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SÍNODO DE LOS OBISPOS
Sacado del n. 10 - 2005

ENTREVISTA AL CARDENAL JUSTIN FRANCIS RIGALI

Por una liturgia fiel a la letra del Vaticano II


Posteriormente en la aplicación de las indicaciones conciliares se han cometido abusos. Algunos han sido superados, otros no. La Iglesia trata con determinación que la liturgia sea siempre fiel a la letra del Concilio y no a sus fantasiosas interpretaciones


Entrevista con el cardenal Justin Francis Rigali por Gianni Cardinale


El cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson ha sido el único purpurado titular de una diócesis africana que participó en el Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía. Arzobispo de Cape Coast, Ghana, desde 1992, el cardenal Turkson, con sus 57 años cumplidos precisamente durante el Sínodo, es uno de los componentes más jóvenes del Sagrado Colegio. Creado cardenal en el último Consistorio de 2003, el purpurado es miembro de la Congregación para el Culto Divino, del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y de la Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia.

Justin Francis Rigali, arzobispo de Filadelfia

Justin Francis Rigali, arzobispo de Filadelfia

Eminencia, uno de los temas que han apasionado más a los medios de comunicación que s ocuparon del Síno­do fue el de los llamados viri probati. ¿Es un problema sentido en su continente?
PETER KODWO APPIAH TURKSON: No conozco diócesis africanas que hayan planteado este problema, pero el que se haya discutido significa que la de los viri probati se presenta como una solución del problema –real en algunas zonas de la catolicidad– de la escasez de sacerdotes y de la imposibilidad para algunas comunidades de poder tener una vida sacramental normal. Sin embargo, al final el Sínodo, por así decir, decidió no considerar esta hipótesis y arrinconarla por el momento en espera de que se examinen todas las demás posibles soluciones del problema.
¿Soluciones de qué tipo?
TURKSON: Estas soluciones pueden ser de largo o corto plazo. Las primeras implican intervenciones de la Iglesia para que en las familias haya un cambio de actitud o pensamiento sobre la natalidad. En todas las culturas y sociedades, mientras más hijos hay son más fáciles las vocaciones. La solución a corto plazo, por su parte, implica compartir el clero entre las Iglesias del Tercer Mundo y las del mundo occidental. No se trata de ofrecer un algo más de personal, sino de demostrar amor por la Iglesia, que nos pide que compartamos nuestros escasos recursos… nuestros cinco panes y dos peces.
¿En África existe el problema de comunidades que por falta de sacerdotes no pueden recibir normalmente la Eucaristía?
TURKSON: También en Ghana hay comunidades que no pueden tener un sacerdote que celebre con regularidad misa cada semana. Varios pueblos y ciudades están sin cura y tienen que conformarse con la presencia de catequistas. El sacerdote puede visitar estas comunidades cada dos semanas o cada mes. Esto significa que tampoco nosotros tenemos un sacerdote para cada comunidad. Esta situación, sin embargo, va ligada al hecho de que algunas comunidades no pueden mantener por sí solas a un cura. Nosotros hemos creado grupos de pueblos que unen sus recursos para mantener a un sacerdote. El cura los visita periódicamente a uno cada vez y en su ausencia los catequistas cuidan la comunidad. Por consiguiente, para nosotros, un paso para hacer que la Eucaristía esté más disponible para los fieles podría ser la preparación y elevación de catequistas adecuados al rango de ministros de la Eucaristía; junto a la preparación de las capillas de los pueblos y las ciudades con tabernáculos apropiados para custodiar las sagradas especies.
El sacerdocio celibatario, ¿es una dificultad especial para el contexto africano?
TURKSON: En nuestra religión tradicional existen ya sacerdotes célibes, y también los casados, cuando han de celebrar sus ritos, han de abstenerse de mantener relaciones sexuales tres días antes. Así que quienes dicen que para la mentalidad africana el celibato es inconcebible no dicen la verdad. Está claro que en el clero africano se pueden hallar situaciones de infidelidad a los votos. Se trata de pecados, y los pecadores están en todas partes, no sólo en África. Pero esto no quiere decir que el sacerdocio celibatario sea extraño a la realidad africana, para nada.
Otro tema sinodal que ha tenido gran cabida en los medios de comunicación fue el de la pastoral de los divorciados que se han vuelto a casar.
TURKSON: La cuestión de los católicos divorciados que se han vuelto a casar es compleja. Mientras en los países africanos y en Ghana ha sido admitido el divorcio, hay también muchas prácticas que reducen al mínimo su incidencia. Una de estas prácticas que ha contribuido a reducir la incidencia del divorcio ha sido también la poligamia. En nuestro país, por ejemplo, la poligamia ha sido históricamente un elemento que ha resuelto radicalmente el problema del divorcio. Si un hombre quería repudiar a una mujer –por ser estéril, demasiado débil o enferma hasta el punto de no poder trabajar, o por otros motivos–, no la dejaba tirada en la calle con todos los problemas derivados (¿quién se ocupará de ella o de sus posibles hijos?), sino que tomaba a otra sin abandonar a la primera. Con la influencia del cristianismo, y su doctrina de la unidad del matrimonio, la poligamia ha sido combatida en favor de la monogamia. Los convertidos al cristianismo han comprendido la doctrina cristiana que enseña la indisolubilidad del matrimonio. Han abrazado el significado del matrimonio como invitación a testimoniar el amor indestructible de Cristo por su Iglesia. Pero siendo todavía un pueblo en camino, las debilidades desfiguran de vez en cuando su rostro, y la paradoja del divorcio es una realidad y un problema nuevo para la pastoral de la Iglesia. Creo que en los casos de divorcio donde alguien es dejado abandonado sin quererlo, esta persona abandonada puede ser considerada como víctima de una injusticia, y por consiguiente, necesitada de una consideración particular.
