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JUAN PABLO I
Sacado del n. 06/07 - 2006

«…Nunca había escuchado cosas tan hermosas»


El 5 de septiembre de 1978, durante un encuentro con el papa Luciani, moría repentinamente el metropolitano de la Iglesia ortodoxa rusa Nikodim. Hacía de intérprete del ruso para el Papa el jesuita Miguel Arranz, quien en esta entrevista recuerda aquel trágico día


Entrevista con Miguel Arranz por Stefania Falasca


Juan Pablo I con Nikodim y el cardenal Willebrands, el 5 de septiembre de 1978

Juan Pablo I con Nikodim y el cardenal Willebrands, el 5 de septiembre de 1978

La mañana del 5 de septiembre de hace 28 años moría repentinamente entre los brazos del papa Albino Luciani el metropolitano de la Iglesia ortodoxa rusa Nikodim de Petersburgo. Solo tenía 49 años. Con él moría una de las personalidades más ilustres de la ortodoxia, pero sobre todo una de las figuras más significativas de la historia del ecumenismo. Su sensibilidad ecuménica le había llevado a estrechar los contactos con la Iglesia católica y a atravesar varias veces los umbrales del Vaticano para entrevistarse con el Pontífice romano en el período posconciliar de los sesenta y setenta, cuando el ecumenismo y la política se entrecruzaban a menudo. Acompañaba al metropolitano Nikodim en aquellos encuentros para hacer de intérprete de ruso al Papa el jesuita español Miguel Arranz, entonces vicerrector del Russicum y a quien Nikodim no había tardado en llamar a Rusia para que diera clases de teología en la Academia teológica de San Petersburgo. En sus recuerdos de veterano del ecumenismo ya jubilado, aquel período posconciliar es para el padre Arranz una promesa no mantenida: «Sin proclamas, el papel del sucesor de Pedro lo reconocían entonces en los hechos los obispos de Oriente. Sus viajes a Roma eran verdaderas visitas ad limina Petri. Los regímenes los presionaban y ellos venían al Papa con la confianza de hijos, hijos de una Iglesia hermana. Quizá el vínculo del sucesor de Pedro con los cristianos de aquellas tierras podría haber encontrado su camino para afirmarse. Quizá era todo una ilusión, pero el regreso a la unidad en ciertos momentos parecía tan fácil…».
En la galería personal de las ocasiones perdidas, de los presagios, de lo que pudo ser y no fue, Arranz coloca también las palabras que Nikodim le dijo a Juan Pablo I, y que él mismo tradujo para el Papa, aquella dramática mañana del 5 de septiembre de 1978. Luciani aludió en público a aquella conversación: «Hace dos días», dijo el Papa, «murió entre mis brazos el metropolitano Nikodim de Petersburgo. Yo estaba respondiendo a su saludo. Os aseguro que en mi vida había escuchado palabras tan hermosas para la Iglesia como las que él pronunció. No puedo repetirlas, es un secreto». Un secreto que el intérprete Arranz conoce. Con él, por primera vez, volvemos a aquellos días y a aquella trágica mañana.

Padre Arranz, ¿tuvo usted la oportunidad de verse en Roma con el metropolitano Nikodim inmediatamente después de la muerte de Pablo VI?
MIGUEL ARRANZ: Sí. Nikodim había venido a Roma a los funerales de Pablo VI. Y después de celebrar en la Basílica de San Pedro un oficio fúnebre en el que participaron muchos representantes de la jerarquía de la Iglesia católica, le dije que el general de los jesuitas, el padre Arrupe, le ofrecía hospitalidad en la Villa Cavalletti, en Frascati, donde sería su huésped personal. Nikodim se quedó en la Villa Cavalletti durante todo el mes de agosto hasta la elección del nuevo pontífice.
El metropolitano estuvo presente, pues, en el momento de la elección de Luciani…
ARRANZ: No. No estuvo presente en aquel momento. Vino a Roma el día siguiente, el 27 de agosto, y yo le acompañé al primer discurso dominical del nuevo Papa, antes del Ángelus.
¿Qué recuerda de aquella circunstancia?
ARRANZ: Recuerdo un pequeño episodio. Íbamos hacia la plaza de San Pedro en el momento en el que a lo largo de la vía de la Conciliación pasaban los coches de los conclavistas que aquella noche se habían quedado en el Vaticano, y en un momento dado uno de aquellos coches se detuvo frente a nosotros. Era el del cardenal Willebrands, entonces presidente del Secretariado para la unión de los cristianos. Willebrands bajó del coche y dirigiéndose al metropolitano Nikodim exclamó: «¡Ha sido el Espíritu Santo! ¡El Espíritu Santo!…». Imagínese, un hombre racional, frío como el mármol, como el cardenal Willebrands bajando del coche y exclamando de aquel modo. Nikodim se quedó inmóvil… Me miró con expresión interrogativa. Seguimos andando y una vez llegados a la plaza de San Pedro nos colocamos casi justo debajo del balcón. Cuando el papa Luciani se asomó a la ventana empecé a traducirle a Nikodim lo que decía.
Nikodim con el padre Miguel Arranz
en Leningrado en 1971

