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AFGANISTÁN
Sacado del n. 06/07 - 2006

NARCOTRÁFICO. El carburante de la inestabilidad y del terrorismo

Bin Laden es como los narcos


«De no haber sido por el 11 de septiembre hoy Afganistán estaría fuera del narcotráfico». Pino Arlacchi, director de la Oficina de la ONU para la lucha contra el narcotráfico en los años en los que los talibanes destruyeron las plantaciones de opio, comenta los nuevos datos que confirman que actualmente el martirizado país asiático está volviendo a producir el 80 por ciento del opio ilegal del mundo, indicando además cómo cambiar de rumbo.


Entrevista a Pino Arlacchi por Roberto Rotondo


Soldados del ejército afgano destruyen una partida de opio en Kabul

Soldados del ejército afgano destruyen una partida de opio en Kabul

«Lo que no consigo digerir es que cuando los americanos entraron en Afganistán para echar a los talibanes y capturar a Bin Laden en octubre de 2001, en el país ya no había producción de opio». Pino Arlacchi fue desde 1997 hasta 2002 subsecretario general de las Naciones Unidas y director de la Oficina de la ONU para el Control de las Drogas y la Prevención del Crimen (UNODC) y conoce a fondo el great game afgano. Para él, que ha dirigido muchas organizaciones in situ en toda Asia, el nuevo informe de la ONU salido en junio sobre el narcotráfico en Afganistán, que confirma que el 80 por ciento de la producción ilegal de opio del mundo procede del martirizado país asiático, no es una sorpresa, sino una amarga y a la vez lógica consecuencia de lo ocurrido tras el ataque a las Torres Gemelas: «De no haber sido por el 11 de septiembre, hoy Afganistán estaría fuera del narcotráfico, tal y como ha ocurrido en otros países, y no sería el primer productor ilegal de opio del mundo. Se ha desperdiciado una oportunidad histórica. Y ahora que los EE UU quieren desembarazarse de Afganistán y dejarles el peso mayor a los europeos, hemos de estar muy atentos a no repetir los errores cometidos por los americanos en estos últimos cinco años». Lo que liga Afganistán a Europa no es solo la presencia de los soldados de la misión militar ISAF bajo el mando de la OTAN, sino también que la casi totalidad de la heroína producida a partir del opio afgano termina en los mercados de los países europeos (además de llegar hasta Rusia y desde algún tiempo también a China). Sería, pues, una trágica burla enviar más soldados para seguir tolerando o hacer como si no se vieran los campos de adormideras de los que se produce la misma heroína que causa tantas víctimas en Europa.
Un plan de eliminación de los narcóticos en Afganistán ha de comportar la eliminación de los cultivos, pero paralelamente hay que apoyar económicamente a los campesinos. Esta es la línea maestra para el gobierno de un país donde se produce droga

