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CRISTIANISMO
Sacado del n. 10 - 2006

Albino Luciani, Juan Pablo II y Joseph Ratzinger




La evidencia de los hechos

Homilía del cardenal Albino Luciani para la Vigilia pascual, Venecia, 21 de abril de 1973

El patriarca Albino Luciani  con Pablo VI durante la visita del Papa a Venecia, en septiembre de 1972

El patriarca Albino Luciani con Pablo VI durante la visita del Papa a Venecia, en septiembre de 1972

«Dice san Pablo: “Fue sepultado… resucitó al tercer día … se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven…Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí” (1Co 15, 4-9). Aquí Pablo usa cuatro veces el verbo aparecer, insistiendo en la percepción visiva; ahora bien, el ojo no ve lo que está dentro de nosotros, sino lo exterior, una realidad distinta de nosotros, que se nos impone desde fuera. Esto aleja la tesis de una alucinación, algo que los apóstoles fueron los primeros en temer. De hecho, al principio pensaron que veían a un espíritu, no al verdadero Jesús, por lo que éste les tuvo que tranquilizar: “¿Por qué os turbáis? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo” (Lc 24, 38). Como no acababan de creerlo, Jesús les dijo: “‘¿Tenéis aquí algo de comer?’.Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos” (Lc 24, 41-43). Así pues, la incredulidad inicial no fue sólo de Tomás, sino de todos los apóstoles, gente sana, robusta, realista, alérgica a todo fenómeno de alucinación, que se rindió solamente frente a la evidencia de los hechos.
Con un material humano semejante era también muy improbable pasar de la idea de un Cristo merecedor de revivir espiritualmente en los corazones a la idea de una resurrección corporal a fuerza de reflexión y entusiasmo. Además, después de la muerte de Cristo los apóstoles en vez de entusiasmo sentían desconsuelo y desilusión. Y también faltó el tiempo: en quince días un grupo fuerte de personas, no acostumbradas a especular, no cambia en bloque de mentalidad sin el apoyo de pruebas sólidas».


La experiencia de Tomás

Discurso de Juan Pablo II a los jóvenes de la diócesis de Roma, 24 de marzo de 1994

Juan Pablo II con los jóvenes de Toronto,  25 de julio de 2002

Juan Pablo II con los jóvenes de Toronto, 25 de julio de 2002

«Conviene decir también algunas palabras sobre santo Tomás. El evangelio de san Juan que leímos hoy nos habla de santo Tomás, una figura enigmática, porque todos vieron a Jesús resucitado, menos él, que dijo: si no veo, no creo; si no toco, no creo.
Conocemos muy bien a esta clase de personas; entre ellas también hay jóvenes. Son empíricos, fascinados por las ciencias en sentido estricto de la palabra, ciencias naturales y experimentales. Los conocemos; son muchos, y son de alabar porque este querer tocar, este querer ver indica la seriedad con que se afronta la realidad, el conocimiento de la realidad. Y, si en alguna ocasión Jesús se les aparece y les muestra sus heridas, sus manos, su costado, están dispuestos a decir: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).
Creo que muchos de vuestros amigos, de vuestros coetáneos, tienen esa mentalidad empírica, científica; pero, si en alguna ocasión pudieran tocar a Jesús de cerca, ver su rostro, tocar el rostro de Cristo, si alguna vez pudieran tocar a Jesús, si lo ven en vosotros, dirán: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).
Añado otro elemento, el último elemento de esta oración por Italia, especialmente por la clase intelectual, porque es muy escéptica, tienen sus reservas hacia la religión, tienen sus tradiciones iluministas; por eso, les hace falta esta experiencia de Tomás. Oremos para que vivan ellos esta experiencia de Tomás, el cual al final dijo: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). ¡Gracias!


«Un acontecimiento que anticipaba su pensamiento y voluntad»

La introducción del cardenal Joseph Ratzinger al libro de Heinrich Schlier Sobre la resurrección de Jesucristo, publicado nuevamente por 30Giorni

El cardenal Joseph Ratzinger con Giulio Andreotti en la Sala del Cenáculo de la Cámara de diputados, en octubre de 1998

El cardenal Joseph Ratzinger con Giulio Andreotti en la Sala del Cenáculo de la Cámara de diputados, en octubre de 1998

«Puede ser útil para el lector actual comenzar la lectura del libro por las dos últimas páginas en las que la conciencia metódica del autor emerge de modo muy conciso, pero justamente por eso de modo muy preciso. Schlier se daba cuenta perfectamente de que la resurrección de Jesús de entre los muertos representa un problema-límite para la exégesis; pero esto hace ver con claridad que la interpretación del Nuevo Testamento, si quiere llegar al núcleo de la cuestión, tiene siempre que vérselas con problemas-límite. La fe en la resurrección de los Escritos neotestamentarios pone al exégeta frente a una alternativa que le exige una decisión. El exégeta, por supuesto, puede compartir la opinión (que se ha convertido en visión del mundo en historiografía) de la homogeneidad de toda la historia, según la cual puede haber sucedido realmente sólo lo que puede suceder siempre. Pero entonces se ve obligado a negar la resurrección como acontecimiento y debe tratar de aclarar qué es lo que hay detrás, cómo pueden nacer ideas de este tipo. O también puede dejarse arrollar por la evidencia de un fenómeno que interrumpe la serie concatenada de los acontecimientos para luego tratar de comprender qué significa. El pequeño libro de Schlier, al fin y al cabo, muestra simplemente esto: que los discípulos se dejaron conquistar por un fenómeno que se les manifestaba, por una realidad inesperada, inicialmente incomprensible, y que la fe en la resurrección nace de esa conquista, es decir, de un acontecimiento que anticipaba su pensamiento y voluntad, es más, que los cambiaba.
Quien lea el libro de Schlier verá que el autor ha vivido la misma experiencia de los discípulos: él mismo es uno que ha sido conquistado “por la evidencia de un fenómeno que se ha manifestado por sí mismo con naturalidad”, es decir, es un creyente, pero un creyente que cree razonablemente. Toda su vida consistió en dejarse conquistar por el Señor que lo guiaba. Schlier no reduce trivialmente el fenómeno de la resurrección a la normalidad de un hecho cualquiera. La originalidad de este acontecimiento, que se revela en las relaciones tan especiales instauradas por el Resucitado, emerge claramente en su libro. No es un acontecimiento como los demás, sino un salirse de lo que normalmente sucede como historia. De aquí nace la dificultad de una interpretación objetiva; de ello se entiende también la tentación de anular el acontecimiento como acontecimiento para interpretarlo como hecho mental, existencial o psicológico. Pese a que Schlier deja intacto en su particularidad –como hemos dicho– lo que la resurrección tiene de singular, es decir, de incomprensible para nosotros, mantiene firme –fiel a los testimonios de los textos y a la evidencia de aquel inicio– “la irreversibilidad y la irreductibilidad de la secuencia ‘aparición del Resucitado’ –‘kerygma’ – ‘fe’”; que con resurrección se entiende “un acontecimiento, es decir, un acontecimiento histórico concreto”, o dicho de otra manera, que “la palabra de los que ven al Resucitado es la palabra de un acontecimiento que supera a los testigos”».


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