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CIENCIA Y FE
Sacado del n. 11 - 2006

PORQUÉ AGUSTIN HUBIERA DEFENDIDO A GALILEO ANTE LA INQUISICIÓN

El Doctor gratiae y el conocimiento del mundo sensible


Entrevista con el padre Nello Cipriani, profesor ordinario del Instituto Patrístico Agustinianum: «En Agustín, la idea de que podemos tener conocimiento cierto del mundo externo no se queda en una afirmación abstracta. La hace valer también cuando se trata de establecer la relación entre la enseñanza de la Escritura y los resultados de las ciencias naturales»


Entrevista con Nello Cipriani por Lorenzo Cappelletti


Con el padre Nello Cipriani, agustino, consultor de la Congregación para la doctrina de la fe, profesor del Instituto Patrístico Agustinianum fundado en Roma por Pablo VI, que ha intervenido varias veces a partir de los años noventa en las páginas de 30Días sobre la actualidad del pensamiento de san Agustín, reanudamos un diálogo, que en realidad no se ha interrumpido nunca sino sobre el papel. Por un lado nos insta a hacerlo el debate sobre la relación entre fe y ciencia que, en estos últimos tiempos, parece que se ha vuelto más duro, y por otro las nuevas investigaciones realizadas por el padre Cipriani que en este ámbito pueden contribuir a la claridad y la distensión.

Fragmento del Zodiaco con la imagen del Acuario. Este detalle, comos todos los de las páginas siguientes, pertenece al ciclo de frescos recién descubierto en el monasterio de clausura de las agustinas de la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, en Roma

Fragmento del Zodiaco con la imagen del Acuario. Este detalle, comos todos los de las páginas siguientes, pertenece al ciclo de frescos recién descubierto en el monasterio de clausura de las agustinas de la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, en Roma