Profesor Arlacchi, antes de indicar posibles soluciones, intentemos analizar el problema. ¿Qué ocasión histórica se ha perdido?
PINO ARLACCHI: En 2000 estábamos a un paso de un acontecimiento histórico: terminar con el tráfico mundial de heroína, porque Afganistán estaba saliendo de los países productores ilegales de opio. Las presiones sobre los talibanes, en efecto, y el aislamiento político a nivel internacional en el que les habíamos obligado estaban dando buenos resultados. Hubo también dos grupos de sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU muy duras. Además mi oficina, mediante muchos expertos de Corán, había puesto a los talibanes frente al hecho incontrovertible de que el opio es un intoxicador prohibido por su religión, como todos los otros. Los talibanes son religiosos, insurreccionistas, fundamentalistas, pero aunque se puede decir todo lo malo que se quiera de ellos, no puede decirse que sean proclives al narcotráfico. Lo ejercen solo como un mal necesario para financiarse. Los resultados que podemos comprobar fueron que en 2001, sin baños de sangre, solo con poca presión, los campesinos no produjeron opio en las zonas controladas por los talibanes, es decir, en el 90 por ciento del territorio afgano. Quedaban solo pocos cultivos en las zonas controladas por la Alianza del Norte. Estos, apoyados entonces por un concierto de potencias –rusos, americanos, iraníes y chinos– no tenían estas rémoras, estaban todos metidos en el tráfico de droga hasta el cuello. Pero también en las facciones enemigas de los talibanes algunos comenzaban a plantearse el problema de que el narcotráfico podía transformarse en algo muy peligroso. Una vez me entrevisté con el general Ahmed Massud, de etnia pastún, que era el jefe de las fuerzas de la Alianza del Norte. Como sus enemigos talibanes, sentía instintivamente gran malestar por el tráfico de opio, pero lo necesitaba para financiar la guerra. Dijo que estaba disponible a colaborar, a formar comisiones mixtas con los de la ONU para convencer a los campesinos de que nos llevaran hasta los traficantes. Por desgracia no se hizo y como todos saben Massud fue asesinado por Al Qaeda dos días antes del ataque del 11 de septiembre.
En fin, que si Bin Laden ha conseguido un resultado tras el 11 de septiembre ha sido hacer que regrese el narcotráfico a Afganistán a niveles de récord. ¿Pero era previsible una situación tan complicada a cinco años de distancia?
ARLACCHI: Desde luego. En Afganistán no hay absolutamente nada distinto de lo que las premisas hacían presagiar. Consideremos algunos hechos: Afganistán, desde los años anteriores a la ocupación soviética de los ochenta, es un país en continua guerra civil, donde se enfrentan milicias de diversas etnias y tribus, señores de la guerra en el sentido clásico, fundamentalistas y movimientos insurreccionistas. Todos luchan contra todos sin tregua. Por el poder, por el territorio, por los recursos lícitos y sobre todo ilícitos del país. En esta conflictividad endémica siempre se han entrometido intereses internacionales: tanto de grandes potencias interesadas en el gran juego de la guerra fría como de países vecinos, como Pakistán, que tienen interés en que Afganistán siga como está, débil y bajo su influencia. Estos temas geopolíticos se complican con el problema de la población afgana que busca un modo para sobrevivir: escapando –ya han abandonado el país dos millones de afganos– o bien traficando con narcóticos o con el contrabando. Una de las consecuencias de esta dificultad para encontrar la paz es la enorme cantidad de armas que circulan por todas partes y el problema colosal de las minas diseminadas por el país, que causa cientos de muertes casi cada mes.
Pero en estos años se ha jugado una partida mucho más peligrosa: los Estados Unidos pensaban y siguen pensando servirse de los señores de la guerra contra el terrorismo. Los americanos los han usado para destronar a los talibanes antes, o para tratar de atrapar a Bin Laden y al mulá Omar luego. Han establecido un acuerdo tácito por el que a cambio de ayuda en la lucha contra el terrorismo harían la vista gorda por lo que se refiere a la producción de narcóticos. De hecho el Pentágono declaró ya al comienzo de las operaciones en Afganistán que no iban a comenzar una guerra contra la producción de opio, porque no la consideraba prioritaria. El resultado ha sido el fracaso total: Al Qaeda y sus líderes no han sido bloqueados, los talibanes están volviendo y hoy controlan el 30 por ciento del territorio, los soldados americanos están mal vistos por la población y consumidos por la guerra, y el terrorismo se financia con el opio.
Milicianos afganos de la Alianza del Norte

