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CANONIZACIONES
Sacado del n. 04 - 2004

SANTOS. Aníbal María Di Francia y don Luis Orione

Dos santos, un mensaje para Italia y el mundo


La historia de la Italia contemporánea ha recibido una notable aportación del testimonio del padre Aníbal María Di Francia y de don Luis Orione, unidos por el terremoto de Messina de 1908 y por la santidad


por don Flavio Peloso


AnÍbal MarÍa Di Francia y Luis Orione

AnÍbal MarÍa Di Francia y Luis Orione

Don Orione y el padre Aníbal se conocieron por el terrible terremoto que, a las 5,20 de la madrugada del 28 de diciembre de 1908, sacudió la tierra durante 37 segundos dejando entre los escombros de Reggio Calabria y Messina cerca de 80.000 muertos.
En Messina, ciudad del dolor, aquel cura que llegó del norte conoció al canónigo Aníbal María Di Francia, y juntos escribieron una de las páginas más gloriosas de la trágica historia de Messina: salvaron a muchísima gente de la desesperación, les dieron un futuro a muchos huérfanos, organizaron la solidaridad de muchas personas generosas procedentes de toda Italia. Don Orione, luego nombrado vicario general de la diócesis por expresa sugerencia del Papa, encontró resistencias, adversidades; sufrió incluso un atentado. A su lado, como un ángel de la guarda, quien le aconsejaba, quien le defendía de la animadversión de explotadores indignos, era siempre el padre Aníbal . Desde los escombros del desastroso terremoto tendieron un puente de solidaridad entre el norte y el sur de Italia.
La unidad de Italia –todavía tan frágil y combatida tanto en el Norte como en el Sur en la época de nuestros dos protagonistas– fue construida también con santos como el padre Aníbal Di Francia y don Luis Orione. Massimo d’Azeglio ha dejado en todos los libros de la historia de Italia una máxima suya pronunciada después de la unidad de Italia: «Italia está construida, ahora tenemos que construir a los italianos». A decir verdad, tanto Italia como los italianos estaban ya construidos. En tiempos del padre Aníbal y de don Orione, sin embargo, Italia seguía profundamente dividida, eso sí. No habían bastado los aguerridos revolucionarios como Garibaldi; no fue suficiente la acción de hábiles políticos, como Cavour y Giolitti; no tuvo influencia profunda la acertada operación de identificación nacional construida en torno a la monarquía de los Saboya y otros símbolos colectivos; mucho menos determinantes fueron los intereses económicos que, por su naturaleza, son elitistas.
Lo que faltaba para construir esta unidad era la fraternidad, verdadero e insustituible fundamento de la unidad. Una fraternidad no idealista o pietista, sino conjugada con el respeto por las culturas, con la solidaridad, con la paciencia, primero, y la promoción de las diversidades, después. Pues bien, lo que estimuló esta fraternidad en la Italia de principios del siglo XX fue especialmente el dolor de la gente de la región calabro-sícula con el terremoto de 1908 y la solidaridad de personas generosas de toda Italia. En Reggio Calabria y Messina, en los años que siguieron al terremoto, se hablaban todos los dialectos de Italia, junto al italiano rico y culto de personas como Tommaso Gallarati Scotti, Aiace Alfieri, Gabriella Spalletti Rasponi, Zileri Dal Verme, Gina y Bice Tincani y otros.
Messina, destruida por el terremoto de 1908

Messina, destruida por el terremoto de 1908

La unidad de Italia también la hicieron hombres como don Orione, que funda una congregación, lo abandona todo, incluidos los prejuicios populares y sociológicos que alimentaban un absurdo racismo entre el Norte y el Sur, baja desde Piamonte hasta Sicilia y allá se queda tres años; padece en sus carnes los prejuicios presentes también en el mundo católico y el clero, pero ama a aquella gente y da un testimonio de fraternidad que será indeleble. La unidad de Italia fue construida también por el padre Aníbal Di Francia, que por sintonía espiritual entabla amistad con aquel “cura del Norte”, le aconseja y le defiende, incluso a costa de ser tratado como un extraño por sus propios conciudadanos, y, sorprendentemente, presta una ingente suma de dinero para que aquel cura del Norte, pobre, compre una casa en Bra, en aquel Piamonte que en Sicilia seguía siendo visto como usurpador y explotador.
Qué duda cabe que la historia de Italia en la edad contemporánea ha recibido una notable aportación del testimonio del padre Aníbal Di Francia y de don Luigi Orione, unidos por el terremoto y por la santidad. Con su amistad y con su servicio enseñaron que la fraternidad, premisa de toda verdadera y duradera unidad social, hunde sus raíces en la paternidad superior de Dios, que ambos santos adoraron en el alma y amaron en sus hermanos.


