Home > Archivo > 06/07 - 2004 > La unidad que deseamos ver con nuestros ojos durante los días de nuestra vida terrena
BARTOLOMÉ I EN ROMA
Sacado del n. 06/07 - 2004

La visita de Bartolomé I a Roma

La unidad que deseamos ver con nuestros ojos durante los días de nuestra vida terrena


El Patriarca ecuménico de Constantinopla, ya con su primer discurso del 29 de junio, volvió a plantear los términos elementales de la unidad que las Iglesias han de pedir «manteniendo fijos los ojos en Jesucristo, el que inicia y consuma la fe, sin el cual no podemos hacer nada»


por Gianni Valente


Bartolomeo I reza ante el sepulcro del apóstol Pedro en las Grutas Vaticanas, la mañana del 29 de junio de 2004

Bartolomeo I reza ante el sepulcro del apóstol Pedro en las Grutas Vaticanas, la mañana del 29 de junio de 2004

«Con sentimientos de alegría y tristeza venimos a Vuestra Santidad durante este importante día de la fiesta de los santos apóstoles san Pedro y san Pablo». El comienzo ambivalente de la homilía pronunciada por Bartolomé I durante la misa vespertina del 29 de junio en la plaza de San Pedro, repleta de cardenales y arzobispos católicos que esperaban recibir el palio de las manos temblorosas del Papa, es la clave de la visita del patriarca ecuménico de Constantinopla a la Iglesia de Roma y a su Obispo, con motivo de la fiesta patronal de la Ciudad eterna. Una sinceridad sin cálculo, poco dada a los esquemas prefabricados de inútiles cortesías “ecumenicistas”. Leal a la hora de reconocer que «a la vez que compartimos vuestra alegría, sentimos tristeza porque falta lo que hubiera colmado la alegría de ambos, es decir, el restablecimiento de la plena comunión entre nuestras Iglesias».
Bartolomé conoce bien Roma. Transcurrió en ella algunos años de estudio en los tiempos del Concilio. Pero sobre esta tercera visita a la Urbe como patriarca se concentraban expectativas especiales. Había que disipar malentendidos y malhumores que nacieron tras la carta que el 29 del pasado noviembre había expedido Bartolomé al Papa para manifestarle la contrariedad de toda la Ortodoxia por el reconocimiento del patriarcado a los católicos ucranios de rito oriental. Había que celebrar la reapertura de la iglesia romana de San Teodoro al Palatino, concedida en uso litúrgico a los greco-ortodoxos de Roma por deseos del Papa. Y además, en la historia de las relaciones entre la Iglesia católica y la ortodoxa, este año es el aniversario de acontecimientos importantes: el cisma de Oriente (1054), la cuarta Cruzada con el saqueo de Constantinopla (1204), el abrazo en Jerusalén entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras (1964) tras siglos de hostilidades entre los obispos de la Primera y la Segunda Roma.
Los gestos y las palabras de Bartolomé, en su estancia romana, pasaron como una ráfaga de viento entre la ceremoniosidad y los formalismos eclesiales. Sin meterse en los atolladeros de las pruriginosas disputas que a nada llevan sobre el proselitismo y el uniatismo (sólo una alusión, en el encuentro final con algunos periodistas, para circunscribir toda la cuestión en el celo «exagerado, incomprensible e inaceptable» de «algunos sacerdotes polacos»), Bartolomé volvió a proponer ya en su primer discurso dirigido al Papa la mañana del 29 de junio los términos elementales de la unidad completa que las Iglesias pueden pedir y esperar sólo manteniendo «fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, sin el cual no podemos hacer nada». Unidad que «con todo el corazón deseamos ver con nuestros ojos durante los días de nuestra vida terrena».
El abrazo entre Juan Pablo II y el patriarca Bartolomeo I en la plaza de San Pedro, al final de la misa vespertina en honor  de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio

El abrazo entre Juan Pablo II y el patriarca Bartolomeo I en la plaza de San Pedro, al final de la misa vespertina en honor de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio


Unidad de la Iglesia y alianzas mundanas
Existe un modo de entender la deseada unidad entre las Iglesias según categorías e interpretaciones «mundanas». Bartolomé, en sus discursos romanos, usó varias veces este adjetivo, para describir el modus operandi que concibe dicha unidad como «subordinación de las Iglesias y de sus fieles bajo un único esquema administrativo», o «alianza ideológica o de acción para alcanzar un objetivo común», igual «a las uniones de los Estados, a las asociaciones de personas y de organismos, en las que se crea una unión organizativa más elevada».
Nada paragonable a «la experiencia procedente de la comunión de cada uno con Cristo, para construir la unidad en la experiencia de Él». Una unidad en la que «no se ha de buscar igualar las tradiciones, los usos y las costumbres de todos los fieles», sino que se pida sólo vivir «la comunión vital del acontecimiento de la encarnación del Logos de Dios, y de la venida del Espíritu Santo a la Iglesia, así como vivir en común el acontecimiento de la Iglesia como Cuerpo de Cristo». El único diálogo que interesa, «el más importante de todos», ocurre dentro de estos horizontes.
Cuando falta esta gratuita inserción en la «experiencia de Cristo», todo puede convertirse fácilmente en coartada para tapar con el nombre de Cristo pretensiones de poder eclesiástico. «En muchas ocasiones», explicaba Bartolomé en su homilía en la plaza de San Pedro, «algunos fieles, en el decurso de los siglos, han pedido a Cristo que apruebe obras que no estaban de acuerdo con su mente. Más aún, han atribuido a Cristo sus propias opiniones y enseñanzas, sosteniendo unos y otros que interpretaban el espíritu de Cristo. De allí han surgido discordias entre los fieles».

