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ORIENTE PRÓXIMO
Sacado del n. 08 - 2006

LÍBANO. EL TESTIMONIO DE LOS CATÓLICOS MARONITAS

Crónica de un país pulverizado


Bombardeos continuos. Obstáculos a los socorros y a las ayudas humanitarias. Líbano es una catástrofe humana


por Davide Malacaria


Beirut, 20 de julio de 2006

Beirut, 20 de julio de 2006

Domingo 30 de julio, Caná, lugar del primer milagro de Jesús, los bombardeos israelíes matan a 60 personas, de las cuales 37 son niños. Escribimos este artículo el día siguiente a esta enésima matanza de inocentes. «Líbano ya no es capaz de aguantar más, nuestro pueblo está en un estado de agonía, mientras el mundo se queda mirando. El crimen de Caná ha de ser condenado por todos». Dijo el patriarca maronita Nasrallah Sfeir al saber lo que había sucedido en el lugar donde Jesús transformó el agua en vino.
No sabemos cómo evolucionará la situación, si la diplomacia conseguirá obtener por lo menos una tregua o si el odio sembrado a manos llenas durante este enésimo ataque israelí llevará el matadero medioriental al paroxismo.Tómese este artículo por lo que es: una postal de Líbano enviada en una fecha concreta. Una postal manchada de sangre. Mucha, demasiada sangre inocente.
«Antes de que esta guerra comenzara, Líbano estaba viviendo un periodo maravilloso», suspira monseñor Alwan Hanna, rector del Colegio pontificio maronita en Roma: «Tras superar las tensiones sucesivas a la muerte del ex primer ministro Rafik Hariri [muerto en un atentado el 14 de febrero de 2005, n. de la r.], y después de que las tropas sirias dejaran el país, entre todas las fuerzas del país, de derechas y de izquierdas, cristianos y musulmanes, había nacido un diálogo provechoso que estaba llevando a la reforma de la Constitución. Luego ha sucedió lo que sabéis…».
Desde hace años el sur de Líbano es zona de choque entre Israel y las milicias chiíes de Hezbolá. Un conflicto perenne, con lanzamientos de cohetes Katiuska por un lado y represalias aéreas por el otro. Como telón de fondo, la tragedia de los refugiados palestinos, encerrados desde hace decenios en los campos de concentración de Líbano.
Tiro, 23 de julio de 2006

Tiro, 23 de julio de 2006

Era el 12 de julio cuando una patrulla israelí penetró en territorio libanés y fue atacada por milicianos de Hezbolá. Balance: siete soldados israelíes muertos y dos capturados. Hezbolá no es sólo la sigla de una milicia, es también un partido, con representantes propios en el gobierno libanés. Por esto Israel involucra en la represalia a Líbano entero. El país de los cedros es el infierno. Bombardeos continuos desde tierra, aire y mar devastan al que un tiempo era conocido como la Suiza de Oriente Próximo, que se preparaba a un avance económico sin precedentes. Las bombas destruyen todo: edificios públicos y privados, casas, puentes, centrales eléctricas, almacenes de alimentos, depósitos de agua. «Haremos que el país vuelva atrás veinte años», dijo un prestigioso exponente israelí al principio del conflicto. Y es lo que está sucediendo. Queda por comprender qué es lo que tiene que ver todo esto con la amenaza de Hezbolá.

