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SAGRADOS MONTES
Sacado del n. 06/07 - 2004

Varese. El Monte Sagrado en camino


Respecto a Varallo y a los otros “Montes Sagrados” ya realizados, este de Varese necesitaba otro elemento decisivo: el camino. Y Giuseppe Bernascone experto constructor de caminos hizo uno largo, muy hermoso, «entallado como libro en la roca» apropiado para las muchas procesiones que subían al monte


por Giuseppe Frangi


El interior del santuario que, al final del recorrido, constituye la XV capilla, la de la Coronación de María. Aquí se ve un altar dedicado a la adoración de los Reyes Magos

El interior del santuario que, al final del recorrido, constituye la XV capilla, la de la Coronación de María. Aquí se ve un altar dedicado a la adoración de los Reyes Magos

En el origen de la historia del “Monte Sagrado” más monumental de los Alpes hay una muchacha de 15 años. Se llamaba Caterina Moriggia, y había nacido en Pallanza, a orillas del lago Mayor, en 1437. Con gallardía y una determinación sorprendente para su edad, había superado la oposición de la familia, y había comenzado una vida de eremita. Un sueño le había sugerido el lugar. Era un monte en la otra parte del lago, en el que existía una antigua devoción mariana y que dominaba una pequeña aldea: Varese, llamada así porque estaba en el punto de confluencia de numerosos valles. La tradición nos da una fecha precisa del comienzo: el 24 de abril de 1452. Pasaron dos años y Caterina encontró la primera compañera con la que compartir esa llamada. Giuliana Puricelli tenía diez años más que ella y era de la zona. Podemos decir que había nacido la pequeña comunidad de las monjas ermitañas. Otra muchacha se unió a ellas en 1471. Se llamaba Benedetta Biumi, era de familia noble y gracias a ella, biógrafa de las dos iniciadoras, toda esta historia tan humilde ha llegado hasta nosotros tan rica de detalles. Cuando en 1474 el papa Sixto IV, con una Bula fechada en Ostia (que aún se conserva en el Archivo de Estado de Milán), concedió la aprobación a esta pequeña orden de clausura que seguía la regla agustiniana, las muchachas eran ya cinco, habían abandonado las cuevas y se habían trasladado al pequeño monasterio adyacente al antiguo santuario.
La presencia de la pequeña comunidad había hecho revivir un antiguo recuerdo ligado a la historia de este monte: aquí, según una tradición no documentada, se retiró en oración Ambrosio antes de la confrontación decisiva con los arrianos, y aquí la Virgen le garantizó la victoria. En realidad la primera señal de esta “huella” mariana se encuentra en un documento del 922, conservado también en el Archivo de Estado de Milán, en el que se alude a donaciones hechas a la “Basílica de Monte de Vellate”. Velate sigue siendo hoy el nombre de una fracción de Varese situada precisamente en la ladera del monte. Y cerca de Velate hay otra localidad que conserva en su nombre otra huella de estos orígenes: Sant’ Ambrogio Olona.
En fin, todo esto contribuía a que un flujo cada vez más numeroso de peregrinos comenzase a subir por estas laderas empinadas. A menudo se mezclaban con ellos los frailes capuchinos que en 1560 habían abierto el convento de Casbeno y que poco tiempo después habían recibido de la autoridad eclesiástica (el arzobispo Carlos Borromeo, porque la diócesis era y sigue siendo la de Milán) el encargo de administrar los sacramentos a las monjas ermitañas del monte.
La III capilla dedicada a la Natividad; las estatuas son de Cristoforo Prestinari

La III capilla dedicada a la Natividad; las estatuas son de Cristoforo Prestinari