Nikodim con el padre Miguel Arranz en Leningrado en 1971

¿Y cuáles fueron los primeros comentarios del metropolitano?
ARRANZ: Cuando el papa Luciani empezó a decir: «Ayer por la mañana fui a votar… nunca hubiera imaginado…», vi a Nikodim sorprendido, muy sorprendido de este lenguaje decididamente inusual en un papa. Yo mismo tenía ciertas dificultades a la hora de traducir, a trasladar aquellas palabras al ruso, y Nikodim atentísimo solo quería que le repitiera y preguntaba: «¿Cómo, cómo?», y a cada nueva frase: «¿Cómo, cómo?».
Los dos días siguientes quiso ir a Turín para venerar la Sábana Santa. Cuando volvió me pidió que le acompañara ante Casaroli.
¿Por qué motivo quería hablar con él?
ARRANZ: Para pedirle una audiencia con el nuevo Pontífice. Monseñor Agostino Casaroli, en aquel entonces, era presidente de la Comisión para Rusia.
Pero ya estaba prevista para el 5 de septiembre la audiencia a las delegaciones orientales…
ARRANZ: Sí, pero según el protocolo se trataba de las visitas usuales de cortesía y de despido que cada delegación había de presentar al nuevo Pontífice tras su elección. No estaban previstos para aquella ocasión coloquios privados con las delegaciones. El metropolitano Nikodim, en cambio, quería hablar con el Papa en privado. Pedía una audiencia fuera del protocolo, aprovechando el encuentro con las delegaciones. Insistió mucho ante Casaroli para tener esta oportunidad.
¿Alegó motivos para esto?
ARRANZ: Le dijo a Casaroli que su petición era urgente.
¿Recibió inmediatamente respuesta?
ARRANZ: Le confirmaron que podía hablar con el Papa el día después de la entronización de Luciani, el 4 de septiembre, lunes.
Así pues el 4 de septiembre Nikodim se trasladó al Colegio Russicum y se quedó allí incluso de noche, ya que por la mañana tenía que ver al Papa…
ARRANZ: Exactamente. Recuerdo que por la tarde fue a ver al cardenal Slipyi. Se retiró luego pronto a su habitación sabiendo que el día siguiente sería una jornada intensa e importante.
Usted lo vio el día de la audiencia…
ARRANZ: Estaba previsto que saliera del Russicum a las 8:20 para ir a la audiencia. Pero cuando llegué por la mañana temprano al Colegio encontré a Nikodim muy agitado. Me dijo que no había dormido. En la casa hacía un calor bochornoso… había sentido ahogos. Su secretario, el archimandrita Lev, a las siete le había controlado la presión. Empezó enseguida a tomar nitroglicerina, pues tenía problemas de corazón. Además durante la noche le habían robado el coche que habían puesto a su disposición para ir al Vaticano. Esto le había agitado mucho. Traté de tranquilizarlo un poco. Saliendo del Russicum me dijo: «Padre Miguel, cuando el día empieza muy mal, siempre termina bien…». En efecto, a las 11 ya se había ido.
Desde el Russicum, pues, se dirigieron inmediatamente al Vaticano…
ARRANZ: No inmediatamente. Del Russicum fuimos a la Casa del clero, donde estaba previsto el encuentro de las delegaciones eclesiásticas que tenían que ir a la audiencia papal. Nikodim bajó con dificultad del coche. Cuando el padre jesuita John Long le preguntó si necesitaba ayuda, pidió solo que no fuera muy deprisa. Pero también allí hubo otro momento que causó preocupación. A las nueve el padre Long comunicó a las delegaciones los números de los coches según el orden en que tenían que marchar hacia el Vaticano. Nikodim, el archimandrita Lev y yo fuimos juntos hacia el coche que nos habían preparado. Llovía a cántaros. Hubo cierto lío y al final todos terminamos en coches distintos. Nikodim subió al que llevaba a la delegación búlgara. Imagínese su preocupación… ¿Nos iba a encontrar a tiempo? Sabiendo que tenía el privilegio de ser el primero en ver al Papa…
«Hace dos días», dijo el Papa, «murió entre mis brazos el metropolitano Nikodim de Petersburgo. Yo estaba respondiendo a su saludo. Os aseguro que en mi vida había escuchado palabras tan hermosas para la Iglesia como las que él pronunció. No puedo repetirlas, es un secreto»
¿Consiguieron ustedes encontrarse?
ARRANZ: Sí, por suerte. El momento de la audiencia todavía no había llegado así que nos llevaron a un aula de espera. Recuerdo que le dije algo a propósito del aula en la que estábamos y sobre los cuadros que en ella había, pero su mente evidentemente estaba en aquellos momentos ocupada en otros pensamientos. Luego entró el arzobispo Martin, prefecto de la Casa pontificia, para acompañarnos a la Sala de la biblioteca, donde había de desarrollarse la audiencia. Antes de entrar Nikodim me entregó el frasco con la nitroglicerina y me dijo: «Téngalo abierto, puede ser útil».
¿Quiénes estaban en aquel encuentro?
ARRANZ: El cardenal Willebrands y yo.
Cuéntenos cómo se desarrolló…
ARRANZ: Juan Pablo I se dirigió inmediatamente al metropolitano nada más entrar, sonriendo. Le saludó con mucha cordialidad. Nikodim le refirió al jefe de la Iglesia católica romana los cordiales saludos del patriarca de Moscú, Pimem, del Sínodo y de toda la Iglesia ortodoxa rusa, deseándole al nuevo Papa muchos años de pontificado. Le expresó la gran esperanza de que las relaciones fraternales entre ambas Iglesias, que habían comenzado tan bien durante el pontificado de Juan XXIII y habían continuado con Pablo VI, pudieran continuar hacia una cada vez más profunda comprensión recíproca, para la obra común de las dos Iglesias en favor de la paz. El Papa le agradeció los saludos y los buenos deseos y le pidió al metropolitano que transmitiera de su parte al patriarca Pimem sus buenos deseos para la Iglesia ortodoxa rusa. Le dijo que siempre había seguido con gran interés su actividad ecuménica y expresó también el deseo de que esta obra continuara. Tras estas palabras se sentaron para el coloquio reservado.
¿Fue breve el coloquio privado?
ARRANZ: Duró casi un cuarto de hora.
¿Qué le dijo el metropolitana Nikodim al papa Luciani?
Juan Pablo I