Hezbolá y más
Desde aquel fatídico 12 de julio no censan de caer bombas sobre Líbano. Una de las imágenes que la televisión ha ofrecido con insistencia en estos días es la de un misil, provisto de cámara de televisión, dirigiéndose hacia la antena de una emisora. El proyectil se acerca contra el blanco, que explota. Imagen de una guerra limpia e “inteligente”. También nosotros hemos seguido la trayectoria de ese misil, y hemos ido a buscar uno de esos objetivos estratégicos. «Voice of Charity es la única radio católica de todo Oriente Próximo», dice el padre Fady Tabet, director de la emisora: «Transmitimos programas en doce idiomas, es la única radio medioriental que transmite en tantos idiomas distintos, una opción para llegar a todos. Creo que nuestra radio es un instrumento útil para hacer oír la voz de nuestro señor Jesucristo. Nuestra emisora se oía en todo Líbano, pero también en Chipre, Siria y Tierra Santa. Por desgracia nuestras antenas han sido bombardeadas. Ahora nuestro radio de acción se limita a Beirut y poco más…». No sólo terminan bajo las bombas “inteligentes” las emisoras de radio, sino también las televisiones, incluidas las cristianas.
«Líbano ya no es capaz de aguantar más, nuestro pueblo está en un estado de agonía, mientras el mundo se queda mirando. El crimen de Caná ha de ser condenado por todos». Dijo el patriarca maronita Nasrallah Sfeir al saber lo que había sucedido en el lugar donde Jesús transformó el agua en vino
Mientras tanto el conflicto que en el sur de Líbano contrapone al ejército israelí y las milicias chiíes está en un callejón sin salida. El ejército de la Estrella de David, uno de los más fuertes del mundo, encuentra dificultades contra un ejército de descamisados que no tienen nada que perder y se esconde en una red de subterráneos a la manera de los vietcongs. Desde aquí Hezbolá, que Israel y Estados Unidos acusan de ser un brazo armado de Siria e Irán, lanza cohetes contra Haifa, la tercera ciudad israelí, sembrando terror y muerte. También en esta ocasión, por una trágica ironía del gusto de los sembradores de terror, es atacada la ciudad israelí que en el transcurso de los años se ha convertido en el símbolo de la convivencia entre judíos y árabes. También desde Haifa llegan imágenes de niños inocentes heridos, ojos aterrorizados que se esconde en los búnkers subterráneos. Son artefactos menos devastadores que los que caen como lluvia sobre las ciudades libanesas, pero igualmente asesinos y terroristas. Sin embargo, si el objetivo de la ofensiva de Israel es de verdad eliminar a una milicia, cuyo desarme contempla ya la resolución 1559 de la ONU, quizás esté errando sus cálculos. Aunque sólo fuera por el apoyo que día tras día encuentra Hezbolá en los países árabes. «El efecto de esta ofensiva es que la población libanesa se ha visto obligada a resistir. Bajo este ataque ha aumentado la solidaridad en el pueblo libanés. Quieren resistir, hasta el final de esta tragedia», explica el padre Abdo Abou Kassam, director del Centro de información católica, órgano de la Conferencia episcopal libanesa; que sigue diciendo: «Hezbolá no es sólo una milicia o un partido armado. Es una comunidad, son núcleos familiares, padres, madres, niños unidos por una ideología fuerte, animados por un gran espíritu de solidaridad. Este aspecto, además, le da al movimiento una fuerza que una simple milicia armada no posee. Por esto el conflicto armado con Hezbolá es inútil y difícil. Para desarmar a estas milicias, como pide la resolución 1559 de la ONU, tiene que intervenir el gobierno libanés. Creo que sólo el diálogo entre nuestro gobierno y Hezbolá, y entre nuestro gobierno y Naciones Unidas, puede resolver una crisis tan dura». Pues sí, el desarme de Hezbolá. Por un oscuro azar, que se repite a menudo en estos trágicos acontecimientos, precisamente ese fatídico 12 de julio las partes interesadas debían ratificar un acuerdo para cumplir la resolución 1559. Se lo recordó el líder chií libanés Nabih Berri al secretario de Estado americano Condoleezza Rice durante su visita al país de los cedros el 24 de julio. Pero al final todo se complicó y tampoco la Conferencia de Roma, que se celebró el 26 de julio para buscar soluciones de paz, dio resultados inmediatos. Mientras la diplomacia no cesa de trabajar en busca de soluciones, la guerra continua. Y el cargamento de horrores aumenta. Las víctimas libanesas, mientras escribimos, son ochocientas. Pero, como explica monseñor Alwan Hanna, este es sólo el número de las victimas contabilizadas. A causa de la espesa lluvia de bombas nadie ha comenzado a excavar entre las ruinas para controlar cuántos cuerpos hay debajo de los escombros. Mientras que las víctimas israelíes, entre militares y civiles, son unos sesenta. A estas cifras hay que añadir las de los heridos, mutilados… y por desgracia no se ha acabado.
Entre las víctimas, muchos, demasiados niños. Líbano está lleno de niños, dice monseñor Alwan, sobre todo en las familias musulmanas. Por lo que el 25%-30% de los muertos de esta guerra son niños. «No comprendo por qué las fuerzas israelíes se han ensañado con los niños. Y, sin embargo, hay un derecho internacional que los protege». Dice el padre Abdo: «Quisiera hacer un llamamiento a través de ustedes. Quiero pedirle a todo el mundo que rece. Que se acabe ya la matanza de niños, los ataques contra civiles…».
«Invito a todos a seguir rezando por la querida y martirizada región de Oriente Próximo. En nuestros ojos están impresas las escalofriantes imágenes de los cuerpos mutilados de numerosas personas, sobre todo niños –pienso, en particular, en Caná, Líbano–. Repito una vez más que nada puede justificar el derramamiento de sangre inocente, venga de donde venga» Benedicto XVI, audiencia general del 2 de agosto
La Convención de Ginebra prohíbe, también durante la guerra, los ataques contra civiles e impone que se debe permitir el socorro de los heridos. Mientras que muchos testimonios recogidos refieren de ambulancias y convoyes humanitarios atacados sin discriminación. Además, son cada vez más las voces que denuncian el uso por parte de las fuerzas israelíes de armas prohibidas por la misma Convención de Ginebra, como las bombas de fósforo, bombas termobáricas y de fragmentación. ¿Es todo falso como aseguran los generales israelíes? Una vuelta por Internet, que muestra niños como tizones humeantes y otras imágenes horripilantes parecidas, deja más de una duda. «No soy testigo directo de hechos de este tipo, pero veo que las televisiones árabes denuncian con fuerza estas violaciones, transmiten imágenes…». Comenta monseñor Alwan: «El problema es que toda la reacción israelí me parece desproporcionada. Comprendo las razones de un país que se siente amenazado, que ve cómo dos de sus soldados son secuestrados, pero no comprendo esta represalia que mata a tantos civiles inocentes y devasta las infraestructuras del país». “Reacción desproporcionada” ha sido el estribillo usado por todos los que en el mundo critican la intervención israelí en Líbano. También el cardenal Sfeir, patriarca de Antioquía de los maronitas, usó esta expresión al final de su viaje a Estados Unidos. En la otra orilla del océano había buscado la paz, sin encontrarla. Al volver del viaje, el patriarca reunió a todos los obispos libaneses y al final de la reunión hicieron un dramático llamamiento pidiendo el cese de las hostilidades y el envío de ayudas humanitarias. También el Papa ha invocado la paz repetidas veces y proclamado para el domingo 23 de julio una jornada de oración y penitencia para pedir el don de la paz. Pero hasta ahora los llamamientos han caído en saco roto. «Nosotros somos sólo una fuerza espiritual», recuerda con realismo el padre Charbel Mhanna, superior de la Orden maronita mariamita de la Bienaventurada Virgen María, una orden religiosa libanesa que cuenta con 110 sacerdotes distribuidos en dieciséis conventos de Líbano: «La Iglesia no tiene la fuerza para imponer nada». El padre Charbel nos habla desde el Colegio de los maronitas mariamitas que se encuentra en San Pedro ad Vincula, en Roma, y está acabando de preparar un envío de ayudas humanitarias a su país: «Estamos tratando de usar todos los canales posibles para hacer llegar a destino las ayudas, hace falta de todo».

