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LA VISITA DEL RABINO JEFE...
Sacado del n. 03 - 2006

Tradición y modernidad

Di Segni, Roma y el judaísmo italiano




El rollo de Ester (meghillá) escrito y miniado en 1633 por Yacov Zoref da Castelnuovo, conservado en el Museo judío de Roma

El rollo de Ester (meghillá) escrito y miniado en 1633 por Yacov Zoref da Castelnuovo, conservado en el Museo judío de Roma

«Eje de nuestro pensamiento religioso es el principio de la solidaridad y la justicia social, para los ciudadanos y para aquellos que son considerados extranjeros. También desde el punto de vista político, esta Comunidad no ha de ser solamente el organismo que responde a las peticiones, sino la promotora del bien común». «Por esta conciencia de responsabilidad el diálogo con todos, con las religiones, pero también con las culturas y las sociedades diferentes, hemos de considerarlo un deber; pero este diálogo ha de partir siempre del presupuesto de la igualdad en dignidad, ha de construir y no ha de destruir las identidades». Son fragmentos del discurso con el que Riccardo Shmuel Di Segni se presentó hace cuatro años en la Comunidad judía de Roma en su toma de posesión como rabino jefe. Fue elegido por unanimidad, por la estima de que goza, y quizá también debido a que su familia había ya dado en el pasado conocidas figuras de rabinos.
De padre romano y madre askenazí, Di Segni fue profesor y luego director del Colegio rabínico italiano, está licenciado en Medicina y decidió ser rabino jefe sin abandonar su trabajo de radiólogo en el hospital de San Juan de Roma y el contacto cotidiano con los pacientes. Releyendo hoy aquellas frases de febrero de 2002 se comprende que el encuentro en la mezquita no fue para el judaísmo romano una fuga hacia adelante, sino un gesto conforme con su propio pasado y su propia identidad. Como es sabido, los judíos están en Roma desde el siglo II a. de C., y nunca la abandonaron. Eran 40.000 en el 70 d.C., cuando la Ciudad eterna contaba con 800.000 personas, mientras que a finales del siglo XV, tras la expulsión de España, había en toda Italia unos 120.000. En la época de los guetos pasaron de 21.000 a 34.000 en Italia, y de 1.750 a unos 5.000 en Roma. En 1870 en Italia había 39.000 judíos. Tras la tristísima página de las leyes raciales, y tras la Segunda Guerra Mundial, se echó la cuenta del número de judíos italianos que habían ido a los campos de concentración de la Alemania nazi, sin volver: 7.389. En los años siguientes el censo italiano confirmaba la presencia de 32.000, que luego aumentaron a 35.000 gracias a las migraciones de los que habían huido de países árabes (Libia, Túnez, Egipto, Siria, Líbano, Irán, Irak…), que prefirieron generalmente Milán, mientras que Roma era preferida principalmente por los vivaces judíos de Trípoli. Hoy la capital aloja a la mitad de los casi 40.000 judíos italianos, cuya libertad religiosa está garantizada también por el artículo 8 de la Constitución, y sobre todo por el “Acuerdo” de 1987 entre el Estado y la UCEI, la Unión de Comunidades Judías Italianas, firmado por Bettino Craxi y Tullia Zevi.
En las sinagogas italianas se reza con lengua, música y ritmos distintos según el rito elegido, pero el más seguido es el italiano, practicado por los primeros judíos llegados a Italia tras la segunda destrucción del Templo de Jerusalén por obra de Tito en el 70 después de Cristo. El judaísmo italiano goza de gran estima en el mundo hebreo, y la comunidad romana, por su historia y por su posición especial, aún más. En su toma de posesión, Di Segni llamaba a los judíos romanos a «estar orgullosos» de sus peculiaridades, «que persiguen las grandes tradiciones de cultura talmúdica por las que Roma era famosa y celebrada en la Edad Media», época en la que los intelectuales de la comunidad, entre otras cosas, se preciaban de ser un puente entre la Roma cristiana que les ofrecía hospitalidad y el islam. «La Roma judía y la Roma cristiana que se encuentran, se respetan, conviven en paz, colaboran, pero sigue siendo cada una fiel a sí misma, son un ejemplo para el mundo lacerado por los conflictos, a menudo alimentados por visiones religiosas exasperadas», dijo Di Segni al papa Benedicto en la audiencia del pasado 16 de enero. De manera perfectamente coherente con la aguda definición que Tullia Zevi dio de Riccardo Di Segni al enterarse de su nombramiento como rabino jefe de Roma: «Celoso guardián de la tradición, hombre de diálogo, con una visión muy moderna».

Giovanni Cubeddu


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