iglesia de la misericordia de la Virgen María, por lo cual de las dos podemos decir que son causa nostrae salutis
«El Compendio fue entregado a la Iglesia durante la celebración de la Hora Sexta, la oración del oficio diario. Presidida por el Papa. Una ocasión que sugería de manera elocuente que es en la liturgia y en la oración donde los misterios de la fe se hacen presentes, se pueden contemplar y transmitir. Catequesis y liturgia son inseparables»
Pero usted mismo ha hablado varias veces de una hostilidad preconcebida contra la idea misma de catecismo.
SCHÖNBORN: Sí. Como obispo siento una gran amargura al ver que en nuestras diócesis no se acoge el testimonio de la fe apostólica que hay en el Catecismo. Confieso que le he rezado a san Ireneo por esto. Él fue el primero que testimonió que la Iglesia había florecido en Alemania, y que también allí los hermanos concordaban en la fe con la Iglesia de Roma. Esta Iglesia que no ha perdido nunca la fe apostólica precisamente por el privilegio de apoyarse en los apóstoles.
Quizá los que se empeñan en presentar el Compendio como un ejemplo de orgullo católico no hacen más que reforzar esta hostilidad preconcebida…
SCHÖNBORN: El catecismo tiene más que ver con la imagen del niño en el momento que aprende de su madre a hablar. Aprende las palabras, y las palabras son los nombres de las cosas que descubre, y todo es una sorpresa, una novedad. Así los niños aprenden las palabras que les ayudarán durante toda la vida. Étienne Gilson dijo que todo lo que necesitaba para su vida de fe lo había encontrado en su catecismo. Cuando era un joven sacerdote me sucedió algo que me ha marcado…
¿De qué se trata?
SCHÖNBORN: Había un hombre casado que vivía de manera disoluta, iba con otras mujeres. Su mujer murió inesperadamente y él vivía con remordimientos de conciencia por haberla descuidado. Venía todos los días a misa, a las siete de la mañana. Me impresionó que esta persona, que desde hacía años había abandonado toda práctica de la vida cristiana, no había olvidado las fórmulas del catecismo. Las frases del catecismo que había aprendido cuando era niño le salían espontáneas una tras otra. En el naufragio de su vida esas fórmulas afloraban en su memoria como troncos a los que agarrarse, como las únicas promesas de salvación. Y esto me demostró lo útil que puede ser tener en la memoria un tesoro de palabras que quizás él mismo, cuando era niño, había aprendido sin comprenderlas siquiera, pero que en ese momento crucial allí estaban, a su disposición.
Ha citado usted a Gilson. También Charles Péguy dice que su fe estaba toda en el catecismo de la diócesis de Orléans, «el catecismo de la parroquia natal, el de los niños chicos».
SCHÖNBORN: El catecismo no puede convertirse nunca en pretexto de presunción y orgullo, porque lo que nos sugiere es que en la vida cristiana somos siempre unos principiantes, unos niños. Respecto al catecismo, el niño y el profesor están siempre en el mismo nivel, porque frente a los misterios de la fe somos siempre niños. El niño que san Agustín encuentra en la playa de Civitavecchia y que le hace comprender que con toda su aplicación teológica no podrá agotar la profundidad del misterio de la Santísima Trinidad, para mí es como el icono del catecismo.
La atención de los medios de comunicación se centra sobre todo en las cuestiones morales y de ética pública. Como si se tratase de un manual de instrucciones y prohibiciones morales. Al respecto el cardenal Honoré, miembro del comité preparatorio, escribió que se tuvo que corregir un planteamiento que en el borrador inicial podía parecer pelagiano…
SCHÖNBORN: El Compendio, obviamente, sigue al Catecismo también en esto. En el número 417, por ejemplo, se aclara que «a causa del pecado, la ley natural no es percibida siempre y por todos con igual claridad e inmediatez». Y en el párrafo 419 se añade que la Ley antigua, aunque es santa, espiritual y buena, «no dona por sí misma la fuerza y la gracia del Espíritu para observarla». El pecado original a menudo termina por ofuscar en los individuos la recta percepción de cuándo se quebrantan los dictámenes de la ley natural. Y como dijo el entonces cardenal Ratzinger durante el Año Santo, en la presentación del documento sobre las culpas de la Iglesia: «Me parece que sólo el perdón, el hecho del perdón, permite la franqueza de reconocer el pecado».
¿De dónde nacen, según usted, las reservas hacia el instrumento del catecismo que aún circulan incluso entre quienes se ocupan de estas cosas por oficio?
SCHÖNBORN: Por una parte, el movimiento bíblico comenzó ya desde los años cincuenta a influir en la práctica de la catequesis, con su invitación –que por sí misma se puede compartir– a recuperar también en la catequesis las referencias a la riqueza de la historia bíblica, superando el carácter a veces seco o abstracto de algunas fórmulas usadas hasta entonces. Pero por otra parte existía también el prejuicio de que la verdad no puede ponerse en frases, en sentencias que la definen. Y esto es un error, porque nunca existe la pretensión de que la fórmula de doctrina pueda contener y agotar la realidad que indica. Ya Léon Bloy subrayaba la fuerza y al mismo tiempo la insuficiencia de las fórmulas dogmáticas. Y santo Tomás aclaraba que «Fides non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem». Y además hay que reconocer que a veces las mismas palabras de Jesús tienen un carácter, por así decir, didáctico. Jesús, verdadero maestro, tiene también la sabiduría del educador. Muchas expresiones suyas son sentencias hechas para la memorización.
La Cruz: árbol de la vida, detalle 
del mosaico del ábside del siglo XII 
de la Basílica de San Clemente de Roma