La Iglesia y la oscuridad
Líbano es un país árabe donde la presencia cristiana es una parte importante de la sociedad. Como refiere monseñor Alwan, existe desde siempre en Líbano una ley no escrita –en vigor incluso durante las guerras fratricidas que han contrapuesto cristianos a musulmanes y estos a los drusos, etc.– que dice que el presidente de la República debe ser cristiano, el primer ministro, musulmán suní, y el presidente de la Cámara, musulmán chií. La Iglesia, nos han explicado las personas que hemos entrevistado, aunque condena la represalia israelí, no toma partido por ninguno de los dos contendientes, sino que reza por la paz y busca el bien del pueblo libanés. «Esta guerra nos concierne a todos, tanto cristianos como musulmanes, a los que están a favor de Hezbolá y a los que están en contra». Explica el padre Abdo: «Las matanzas están a la vista de todo el mundo. Estamos asediados, todo el país está bloqueado. Los israelíes lo bombardean todo, incluso los camiones que transportan ayudas humanitarias. En el sur la situación es aún más trágica, no hay electricidad, agua, medicinas. Por la radio escuchamos llamamientos incesantes de gente que pide ayuda. No son solamente los heridos de las bombas los que necesitan cuidados médicos, están también las personas que padecen patologías normales, como diabetes o problemas cardíacos, hombres y mujeres que carecen de asistencia…».
Mientras los edificios se desmoronan bajo las bombas, mientras de varios modos se obstaculiza el envío de ayudas humanitarias, la Iglesia está tratando de llevar asistencia a la extenuada población local. «La Cáritas ha sido la primera organización humanitaria en socorrer a las víctimas de la guerra, distribuyendo ayudas de tipo alimentario y sanitario», dice el padre Georges Massoud Khoury, presidente de la Cáritas libanesa: «Las organizaciones católicas han abierto sus estructuras a los necesitados, sin ninguna discriminación, ni de religión ni de orientación política. Si hemos podido hacerlo es gracias a la red de solidaridad que se ha creado entre los católicos en Europa y en Estados Unidos, algo de lo que estamos agradecidos. Pero esta crisis, por desgracia, no durará algunas semanas. Será larga. Esperemos que esta solidaridad nos acompañe hasta su conclusión».
Lo más imprevisible que ha sucedido en Líbano durante estos días ha sido la apertura de todas las estructuras eclesiásticas a las víctimas de la guerra. Ha sido el Patriarca el que ha querido que la Iglesia abriera sus monasterios, conventos, escuelas y casas parroquiales a la muchedumbre de desplazados. En el momento de escribir estas líneas los refugiados son unos 700.000. Muchísimos, incluso sin tener en cuenta que Líbano cuenta sólo con cuatro millones de habitantes. Gente que lo ha perdido todo y necesita de todo. «Hemos abierto todas nuestras estructuras», confirma el padre Charbel: «La zona donde esto ha ocurrido de manera más masiva es la que está alrededor del Patriarcado. Entre otras cosas porque se considera que es una zona tranquila. Si bombardean allí… También mi parroquia acoge a muchos refugiados, tanto cristianos como musulmanes…». Una admirable obra de caridad, florecida bajo las bombas. Como todas las cosas reales, tampoco esta tiene rasgos idílicos, y el padre Fady Tabet cuenta algunas incomprensiones con los refugiados de Hezbolá que querían izar su bandera sobre los monasterios, pero ciertamente algo nuevo ha ocurrido. Algo que aleja aún más, salvo infaustos imprevistos, las tensiones de antaño, cuando entre cristianos y musulmanes libaneses se sacaban los cuchillos. No es ajeno a este pequeño nuevo comienzo la obra del general Michel Aoun, histórico líder político cristiano, que desde hace tiempo ha emprendido un provechoso diálogo con los líderes políticos musulmanes.

