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JORDANIA
Sacado del n. 12 - 2006

Escuelas católicas en Jordania

Pequeños milagros entre los pupitres


Viaje a las escuelas católicas del Reino hachemita. Historia y actualidad de una forma de presencia cristiana que siempre ha gozado de consenso social incluso entre la mayoría musulmana


por Gianni Valente



A las ocho de la mañana, como todos los santos días, tras deambular de un lado a otro esperando el timbre, los muchachos del “Tierra Santa” College se colocan en filas silenciosas en el patio de la escuela, divididos por clases, bajo la mirada seria de Abuna Rashid, el director. Mientras el pequeño Jaled iza una bandera “formato mini” de Jordania, todos los demás, cristianos y musulmanes, invocan juntos al único Dios Padre de todos («Señor, bendícenos, bendice a nuestra nación y a nuestra escuela. Ilumina nuestras mentes y danos la paz»). Luego arranca la música, y como buenos ciudadanos, unos con gran ardor y otros más desganados, entonan juntos el himno nacional («¡Viva el rey, viva el rey! ¡Alta es su reputación, sublime su rango. Arriba sus banderas!»). Luego rompen filas alegres y ruidosos y se dirigen por los corredores a las clases donde, además de crucifijos y retratos del rey Abdulá II, en las últimas semanas han aparecido también los pesebres, los Papá Noel y las otras decoraciones de la Navidad. Ninguna madre con velo, ningún padre de los que asisten a la mezquita de al lado han dicho nada.
En lo que ahora es una entrada lateral aparece escrito “1948”, año de la fundación de la escuela. El Reino hachemita de Jordania daba sus primeros e inciertos pasos por el campo minado medio-oriental y los padres de la Custodia de Tierra Santa sobre la colina de Habdale acababan de levantar su escuela, que sigue siendo una de las más prestigiosas del país y de todo Oriente Medio. Su fundador, san Francisco, ya en 1221, en su primera regla había hablado con claridad: que los frailes que van entre los musulmanes «no hagan riñas o disputas, sino que estén al servicio de todos». Consigna respetada. A su modo, también las fotos de época colgadas de las paredes –con un jovencísimo rey Husein rodeado por los frailes, luego con el príncipe Hasan y otros miembros de la casa real de visita en las ceremonias oficiales de la comunidad escolar– expresan la ininterrumpida gratitud de la joven nación islámica, regida por reyes que se proclaman descendientes de Mahoma, por la obra desarrollada por el colegio franciscano y todas las otras escuelas cristianas a favor de la juventud árabe del país. «Estamos orgullosos de nuestras escuelas cristianas, por la aportación insustituible que dan a nuestra sociedad. Con ellos nunca hay problemas. Respetan siempre las reglas ministeriales sobre el número de estudiantes por aula, los programas escolares y los libros de texto», dice complacido y agradecido Abd al-Mayid al-Abbady, dirigente del Departamento para las escuelas privadas del Ministerio de Educación.
Si en muchas sociedades de Oriente Medio la presencia laboriosa de los cristianos corre el peligro de ser vista como un cuerpo extraño en lenta aunque inexorable extinción, la vitalidad y arraigo social de las escuelas cristianas en Jordania se convierten ipso facto en un “caso” interesante.