En 1570, según documentos conservados en el archivo del santuario, eran más de doscientas las comunidades de los alrededores que habían hecho voto de subir en procesión por lo menos una vez al año. Una subida dura, por escarpadas sin corrientes de agua, hasta los 800 metros del monte donde estaban el monasterio y el santuario. Así que, a principios de 1600, la abadesa, una española, María Teresa de Cid, pariente del entonces gobernador de Milán, solicitó el permiso para construir un punto de descanso para los peregrinos en la mitad de la subida. Difícil saber qué habría pasado con esta petición si mientras tanto no hubiera aparecido en la historia otro personaje fundamental. Era Giambattista Aguggiari, un fraile capuchino nacido en Monza y nombrado en 1602 guardián del convento de Melzo, después de haber desempeñado el mismo cargo en numerosos conventos suizos. Aguggiari había caído enfermo de gravedad y en el capítulo del 7 de mayo de 1604 había pedido que le sustituyeran y enviaran a un lugar más tranquilo. Desde luego no podía imaginarse qué aventura le esperaba. Fue trasladado a Casbeno y nombrado predicador de las monjas. Había sido la madre abadesa, María Teresa de Cid, quien había solicitado una figura de este tipo, en una carta conmovedora dirigida a la madre del entonces arzobispo de Milán, Federico Borromeo, para que intercediera (también esta carta del 19 de julio de 1600 está en los archivos, conservada con los documentos Borromeo en Isola Bella). A finales de mayo de 1604, Aguggiari hizo su primera predicación en el monasterio y enseguida fue informado sobre esa idea de construir una estación intermedia en la subida al monte. Él, además, había hecho un voto: si salía de la enfermedad haría una obra en honor de María.
Llegados a este momento de la historia, hay que abrir un paréntesis: desde hacía algunos decenios la iniciativa de los franciscanos había punteado el mapa de la zona prealpina lombarda y piamontesa con una inédita tipología de monumentos religiosos. Eran los “Montes Sagrados”, pensados como lugares donde la representación de la historia cristiana podía renovarse según criterios de gran verosimilitud y con gran impacto para los fieles. Había comenzado a finales de 1400 el padre Bernardino Caimi, fundando el más hermoso y más célebre de todos los “Montes Sagrados”, el de Varallo. Había sido guardián de los Lugares Santos de Jerusalén y, al regresar a Italia, había querido recordar aquellos lugares, a beneficio de los peregrinos que ya no podían dirigirse a la Ciudad Santa. Después de Caimi otros dos franciscanos tomaron iniciativas semejantes a finales del siglo siguiente: el padre Cleto, en 1589, en la localidad de Orta y el padre Costantino Massimo, en 1590, en Crea.
El padre Aguggiari, pues, tenía ejemplos a la vista. Pero la empresa era costosa y no había fondos a disposición en aquel momento. De todos modos, habló de su idea con el diputado que se encargaba de los intereses materiales de las monjas, Giuseppe Dralli, y con Giuseppe Bernascone, un arquitecto y agrimensor muy activo en la zona.
También se enteró del proyecto un cura de la zona, don Vincenzo Gigli, párroco de Malnate que invitó al padre Aguggiari a predicar y recoger fondos en su iglesia. Era el día de la fiesta patronal de san Martín, el 11 de noviembre de 1604. Tres días después, el domingo 14, los representantes de la comunidad de Malnate subían en procesión al monte llevando las ofrendas. La colecta había superado toda previsión, y al padre Aguggiari le llegaron un sinfín de peticiones para que fuera a predicar por todas las iglesias del territorio. No se echaba nunca para atrás, a veces hacía cuatro predicaciones en un día y en lugares distintos, la última a la luz de las antorchas.
La X capilla, la de la Crucifixión; las estatuas son de Dionigi Bussola

