Pablo VI
Giulio Andreotti
El Papa Pablo VI
Cuando inmediatamente después de ser elegido Papa apareció en la logia central de la Basílica, se quedó mirando largo tiempo el Palacio apostólico y las ventanas de la famosa tercera planta: su Secretaría de Estado. Quienes habían ofrecido una interpretación de su destino al arzobispado de Milán si no de castigo por lo menos de decidido alejamiento tenían razón sólo en parte. Por mucho que Pío XII se sintiera atraído en los últimos años por cierta autocracia y por hacerse asesorar preponderantemente por los dos confidentes laicos Carlo Pacelli y Enrico Galeazzi, no se excluye que hubiera querido darle a Montini la experiencia pastoral, por así decir, de masa, sin la cual la pesada imagen de hombre meramente de Curia le hubiera cerrado las posibilidades de la “sucesión”.
El apostolado, sin lugar a dudas, Montini lo hacía desde siempre: especialmente con los universitarios y los licenciados de Acción Católica; como también paralelamente hacía Tardini en el cenáculo de Villa Nazareth. Pero el hecho de ser exclusivamente romano pesaba. El Papa lo sabía personalmente, si bien Pío XI había conseguido con las famosas misiones de Legado y de otros modos prepararle el camino sin paradas intermedias.
Una reciente producción
de la RAI sobre Pablo VI
ha presentado eficazmente
la figura de este Papa contemporáneo, que sigue siendo habitualmente definido como hamlético, atormentado, culturalmente moderno pero perplejo a la hora de sacar conclusiones prácticas…
Los años milaneses de Montini fueron muy intensos y
dirigidos erga omnes. El apostolado entre los intelectuales continuó, no sólo
mediante la Universidad Católica; y el trato con personalidades especialmente
francesas se convirtió en algo habitual. Pero también descubrió el mundo obrero
y le impresionó tanto que los empresarios empezaron a tacharlo de izquierdismo.
Ellos fueron sordos a su llamamiento para ayudar a construir nuevas iglesias,
absolutamente necesarias, por lo que el arzobispo tomó la polémica decisión de
nombrar presidente del comité a Enrico Mattei. Pero esto no significa que en el
terreno político simpatizara con los democristianos de la Base; antes al
contrario, a Granelli, que fue a pedirle pro forma su autorización para
presentarse como candidato, le obligó a que no lo hiciera. En las elecciones
siguientes Granelli se guardó muy bien de consultar la opinión del arzobispo.Tampoco hacia Marcora sintió ninguna debilidad.
Aún más. Su referente romano (se decía que cada día) era monseñor Angelo Dell’Acqua, quien, en los acontecimientos de 1955, actuó abiertamente contra la candidatura de Gronchi, a favor de la secretaría Fanfani y del gobierno Scelba. Yo mismo, siendo parlamentario y contrario a la coalición doroteo-scelbiana por razones de partido, recibí de Montini un buen tirón de orejas.
Pero he de añadir un episodio significativo. Me eligió como orador oficial en una solemne conmemoración del papa Ratti en la plaza de Desio. Al finalizar me mostró su satisfacción, pero me echó una reprimenda por no haber citado, hablando de la Conciliación, el papel que había jugado el hermano de Pío XII, Francesco Pacelli.
Giovanni Battista Montini en una barriada de la periferia de Roma en 1943
La candidatura a la no fácil sucesión del papa Juan se daba literalmente por descontada; se llegó a ella, en efecto, tras un simple sondeo preliminar.
La tarea era tremenda. Había que mantener para la Iglesia la popularidad conquistada por Juan XXIII, pero encauzando en lo concreto sus grandes intuiciones: desde el Concilio hasta la Pacem in terris. Imitar al papa Juan era imposible. Cuando en la primera audiencia colectiva un rígido asistente le hizo que tomara en brazos a un niño, se vio a un Papa cohibido, muy poco tierno y visiblemente deseoso de salir del trago.
El gran intelecto y la finura cultural le permitieron, por otra parte, hallar por sí solo el camino adecuado, empezando por el airoso reajuste de la colegialidad con la que se corría el peligro de introducir elementos de desorden en la cúpula pontificia.
…Cuando inmediatamente después de ser elegido Papa apareció en la logia central
de la Basílica, se quedó mirando largo tiempo el Palacio apostólico y las ventanas
de la famosa tercera planta:
su Secretaría de Estado. Quienes habían ofrecido
una interpretación
de su destino al arzobispado
de Milán si no de castigo por lo menos de decidido alejamiento tenían razón sólo en parte
Tuvo que afrontar momentos difíciles: especialmente
uno relacionado con Italia, que por primera vez afrontaba el problema del
divorcio. En la Constituyente no había pasado la indisolubilidad del matrimonio
por un puñado de votos, y con la ausencia del Aula de treinta democristianos,
entre ellos algunos no divorcistas, como La Pira, Medi y Zaccagnini.
Posteriormente la alianza entre socialistas y liberales condujo al éxito la ley
Fortuna-Baslini. Monseñor Costa, asistente general de Acción Católica, había
dado a entender al Papa con cierta ingenuidad que tenía asegurado el voto
contrario de muchos diputados de los grupos divorcistas. De todos modos la
coalición gubernamental sobrevivió, creando el mecanismo del referéndum
abrogativo. El pueblo elegiría por vía resolutiva.Los abrogacionistas recogieron inmediatamente las firmas, por iniciativa de un Comité promovido por el profesor Gabrio Lombardi, hermano del conocido jesuita. La DC, que había hecho todo lo posible en el Parlamento, se alineó, como es obvio, con los que estaban a favor, pero el resultado fue negativo. La oposición al divorcio en la consulta popular resultó ser inferior a la que nosotros habíamos hecho en la Cámara y el Senado.
Pablo VI se había mostrado de una precisión emblemática: «Nos no lo hemos pedido, pero no podemos impedir que un grupo de católicos, valiéndose de un instrumento constitucional, trate de cancelar una ley que consideramos negativa».
Habiendo manifestado la ciudad de Roma en el voto una propensión divorcista superior a la media nacional, no faltaron en el episcopado extranjero algunas alusiones dolorosas al tema. El Papa sufrió mucho por ello y, al finalizar el año, en la respuesta a mi tarjeta de felicitación (antigua costumbre desde los tiempos de la FUCI) manifestó toda su amargura.
En otro campo sufría personalmente: la falta de perseverancia en la vocación por parte de un número no tan marginal de sacerdotes. En lo humano comprendía el desasosiego y las crisis de algunos sacerdotes. Quizá entonces eran menos, pero Pío XI lo resolvía preguntando «¿Cómo se llama la señora?».
El arzobispo de Milán, Giovanni Battista Montini, visita el Sacro Monte de Varese
El verdadero Montini, sin embargo, queda quizá al descubierto en la espléndida ceremonia de entrega a las categorías de las conclusiones conciliares; y, en otro terreno, en la apertura de las Galerías vaticanas al arte contemporáneo.
Los archivos personales del Papa están conservados y catalogados con inteligencia en el Instituto Pablo VI. Contienen miles de pequeños apuntes autógrafos que tomaba leyendo, meditando, rezando. Por lo demás, en el original libro de máximas montiniano, preparado por el padre Leonardo Sapienza, con extractos no de encíclicas o de otros documentos oficiales (que suelen estar escritos por varias manos), sino de discursos originales y notas personales, emerge la gigantesca figura intelectual, moral y humana de un Papa cuyas huellas están destinadas –contra lo que podría sugerir una impresión superficial– a sobresalir cada vez más.