¿Cuál es el objeto de tus investigaciones más recientes?
NELLO CIPRIANI: Recientemente me he ocupado de la epistemología de san Agustín, es decir, he querido investigar cómo entendía él la palabra scientia. He visto que en los primeros años después de su conversión entendía aún este término en el sentido que tenía en la tradición platónica y aristotélica. Entendía scientia como el conocimiento racional de las realidades inteligibles eternas e inmutables, objeto de la especulación metafísica y matemática, en primer lugar Dios. De este concepto muy intelectual de scientia se excluía por tanto el conocimiento de las cosas contingentes, las que suceden en el tiempo, y también el conocimiento del mundo sensible. Pero en el periodo de su presbiterado, san Agustín lleva a cabo un verdadero cambio epistemológico, porque descubre una segunda scientia: el estudio de la Escritura, peldaño indispensable para llegar a la scientia de lo eterno. Este descubrimiento es el fruto de una lectura de san Pablo que habla del don de la ciencia distinto del don de la sabiduría. Así en el De Doctrina christiana la ciencia es sobre todo el estudio detenido de la Escritura hecho con un método que se inspira en criterios científicos. Esto es ya una gran novedad epistemológica. Pero luego san Agustín, en el De Trinitate (sobre todo en los libros XII y XIII) llega a distinguir de un modo aún más profundo la ciencia de la sabiduría. La ciencia ya no es solamente el conocimiento de lo que ha acontecido en el tiempo, es decir, de la historia de la salvación y de la moral cristiana, contenidas ambas en la Escritura, sino que incluye la fe temporal, histórica, de la Iglesia en Dios y en los bienes eternos. En este concepto de ciencia el objetivo se vuelve aún más amplio: todo lo que es temporal y que interesa a la fe. El cometido de esta scientia, que no todos deben tener necesariamente, es el de sostener la fe de los creyentes a través de la defensa contra las herejías.
¿Qué interés puede tener su hallazgo respecto al trayecto epistemológico de san Agustín?
CIPRIANI: La cuestión es interesante porque los grandes filósofos griegos, como Platón y Aristóteles, no incluían en el episteme, es decir, en la scientia, lo que sucede en el tiempo, mientras que para Agustín, como he dicho, la scientia se interesa de las res temporales, es decir, de los hechos históricos, y también de todos los fenómenos naturales. Ahora bien, cuando se habla de Agustín, se añade muy a menudo el atributo “platónico”, como si Agustín estuviera subordinado totalmente al platonismo. En realidad Platón no tenía mucha estima del conocimiento sensible, lo consideraba una doxa, una opinión, no le atribuía la capacidad de dar conocimientos ciertos. En cambio, Agustín, ya en el De vera religione, dice explícitamente que los sentidos no engañan, y luego, en el De Trinitate, con la misma claridad: ni por asomo pensemos sostener que las cosas que conocemos mediante los sentidos no son verdaderas. Todo lo contrario de Platón. Además, en san Agustín, la idea de que podamos tener conocimiento seguro del mundo exterior no es una afirmación abstracta. Es válida también cuando se trata de establecer la relación entre la enseñanza de la Escritura y los resultados de las ciencias naturales. Esto sucede sobre todo en el De Genesi ad litteram, donde san Agustín define como temerario al cristiano que toma a la letra una expresión bíblica contraponiéndose a los resultados alcanzados con certeza por los científicos de su época. Afirma, efectivamente, que la Escritura no quiere enseñarnos cómo está hecho el mundo, es decir, no pretende dar una explicación científica de los fenómenos naturales, lo que quiere es enseñarnos el camino de la salvación. Además, en el De Genesi ad litteram san Agustín no sólo reconoce que los escritores sagrados no tienen ninguna intención de pronunciarse sobre cómo está hecho el mundo, sino que afirma incluso que los científicos, con cálculos y experimentos, pueden llegar a resultados absolutamente seguros, que quien es cristiano debe aceptar sin contraponerlos a la Escritura. Siempre que los resultados científicos sean de verdad ciertos, alcanzados con un método serio.
Si en la época se hubiera escuchado a san Agustín no habría surgido el famoso caso Galileo.
CIPRIANI: Es seguro. El mismo Galileo, en una carta de 1615, cita a san Agustín quince veces para afirmar, por una parte, su fe y, por otra, su libertad de científico. Fue un error gravísimo haberle hecho decir a la Escritura lo que ella no dice de ningún modo. No es la Escritura la que es contraria a la ciencia. Más bien ha sido un modo de interpretar la Escritura esclavo de la cultura de la época lo que le impidió a la Iglesia de entonces tener en cuenta la enseñanza de san Agustín. La posibilidad de evitar el enfrentamiento entre Galileo y la Inquisición existía, si hubieran tenido presente esta enseñanza de Agustín que había reconocido la autonomía de la ciencia muchos siglos antes.
Es muy interesante este Galileo agustiniano.
CIPRIANI: La reflexión desarrollada por san Agustín sobre el concepto de scientia, que atraviesa toda su reflexión filosófica y teológica, le lleva a realizar conquistas que serán recuperadas sólo muchos siglos después: primero por santo Tomás, respecto a la teología (para definir objeto y fin de la teología, santo Tomás, al principio de la Summa, toma el concepto de scientia de Agustín). Luego por Galileo, respecto a las ciencias naturales.
San Agustín sobre los hombros de la personificación de la virtud de la Verdadera Religión

San Agustín sobre los hombros de la personificación de la virtud de la Verdadera Religión