La X capilla, la de la Crucifixión; las estatuas son de Dionigi Bussola

De este modo, en un tiempo récord, el 25 de marzo de 1605, se colocaba la primera piedra de la primera capilla, dedicada por supuesto a la Anunciación. En la mente del padre Aguggiari y del arquitecto Bernascone, el proyecto se había vuelto mucho más ambicioso respecto a la petición inicial de la abadesa. La idea era construir a lo largo de la subida al monte catorce capillas dedicadas a los misterios del rosario. La capilla número quince era el santuario, punto de llegada en la cima del monte. Carlos Borromeo había dado fuerza a la devoción del rosario con una carta pastoral escrita en 1584, poco antes de morir. Y si bien era peculiar de los dominicos (precisamente en estos años Caravaggio pinta esa obra maestra conservada en Viena con la Virgen que entrega el rosario a santo Domingo), esta vez un franciscano como el padre Aguggiari la había hecho suya.
Dentro de las capillas, como en las de Varallo, debía haber estatuas y pinturas que representasen eficaz y teatralmente cada uno de los misterios. Una empresa enorme que al final comportó enormes recursos financieros.
Respecto a Varallo y los demás “Montes Sagrados” ya realizados, este de Varese necesitaba otro elemento decisivo: el camino. Y Giuseppe Bernasconie, llamado “El zurdo”, experto en la realización de caminos, hizo uno largo, muy hermoso, “entallado como libro en la roca” (como escribió asombrado un viajero inglés a principios del siglo XX), apropiado para las muchas procesiones que subían al monte, y que se ensanchaba ante cada capilla para facilitar la parada. Tanta importancia cobró el camino que alguien tuvo la tentación de llamar esta obra “Camino Sagrado” en vez de Monte Sagrado.
A pesar de la ampliación del proyecto, las obras marchaban rápidamente. En 1608 llegó la aprobación del cardenal Federico Borromeo, que según el carácter pragmático de su familia, se preocupó de que se hiciera todo con orden y transparencia, e instituyó la congregación de los Fabriqueros para «supervisar la obra» y sobre todo para «manejar las limosnas». Entre Aguggiari y los diputados del Monasterio habían surgido tensiones, porque estos querían invertir parte del mucho dinero recogido en los bancos de Varese, mientras que él pedía que se gastara en seguida todo en el adelanto de la obra.Y Federico debía estar de su parte, visto que aconsejó que la obra avanzase «con gallardía».
En 1610 llegó también la aprobación papal, con un Breve del 30 de septiembre. Y el 17 de octubre de 1619, cuando el cardenal subió al monte, unas diez de capillas ya estaban casi terminadas, por lo menos como estructura arquitectónica. Federico recomendó una vez más (“monemus denique, et hortamur dictos fabriceros…”) que amaran la obra y con todas sus fuerzas la hicieran progresar, sin lentitud ni negligencias. Cuando en 1631 la muerte se llevó, en el espacio de pocos meses, al padre Aguggiari y al cardenal Federico, el “Monte Sagrado” estaba terminado.
Uno de los arcos que dividen, a lo largo del recorrido, los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos

Uno de los arcos que dividen, a lo largo del recorrido, los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos


El Camino sagrado de muchos artistas lombardos

Al Monte Sagrado de Varese se puede llegar fácilmente en coche, tanto a la base como a la cima. Hay también un funicular que sale de Vellone. El camino que sube en medio de las capillas tiene una longitud de 2 kilómetros y un desnivel de 300 metros. Es muy sugestivo por el paisaje y por las obras de arte que pueden verse. En muchas de las capillas trabajaron, como pintores o como escultores, algunos de los nombres más importantes del arte lombardo del siglo XVII. En especial, Pier Francesco Mazzucchelli, pintor de Varese, Carlo Francesco Nuvolone, Dionigi Bussola, Francesco Silva. Fuera de la tercera capilla Renato Guttuso (que tenía su estudio en Velate, a los pies del monte), ha dejado una hermosa Huida a Egipto, realizada en 1983. El recorrido termina en el santuario, donde se conserva la estatua de la Virgen coronada, y donde reposan los restos de las beatas Caterina Moriggia y Giuliana Puricelli, las fundadoras de la orden, cuyo monasterio está al lado del santuario.


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