Milicianos afganos de la Alianza del Norte

Una estrategia equivocada que ha costado bastante…
ARLACCHI: Tengamos presente que los señores de la guerra, que han hecho todo menos luchar contra los terroristas, son bandidos y criminales de la peor calaña. Son violadores sistemáticos de los derechos humanos y en los lugares en los que han sido nombrados gobernadores han mantenido sustancialmente gran parte de las imposiciones odiosas de los talibanes por lo que respecta a las mujeres y los derechos humanos. Pero la consecuencia más nefasta ha sido que los cultivos de opio han vuelto a crecer inmediatamente desde 2001 hasta hoy, y los precios del opio están por las nubes: 400 dólares al quilo, de los 30 dólares de 2001. Hoy hay un cartel de narcotraficantes que decide los precios, el mercado ya no está fragmentado como hace cinco años, y el narcotráfico atraviesa y corrompe todos los niveles de la sociedad afgana. También cambiar de rumbo costará caro: con el opio a 30 dólares el quilo, nuestro plan preveía que bastarían 25 millones de dólares al año durante diez años –es decir, el coste de un par de semanas de bombardeos– para sacar a Afganistán definitivamente del narcotráfico. Hoy, con el opio a 400 dólares el quilo, la cifra necesaria es mucho mayor, pero sigue siendo una cifra mínima con respecto a los 100 mil millones de dólares que se han gastado en operaciones militares que no han servido ni para capturar a Bin Laden ni para desmantelar Al Qaeda ni para transformar a Afganistán en un país seguro. 100 mil millones de dólares para un país cuyo PIB es de apenas 6 mil millones de dólares anuales, y más de la mitad se consigue con el tráfico de estupefacientes: algo absurdo.
¿Una situación sin esperanza?
ARLACCHI: No estoy diciendo eso. Desde luego la empresa es más cara, pero no dejan de ser cifras al alcance de la comunidad internacional. Las familias de campesinos que cultivaban opio en 2001 eran 60.000 y hoy son más de 350.000, pero es una empresa posible. No hay más que seguir el mismo camino que ha llevado al éxito en otros países asiáticos.
¿Qué hay que hacer concretamente?
ARLACCHI: Un posible plan de eliminación de los narcóticos en Afganistán ha de comportar la eliminación de los cultivos, pero paralelamente hay que apoyar económicamente a los campesinos. Esta es la línea maestra, la que ha salido victoriosa en los países productores ilegales de droga cuyos gobiernos la han puesto en práctica. El plan de eliminación gradual de los cultivos ha de ser realista, respetar todos los derechos humanitarios y humanos, y ha de dejar que sea puesto en marcha por el gobierno afgano, con una supervisión internacional que tenga en cuenta la situación y todos los problemas. Esto implica que el gobierno afgano se decida a combatir la corrupción en su interior, y a hacer pequeños gestos de distanciamiento de los señores de la guerra, porque Karzai, a pesar de las promesas y las palabras, no ha hecho nada contra la producción de droga.
AFGANISTÁN ES EL VERDADERO PROBLEMA
En los gráficos ofrecidos por la UNODC se puede leer que en 2001 el cultivo y producción de opio en Afganistán fueron destruidos. Tras la intervención americana volvieron inmediatamente 
a niveles de récord. Nótese que en otros países de Asia, por ejemplo en Laos, están saliendo, mediante planes 
de colaboración con la ONU, de la lista 
de productores ilegales de opio

AFGANISTÁN ES EL VERDADERO PROBLEMA En los gráficos ofrecidos por la UNODC se puede leer que en 2001 el cultivo y producción de opio en Afganistán fueron destruidos. Tras la intervención americana volvieron inmediatamente a niveles de récord. Nótese que en otros países de Asia, por ejemplo en Laos, están saliendo, mediante planes de colaboración con la ONU, de la lista de productores ilegales de opio

¿Cómo convencer a un campesino a renunciar a las ganancias del opio y a cultivar otros productos de la tierra?
ARLACCHI: Ya hay un plan listo para ser financiado que puede convertirse en el eje en torno el cual gire la intervención occidental en Afganistán. Es inútil hacerse ilusiones de que en una primera fase no sea necesario ningún elemento de coerción. Si solo distribuimos dinero a los campesinos estamos abocados al fracaso. Desde el 97, cuando formulé el plan para la eliminación de la droga en diez años, introduje el elemento de la combinación de la ayuda económica y la dimensión de prohibición. Ha de quedar claro que quienes cultivan el opio cometen un delito. Pero lo que convence a los campesinos es ver serios planes de desarrollo. Cuando no hemos propuesto solo una producción alternativa, que nunca puede igualar las ganancias de la droga, sino que la hemos acompañado con proyectos para elevar el nivel de vida de los campesinos, construyendo escuelas, carreteras, hospitales, con acceso al microcrédito, hemos tenido éxitos rápidos y duraderos. En fin, lo que hay que decirles a los campesinos es: con la droga ganas mucho más, pero ¿para qué te sirve este dinero si luego por una infección banal te mueres porque no hay hospitales?, ¿si vives oprimido y amenazado por los narcotraficantes que te han adelantado el dinero de la cosecha?, ¿si tus hijos caen en las minas que ha dejado quién sabe qué ejército?, ¿si no hay escuelas, ni seguridad? Nosotros les ofrecemos una oportunidad para dar este salto de calidad en su vida. Esta es la propuesta con la que hemos eliminado la droga en gran parte de Asia. No comprendo por qué hemos de pensar que en Afganistán sea distinto, que sea un país irrecuperable. La gente no se da cuenta de que, mientras en Afganistán desde 2001 en adelante la producción ha aumentado, en el resto de los países productores de droga ha caído en picado. Han quedado sólo 44.000 hectáreas de cultivo en Myanmar, y Laos, que era el tercer productor mundial, ha salido de la producción de opio este año, con dos años de adelanto con respecto al plan que concordamos con ellos en 1999. Un éxito que pocos han subrayado. Tailandia, además, otro productor histórico, había salido en el 92, como también Pakistán. Además tenemos sistemas de control que nos permiten comprobar que no están escondiendo nuevos focos de producción de opio que sustituyen a los países que salen del círculo. Así que nuestro problema es Afganistán. Y hemos de eliminar la droga no solo porque abastece la totalidad del mercado europeo, sino también porque es el origen de la fuerza del movimiento insurreccional, la gasolina con la que se alimenta la desestabilización del país.
¿Es posible eliminar la droga sin intervenir militarmente?
ARLACCHI: La intervención militar con respecto a la droga ha de estar finalizada a crear una fuerza de policía afgana, a crear un ejército afgano con parámetros de integridad y adiestramiento adecuados para reducir la corrupción. Además espero que los Estados Unidos no traten de destruir el opio por vía aérea, porque la destrucción de la cosecha a una familia campesina es de todos modos un crimen humanitario. Ha habido algunos casos de campesinos obligados a vender sus hijas a los traficantes de seres humanos tras perder la cosecha por las incursiones aéreas. Repetir el modelo colombiano en Afganistán sería un error colosal, que terminaría incluso aumentando el descontento hacia las fuerzas militares internacionales.