¿Así que también en este caso los problemas son distintos?
TURKSON: En mi país se puede celebrar el matrimonio según las prescripciones tradicionales o bien por lo civil. Pero las dos formas permiten el divorcio. Los cristianos, además de estas dos formas, han de celebrar el matrimonio (ya válido tradicional y civilmente) también por la iglesia, como sacramento indisoluble y permanente. Esto les crea problemas a muchísimos fieles. Quienes han contraído un matrimonio tradicional vacilan a la hora de celebrar el matrimonio sacramental, es decir, por la iglesia, porque sabe que en este caso no podrá divorciarse. Son, pues, fieles que están en los umbrales de la vida interior de la Iglesia y tienen miedo de entrar plenamente. Y por eso no pueden recibir la comunión. Durante mis visitas pastorales, este es el problema que he de afrontar más frecuentemente. A estos fieles les pido que tengan valor y que se confíen al Señor y a su gracia y al apoyo de la comunidad cristiana. Yo tampoco, si hubiera puesto mi esperanza en mí mismo y en mis fuerzas, me habría ordenado nunca sacerdote.
Al final de su intervención en el Aula sinodal, pidió usted que la Santa Sede conceda dispensas especiales para que los fieles que según las normas canónicas en vigor no podrían hacerlo puedan acceder más fácilmente a la comunión…
TURKSON: Es una petición que va ligada a los problemas de los que acabamos de hablar. En Ghana los obispos hemos decidido ya potenciar los cuatro tribunales eclesiásticos con sacerdotes y laicos que conozcan bien la tradición y las costumbres del país. Será tarea suya examinar los casos de los fieles que no pueden acercarse a la Eucaristía a causa, por ejemplo, de injustas imposiciones de nuestro sistema familiar patrilineal y matrilineal a los esposos o de la simple maldad o la rígida toma de postura religiosa de un cónyuge no cristiano, y dirigirse a los obispos para las posibles dispensas. Precisamente para facilitar la solución de estos problemas pretendemos pedir dispensas especiales a la Santa Sede. Algunas de estas dispensas podrían ser concedidas por los obispos individualmente, pero es bueno evitar que los fieles queden desorientados por indicaciones distintas de diócesis a diócesis, y por eso es mejor el sistema de dispensas generales.
Un tema muy sentido en África es el de la inculturación de la liturgia.
TURKSON: La inculturación en sí nunca ha sido un problema; en la historia de la Iglesia siempre ha existido. Lo importante –y a esto nos llama siempre la Santa Sede– es que en este proceso no se pierda nunca de vista lo esencial de nuestra fe. Por lo que se refiere a nosotros, deberíamos tener la posibilidad de rendir culto al Señor con lo que tenemos. El uso de los tamtam, nuestros conceptos, nuestro modo de representar, nuestros cantos, nuestras danzas son los dones nuestros con los que queremos adorar al Señor. La Santa Sede no nos impone vetos, pero nos invita a prestar atención para que estas modalidades de inculturación no sean vistas como un culto pagano o un simple espectáculo. La tarea de nosotros, los obispos africanos, es vigilar para que esto no ocurra.
Eminencia, antes aludía usted a las dificultades que surgen en las parejas mixtas de musulmanes y cristianos. ¿Cómo son las relaciones entre la Iglesia y el islam en África?
TURKSON: El problema con el islam es que el diálogo va sólo en sentido único, no hay reciprocidad. El islam quiere dar, pero no recibir. Uno se puede convertir al islam, pero no desde el islam. Si un cristiano, por ejemplo, quiere casarse con una musulmana, es obligatorio convertirse al islam. Y esto no es justo.
¿Cuál es la situación en su país en este sentido?
TURKSON: El islam llegó a Ghana antes que el cristianismo, y durante los siglos pasados convivieron bien. En las familias convivían creencias distintas sin problemas. Un tío mío era musulmán, mi madre era metodista y mi padre católico, y no recuerdo problemas de convivencia. Todo cambió con la crisis que estalló en Oriente Próximo entre árabes e israelíes, y con el consiguiente despertar de las distintas religiones en su proclamación de identidad. Esta conflictualidad se ha difundido por todas partes y también en nuestro país, porque además los grupos musulmanes han comenzado a recibir numerosas ayudas económicas de los países del Golfo. Y con los subsidios llega también la ideología, y por consiguiente la situación pacífica comienza a cambiar. Por desgracia.
Otro tema evocado en el Sínodo fue el de la difusión de las sectas protestantes.
TURKSON: En los países africanos donde la lengua común no es el inglés la gente se salva bastante de esta difusión. Pero en los países anglófonos aumenta constantemente. Estos grupos se aprovechan de la ignorancia de la Biblia que existe también en nuestras comunidades, pero se difunden también por el escaso amor de los católicos hacia la riqueza de los sacramentos. ¿Qué hacer? Dar a conocer la Biblia a nuestros fieles y hacer que descubran la riqueza y la belleza de la vida sacramental de su Iglesia. Hemos de recordar que Jesús se manifiesta a nosotros de dos maneras, en la Eucaristía y en su Palabra. Y nosotros hemos de caminar sobre estas dos piernas, mientras que las sectas protestantes se tienen en pie con una pierna sola.