Juan Pablo I

ARRANZ: Esto no se puede decir, es secreto. Pero sus palabras estaban dictadas por un sentimiento de total confianza. Como cuando se habla con un padre.
¿Así como le había visto hacer con Pablo VI?
ARRANZ: Sí. Recuerdo que le hablaba en voz baja al papa Luciani; incluso en ciertos momentos bajaba aún más el tono, como para protegerse de oídos indiscretos. No quería que nadie le escuchara.
¿Y luego qué pasó?
ARRANZ: Al terminar el coloquio fue invitado a entrar el archimandrita Lev. Nikodim se lo presentó al Papa. Le dije al Santo Padre que Lev estudiaba en Roma, en la Gregoriana, y que hablaba italiano. Entonces el Papa, que seguía en pie, comenzó con el archimandrita una conversación sobre sus estudios. También Nikodim se quedó en pie junto a él. En un momento dado, cuando la conversación con Lev estaba a punto de terminar, Nikodim se sentó sin decir nada, y sentándose se inclinó hacia delante, de manera educada, elegante, como en una inclinación, una gran inclinación… incluso me asombró; sabiendo lo respetuoso del protocolo que era, pensé que estaba haciendo una reverencia… Se acurrucó a los pies del Papa. Tratamos de levantarlo. También el Papa se inclinó sobre él tratando de agarrarlo. En aquel convulso momento el papa Luciani no se dio cuenta enseguida de lo que estaba pasando. Le dije que sufría de corazón, mientras el archimandrita Lev, que había salido de prisa a tomar el botiquín, trató de ponerle una inyección sin resultado. Los ojos de Nikodim estaban semiabiertos. Le murmuré entonces al Santo Padre: «Déle la absolución…». El Papa se arrodilló y en latín le dio la absolución. El médico, que entró poco después, no pudo hacer nada más que constatar el fallecimiento de Nikodim.
Y, ¿qué dijo, qué hizo Luciani tras aquel dramático momento?
ARRANZ: Estaba desconcertado… «Dios mío, Dios mío, también esto tenía que ocurrirme», repetía, y en aquellos momentos estaba realmente turbado, hasta el punto de que cuando llegó el médico, mientras Nikodim estaba en el suelo, recogió uno a uno del suelo los gránulos de nitroglicerina que se me habían caído. Me los puso en la palma de la mano… Le dije: «Santidad, ya no son necesarios…».
¿Volvió a ver más tarde al Papa?
ARRANZ: El Papa abandonó la biblioteca para ir a recibir a las otras delegaciones que esperaban en fila. Pero después de que el cuerpo de Nikodim fuera trasladado a otro aula, fui llamado nuevamente para hacer de intérprete en el saludo de la delegación búlgara. Me volví a encontrar de este modo una vez más al lado del papa Luciani. El obispo búlgaro debía expresar sus saludos, pero el anciano prelado ortodoxo y el Papa no consiguieron decirse nada. Entonces comencé a leer el texto del discurso que me habían encargado traducir al italiano. Y seguí leyendo, mientras lloraban en silencio. Los dos. Sin decirse una palabra.
Los restos del metropolitano fueron trasladados aquella misma mañana a la iglesia parroquial vaticana de Santa Ana, que fue puesta temporalmente a disposición de la Iglesia ortodoxa rusa…
ARRANZ: Sí. Recuerdo que había mucha gente que empujaba para entrar. Nikodim era muy popular entre los romanos.
«Recuerdo un pequeño episodio. Íbamos hacia la plaza de San Pedro en el momento en el que a lo largo de la vía de la Conciliación pasaban los coches de los conclavistas que aquella noche se habían quedado en el Vaticano, y en un momento dado uno de aquellos coches se detuvo frente a nosotros. Era el del cardenal Willebrands, entonces presidente del Secretariado para la unión de los cristianos…
