Home > Archivo > 04 - 2004 > «Por lo menos una vez al día habría que repetir: ¡Resurrexit sicut dixit!»
ECUMENISMO
Sacado del n. 04 - 2004

«Por lo menos una vez al día habría que repetir: ¡Resurrexit sicut dixit!»


Sergei Averintsev, ortodoxo, miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, le dirigía estas palabras a un amigo mirando la cúpula de San Pedro. Un recuerdo de la obra y la vida del estudioso recientemente desaparecido


por Pierluca Azzaro


Entierro y resurrección de Jesús, detalle sacado de un icono-tabla de dos caras con escenas de la pasión de Cristo, finales del XV-comienzos del XVI, Galería Tret’jakov, Moscú

Entierro y resurrección de Jesús, detalle sacado de un icono-tabla de dos caras con escenas de la pasión de Cristo, finales del XV-comienzos del XVI, Galería Tret’jakov, Moscú

«Fue el profeta del diálogo ecuménico», el «adalid del diálogo Oriente-Occidente». Este es el tenor de los comentarios de la prensa europea tras la noticia de la desaparición, el pasado 21 de febrero, en Viena, de Sergei Averintsev, miembro, aunque era ortodoxo, de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. Es un leitmotiv confirmado in primis en los mensajes de pésame que le llegaron al mismo tiempo a su viuda, Natalia, en nombre del Santo Padre, del secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano, y del patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Alexis II. Esta convergencia, además, queda confirmada también por una singular circunstancia: tanto el arzobispo cristiano-ortodoxo de Viena, S. G. Hilarion Alfeyev, como el cardenal Paul Poupard han querido rendir homenaje a quien siempre y ante todas las cosas ha servido a la Iglesia universal; con ocasión de la oración fúnebre (panichida) que tuvo lugar el pasado 4 de marzo en Viena, el primero; en una carta dirigida a la señora Averintseva pocos días antes de la muerte de su marido, el segundo.
Y sin embargo, como subrayaba el cardenal Tomás Spidlik, «respirar con dos pulmones, el oriental y el occidental, no era para Averintsev un “programa” que trataba de alcanzar, sino más bien una actitud normal en la vida». Una breve mirada a su vida y obra confirma esta opinión.
Sergei Averintsev nace en 1937 en Moscú «de padres cultos y –como recordó más tarde– no tanto comunistas o ateos como tendentes al agnosticismo y deísmo de tipo iluminista que había caracterizado el siglo anterior». De este modo, llegó a la fe cristiana no tanto por tradición familiar, sino mediante «la posibilidad que la terrible realidad de la dictadura estalinista» paradójicamente ofrecía, es decir, la de «verse reconducidos, verse obligados a confrontarse con la verdad primera de la fe: Ecclesia Christi, la Iglesia de Jesucristo». De las tantas circunstancias que la testimonian y que él vivió en primera persona, existe una imagen que luego fue a menudo recordada por él, un hecho ocurrido en la primera posguerra en un pueblo de la Rusia soviética, que le fue contado en aquel tiempo al muchacho por una vieja campesina que había sido testigo ocular: una procesión de fieles entra en una iglesia aún no consagrada, y la juventud comunista local, apostada en el campanario, orina sobre ella: «Todo lo que era posible destruir de la herencia cristiana se destruía escrupulosamente ante nuestros ojos –observó más tarde el estudioso–, todo muy planeado, a lo grande…». Se esfumaba «la ilusión de una nación “cristiana”, de una nación “ortodoxa”», se desmoronaba la Iglesia, entendida primordialmente como establishment, como orden institucional; lo que quedaba, «junto a la evidente inermidad de una vieja campesina que no había perdido la fe y de aquel muchacho que la escuchaba», era aquella procesión, es decir, la Iglesia como «corporeidad», «fundada por el propio Jesucristo», «la fisicidad de la Palabra de Dios y del pueblo de Dios, la fisicidad de la Iglesia despreciada y perseguida como lugar de la fidelidad, que quedaba demostrada incluso físicamente».
Sergei Averintsev, como subdiácono, durante una reciente celebración litúrgica cristiano-ortodoxa