Retos y gestos concretos
También Juan Pablo II colocó el encuentro con Bartolomé en la parábola histórica que desde las rupturas de 1054 y 1204 conoció el “nuevo giro” del abrazo entre Atenágoras y Pablo VI y la reanudación del diálogo teológico entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente. La mañana del 29 de junio, en el discurso dirigido a la delegación procedente de El Fanar, se detuvo especialmente en los acontecimientos de la cuarta Cruzada, cuando «un ejército que salió para devolver la Tierra Santa a la cristiandad se dirigió hacia Constantinopla para tomarla y saquearla, derramando la sangre de los hermanos en la fe». En la homilía pronunciada durante la misa vespertina, recordó el encuentro entre Pablo VI y Atenágoras como «un desafío para nosotros», reafirmando que el compromiso por el camino hacia la unidad «asumido por la Iglesia católica con el Concilio Vaticano II es irrevocable». Pero más que los discursos y las homilías, fueron algunos gestos concretos lo que dio la medida de lo sutil que es el diafragma que impide a la Iglesia católica y a la ortodoxa manifestar y vivir con todas sus consecuencias la plena comunión visible. Gestos como el Credo, que el Papa y el Patriarca rezaron juntos en lengua griega en la fórmula original niceno-constantinopolitana, durante la misa del 29 de junio. O como el Himno del apóstol Pedro, entonado por Bartolomé ante el sepulcro del apóstol Pedro, la mañana del 29 de junio, cuando el Patriarca bajó a las Grutas Vaticanas para rezar una oración y llevar un ramo de flores a la tumba del papa Montini.
El patriarca Bartolomé I mientras coloca un ramo de flores en la tumba de Pablo VI, en las Grutas Vaticanas, la mañana del 29 de junio

El patriarca Bartolomé I mientras coloca un ramo de flores en la tumba de Pablo VI, en las Grutas Vaticanas, la mañana del 29 de junio


La Ortodoxia en el corazón de Roma
El palacio sobre el Cuerno de Oro donde vive Bartolomé, en Estambul, es llamado por los turcos Rum Patrikhanesi, Patriarcado “Romano”. En la jerga local el Patriarca y su corte siguen siendo los Rum, los “romanos”. Descendientes de aquella tradición bizantina que se consideraba la heredera exclusiva de la unidad imperial romana. Fuera del Vaticano, los trayectos de Bartolomé en sus días romanos se desarrollaron en el restringido triángulo entre el Capitolio, el Palatino y la Isla Tiberina, en el corazón de la Urbe, para reforzar el vínculo que liga al patriarcado ecuménico con la realidad eclesial y civil de la Ciudad eterna.
Durante la tarde del 30 de junio, el Patriarca y toda la delegación (de la que formaban parte también los metropolitanos Crisóstomo de Éfeso, Giovanni de Pérgamo y Gennadios de la archidiócesis de Italia) fueron recibidos por el alcalde Walter Veltroni en la Sala de las Banderas, en el Capitolio. Recibiendo la condecoración de la Loba de Roma, Bartolomé subrayó que «la idea de la reconciliación y la colaboración entre los pueblos europeos hizo que naciera precisamente aquí en Roma la Unión Europea», rindiendo homenaje al perfil de la Ciudad eterna como punto concreto de fusión de tres elementos constitutivos de la civilización europea: «La democracia, la filosofía, el arte derivan del antiguo espíritu griego. La supremacía del derecho, la organización estatal, la paz como efecto del dominio sobre el mundo expresan el realismo del espíritu romano. El respeto por el débil, la mujer, el niño, la difusión de la caridad, la suavización de la crueldad y la clemencia social expresan el espíritu cristiano […]. Deseamos que el espíritu cristiano perfume la vida de todos los habitantes de Europa, partiendo de Roma, la ciudad que cultiva y mezcla desde hace siglos los principios de estas tres civilizaciones».
También el encuentro de la delegación patriarcal con la Comunidad de San Egidio, en la iglesia de san Bartolomé, en la Isla Tiberina, confirmó los lazos de amistad que desde hace tiempo unen al Patriarca con el grupo eclesial romano. Bartolomé elogió a los miembros de San Egidio «porque continúan ustedes el diálogo interreligioso en espíritu pacífico», mientras que «los enfrentamientos recíprocos en nombre de la religión han difundido en los hombres la idea equivocada de que a Dios le gusta el odio y el extremismo religioso». Atribuyendo de este modo a Dios la renegación perversa «de su sabiduría y su amor, es decir, de él mismo».
La mañana del 1 de julio, el vínculo fortalecido entre las Iglesias de la Primera y la Segunda Roma en el camino de la plena comunión se manifestó de manera estable y concreta en la entrega de la iglesia dedicada al mártir Teodoro Tirón, en el Palatino, confiada por la diócesis de Roma por voluntad de su Obispo a la archidiócesis ortodoxa de Italia, y destinada a convertirse en la parroquia romana de los ortodoxos de lengua griega. Una iglesia de planta circular, lugar de culto ya desde el siglo VI, restaurada en los últimos dos años según las exigencias de la liturgia bizantina con el dinero de la señora Fotini Livanos, de la rica familia de armadores griegos. Allí, además, Bartolomé presidió durante dos horas el thyranixion, solemne celebración de inauguración del uso litúrgico por parte de la comunidad greco-ortodoxa, en presencia de numerosos eclesiásticos católicos, incluidos el cardenal vicario Camillo Ruini, el cardinal Walter Kasper y el arzobispo sustituto de la Secretaria de Estado, Leonardo Sandri. En la pequeña iglesia, nueva avanzadilla ortodoxa en el corazón del área arqueológica de Roma, Bartolomé expresó su gratitud al Papa y a sus colaboradores, considerando también la concesión en uso del «antiguo templo» en la deseada perspectiva del «acuerdo grato a Dios sobre los puntos importantes, acuerdo que llevará a la deseada unión sacramental».
El encuentro con el alcalde Walter Veltroni, en el Capitolio, la tarde del 30 de junio