La Cruz: árbol de la vida, detalle del mosaico del ábside del siglo XII de la Basílica de San Clemente de Roma

Hablando de didáctica, algunos consideraban superado el método de preguntas y respuestas propuesto por el nuevo Compendio.
SCHÖNBORN: Una vez, en una librería de aeropuerto entre un volumen sobre el Dalai Lama y otro sobre el esoterismo, encontré una especie de catecismo hindú, con preguntas y respuestas. El título era Daddy, am I a hindu? Estaba pensado como si el hijo hiciera preguntas y el padre le respondiera…
¿Qué quiere decir con esto?
SCHÖNBORN: El método de preguntas y respuestas no tiene nada de original en sí, puede ser el vehículo también de todas las expresiones culturales y religiosas de humanidad. Pero esta evidencia del método no me sorprende. La novedad del cristianismo se comunica mediante los procesos ordinarios de la vida, con el mecanismo normal con que se comunican las noticias, que es el de las preguntas que hacen los niños a los adultos y de las respuestas que reciben. Papá, ¿es verdad que Dios lo puede hacer todo? ¿Por qué existe el mal? ¿Quién es Jesús? Es el modo normal con el que se desarrollan los procesos de aprendizaje humanos respecto a cualquier realidad. Y es propio del cristianismo el hecho de usar las dinámicas expresivas naturales para comunicar los tesoros de la gracia.
¿Significa que las verdades de la fe cristiana se comunican como las de cualquier otra doctrina?
SCHÖNBORN: El factor original no está en la fórmula usada, sino en aquel que san Agustín llama el «maestro interior», que es Cristo, el Hijo de Dios. Cada vez que en la vida de fe, al principio y en cada nuevo paso, se da ese momento fascinante por el que captamos la misteriosa correspondencia entre una realidad, entre una verdad de fe y nuestro corazón –y se ve también en los ojos que se iluminan–, esto es obra de Cristo.
San Agustín, en el De praedestinatione sanctorum, reconoce que para el initium fidei no basta que la verdad sea anunciada. Porque –dice– si la fe fuera un mero asentimiento a la verdad anunciada, sería una obra nuestra…
SCHÖNBORN: Esto es lo más importante para el catequista, y también para el predicador, que sabe siempre que debe exponer la verdad con la mayor claridad posible, pero no es él quien realiza la obra de su acogida. En los Hechos de los apóstoles es siempre el Espíritu Santo quien abre la puerta a la palabra. Si Él no abre, la verdad predicada no puede entrar.


Italiano English Français Deutsch Português