Sergei Averintsev, como subdiácono, durante una reciente celebración litúrgica cristiano-ortodoxa

Paradójicamente, de este modo se ofrecía la posibilidad de «reemprender el camino de lo esencial, el hecho en sí y encontrar, de este modo, el camino de la unidad perdida» (Averintsev 1996, pp. 1-5).
Para Averintsev adquiere en este sentido un valor paradigmático el caso del filósofo ruso-ortodoxo Leo Karsavin, que pese a no renegar nunca de la áspera crítica que hizo al catolicismo, aceptó con gozo cuando estaba a las puertas de la muerte recibir la eucaristía de manos de un sacerdote católico, encerrado como él en un gulag soviético; pero también el menos conocido del que fue testigo el propio estudioso, cuando era un joven estudiante universitario en la facultad de Filología clásica en Moscú: la muchacha católica polaca que ejercía una discreta actividad misionera con sus compañeros de estudios ateos soviéticos propagando la fe ortodoxa (cfr. Averintsev 2003, p. 5).
Se trata sólo de algunos de los muchos episodios, citados por él, que forman la historia del encuentro católico-ortodoxo durante el régimen soviético, cuyo común denominador, sin embargo, no veía ni en cierta actitud “liberal” ni en un “sentimiento” más o menos ecuménico, sino más bien en la «fe sin más (y con ella en la humanidad que le es propia)» (Averintsev 1996, p. 4).
Esta fe suya, conocida de usu, constituyó la base tanto de su actividad didáctica y posteriormente de su labor pública, como de la más propiamente científico-literaria. Entre las muchas empresas que caracterizan la primera hay que recordar las clases que, entre 1970 y 1971, da en la facultad de Historia de la Universidad de Moscú. «Las anunció como un ciclo de lecciones sobre la estética bizantina –recuerda hoy su mujer–, pero en realidad, de manera llana y tranquila, hablaba de cristianismo». Acudían cientos de estudiantes, por lo que las autoridades soviéticas en primer lugar toleraron las clases con mudo desconcierto –«el asunto era tan increíble», sigue recordando la profesora Averintseva, «que las autoridades pensaban que mi marido tenía una autorización especial»–, y luego las prohibieron. En aquel tiempo Averintsev se convierte también en uno de los autores principales de la Enciclopedia filosófica, para la cual publica los artículos más controvertidos, entre ellos «Conversión», «Cristianismo», «Salvación».
En fin, en el 89, gracias al nuevo clima político de la era Gorbachov, acepta presentarse como candidato a «diputado del pueblo» y, como exponente del grupo encabezado por Andrei Sajarov, se dedica sobre todo a la elaboración de una legislación «justa y democrática» sobre la libertad de conciencia: «La libertad de conciencia es un principio al que la democracia no puede renunciar sin dejar de ser democracia», afirmó en una intervención preparada para el Congreso (Averintsev 1989, p. 113).
A quienes le sugerían afablemente en los últimos años que era mejor «no intentarlo», que «no pasará», Averintsev, con el sentido del humor que le caracterizaba, respondía que, por lo que a él se refería, se trataba en realidad «de un comportamiento normal desde el punto de vista puramente biológico. El comportamiento de quien está vivo, distinto de quien no lo está» (Averintsev, Milán 2001, p. 13).
Su modo de hablar «sin previa autorización», como más tarde siempre quiso subrayar, no era ni «jactancioso» ni mucho menos «heroico», sino –parafraseando a su amado Chesterton– un «caminar alegremente en la oscuridad»: «Se puede estar seguro de sí mismo y del éxito personal, y esto es repugnante y bobo; se puede estar embrujado por el peligro del fracaso, y esto es de cobardes; se puede oscilar entre el afán de éxito y el miedo al fracaso, y esto es vano y mezquino; se puede vivir sin preocuparse por el futuro, y esta es la muerte. Nobleza de ánimo y gozo coinciden con traspasar los confines de estas cuatro variantes, con el caminar alegremente en la oscuridad, invertir con absoluta seriedad, “como los niños inocentes en el juego”, todas las fuerzas, siguiendo al mismo tiempo libre del resultado, plenamente disponible a la derrota y el ridículo…» (Averintsev 1989, pp. 12-13).
Sergei Averintsev con Juan Pablo II con motivo de la audiencia a los participantes de la asamblea plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, el 2 de mayo de 2003