Según lo que dices parece que san Agustín, al excluir una contraposición entre la ciencia y la Escritura, anticipa algo que comúnmente consideramos como una aportación de la investigación exegética moderna. ¿Cómo fue posible una anticipación tan clamorosa por parte de Agustín?
CIPRIANI: No cabe duda de que san Agustín llega a estos resultados mediante su reflexión siempre muy atenta a la enseñanza de la Escritura. Pero hay también un elemento importante que procede de su experiencia personal. San Agustín fue maniqueo durante nueve años. Luego se aleja progresivamente (lo escribe en el libro V de Las Confesiones), precisamente por la desilusión que le ha causado constatar que la enseñanza maniquea, que pretendía dar una explicación cierta y verdadera de todo, incluso de los fenómenos naturales, en realidad estaba en contradicción con las enseñanzas de los físicos, sobre todo con sus explicaciones sobre los eclipses de luna y de sol. Los maniqueos, de hecho, interpretaban estos fenómenos a la luz de la mítica lucha entre el bien y el mal, que era central en su religión. Pero Agustín se había dado cuenta (dice que leyó todos los libros que había encontrado sobre estos temas) de que las explicaciones totalmente diferentes que daban los físicos habían sido confirmadas por los hechos. Los físicos habían sido capaces de prever con muchos años de antelación los eclipses de luna y de sol. Fue la constatación del error de los maniqueos de querer explicar los fenómenos naturales mediante el mito religioso lo que le puso en guardia para que no les sucediera lo mismo a los cristianos. Por tanto, cuando lee la Escritura, san Agustín quiere salvaguardarla de este menoscabo de credibilidad, preocupándose de distinguir lo que la Escritura quiere de lo que no quiere enseñar.
Esta crítica de la actitud mítica, esta desmitización ante litteram, por usar la conocida expresión bultmaniana, ¿ha favorecido el desarrollo de las ciencias naturales?
CIPRIANI: San Agustín reconoce la capacidad efectiva de los científicos de alcanzar resultados ciertos en el conocimiento del mundo, pero, dado que en su tiempo estos conocimientos eran muy limitados, mantiene siempre cautela respecto al estudio de la naturaleza. Repite muchas veces que este estudio no sólo no es de gran ayuda para la salvación eterna de los fieles, sino que ni siquiera aporta muchos beneficios en el orden humano. Se refiere sobre todo a ciertas ciencias, como la medicina, que en su tiempo había alcanzado escasos resultados. Reconoce que la medicina, en términos de principio, es útil para la salud del hombre, pero en la práctica considera escasa su utilidad. En fin, encontramos en Agustín la convicción de que existe la posibilidad efectiva de poder alcanzar resultados ciertos en el conocimiento del mundo exterior; pero, por otra parte, vemos también cierto escepticismo sobre la utilidad de dicho conocimiento.
Pero una vez que las ciencias de la naturaleza, como ha ocurrido en la era moderna y contemporánea, logran un progreso real, no sólo en términos cognoscitivos sino también aplicativos, la concepción agustiniana es capaz de aceptar sin rémoras dicho progreso.
CIPRIANI: Creo que de san Agustín podríamos aprender a tener más confianza en la razón humana y, por tanto, en la capacidad de conocer mejor nuestro mundo. Es verdad que quiere ocuparse de Dios y del alma, lo dice ya en los Soliloquia, pero hay desde el principio, y luego cada vez más en el Agustín maduro, una confianza en el conocimiento del mundo exterior, conocimiento que puede incluso ayudar a comprender mejor la Escritura. Varias veces subraya en el De Genesi ad litteram que la ciencia puede enseñarnos a no tomar a la letra ciertas expresiones bíblicas. Y, viceversa, a no alegorizar allí donde el sentido literal tiene su valencia.
Volviendo al tema de la pretendida racionalidad de los maniqueos, ¿qué responden los maniqueos a san Agustín?
CIPRIANI: Como decía antes, san Agustín refiere que se había dado cuenta del contraste entre las enseñazas de los científicos y los libros maniqueos respecto a fenómenos celestes como las revoluciones de las estrellas, los eclipses de sol, de luna, etc. Así que les planteaba a sus amigos maniqueos estas dificultades y les pedía explicaciones, pero estos esquivaban la cuestión diciendo que sería su obispo Fausto el que respondería a todas sus dificultades. Cuando por fin Fausto llegó a Cartago en el 383, Agustín le presentó sus dudas, pero Fausto reconoció humildemente su ignorancia sobre esos temas. A Agustín le cayó bien por su modestia e incluso por su oratoria y estilo de retor, pero perdió la confianza en el maniqueísmo, porque ni siquiera con sus personalidades más prestigiosas sabía responder «a su sed», como deja escrito.
San Agustín sobre los hombros de la personificación de la virtud de la Verdadera Religión, detalle