En el Sínodo un hermano de hábito africano evocó los casos tristes de mujeres que, trasladadas a las casas de formación de órdenes religiosas aquí en Occidente, abandonan estas casas y terminan en la calle…
TURKSON: El fenómeno existe, pero no afecta solo a las mujeres. Hay muchas vocaciones, pero a veces la formación no está a la altura. Por lo que se refiere a los que vienen a estudiar a Occidente, es verdad que no se sabe si lo hacen por verdadera vocación o para escapar de sus países. Ocurre que algunos que no tienen una verdadera vocación caen víctima de la prostitución o la droga. Por eso se requiere mucho discernimiento. La solución mejor sería poder hacer la formación en el país de origen y no en Occidente.
¿El problema de estos abandonos afecta también a los sacerdotes?
TURKSON: Existen también estos casos, pero el fenómeno es menor. Este tipo de problemas afecta sobre todo a seminaristas. Por eso es muy importante la relación entre el obispo y sus sacerdotes. Si un cura quiere a su obispo, es más difícil que abandone la diócesis. Es un bien, pues, que el obispo conozca bien a sus sacerdotes. Personalmente, para favorecer este conocimiento y estima recíprocas, cuando hay diáconos dispuestos para el sacerdocio, les doy alojamiento durante seis o siete meses en el episcopio. De este modo no ordeno a sacerdotes sólo según lo que me cuentan los responsables del seminario, sino también según el conocimiento personal. Creo que, con la ayuda de Dios, es un buen camino.



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