«Parece Stalingrado»
Donde la asistencia a los refugiados es más encantadora (¿puede decirse durante una matanza?) es en el sur, el sur que arde bajo las bombas israelíes que persiguen a los guerrilleros enemigos. Al principio de la guerra los chiíes, que son la mayoría en esta zona, fueron a las cuatro aldeas con mayoría cristiana buscando refugio. Porque mientras tanto la artillería había bombardeado todas las vías de comunicación entre el sur y el norte y destruido los puentes, con lo que miles de personas se habían quedado encerradas en una trampa mortal. «Sé de una aldea del sur en la que hay unos 35.000 refugiados», explica el padre Fady: «No tienen nada, así que los niños tienen que comer hierba y beber agua no potable». Desde hace cincuenta años hay en el sur un colegio de los padre misioneros libaneses maronitas, el Collège de Kadmous, donde el 97% de los estudiantes es musulmán chií. Ahora el colegio acoge a centenares de refugiados. Es difícil hablar con los padres misioneros ya que las líneas telefónicas están destruidas. Cuando al final conseguimos ponernos en contacto con el director del colegio, gracias a un móvil, la línea está muy disturbada. Lo único que se oye decir claramente es: «Es la guerra». Varias veces, en francés. Están bombardeando de nuevo, y no es la primera vez que las bombas rozan el colegio. Colgamos, pensando con aprensión en esa voz agitada que para muchos desamparados es ahora el único oasis de esperanza en esta tormenta.
Tiro, 26 de julio de 2006