Una cosa buena para todos
En Karak, a 130 kilómetros al sur de Amán, el perfil del castillo cruzado destaca desde lejos en el paisaje desértico y sin recursos, ni debajo ni encima de la tierra. De la fortaleza, desde donde se desencadenaba el sanguinario príncipe Reginaldo de Chatillon, símbolo funesto de la cristiandad en armas, quedan pocas ruinas. Sin embargo, la que está viva y llena de voces es la pequeña escuela del Patriarcado latino, precisamente donde fue fundada en 1876 por don Alessandro Macagno, el mítico Abuna Skandar, que predicaba el Evangelio a las tribus de beduinos cristianos de Transjordania, viviendo como ellos en la tienda, y llevando consigo un altar móvil para celebrar la eucaristía. En aquel tiempo el gobernador otomano no quería conceder el permiso: fueron los habitantes del lugar, cristianos y musulmanes juntos, los que vencieron las resistencias. También los beduinos musulmanes habían comprendido que podían esperarse solo cosas buenas de aquel hombre humilde y pío que les enseñaba a leer y a escribir, mientas que los funcionarios locales del aparato civil otomano conocían solo la brutal ansia de prebendas y sobornos.
De la fortaleza, desde donde se desencadenaba el sanguinario príncipe cristiano Reginaldo de Chatillon, quedan pocas ruinas. Sin embargo, la que está viva y llena de voces es la pequeña escuela del patriarcado latino, exactamente donde fue fundada en 1876 por Alessandro Macagno, el mítico Abuna Skandar, que predicaba el Evangelio a las tribus de beduinos llevando consigo un altar móvil para celebrar la eucaristía
En la segunda mitad del siglo XIX, las fundadas en Transjordania por los curas del recién erigido Patriarcado latino de Jerusalén fueron las primeras escuelas abiertas en un mundo cerrado y marginal, definido por las mezquinas leyes sociales del tribalismo. Enseñar a quien no sabe es una obra de misericordia espiritual. Y la enseñanza ofrecida a todos –cristianos y musulmanes, pobres y ricos, tribus del norte y tribus del sur– fue la llave maestra que permitió al testimonio apostólico echar raíces en tierra árida, en zonas rurales o desérticas, que durante siglos no habían visto ninguna iniciativa pastoral católica. Todavía hoy, tanto en Karak como en Salt, en Hoson como en Ajlun, en Ader como en Anjara, los edificios de las escuelas parroquiales forman un cuerpo único con la iglesia, y toda la actividad educativa se desarrolla bajo la responsabilidad última del párroco local.
Gracias a su pionera plantatio, las escuelas católicas de Jordania adquirieron hace tiempo pleno derecho de ciudadanía en el país. Cuando fue creado el Reino hachemita de Jordania, la red escolar del Patriarcado latino –a la que pronto se unieron los grandes colegios inaugurados en Amán por congregaciones religiosas católicas– representaba todavía el único sistema educativo “autóctono” existente.
Hoy, en la Jordania atravesada por indescifrables procesos socioeconómicos motivados incluso por los conflictos vecinos, también la educación se ha convertido en negocio. La competencia es cada vez más asfixiante. En los barrios más ricos de la capital surgen con ritmo frenético nuevas escuelas privadas comerciales de nombres pomposos y agresivos: Modern American School, Cambridge School, Islamic Colege, al-Shweifat School… Para los profesores y el personal de las escuelas católicas hacer bien su trabajo –horizonte discreto de su ordinario testimonio cristiano– se convierte en garantía de supervivencia económica.
En el pueblo cristiano de Fuheis, en el atrio de la escuela surgida junto a la parroquia dedicada al Corazón Inmaculado de María, el retrato de la Virgen que recibe a quienes llegan parece escrutar con maternal curiosidad el cartel que le han puesto al lado, con la lista de los mejores que aula por aula han conseguido las notas más altas en los exámenes de fin de curso. El constante control público del rendimiento escolar de cada estudiante que se registra en las escuelas jordanas puede parecer desde el exterior un síndrome de “eficiencia” calcada de los modelos importados del exterior. Un ansia de resultados capaz de despertar en los estudiantes feroces instintos competitivos y humillantes frustraciones. Pero solo participando en este juego pueden las escuelas cristianas seguir demostrando todavía hoy el alto nivel de enseñanza que están en condiciones de garantizar. Un ingrediente esencial para mantener viva la atracción que las escuelas cristianas siguen ejerciendo en las familias musulmanas. Cada fin de año, el Ministerio de Educación publica las listas de los diez estudiantes mejores en las distintas asignaturas. Y cada año los estudiantes de las escuelas cristianas aparece en las prestigiosas listas, contribuyendo de este modo a dar lustre y fama a su escuela. En Fuheis los nombres de los pequeños genios nacionales, que salen cada año, están incluso grabados en la lápida de mármol colocada fuera de la entrada de la escuela, precioso galardón que ostentar sin hipócrita modestia.