Una carta inédita del canÓnigo Di Francia a don Orione


I.M.I. Sava 18.9.1909

Mi amadísimo P. Orione:
Con gran gozo he sabido por el queridísimo Can. Vitale, que ha llegado a Oria, que V.R. ha tomado en nuestra ausencia la Dirección de nuestros Institutos.
Desde este momento todos estamos sujetos a su sabia Dirección, y V.R. es proclamado nuestro Director general. Acoja en su apostólico corazón esta otra Obra como suya, e impúlsela por el camino de su doble objetivo de Religión y Beneficencia, mediante sus ardientes plegarias, sus consejos, sus enseñanzas, sus órdenes. Todos y todas de todas las casas estamos dispuestos, con la ayuda del Señor, a su Obediencia. Ahora espero que el Corazón Santísimo de Jesús quiera concedernos las gracias que mi indignidad no pudo obtener, y dar cobijo a los muchos males que yo he creado…
Presento a V.R. a todo el personal de nuestras siete casas mínimas, aquella sagrada Enseña en la que está escrito: "Rogate ergo Dominum messis ut mittat Operarios in messem suam". Esta Divina Palabra salida del Divino Celo, en que se conserva un gran secreto de salvación para la Iglesia y para la Sociedad, recójala V.R. de la boca adorable del Redentor Divino, como nosotros la recogimos e imprimimos en nuestros corazones para formar con ella una santísima misión, y conviértase en Apóstol y pregonero.
Me encuentro en Sava, a 10 kilómetros de Oria, donde varias personas trabajan duramente para crear una Casa de nuestras Monjas.
Le pido su Bendición, le beso las manos, y me confieso:

Su humildísimo siervo
Can. M.A. Di Francia

UN ESCRITO DE DON ORIONE



Los sicilianos, cuando yo hablaba al Papa [Pío X] tenían Santos auténticos. Había un Santo: el Canónigo Di Francia, que ha estado aquí [en Tortona] y en Villa Moffa a predicar los Ejercicios a los Sacerdotes y a los Clérigos. Ahora se está estudiando su causa de Beatificación.
Si compré la Moffa lo hice porque este Canónigo me ayudó. La Moffa la compré cuando todavía estaba en Messina. La Moffa costó 12 ó 17 mil liras, no recuerdo bien. Lo que cambian son los tiempos y el valor de la moneda. Me faltaban entonces 5 mil liras que me prestó el Canónigo Di Francia y que luego le devolví. ¡Piensen qué significaba para un piamontés que se encontraba allí! Decir “piamontés” era entonces como decir enemigo de la Santa Iglesia. En aquel tiempo, y luego durante por lo menos diez años, decir piamontés era como decir enemigo del Papa, porque el movimiento revolucionario contra el Papa había comenzado en Piamonte, en Turín.
Y después el Canónigo Di Francia vino desde Sicilia a la Moffa a predicar los Ejercicios, y me dijo una cosa: pero esto no se lo digo. [Todos estamos atentos por ver si la dice. Se queda un momento pensativo y luego pregunta sonriendo] ¿No había nadie de ustedes en la Moffa? [respondemos que no] Ah, entonces se lo puedo decir. Me dijo: "Tenga cuidado porque aquí hay tunantes que fingen piedad, que fingen una vocación que no tienen: no se fíe demasiado de los que aparentan compunción. Mientras más compungidos parezcan, menos hay que fiarse de ellos". Este es el recuerdo que me dio aquel Santo: no se fíe de los que aparentan compunción.


Tortona, después de la lectura del Martirologio, el 4 de febrero de 1940


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