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BIBLIOTECA APOSTÓLICA...
Sacado del n. 11 - 2006

ORTODOXOS. Un antiguo manuscrito griego, fuente de colaboración con Roma

Un tesoro de diálogo


La Biblioteca Apostólica Vaticana y la Diaconía apostólica de la Iglesia de Grecia están trabajando en la publicación del facsímil del Menologio de Basilio II, obra maestra absoluta del arte de la miniatura bizantina


por Francesco D’Aiuto


Que un libro pueda beneficiar y abrir los caminos del diálogo entre las Iglesias es algo que no provocará estupor. El pensamiento, la palabra y la página escrita en la que adquieren forma definitiva, pueden sin duda alguna actuar –como muchas veces ha ocurrido en el pasado– como clave eficaz de conocimiento recíproco, como medio para superar las hostilidades y la frialdad seculares. Sorprenderá, en cambio, que por una vez, lo que contribuye a la discusión entre el catolicismo y la ortodoxia no sean las páginas recién publicadas de un volumen de reflexión teológica, sino más bien los folios de pergamino, de mil años de antigüedad, de un rico manuscrito griego que hace cuatro siglos que se conserva en Roma, entre los tesoros de la Biblioteca Vaticana: el Menologio de Basilio II.
No es un manuscrito cualquiera, esto es cierto. Hasta se podría decir que es el “príncipe” de los manuscritos griegos, la obra maestra absoluta del arte de la miniatura bizantina. Un libro “imperial”, ante todo, que fue copiado a mano –más de cuatrocientos años antes de la invención de la imprenta– y suntuosamente ilustrado por encargo de Basilio II: el emperador que reinó entre 976 y 1025 y fue el último representante de relieve en Constantinopla de la gloriosa dinastía macedonia que estuvo en el poder entre mediados del siglo IX y mediados del XI, llevando al Imperio de Bizancio, la gran potencia mediterránea de entonces, a su apogeo.
En resumidas cuentas, se trata de un libro que perteneció a un personaje poderoso de su tiempo, que él mismo encargó. Y sin embargo, se trata de un libro “de iglesia”, o mejor dicho, de un manuscrito estrictamente litúrgico. Con la habitual mezcla y superposición de planos, típica de la Edad Media griega, entre lo divino y lo profano: entre el Reino de los Cielos y el Imperio terrenal, de pretensiones universalistas, que quería ser la imagen de la monarquía celestial en el mundo visible. Porque en Bizancio el emperador era la figura y el representante de Dios en la tierra.
Así pues, no ha de asombrar que en este manuscrito el emperador Basilio mandara incluir un ejemplar de gran lujo del Sinasario, es decir, el libro litúrgico que contiene las breves noticias sobre los santos del día, que se leían diariamente en los ritos de los “maitines” (el órthros, como se dice en griego). Un manuscrito, pues, que forma parte de un grupo preciso y bien nutrido de testimonios de la liturgia bizantina. Sin embargo, son muchos los aspectos que hacen de este manuscrito un ejemplar único, totalmente extraordinario.

Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. gr. 1613, f. 152: los santos Cosme y Damián, médicos, reciben del cielo la caja de instrumentos

Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. gr. 1613, f. 152: los santos Cosme y Damián, médicos, reciben del cielo la caja de instrumentos