Sergei Averintsev con Juan Pablo II con motivo de la audiencia a los participantes de la asamblea plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, el 2 de mayo de 2003

De 1977 es la publicación de la obra que consagra su notoriedad científica a nivel internacional: Poetica della letteratura antico-bizantina, un estudio dedicado a las formas artísticas y literarias de la civilización griega de época medieval, la civilización bizantina, y en primer lugar al icono, considerado su mayor expresión visual. El estudio comparado de la civilización ortodoxa y de la católica –que desde aquel momento estará siempre en el centro de sus investigaciones– no es, sin embargo, un fin en sí mismo: el centro de los estudios comparados de Averintsev serán los momentos de influjo y comprensión recíproca que caracterizaron la relación, incluso durante los períodos de mayor enfrentamiento confesional. De este modo, por ejemplo, recordaba que fue san Dimitri, obispo de Rostov (1651-1709), quien quiso traducir al ruso la oración Anima Christi, tan querida por el catolicismo, y probablemente para usarla en la liturgia ortodoxa; y fue el gran poeta y pensador ruso de la época simbolista Viaceslav Ivanov (1866-1949) quien acuñó la expresión –más de una vez citada por Juan Pablo II– de Oriente y Occidente como los “dos pulmones” de la Iglesia universal después de que, en 1926, durante su estancia en Roma pidió y consiguió poderse acercar a la Iglesia católica «aun sin dar el “paso definitivo”, es decir, abjurar formalmente de la Iglesia ortodoxa y de su identidad de creyente ortodoxo».
«Creo que tienen ustedes claro que mi mayor deseo, a pesar de mis débiles fuerzas, es seguir prodigándome en este esfuerzo de comprensión recíproca», dijo Averintsev en el discurso de entrega del premio “Senador Giovanni Agnelli”, que se le otorgó en febrero de 2001. Comprensión recíproca, para él, no debía significar de ningún modo “uniformidad”, sino “unidad en la diversidad”. El centro de esta unidad volvió a reafirmarlo con motivo de la inauguración de la exposición de antiguos iconos rusos en el Vaticano Sophia. La Sapienza di Dio, en 1999, ante las jerarquías católicas y ortodoxas reunidas para la ocasión: «Mientras más sinceramente observamos la realidad de nuestro tiempo, más evidente se muestra nuestro deber de confesar juntos la verdad de la Cruz, para usar las palabras de la encíclica Ut unum sint» (Averintsev 1999, p. 7).
La mayor amenaza para nuestro tiempo la veía en el peligro de un «totalitarismo religioso» que –a diferencia del declaradamente ateo– no se opone abiertamente a la fe, sino que más bien la transforma en “ideología”, en instrumento de poder, negando de este modo la “identidad primera” que le es propia: «Es esencial que la fe no se entienda como un medio para realizar proyectos de salvación… proyectos de civilización mundial y cosas por el estilo… La fe puede salvarnos a nosotros y a nuestro mundo sólo si se trata de fe auténtica, y no de un manantial incógnito de energía al servicio del enésimo proyecto utópico» (Averintsev 1989, p. 109).
También de este punto de vista nace su renovado interés por lo que define a la cultura europea. En su base, según Averintsev, está la idea de “persona”, y este concepto central del sistema de valores europeo –sin el cual no puede existir– maduró en la síntesis de las “fuentes”: Atenas, Jerusalén, Roma; significando «Jerusalén» la fe, «Atenas» la cultura secular y racional de la civilización griega, y «Roma» respeto del orden estatutario y de la ley. Afirmar los orígenes esencialmente cristianos de Europa significa, pues, para él el redescubrimiento de la idea de “persona”, y por ello es necesario revivir la memoria de las “fuentes” de cuya síntesis surge.
«Por lo menos una vez al día habría que repetir: ¡Resurrexit sicut dixit!», dijo, dirigiendo la mirada hacia la cúpula de San Pedro, a Herbert Schambeck, un colega de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales con el que se cruzó frente a la Casa Santa Marta, poco antes de la última sesión en la que participó. Entre las muchas intervenciones en su honor, Victor Gaiduk, eminente representante de la inteligentzia rusa y traductor de las primeras intervenciones de Averintsev al italiano, se quedó muy asombrado –hasta el punto de que quiso traducirlo al italiano– del primer escrito en memoria del amigo desaparecido publicado en Novye Izvestia el pasado 25 de febrero: aquí el autor, rindiendo homenaje al filólogo, subraya que para la etimología Averintsev «es el hombre… de una fe distinta… Es la fe que pueden tener sólo nuestros niños». In paradisum deducant te angeli, Sergej Sergejevic!, es el título que da Mijaíl Pozdnyaev al recuerdo del gran pensador ruso. TEXTOS CITADOS


