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VIAJES PAPALES
Sacado del n. 11 - 2006

TURQUÍA. Las reflexiones de uno de los cardenales que acompañaron al Papa

Tras las huellas de Benedicto XVI en Turquía


El diario de viaje del cardenal Roger Etchegaray, presidente emérito de «Iustitia et Pax»: «Podemos imaginar lo que pudo conmover el corazón y el espíritu del teólogo convertido en sucesor del apóstol Pedro»


por el cardenal Roger Etchegaray


Benedicto XVI y el patriarca ecuménico Bartolomé I durante la divina liturgia bizantina en la iglesia patriarcal de San Jorge en El Fanar, Estambul, el 30 de noviembre de 2006

Benedicto XVI y el patriarca ecuménico Bartolomé I durante la divina liturgia bizantina en la iglesia patriarcal de San Jorge en El Fanar, Estambul, el 30 de noviembre de 2006

Pocas veces un viaje papal fue tan seguido, observado y comentado como el de Benedicto XVI a Turquía. Fue diseccionado tanto el país visitado como el visitante, porque ambos eran el centro de una actualidad de interés general: el primero en espera de un nuevo veredicto de la Comunidad Europea, el segundo tras un discurso de resonancias islámicas. Viaje anunciado como de “alto riesgo”, y realizado, contra todas las previsiones, en un clima casi eufórico.
Si existía un riesgo real para el Papa era que su viaje fuera de lo pastoral a lo político o que el ecumenismo quedara oscurecido por el diálogo interreligioso únicamente. La prioridad ecuménica, sin embargo, quedó salvaguardada, con toda la importancia que el propio Benedicto XVI le ha querido dar. Lo cual no se daba por descontado, porque las autoridades locales no entendían por qué motivo un papa iba de Roma a Estambul solo para saludar expresamente al jefe de un grupito de unos tres mil cristianos, a quien aquellas niegan el título de “patriarca ecuménico de Constantinopla”, poniendo en discusión con sus pretensiones la existencia misma de su función.
La visita al patriarca Bartolomé I, que no se hizo solo unilateralmente ni fue de simple cortesía, tuvo un significado particular para ambos, puesto que expresó la fraternidad de Pedro y Andrés y tocó el centro del problema ecuménico: el del ministerio petrino universal. Me gusta mucho la reflexión del padre Congar: «Entre Oriente y Occidente todo lo esencial es idéntico y diferente. Es lo idéntico lo que es diferente: las diferencias han de ser reconocidas y respetadas, son diferencias en la identidad profunda». Entre católicos y ortodoxos no se trata solo de ajuste eclesiológico, sino ante todo de una historia de amor que hay que retomar con más fuerza que nunca, que se funda en un amor común por el Señor, único y verdadero recurso en el camino de la unidad visible de la Iglesia.
Benedicto XVI con el gran muftí de Estambul, Mustafá Cagrici, 
durante la visita a la Mezquita Azul, 
el 30 de noviembre de 2006

Benedicto XVI con el gran muftí de Estambul, Mustafá Cagrici, durante la visita a la Mezquita Azul, el 30 de noviembre de 2006