Adeste infideles
Abuna Bashir pasa como un trueno con su sotana la viento por los corredores llenos de sol de la escuela parroquial de Ader. Bromea con los niños, enseña las fotos de las excursiones y el local utilizado para la escuela de costura, entra también en el aula donde una maestra con velo ha reunido a los niños musulmanes para la clase de Corán. «Están haciendo su catecismo…», bromea el joven párroco. «Aquí hace siglos que sabemos que para no reñir con los musulmanes es mejor no hablar de doctrina y no sacar temas religiosos. Los padres musulmanes nos mandan a sus hijos a nuestras escuelas. Saben que aquí encuentran un ambiente diferente, donde los hijos crecen bien y nadie quiere imponerle nada a nadie». Una vieja costumbre, que no todos comprenden. «Hace tiempo, un misionero protestante americano quería saber cuántos musulmanes había bautizado yo aquí en el último año. Le dije que convertir a los musulmanes no era asunto mío. Entonces me preguntó cuál era mi tarea. Le respondí que yo esperaba ayudar a los cristianos a estar contentos de ser cristianos. Y punto».
La parroquia de Cristo Rey en Misdar, en el centro de Amán

La parroquia de Cristo Rey en Misdar, en el centro de Amán

Las estadísticas más recientes revelan que durante el año escolar 2005-2006 poco menos de la mitad de los más de 23.000 estudiantes de las escuelas católicas de Jordania eran niños y muchachos de familias musulmanas. Más de un cuarto de los casi 1.900 empleados –docentes y no docentes– de las escuelas cristianas son también seguidores del Profeta. La regla tácita de evitar cualquier controversia religiosa es para las escuelas cristianas un dato grabado en su DNA, herencia de siglos de ininterrumpida, aunque difícil, convivencia entre las tribus islámicas y las cristianas de aquí. Pero la firme determinación de evitar conflictos confesionales no se traduce en intentos veleidosos de crear ambientes religiosamente “esterilizados”, sino que se siguen costumbres maduradas en decenios de experiencias de buen sentido cristiano: evitar cualquier tipo de proselitismo directo o subliminal, enseñanza religiosa separada para cristianos y musulmanes, oraciones comunes con las que todos puedan invocar la misericordia de Alá, Señor de todos. Un ingenio de discreción y delicadeza calibrado para favorecer la convivencia cotidiana, para evitar una espiral de sospechas en los avatares cotidianos. Con la esperanza de esparcir antídotos a la intolerancia incluso fuera de las aulas. «Nuestro lema es: amigos en la escuela, amigos en la sociedad», dice confiado Abuna Rifat Bader, autor de un visitadísimo sitio web de información en árabe sobre la vida de la Iglesia (www.abouna.org) y responsable de la escuela de Wassieh, la más joven de las escuelas del Patriarcado latino. «Cuando uno ha estudiado con nosotros y se ha encontrado bien, es difícil que luego vaya por ahí hablando mal de los cristianos…». Una apuesta premiada por muchos pequeños milagros cotidianos que ve ocurrir en las aulas, en el patio y los pasillos de su hermosa escuela surgida en el desierto hace seis años, durante el año jubilar. Mientras habla, el coro de la escuela ensaya la representación de Navidad, repasando las escenas, los cantos navideños en árabe, inglés, italiano. Cuentan una historia de hace dos mil años, un niño nacido una noche fría en un establo, no lejos de aquí. Los que cantan son unos treinta niños. Casi la mitad de ellos son musulmanes.