El encuentro con el alcalde Walter Veltroni, en el Capitolio, la tarde del 30 de junio


Cita en Estambul (¿pasando por Ankara?)
El golpe de efecto lo reserva Bartolomé para las últimas horas de su estancia romana. Después de ser recibido por el Papa para la comida de despedida, y de firmar con él la ritual Declaración conjunta, la tarde del jueves 1 de julio confiesa a un grupo de periodistas que ha aprovechado la ocasión para invitar al Papa a Estambul para la fiesta de San Andrés, el próximo 30 de noviembre. «Y como el Papa es un jefe de Estado, antes irá a Ankara, la capital, y luego vendrá a nuestra casa», añade. Bartolomé alude también a la posibilidad de que en el aún hipotético viaje al Fanar, el Papa pueda llevar al Cuerno de Oro las preciosas reliquias de los patriarcas san Juan Crisóstomo y san Gregorio Nacianceno, desaparecidas de Constantinopla en el saqueo de 1204. «Según nuestras investigaciones», hace saber Bartolomé, «deberían estar conservadas en San Pedro. En el Vaticano nos han dicho que investigarán. Cuando las encuentren, mandaré una carta pidiendo que nos las devuelvan».
El activismo político-eclesial de Bartolomé (pocas horas antes de ver al Papa, en Estambul se había entrevistado con el presidente de EE UU, George W. Bush) provoca reacciones de reserva a menudo en los ambientes eclesiales. El tono doctrinal de sus intervenciones (y las de Roma son un ejemplo) está, según algunos, en desacuerdo con la debilidad institucional del patriarcado ecuménico, que conserva una jurisdicción directa sobre pocos millones de fieles, de los cuales sólo hay unos miles en Turquía. El profesor Andrea Riccardi, fundador de San Egidio, ha hablado del patriarcado ecuménico como de una «fuerza débil, en el sentido indicado por el apóstol Pablo, que dice: cuando soy débil es entonces cuando soy fuerte». En este sentido, despierta aún más interés el papel de Bartolomé en la partida para la entrada de Turquía en la Unión Europea.
En el encuentro con los periodistas, el Patriarca elogió los pasos dados por el gobierno de Erdogan para adecuarse a los estándares legislativos europeos («se ha liberado a algunos diputados curdos, han comenzado programas televisivos en lengua curda: también han abolido la pena de muerte, que sin embargo sigue en vigor en algunos Estados de EE UU»). Confesó que había insistido para que en la declaración común firmada con el Papa hubiera una alusión al diálogo necesario entre Europa y el islam, precisamente pensando en Turquía. También anunció el placet del gobierno turco islámico-moderado a la reapertura de la Escuela teológico patriarcal de Halki, la academia ortodoxa cerrada en los años setenta por el rígido laicismo de la legislación de inspiración kemalista («esperamos que reanude sus actividades el próximo año académico»).
Un encuentro entre el Papa y Erdogan, preparado por Bartolomé, a solo un mes del Consejo de Europa que tendrá que pronunciarse en diciembre sobre la espinosa cuestión, y a despecho de tantas objeciones incluso eclesiales a la entrada de Turquía en la UE (a veces basadas en las raíces cristianas de Europa), sería por lo menos un golpe genial.


Italiano English Français Deutsch Português