Paradójicamente, el objetivo ecuménico de la visita de Benedicto XVI no era mejorar las relaciones entre Roma y Constantinopla, que son muy estables, sino, sin ninguna interferencia en la vida propia de las Iglesias ortodoxas, simplemente el de subrayar la importancia de la función del patriarcado ecuménico: no es una especie de papado oriental, pero su «primacía de honor y de servicio» parece más que nunca necesaria, hoy que la unidad de la Ortodoxia está amenazada por una parte por la inmensidad de su diáspora y por otra por ciertas corrientes de nacionalismo religioso.
Benedicto XVI visitaba por primera vez un país de mayoría musulmana. Puede parecer extraño que el profesor Ratzinger nunca hubiera puesto los pies como peregrino en la antigua Bizancio, la tierra de san Pablo y de san Juan, la tierra de los ocho concilios y de los grandes “Padres de la Iglesia” capadocios. Podemos imaginar hasta qué punto la preparación y el recorrido de este viaje pudo conmover el corazón y el espíritu del teólogo convertido en sucesor del apóstol Pedro. Pero todos lo esperaban frente al islam. Pasó lo que pasa solo con la complicidad de Dios. Tomemos el programa oficial del viaje… la visita a la Mezquita Azul, decidida solo algunos días antes de la salida, no estaba prevista. El encuentro oficial de dos días antes en Ankara con el presidente de Asuntos religiosos parecía ya lejano. Tras la visita al “museo” de Santa Sofía, el Papa, descalzo, entra en la mezquita más hermosa y popular de toda Turquía. No parecía caminar en la cuerda floja ni avanzar prudentemente por una cresta. Escuchaba atentamente las explicaciones del gran muftí de Estambul, Mustafá Cagrici, y ambos estaban con sencillez frente al mihrab. Las cámaras de todo el mundo los muestran como transfigurados, muy cerca el uno del otro, porque ambos están cerca de Dios. Yo estaba a dos metros detrás del Papa, e inmediatamente pensé en Juan Pablo II, cuando en marzo de 2000 colocaba una cita bíblica en un hueco del Muro de las Lamentaciones: bastó aquel simple gesto para volver a acercar a un papa al pueblo judío. Aún más sencillamente, pero igualmente fuerte, la mirada interior de Benedicto XVI parece abrazar a todos los creyentes musulmanes en Dios. Se deberían citar las reflexiones espontáneas del gran muftí a la salida de la mezquita. Releamos lo que dijo Benedicto XVI durante la audiencia del 6 de diciembre: «En unos minutos de recogimiento en ese lugar de oración, oré al único Señor del cielo y de la tierra, Padre misericordioso de toda la humanidad, para que todos los creyentes se reconozcan como criaturas suyas y den testimonio de auténtica fraternidad».
Si existía un riesgo real para el Papa era que su viaje fuera de lo pastoral a lo político o que el ecumenismo quedara oscurecido por el diálogo interreligioso únicamente. La prioridad ecuménica, sin embargo, quedó salvaguardada, con toda la importancia que el propio Benedicto XVI le ha querido dar
Retomando la imagen de los «círculos concéntricos» usada por el Papa en aquella audiencia para orientar su visita pastoral, no hemos de olvidar el verdadera centro: los dos encuentros con las comunidades católicas. El primero, en la “Casa de María”, en los altos de Éfeso, fue el típico encuentro de una situación infinitamente minoritaria, pero llena de luz y humanidad: un grupo de fieles y un papa que se había convertido en párroco de pueblo, más cerca que nunca de su pequeña grey, entre los que se habían mezclado también algunos musulmanes que habían venido a venerar a Meryem Ana. Era la “misa al pueblo”, con un llamamiento urgente a la paz, sobre todo en Tierra Santa. Una sola contrariedad (sin duda compartida por el papa Ratzinger): el programa no había previsto una parada precisamente en Éfeso, sitio único de la historia primitiva de la Iglesia. Y la última misa en Estambul, poco antes de volver a Roma, en la Catedral del Espíritu Santo, cerca de la residencia donde vivió durante nueve años el delegado apostólico Angelo Roncalli, reflejaba la catolicidad de la Iglesia: una liturgia latina que supo integrar armoniosamente siete lenguas, entre ellas el árabe, los ritos armenios, caldeos y sirios y un coro con prófugos iraquíes. En aquella asamblea no faltaba ninguna confesión cristiana, desde el patriarca Bartolomé I al patriarca armenio Mesrob.
A menudo se me pregunta cómo se explica el éxito de un viaje que muchos veían como un desastre. Está claro que todos han puesto de su parte, empezando por el propio Benedicto XVI. Me causó admiración su constante serenidad, pero sobre todo el sentido de la medida que le ayudó en todo el recorrido. Dio prueba de una virtud (en el sentido total del término) que caracteriza a la Iglesia romana, la discretio
En un viaje en el que no se olvidó a ninguna minoría religiosa, es una lástima que el encuentro del Papa con el gran rabino de Turquía, Isak Haleva, pasara casi inobservado. Me enteré por el diálogo que tuve con él de que su comunidad es la segunda por número en un país islámico (23.000 miembros); de rito sefardí, salidos de España en los tiempos de la Inquisición, dispone en la sociedad turca de un buen margen de libertad.
En el gran mosaico de los pueblos, de las culturas y las religiones, la prensa, que siguió tan detalladamente el viaje del Papa, con sus implicaciones sociopolíticas, nunca recordó la situación de los veinte millones de curdos que viven a caballo de cinco países, en su mayor parte en Turquía. Si la geografía es inmutable, la historia, por su parte, renquea por caminos inciertos: infeliz errar de un pueblo olvidado.
A menudo se me pregunta cómo se explica el éxito de un viaje que muchos veían como un desastre. Está claro que todos han puesto de su parte, empezando por el propio Benedicto XVI. Me causó admiración su constante serenidad, pero sobre todo el sentido de la medida que le ayudó en todo el recorrido. Dio prueba de una virtud (en el sentido total del término) que caracteriza a la Iglesia romana, la discretio, la sobriedad en las palabras y en los gestos: fue muy importante para limar asperezas y hacer desaparecer los perjuicios. Sin pretenderlo, ha ayudado a un gran y noble país a mostrarse a sí mismo, a comprender mejor sus contradicciones pero también sus legítimas aspiraciones. Pero la euforia que aflora por doquier ha de templarse. Porque la caravana pasa, pero el paisaje sigue siendo el mismo, con sus sombras y sus luces. Nuestra tarea es la de “seguir” ulteriormente al Papa en la visita pastoral por Turquía, que él no dejará de retomar y profundizar, porque ya nos lo ha dicho: dejó allí un trocito de corazón.


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