El himno del hermano Emile
En la entrada del prestigioso “De La Salle” College de los Frailes de las escuelas cristianas el retrato del papa Ratzinger campea rodeado de los del rey Husein y el rey Abdulá. El hermano Emile, creativo director del colegio, incluso le ha puesto música a un himno en honor del monarca hachemita. El religioso de origen libanés decanta los efectos estimulantes que, en su opinión, produce la convivencia entre cristianos y musulmanes incluso desde el punto de vista educativo («restregad vuestro cerebro con el cerebro de otro y saltará la llama»). Pero explica sin reticencias también su devota deferencia hacia las autoridades civiles: «Nosotros vivimos una vida tranquila porque el rey, la familia real y también el gobierno están con nosotros. El ex primer ministro y muchos ministros han sido nuestros alumnos. El actual primer ministro ha mandado a sus hijos a nuestra escuela. Mientras esté el rey, no tenemos miedo». También sor Emilia dice los nombres de Alia, Aisha y Zayn, las princesas hijas del rey Husein que se hicieron mujeres en los bancos de la escuela de las hermanas del Rosario que hoy ella dirige. Vive con satisfacción, sin amargura, su vocación cristiana al servicio de las muchachas musulmanas de Jordania. Enseña con satisfacción los artículos y las fotos con los miembros de la casa real y las altas autoridades del país presentes en los graduation days de la escuela. Sacude la cabeza frente a la creciente obtusidad occidental a la hora de entender los factores en juego en la delicada relación entre la mayoría islámica y las minorías cristianas árabes en Oriente Medio. «Los problemas», dice, «nos han llegado de fuera. Y de todos modos la casa real sabe cómo afrontarlos de la mejor manera».
La fortuita y providencial benevolencia de los hachemitas hacia todas las escuelas cristianas del Reino no se expresa sólo en la generosa disponibilidad para presidir las inauguraciones y las galas de fin de curso. Desde que a partir de mediados de los setenta los Hermanos Musulmanes –que siempre tuvieron en Jordania completa libertad de actuación– indicaron la hegemonía en el campo educativo como el instrumento de la islamización militante de la sociedad, la casa real no ha dudado en poner en práctica su papel equilibrador con medidas concretas. A finales de los noventa, cuando en las universidades los profesores ligados a los Hermanos Musulmanes eligieron aposta como fecha de examen el 25 de diciembre, el rey Abdulá dio inmediata satisfacción a las protestas de los cristianos transformando la Navidad y el Año Nuevo en días festivos para toda la nación. En la programación semanal las actividades de las escuelas cristianas se suspenden tanto el viernes como el domingo, y cada escuela puede gozar de un día de fiesta para celebrar la memoria de su santo patrón.
La otra cara de esta predilección real es la absoluta adherencia a los programas escolares ministeriales por parte de las escuelas cristianas. Jadun Salameh, 28 años de profesor de árabe en las escuelas cristianas, es la imagen viva de este respeto de las circunstancias. Ha enseñado toda su vida y sin empacho una asignatura fundamental para todos los curricula escolares, basada en gran parte en el Corán y en los escritos del Profeta, raíces religiosas de aquella civilización islámica donde él y todos los cristianos árabes viven inmersos. La familiaridad llena de respeto adquirida con los escritos sagrados y las concepciones religiosas musulmanas («a algunos les costaba trabajo creer que soy cristiano») le han ayudado a descifrar también la complicada partida de ajedrez que todavía se juega en torno a la inspiración coránica de los libros y los programas escolares.
Laboratorio científico del “Tierra Santa” College

Laboratorio científico del “Tierra Santa” College

La estrategia de los Hermanos Musulmanes en las escuelas tuvo su punto máximo entre 1989 y 1990, cuando, aunque solo por pocos meses, los militantes del “despertar” islámico en Jordania consiguieron el control del Ministerio de Educación. Pero ya hacía tiempo que la inserción masiva de dosis de Corán en los textos escolares y la insistente exaltación de la “conquista islámica” respondían a los clichés de la propaganda islamista, incluidas las llamadas a la yihad contra los infieles. Pero en los últimos años, tras el acuerdo de paz con Israel (1994) y todavía más tras el 11 de septiembre, la carrera islamista de los programas escolares parece haberse decelerado. Un giro evidentemente inspirado por la casa real.
En noviembre de 2004, un año antes de los atentados en la capital jordana, el rey Abdulá había lanzado el famoso “Mensaje de Amán” con el objetivo de «aclararle al mundo qué es y qué no es el verdadero islam». Una iniciativa con la que la dinastía hachemita trataba de reafirmar su función de intérprete y garante de la «recta comprensión» de la fe islámica, presentada como «un mensaje de fraternidad y humanidad, que apoya lo que es bueno y prohíbe lo que es erróneo, aceptando a los demás y honrando a todos los seres humanos». La aplicación de este principio en campo escolar ha llevado a la paulatina desaparición en los libros de texto de las poesías, las propagandas históricas y las citas coránicas con riesgo de instrumentalización fundamentalista. «Ahora», cuenta Jadun Salameh, «en los libros encuentras solo versículos coránicos conciliadores, en los que se exalta la belleza de la creación y de la convivencia pacífica entre los pueblos. Ninguna huella de guerras santas, ninguna llamada a someter al islam a los infieles…».