Tiro, 26 de julio de 2006

Un poco más al norte va mejor. Podemos hablar por teléfono. El padre Marcel Abi Kalil es el abad de la misión maronita de Deir El Kamar, en Chouf, una región fronteriza con el sur. Ex superior general de la Orden maronita mariamita, en su monasterio hay actualmente seis religiosos. El padre Marcel habla de incursiones israelíes que han convertido las ciudades del sur en un montón de escombros: «Parece Stalingrado», dice. Refiere que los desplazados que han llegado a Deir El Kamar son 40.000. Por ahora acogen a 300 en la escuela; otros tantos son huéspedes en las casas de los cristianos, ya que no había otro sitio donde meterlos: «Los israelíes lanzan octavillas advirtiendo que van a bombardear. El tiempo justo para meterse en el coche y escapar, sin llevarse nada consigo». Habla de gente aterrorizada, perdida, que llega a las aldeas cristianas sin nada: «Al principio creo que hubo desconfianza. Quizá no se esperaban una acogida tan generosa de la comunidad cristiana. En cambio los cristianos salieron enseguida en ayuda de los hermanos chiíes necesitados. La parroquia ha organizado una recogida de bienes y todos los fieles han traído algo: colchones, vestidos, géneros alimentarios, cubiertos, medicinas, etc. Gracias a ellos hemos podido asistir a nuestros hermanos víctimas de la desgracia. Luego llegó Cáritas. Hemos preparado campos de refugiados y hemos logrado intervenir con mayor eficacia». Tiene una voz ligera al teléfono el padre Marcel, pese a la situación: «Algunos estaban tristes, porque lo habían perdido todo. Hemos dicho: “No habéis perdido nada porque nosotros somos vuestros hermanos”. Se echaron a llorar». Y cuenta de una mujer embarazada que se salvó de las bombas asesinas, salió de los escombros de su casa, tomó el coche y se puso a buscar un refugio. Su hijo ha nacido en un campo de Deir El Kamar, y le ha puesto el nombre de Nasrallah, como el líder de Hezbolá; y como el Patriarca de los maronitas, porque quedó conmovida ante la bondad de los cristianos. «Creo que esta guerra, con su cargamento de horrores, ha hecho florecer algo nuevo. Cristianos y musulmanes no han estado nunca tan unidos. Todo Líbano está unido como nunca antes».
Hemos querido cerrar el artículo con esta pequeña, inerme, flor de caridad porque este martirizado Oriente Próximo, atrapado entre la locura del Apocalipsis y la miseria de muchedumbres cada vez más desesperadas, necesita ahora más que nunca la solicitud de los hombres de buena voluntad. Quizá también de una fuerza de interposición internacional. Y por supuesto de un diálogo nuevo entre Occidente y “Arabia”.En fin, tiene necesidad de todo. Sobre todo de milagros.


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