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INÉDITOS
Sacado del n. 08 - 2006

Volviendo a aquellos lugares, empujados por el reconocimiento



por Pina Baglioni


Algunos días antes de nuestro encuentro con sor Rita Mancini, la madre superiora de las agustinas, que tuvo lugar a mediados de junio de este año, un señor y una señora se habían parado delante del portal del monasterio de los Cuatro Santos Coronados. Se trataba de Davide Viterbo, profesor de Mineralogía en la Universidad del Piamonte oriental, y de su mujer.
Antes de llamar, el profesor Viterbo miró a su alrededor algo desorientado. Allí había estado hacía más se sesenta años, cuando solo tenía cinco años. Con toda su familia. Pero sus recuerdos eran comprensiblemente algo confusos. Así que había llamado por teléfono a su hermana Amalia, en Turín, para que le diera más información. Y una vez que le llegó la confirmación de que era aquel el lugar que estaba buscando pidió ser recibido por sor Rita. Quería volver a ver el lugar donde en 1943, él, su padre, su madre los otros tres hermanos y sus abuelos maternos habían hallado refugio tras escapar de Turín debido a las persecuciones raciales. Quería darles las gracias de este modo a las “herederas” de aquellas monjas que con tanto amor y disponibilidad los habían protegido hacía más de sesenta años. Con la esperanza, quién sabe, de encontrar a alguna de ellas todavía con vida.
Además de las gracias, el profesor Viterbo les había dejado a las monjas un testimonio escrito de su hermana, Amalia Rossetto Viterbo, en donde se describía la odisea de su familia, obligada a dejarlo todo para salvarse de los nazifascistas.
Nos hemos puesto en contacto telefónicamente con la señora Amalia Viterbo para pedirle la autorización para publicarla. Ha aceptado, y nos ha contado, presa de una profunda conmoción, que su madre antes de morir le había pedido que no se olvidara de aquellas monjas. «Cada año les mando regalos por Navidad», ha contado la señora Amalia, docente de letras jubilada desde hace algunos años. «Mi madre nos había insistido en que no olvidáramos todo lo que habían hecho por nosotros tanto las monjas de los Santos Cuatro como las Hijas de Nuestra Señora del Monte Calvario, que estaban por entonces también dentro del gran complejo de la Basílica de los Santos Cuatro. Ellas se ocupaban de las niñas sordomudas. En la clausura dormían mi padre y mi abuelo. El resto de la familia y yo estábamos escondidos en el convento de enfrente, con las hermanas del Monte Calvario. La madre superiora de estas últimas, sor Maria Artemia, había llegado incluso a darnos su cuarto. Lo que más me asombraba y lo que sigo recordando todavía hoy es la gran dignidad de estas mujeres. Sobre todo de la madre Rita Saporetti, la superiora de las claustrales. Qué cultura, qué espiritualidad. Y además era simpatiquísima. Tenía la capacidad de vivir en aquellos tremendos días siguiendo en su trabajo, rezando, participando en las hermosísimas solemnidades litúrgicas y compartiendo lo poco que había con nosotros».
El testimonio que publicamos aquí arranca en 1938, año de las leyes antijudías y de la fuga de Turín rumbo a Roma. Y termina en abril del 45, cuando por fin a la familia Viterbo les fue posible volver a casa.
Recordando la “estancia” romana tras la liberación de la ciudad, ocurrida el 4 de junio del 44, Amalia Viterbo, que mientras tanto se había mudado a vivir con su familia a la calle Pierluigi da Palestrina, describe las visitas de dos parientes excepcionales: Rita Montagnana, la hermana de su abuela, y su marido, Palmiro Togliatti. El secretario del Partido Comunista Italiano y su mujer, también ella una personalidad importante del partido, fundadora del periódico-bandera de la emancipación femenina Noi Donne, «se habían establecido en Roma tras su larga estancia en la Unión Soviética», cuenta la señora Amalia. «Palmiro tenía un aspecto muy reservado. A primera vista parecía frío y distante, pero, sobre todo con los niños era disponible, nos cogía en brazos y nos contaba fábulas y episodios de su vida».




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