Home > Archivo > 08 - 2006 > La devoción al Sagrado Corazón de Jesús
LECTURAS
Sacado del n. 08 - 2006

Una meditación del cardenal Carlo Maria Martini en el 50 aniversario de la encíclica Haurietis aquas del papa Pío XII

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús


El pasado 15 de mayo el papa Benedicto XVI envió una carta al general de la Compañía de Jesús con motivo del 50 aniversario de la encíclica Haurietis aquas. Pío XII había escrito la encíclica para celebrar y recordar a todos el primer centenario de la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en la Iglesia universal. De este modo, aprovechando la concatenación de los aniversarios, el papa ha querido seguir el hilo continuo de esa devoción que desde hace siglos acompaña y consuela a muchos cristianos en su camino. Con ocasión del aniversario le hemos pedido al cardenal Martini algunas reflexiones, y él nos ha enviado el texto que publicamos a continuación


por el cardenal Carlo Maria Martini sj


Aparición del Sagrado Corazón a santa Margarita María Alacoque, 
mosaico de Carlo Muccioli, Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano

Aparición del Sagrado Corazón a santa Margarita María Alacoque, mosaico de Carlo Muccioli, Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano

Me acuerdo muy bien de la época en que salió la encíclica Haurietis aquas in gaudio. Yo era entonces estudiante de Sagrada Escritura y miembro de la comunidad del Pontificio Instituto Bíblico, donde era profesor el padre Agostino Bea, ilustre biblista, luego creado cardenal por el papa Juan XXIII. El padre Bea era un estrecho colaborador del papa Pío XII, y se decía en la comunidad, creo que con razón, que había contribuido a preparar este documento. Desde luego llamaba la atención el planteamiento bíblico de todo el texto, empezando por el título, que es una cita del libro de Isaías (12, 3). Por eso la encíclica (que llevaba la fecha del 15 de mayo de 1956) fue leída con mucha atención por la comunidad del Instituto Bíblico, que valoraba especialmente su fundamento en textos de la Escritura. En el pasado, en cambio, esta devoción, que de por sí tiene una larga historia en la Iglesia, se había desarrollado entre el pueblo a partir sobre todo de las llamadas “revelaciones” de tipo privado, como las que tuvo santa Margarita María en el siglo XVII. Percibir cómo esta obra sintetizaba concretamente el mensaje bíblico del amor de Dios era algo que nos acercaba a esta devoción tradicional, que en el pasado reciente había sido muy sentida sobre todo en la Compañía de Jesús, especialmente en su lucha contra el rigorismo jansenista.
El hecho de que el papa Benedicto XVI haya querido escribir una carta para recordar esta encíclica precisamente al superior general de la Compañía de Jesús no cabe duda de que se debe también a que los jesuitas se consideraban especialmente responsables de la difusión de esta devoción en la Iglesia. Esto lo afirmaba también santa Margarita María, según la cual este encargo lo había querido el mismo Señor que se le manifestaba.
Así fue como me fue presentada la devoción al Sagrado Corazón en el noviciado de los jesuitas, en la cuarta década del siglo pasado. Esto me llevaba a reflexionar sobre cómo era posible vivir esta devoción y por otra parte dejarse inspirar en la propia vida espiritual por la riqueza y la maravillosa variedad de la palabra de Dios contenida en las Escrituras.
Benedicto XVI con el cardenal Carlo Maria Martini

Benedicto XVI con el cardenal Carlo Maria Martini

Y esta pregunta se hacía más insistente dado que, de alguna manera, también mi camino cristiano personal se había topado desde la niñez con esta devoción. Me la había infundido mi madre con la práctica de los primeros viernes de mes. Ese día nuestra madre nos hacía levantar pronto para ir a oír misa a la iglesia parroquial y comulgar. Decía la promesa que quien se confesara y comulgara los nueve primeros viernes de mes seguidos (¡no estaba permitido saltar ni uno!) podía estar seguro de obtener la gracia de la perseverancia final. Esta promesa era muy importante para mi madre. Recuerdo que para nosotros había también otro motivo para ir tan temprano a misa. Desayunábamos en un bar con un buen croissant.
Tras comulgar durante los nueve primeros viernes de mes seguidos, era oportuno repetir la serie, para estar seguros de obtener la gracia deseada. Luego surgió también la costumbre de dedicar este día al Sagrado Corazón de Jesús, costumbre que de mensual pasó a ser semanal: todos los viernes del año estaban dedicados de alguna manera al Corazón de Cristo.
Así era en mis recuerdos la devoción de entonces. Se concentraba sobre todo en la honra y la reparación debida al Corazón de Jesús, visto un poco en sí mismo, casi separado del resto del cuerpo del Señor. Algunas imágenes representaban de hecho sólo el Corazón del Señor, coronado de espinas y traspasado por la lanza.
Uno de los méritos de la encíclica Haurietis aquas era precisamente ayudar a poner todos estos elementos en su contexto bíblico y sobre todo a resaltar el significado profundo de esta devoción, es decir, el amor de Dios, que desde la eternidad ama al mundo y por él dio a su Hijo (Jn 3, 16; cf. Rm 8, 32, etc.).
Así fue creciendo en mí el culto al Corazón de Jesús. Quizá se ha atenuado un poco por lo que se refiere a su símbolo específico, es decir, el corazón de Jesús. Y se ha vuelto, para mí y para otros muchos en la Iglesia, una devoción hacia lo íntimo de la persona de Jesús, hacia su conciencia profunda, su decisión de dedicación total a nosotros y al Padre. En este sentido el corazón es considerado bíblicamente como el centro de la persona y el lugar de sus decisiones. Así veo yo como esta devoción nos sigue ayudando hoy a contemplar lo que es esencial en la vida cristiana, esto es: la caridad. También comprendo mejor que tiene una relación estrecha con la Compañía de Jesús, la cual espiritualmente nace de los Ejercicios de san Ignacio de Loyola. Efectivamente, los Ejercicios son una invitación a contemplar largamente a Jesús en los misterios de su vida, muerte y resurrección, para poderlo conocer, amar, y seguir.
Episodios de la vida de Jesús sacados de la Maestà de Duccio di Buoninsegna, Museo de la Obra, Siena; aquí arriba, un detalle de la última cena