¿Qué piensa de la reciente propuesta de Giuliano Amato de liberalizar el opio afgano, comprarlo en bloque y usarlo para la producción de fármacos antidoloríficos a base de morfina y distribuirlos a gran escala tanto en Afganistán como en el Tercer mundo?
ARLACCHI: Amato, como otros, parte del presupuesto de que existe escasez de fármacos antidoloríficos para algunas terapias contra el cáncer, el sida, etc. Así pues piensa que con solo un gesto podemos eliminar la droga del mercado global y ofrecemos la posibilidad de ampliar la intervención médica humanitaria en el Tercer Mundo. Yo soy contrario a esta idea por dos motivos: la primera es que esta demanda de fármacos antidoloríficos no existe. Lo afirma la International Narcotic Control Board, una joya de la ONU por eficiencia y competencia, que se ocupa de la relación entre demanda y oferta del opio legal. Esta comisión valora, autoriza y controla la producción legal del opio en cuatro países: India, Australia, Francia y Turquía. Además están las reservas. Los países productores y los consumidores están autorizados a poseer precisamente para evitar, en caso de epidemia o desastre natural, que haya carencia de fármacos de este tipo. Hay más de 800 toneladas de reserva listas para ser utilizadas. Además los dispositivos de producción de estos cuatro países están listos para hacer frente en cualquier momento al aumento de la demanda. Si hay carencia de fármacos derivados de la morfina en el Tercer Mundo es un problema de precios, no de producción. Así pues se puede hacer lo mismo que con los fármacos contra el sida, una política internacional de reducción de precios.
La segunda objeción es: ¿cómo poner en pie en un país como Afganistán una estructura tan compleja, con dispositivos de seguridad sofisticados y numerosos, como la que controla la International Narcotic Control Board? Sería irreal y tremendamente caro no solo crear y mantener una estructura de control que impida que se canalice a través del tráfico ilegal, sino también comprar cada año toda la cosecha venciendo la competencia de los narcotraficantes. Según nuestros cálculos son cifras insostenibles para cualquiera. Pero, con más razón, si de todos modos estamos en condiciones de afrontar gastos de esta envergadura, no veo por qué no podemos pretender un desarrollo alternativo del país a cambio del abandono de los cultivos de opio.
¿Y la hipótesis de irse de Afganistán?
ARLACCHI: Esto también sería un grave error. En Afganistán nos hemos de quedar para tratar de emprender otro camino distinto al recorrido hasta ahora. Tanto para normalizar el país como para dar un salto de cualidad en la estrategia antidroga internacional. Ya lo he dicho: la inestabilidad en Afganistán y el terrorismo están alimentados por el narcotráfico, y lo peor que podemos hacer es repetir los errores que han cometido los americanos.


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