Un calendario litúrgico
En primer lugar, el testimonio inmediato que nos ofrece sobre la figura del soberano, Basilio II. Las fuentes históricas –en primer lugar la Cronografía que fue escrita algunos decenios más tarde por aquel cortesano sin escrúpulos que fue Miguel Psello– nos presentan a Basilio como un asceta del gobierno. El retrato que resulta es el de un emperador severo y pragmático, de modales rudos. Un hombre profundamente interesado en la administración del Estado, e implacable en la acción militar: un hombre que pasó a la historia, no por nada, como el “exterminador de los búlgaros” (o Bulgaroktónos) por antonomasia. Hombre poco interesado –así se nos dice– en la literatura, sobre todo en la florida retórica dominante en sus días, y poco amante de las artes en general. Y sin embargo, el Menologio de la Biblioteca Vaticana, además de arrojar luz sobre su religiosidad, podríamos decir que nos lo revela como sensible al arte y lo bello.
Esto nos lleva al segundo elemento excepcional de nuestro manuscrito: se trata, en efecto, del libro bizantino más ricamente miniado que se conoce. A cada santo, a cada fiesta litúrgica del Sinasario le corresponde en el manuscrito una miniatura. En esta especie de “galería de pintura en un libro solo”, la mitad de cada página la ocupa una escena miniada en formato grande (unos 18x12 cm), mientras que el resto del espacio se reserva al texto escrito correspondiente. Las miniaturas que nos han llegado son 430: y sin embargo representan solo a los santos celebrados desde septiembre hasta febrero (los primeros seis meses del calendario bizantino, que comenzaba el 1 de septiembre y terminaba el 31 de agosto). Ha de haber existido, en efecto, también un segundo tomo del Menologio, con los meses de marzo a agosto, enriquecido con otros tantos cientos de preciosas miniaturas: un tomo que tuvo que perderse en una época que no podemos precisar, y en circunstancias desconocidas. Probablemente en los convulsos y atormentados siglos finales de Bizancio. Quizá en el momento de la ruinosa toma de Constantinopla, la capital del Imperio caída en manos turcas en 1453.
Pero el vivo interés de Basilio II por las artes parece atestiguado no solo por la gran cantidad de miniaturas de este manuscrito, ni solo por su excelente calidad, que las sitúa en la cima de la pintura bizantina. Otra característica exclusiva de este manuscrito consiste en que junto a cada miniatura se puede leer la “firma”, es decir, el nombre del pintor que la realizó. Aunque no escrita por el propio artista, sino por la mano del anónimo calígrafo.
Este es un caso único en Bizancio, donde los artistas se esconden casi siempre tras el anonimato más total. Por una forma de ceremoniosa humildad, especialmente si eran monjes o eclesiásticos. O bien, más a menudo, porque era enorme la separación social entre los artistas y quienes encargaban las obras de arte, que eran generalmente aristócratas, cuando no, como en este caso, emperadores. También este elemento –la voluntad de registrar los nombres de los pintores– puede ser testimonio, por parte de Basilio II, de un interés personal, para nada convencional, por el arte y los artistas.
A esta inusual atención por la persona de los pintores le debemos, pues, por una vez, el que conozcamos sus nombres. De este modo sabemos que en el manuscrito –o por lo menos en el primer tomo, el único que ha llegado hasta nosotros– trabajaron ocho artistas, capitaneados por un tal Pantaleón que tuvo que ser el pintor más célebre de su tiempo, cuyo nombre aparece también en fuentes literarias de la época. Y gracias a las “firmas” podemos conocer en estas miniaturas las peculiaridades de la manera pictórica de cada uno de los artistas que participaron en el trabajo. De este modo conseguimos hacernos una idea clara de la coexistencia de tendencias y talentos en parte distintas –pese a la sustancial unidad de estilo– dentro de un solo y extraordinario taller de pintura de la Constantinopla del año mil.
Era urgente promover la publicación de un manuscrito tan rico en una moderna reproducción fotográfica íntegra: un facsímil, como dicen los entendidos. Y no solamente para difundir su conocimiento.
Como muchísimos otros manuscritos de la edad mediobizantina, también el Menologio padece delicados problemas de conservación, especialmente de los pigmentos. Pese a la utilización de las metodologías más avanzadas, los procesos de envejecimiento, si bien son muy lentos, son a veces muy difíciles de detener con eficacia y, sobre todo, evitando que el manuscrito sufra otros “efectos colaterales” dañinos para el futuro. A menudo solo se puede hacer que el proceso de degradación sea más lento, pero no detenerlo completamente.
La reproducción en facsímil, en este sentido, es una medida de conservación importante. Documenta fotográficamente, con las técnicas más refinadas de la foto digital, el estado actual. Sobre todo permitirá que sea mucho menos frecuente la consultación directa del original, limitada ya ahora a los casos indispensables para la investigación, manteniendo de este modo el manuscrito en mejores condiciones para las generaciones futuras. Mientras tanto, los cientos de ejemplares del facsímil que se han impreso, y que en buena parte serán distribuidos a las mayores bibliotecas de documentación y a los centros de investigación de todo el mundo, volverán a lanzar sin duda alguna el estudio de esta obra maestra, cuyos muchos secretos están muy lejos de haber sido revelados completamente.

Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. gr. 1613, f. 237: san Daniel Estilita, asceta, sobre su columna

Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. gr. 1613, f. 237: san Daniel Estilita, asceta, sobre su columna

Un patrimonio común
De libro celosamente reservado al poderoso soberano que ordenó su creación, el Menologio se transforma hoy idealmente, gracias a sus copias facsímil, en un patrimonio común de la humanidad. En esta época nuestra dominada por la posibilidad de reproducir el arte, los avances en las técnicas fotográficas y de impresión permite la creación de “copias” tan perfeccionadas que solo pocos especialistas sabrían distinguirlas del original. Ello gracias también a la gran competencia tecnológica y, al mismo tiempo, sabiduría “artesanal” de la editorial española encargada de la ejecución del proyecto, la Testimonio Compañía Editorial, especializada desde hace tiempo en publicaciones similares.
Pero estas refinadas “copias” del rico manuscrito no se ponen solamente al servicio de los estudios: representan sobre todo la señal del renacido espíritu entre las Iglesias de Oriente y Occidente de compartir la memoria de un tesoro de santidad común y milenario. Los cientos de santas y santos –mártires, monjes, obispos, simples legos– que están retratados en la galería de imágenes sagradas del Menologio no son, en efecto, objeto de veneración solo de la Iglesia griega, sino de la Iglesia universal. Porque este libro precioso fue escrito y miniado solo algunos decenios antes de que en 1054 se produjera el cisma definitivo entre Constantinopla y Roma. Aquella separación y oposición entre catolicismo y ortodoxia en materia doctrinal y disciplinar, sobre cuyas bases se construirá un verdadero muro de odio por los acontecimientos posteriores: piénsese en la toma y el saqueo de Constantinopla por parte de los cruzados, los odiados “latinos”, en 1204. Una hostilidad que nunca más será superada, pese a los distintos intentos llevados a cabo por ambas partes hasta la precaria “unión” decretada por el Concilio de Florencia (1439), y otras ocasiones. Con consecuencias que han seguido influyendo gravemente en las relaciones entre la sede de Pedro y el mundo ortodoxo hasta hoy.
Si la colocamos en la perspectiva de esta historia milenaria es, por lo mismo, un acontecimiento de profundo significado la colaboración establecida hoy entre la Diaconía apostólica de la Iglesia de Grecia y la Biblioteca Apostólica Vaticana para la realización conjunta del facsímil de este manuscrito. Es una señal de nueva confianza recíproca, en medio de las inevitables dificultades. En todo caso, es el testimonio de la continuidad y la vivacidad de un diálogo que en los últimos decenios se ha reforzado: gracias a hombres de Iglesia que, en ambos frentes, consideran la superación del antiguo “escándalo” de la separación un presupuesto ineludible para dar hoy del Evangelio un testimonio universalmente creíble.
El clima de cordialidad y apertura, el diálogo confiado que se ha instaurado en la colaboración entre las partes implicadas en el largo proyecto –que comenzó en 2002–, se vieron premiados en la ceremonia de primera presentación oficial del facsímil realizado, que tuvo lugar el 16 de noviembre del pasado año en Atenas. Esta ceremonia, celebrada en un clima de hermandad esperanzadora, reunió en torno al facsímil a autoridades eclesiásticas y laicas, como el arzobispo de Atenas y de toda Grecia, su beatitud Christódulos, y el bibliotecario y archivero de Santa Romana Iglesia, el cardenal Jean-Louis Tauran.
Ahora se espera el próximo encuentro, que será otro paso más en el camino del diálogo. Será la presentación –que se organizará esta vez en Roma, a finales de la primavera de 2007– del volumen de estudios y comentarios que acompañará al facsímil del Menologio. Este volumen está naciendo precisamente en estos meses gracias a las investigaciones originales de un equipo de especialistas: historiadores de arte, filólogos, liturgistas, restauradores, que han sido llamados a colaborar, cada uno en su ámbito de competencias, en un vasto proyecto de estudio interdisciplinario. En una iniciativa de investigación que, necesariamente, es también de nivel internacional, en la que colaboran expertos sobre todo de Italia y Grecia, aunque también de Rusia y de Estados Unidos.
El estudio y la investigación no conocen fronteras geopolíticas, ni barreras confesionales. Todo lo contrario, ya que pueden a su manera facilitar la superación, en otros ámbitos, de incomprensiones y contraposiciones antiguas. Porque el camino hacia el diálogo puede también hoy pasar por los estudios. Y por las páginas de un manuscrito griego de hace mil años.


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