Una ayuda discreta
Si en las escuelas cristianas la convivencia factual entre cristianos y musulmanes va por senderos antiguos ya experimentados por siglos de vida común, en la vida cotidiana del Reino estas experiencias corren el riesgo de convertirse cada vez más en islas felices, enclaves residuales de un pasado que añorar. Se sabe bien –ni que decir tiene– que también aquí, en los últimos decenios, alguien ha envenenado los pozos de relativa tolerancia que regaban una coexistencia más que milenaria. Nada es ya como antes. Transforman los antiguos ritos de “asuefacción” recíproca que regulaban las relaciones entre tribus cristianas y musulmanas en Jordania. Los propios estudiantes de las escuelas cristianas, cuando pasan a las universidades estatales, sufren el asedio intimidatorio de profesores y colegas celosos, encallecidos en sus propias certezas, que se creen llamados a adoctrinar a los “pobres estúpidos”, hijos de la nación jordana, que realmente creen que Jesús es el Hijo de Dios. El movimiento islamista, la militancia religiosa extensiva ejercida en la vida pública, se convierte para muchos de ellos en un acoso espiritual asfixiante.
Las escuelas católicas saben que desarrollan su misión más íntima y menos visible: hacer que sean fáciles, serenos, sin complejos, los primeros pasos en la vida social de muchos niños y muchachos cristianos. Sin construir fortines asediados
Precisamente ante esta evolución las escuelas católicas saben que desarrollan su misión más íntima y menos visible: hacer que sean fáciles, serenos, sin complejos, los primeros pasos en la vida social de muchos niños y muchachos cristianos. Sin construir fortines asediados, en un ambiente abierto, haciéndoles crecer codo a codo con sus coetáneos musulmanes. Permitiéndoles gozar, sin que se enteren, de los frutos de gratuidad que la caridad cristiana hace brillar en el campo de las ocupaciones más comunes. Antes de que lleguen las dificultades y el tiempo de prueba.
Para el padre Hanna Kildani, responsable de las escuelas del Patriarcado latino de Jordania, todo esto quiere decir también luchar cada día con números cada vez más rojos. Una de las consecuencias económicas del caos medio-oriental es la fuerte reducción de los sueldos de esa clase media a la que pertenecía buena parte de las familias cristianas, que consideraban las escuelas del Patriarcado como “sus” escuelas. Son cada vez más los que piden la exención parcial o total de las cuotas ya insuficientes para cubrir los costes de la gestión ordinaria. El generoso apoyo económico garantizado por los Caballeros del Santo Sepulcro esparcidos por todo el mundo no consigue ya poner parches a los presupuestos. «El déficit anual de las escuelas patriarcales está creciendo vertiginosamente. Solo en Jordania ha alcanzado los dos millones de dólares. Pero para nuestro patriarca Michel Sabbah ocuparse de la educación de los muchachos de todas las denominaciones cristianas es una prioridad inderogable, si se quiere frenar también la emigración de los cristianos de estas tierras. Queremos evitar por todos los medios que las familias cristianas abandonen nuestras escuelas porque no tienen suficiente dinero», explica Nader Twal, responsable de la comunicación en el Departamento de Educación del Patriarcado latino. Algunos padres se aprovechan de esto. Otros hacen lo que pueden, a veces volviendo al viejo método del pago mediante onzas de aceite de oliva. Pero la emergencia la afrontan sin excesivos alarmismos el padre Hanna y sus colaboradores. Como sus antepasados, acostumbrados a la vida precaria de las tiendas beduinas, saben que las cosas luego se arreglan, si Alá quiere.


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