1. S. Averintsev, Die Solidarität in dem verfemten Gott. Erfahrungen der Sowjetjahre als Mahnung für Gegenwart und Zukunft [La solidaridad en el Dios proscrito. Experiencia del período soviético como admonición para el presente y el futuro], Tubinga 1996; tr. it. de Pierluca Azzaro.
2. S. Averintsev, Poetika rannevizantijskoj literatury, Moscú 1977; tr. it.: L’anima e lo specchio. L’universo della poetica bizantina, Bolonia, 1988.
3. S. Averintsev, La Russia e la “cristianità europea”, Discurso de agradecimiento del Premio “Senador Giovanni Agnelli”, Turín 2001.
4. S. Averintsev, La Sapienza di Dio ha costruito una casa (Pr 9,1) per la dimora di Dio stesso tra noi: il concetto di Sofia e il significato dell’icona, en : Sophia. La Sapienza di Dio, preparado por Giuseppina Cardillo Azzaro y Pierluca Azzaro, Milán 1999.
5. S. Averintsev, Sophia. La Sapienza di Dio, Discurso pronunciado en la inauguración de la exposición “Sophia. La Sapienza di Dio”, Brazo de Carlomagno, Ciudad del Vaticano 1999.
6. S. Averintsev, Cose attuali, cose eterne. La Russia d’oggi e la cultura europea, Milán 1989.
7. S. Averintsev, Atene e Gerusalemme. Contrapposizione e incontro di due principi creativi, Roma 1994.
8. S. Averintsev, Poety, Moscú 1996; trad. it.: Dieci poeti. Ritratti e destini. Con un posfacio de Sergio Rapetti, Milán 2001.
9. G. Mattei, Un respiro a due polmoni, en L’Osservatore Romano del 7 de marzo de 2004.
10. M. Pozdnyaev, In memoriam Serguei Averintsev. In paradisum deducant te angeli, Sergej Sergeejvich, en Novye Izvestia del 25 de febrero de 2004, traducción del ruso de Victor Gaiduk.
11. La spiritualità dell’Europa orientale e il suo contributo alla formazione della nuova identità europea, conferencia pronunciada en la Sala Zuccari del Palacio Giustiniani, en Roma, el 24 de marzo de 2003 en el ámbito del ciclo sobre “La filosofía de Europa”.


Italiano English Français Deutsch Português