San Agustín sobre los hombros de la personificación de la virtud de la Verdadera Religión, detalle

¿Dónde lo dice?
CIPRIANI: En el V libro de Las Confesiones, en el capítulo sexto. El mismo desengaño que sintió el joven Agustín ante los maniqueos, que daban explicaciones de los fenómenos naturales en contraste con la ciencia, quizá lo sienten también muchos jóvenes de hoy que, tanto por su impreparación religiosa como por la imprudencia de ciertos “sapientes” cristianos, pueden estar expuestos al peligro de considerar la enseñanza de la Escritura en contraste con los resultados de las ciencias modernas y por tanto albergar desconfianza hacia la Escritura y la misma fe cristiana. San Agustín es siempre actual. Mira el fragmento del De Genesi ad litteram I, 19, 39, al que me refería antes, citado por Galileo en su carta de 1615 a la Gran Duquesa de Toscana, Cristina de Lorena:
«Acontece, pues, muchas veces que el infiel conoce por la razón y la experiencia algunas cosas de la tierra, del cielo, de los demás elementos de este mundo, del movimiento y del giro, y también de la magnitud y distancia de los astros, de los eclipses del sol y de la luna, de los círculos de los años y de los tiempos, de la naturaleza de los animales, de las frutas, de las piedras y de todas las restantes cosas de idéntico género; en estas circunstancias es demasiado vergonzoso y perjudicial, y por todos los medios digno de ser evitado, que un cristiano hable de estas cosas como algo fundamentado en las divinas Escrituras, pues al oírle el infiel delirar de tal modo que, como se dice vulgarmente, yerre de medio a medio, apenas podrá contener la risa. No está el mal en que se ría del hombre que yerra, sino en creer los infieles que nuestros autores defienden tales errores, y, por lo tanto, cuando trabajamos por la salud espiritual de sus almas, con gran ruina de ellas, ellos nos critican y rechazan como indoctos. Cuando los infieles, en las cosas que perfectamente ellos conocen, han hallado en error a alguno de los cristianos, afirmando éstos que extrajeron su vana sentencia de los libros divinos, ¿de qué modo van a creer a nuestros libros cuando tratan de la resurrección de los muertos y de la esperanza de la vida eterna y del reino del cielo? Juzgarán que fueron escritos falazmente, pues pudieron comprobar por su propia experiencia o por la evidencia de sus razones, el error de estas sentencias. Cuando estos cristianos, para defender lo que afirmaron con ligereza inaudita y falsedad evidente, intentan por todos los medios aducir los libros divinos para probar por ellos un aserto, o citan también de memoria lo que juzgan vale para probar un testimonio, y sueltan al aire muchas palabras, no entendiendo ni lo que dicen ni a qué vienen, no puede ponderarse en un punto cuánta sea la molestia y la tristeza que causan estos temerarios y presuntuosos a los prudentes hermanos, si alguna vez han sido refutados y convencidos de su viciosa y falsa opinión por aquellos que no conceden autoridad a los libros divinos».
Es significativo –añadimos al final de esta entrevista– el comentario que san Juan Damasceno hace a esta frase conclusiva que san Agustín toma de la Primera carta a Timoteo (1, 7) y que podría tener tantas aplicaciones actuales: «es el frenesí del poder lo que hace que se arroguen el papel de Maestros».


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