¿Tuvo ocasión de volver a ver a Juan Pablo I los días siguientes?
ARRANZ: Dos días después, el 7 de septiembre, cuando acompañé a la audiencia papal a la delegación rusa que había llegado a Roma para llevarse el cuerpo del metropolitano. La delegación rusa fue recibida en el mismo aula donde dos días antes había muerto Nikodim. Antes de la audiencia hablé un poco con monseñor Magee. Me dijo que hacía dos noches que el Santo Padre no dormía, que le había afectado mucho aquella muerte. A los miembros de la delegación el Papa les contó los últimos minutos de la vida de Nikodim, aludió también a las palabras dichas. En un momento dado, el metropolitano Juvenalij, inclinándose, recogió de la alfombra el tapón del frasco de nitroglicerina que debía habérseme caído de las manos en aquellos momentos… causó cierta impresión en los presentes. El metropolitano Juvenalij, tras la audiencia, declaró a Radio Vaticana: «Venimos ahora de la audiencia con el papa Juan Pablo I. Le hemos expresado nuestros cordiales sentimientos al nuevo Papa de la Iglesia romana católica… Especialmente le hemos expresado a Su Santidad nuestra gratitud por todo el amor que ha manifestado por el metropolitano Nikodim, por su parte y de toda la Iglesia católica».
Inmediatamente después de aquella muerte comenzaron a difundirse sospechas. Algunos rusos dijeron que Nikodim no había muerto, sino que había decidido desaparecer en el Vaticano para ocultar al mundo su conversión al credo católico. Otros, más tarde, dijeron que el metropolitano había bebido por error un café envenenado preparado para Juan Pablo I…¿Está usted al corriente de estos rumores?
ARRANZ: Pusieron en circulación muchos rumores.
Otros dijeron que el obispo ortodoxo dijo cosas que no debía decirle a este nuevo Papa y un prelado de la curia dijo también que los agentes del KGB le mataron a distancia, desde la Villa Abamelek, la residencia de la embajada rusa, desde la que se pueden ver las ventanas del apartamento pontificio…
ARRANZ: ¡Qué Villa Amabelek ni qué ocho cuartos! ¡Qué cúmulo de fantasías! La salud de Nikodim hacía tiempo que no era buena.
Pero se sabe que Nikodim no quiso nunca ingresar en un hospital para curarse; solo lo hizo antes de su visita a Roma, en Checoslovaquia, y después de esta cura su salud empeoró…
ARRANZ: Había sufrido ya cinco infartos. El que le segó la vida aquel día era su sexto infarto.
A distancia de tantos años, ¿qué impresión le queda de aquel encuentro? ¿Habría podido realmente marcar el camino hacia la plena comunión?
ARRANZ: Nikodim no había venido para darle consejos al Papa. Era consciente del lugar que cada cual ocupaba en la Iglesia. Nikodim habló de la Iglesia, en su conjunto, con gran intensidad… una visión nueva, el papa Luciani no se echó para atrás. Aún más, su gesto hablaba de la ausencia de miedo y al mismo tiempo de apertura y sencillez… que un Papa reconociera que un no católico pueda enseñarle algo y que lo afirmase en aquel momento, con aquella espontaneidad, incluso públicamente: «Os aseguro que en mi vida había escuchado cosas tan hermosas…».
Esto es lo que dijo en la audiencia al clero romano del 7 de septiembre…
ARRANZ: Sí. Y reafirmó que se había quedado realmente asombrado: «Ortodoxo», dijo, «pero ¡cómo ha amado a la Iglesia! Y creo que sufrió mucho por la Iglesia, haciendo muchísimo por la unión».
¿Qué fue lo que más le asombró de aquellas palabras?
ARRANZ: Me asombró que repitiera dos veces el término ortodoxo… y la manera de repetirlo… Fue un momento de gracia que pasó. Que la Iglesia perdió.


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