Episodios de la vida de Jesús sacados de la Maestà de Duccio di Buoninsegna, Museo de la Obra, Siena; aquí arriba, un detalle de la última cena

Por tanto, gran mérito de esta devoción ha sido el haber llamado la atención sobre la centralidad del amor de Dios como clave de la historia de la salvación. Pero para captar esto era necesario aprender a leer las Escrituras, a interpretarlas de manera unitaria, como una revelación del amor de Dios a la humanidad. La encíclica Haurietis aquas marcó un momento decisivo de este camino.
¿Cómo se dio y se dará en el futuro un desarrollo positivo de las semillas sembradas por la encíclica en el terreno de la Iglesia? Creo que un momento fundamental fue el del Concilio Vaticano II, en su constitución Dei Verbum. En ella exhorta a todo el pueblo de Dios a una familiaridad orante con las Escrituras, que dan profundidad y sólido nutrimento a las varias “devociones”.
El punto de llegada actual lo podemos ver en la encíclica del papa Benedicto XVI Deus caritas est. Escribe el Pontífice: «En la historia de amor que nos narra la Biblia, Dios sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado»; y termina diciendo: «Crece entonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28)». Por tanto, se trata de leer cada vez con mayor inteligencia espiritual las Sagradas Escrituras, manteniendo viva la atención por lo que está en la raíz de toda la historia de salvación, es decir, el amor de Dios por la humanidad y el mandamiento del amor al prójimo, síntesis de toda la Ley y de los Profetas (cf. Mt 7, 12).
De este modo se acallarán también hoy esas objeciones al culto del Sagrado Corazón que a lo largo de los siglos lo acusaban de intimismo o de fomentar una actitud pasiva, en menoscabo del servicio al prójimo. Pío XII recordaba y refutaba estas dificultades que no han desaparecido ni siquiera en nuestro tiempo, pues Benedicto XVI puede escribir en su encíclica: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo» (n. 37)
Otro mérito de la encíclica Haurietis aquas fue el de subrayar la importancia de la humanidad de Jesús. En esto seguía las reflexiones de los Padres de la Iglesia sobre el misterio de la Encarnación, insistiendo en el hecho de que «no hay duda de que el Corazón de Cristo palpitó de amor y de todo otro afecto sensible» (cf. nn. 21-28). Por esto la encíclica nos ayuda a defendernos de un falso misticismo que trata de superar la humanidad de Cristo para acercarse de modo directo al misterio inefable de Dios. Como afirmaron no sólo los Padres de la Iglesia, sino también santos como santa Teresa de Jesús y san Ignacio de Loyola, la humanidad de Jesús es un paso imposible de eliminar para comprender el misterio de Dios. No se trata, pues, de venerar solamente al Corazón de Jesús como símbolo concreto del amor de Dios por nosotros, sino de contemplar la plenitud cósmica de la figura de Cristo: «Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia… pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud» (Col 1, 17.19).
Crucifixión, detalle

Crucifixión, detalle

La devoción al Sagrado Corazón nos recuerda también que Jesús se entregó a sí mismo “de todo corazón”, es decir, voluntariamente y con entusiasmo. Se nos dice, pues, que hay que hacer el bien con alegría, porque «mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20, 35) y «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9, 7). Esto, sin embargo, no deriva de un simple propósito humano, sino que es una gracia que Cristo mismo nos consigue, es un don del Espíritu Santo que hace que cualquier cosa sea fácil y nos sostiene en el camino diario, incluso en las pruebas y las dificultades.
Por último quisiera mencionar el Apostolado de la oración, que nació en el siglo XIX, por obra de los padres jesuitas, en estrecha unión con la devoción al Sagrado Corazón. Considero que el apostolado pone a disposición de todos los fieles, con la ofrenda diaria de la jornada en unión con la ofrenda eucarística que Jesús hace de sí mismo, un instrumento muy sencillo para poner en práctica lo que dice san Pablo al principio de la segunda parte de la Carta a los Romanos, dando una síntesis práctica de la vida cristiana: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1).
Muchas personas sencillas pueden hallar en el apostolado de la oración una ayuda para vivir el cristianismo de manera auténtica. El apostolado nos recuerda también la importancia de la vida interior y de la oración. En Jerusalén se siente de manera especial que la oración, y en particular la intercesión, es una prioridad. Naturalmente no sólo la pobre oración de cada individuo, sino una oración unida a la intercesión de toda la Iglesia, la cual es a su vez un reflejo de la intercesión de Jesús por toda la humanidad.
Esta intercesión se eleva sin interrupción por parte de Jesús al Padre por la paz entre los hombres y por la victoria del amor sobre el odio y la violencia. Lo necesitamos tanto en nuestros días, sobre todo en esta “ciudad de la oración” y “ciudad del sufrimiento” que es Jerusalén.


Italiano English Français Deutsch Português