EDITORIAL
Sacado del n. 08 - 2004

Pablo VI



Giulio Andreotti


El Papa Pablo VI

El Papa Pablo VI

Una reciente producción de la RAI sobre Pablo VI ha presentado eficazmente la figura de este Papa contemporáneo, que sigue siendo habitualmente definido como hamlético, atormentado, culturalmente moderno pero perplejo a la hora de sacar conclusiones prácticas.
Cuando inmediatamente después de ser elegido Papa apareció en la logia central de la Basílica, se quedó mirando largo tiempo el Palacio apostólico y las ventanas de la famosa tercera planta: su Secretaría de Estado. Quienes habían ofrecido una interpretación de su destino al arzobispado de Milán si no de castigo por lo menos de decidido alejamiento tenían razón sólo en parte. Por mucho que Pío XII se sintiera atraído en los últimos años por cierta autocracia y por hacerse asesorar preponderantemente por los dos confidentes laicos Carlo Pacelli y Enrico Galeazzi, no se excluye que hubiera querido darle a Montini la experiencia pastoral, por así decir, de masa, sin la cual la pesada imagen de hombre meramente de Curia le hubiera cerrado las posibilidades de la “sucesión”.
El apostolado, sin lugar a dudas, Montini lo hacía desde siempre: especialmente con los universitarios y los licenciados de Acción Católica; como también paralelamente hacía Tardini en el cenáculo de Villa Nazareth. Pero el hecho de ser exclusivamente romano pesaba. El Papa lo sabía personalmente, si bien Pío XI había conseguido con las famosas misiones de Legado y de otros modos prepararle el camino sin paradas intermedias.
Una reciente producción de la RAI sobre Pablo VI ha presentado eficazmente la figura de este Papa contemporáneo, que sigue siendo habitualmente definido como hamlético, atormentado, culturalmente moderno pero perplejo a la hora de sacar conclusiones prácticas…
Los años milaneses de Montini fueron muy intensos y dirigidos erga omnes. El apostolado entre los intelectuales continuó, no sólo mediante la Universidad Católica; y el trato con personalidades especialmente francesas se convirtió en algo habitual. Pero también descubrió el mundo obrero y le impresionó tanto que los empresarios empezaron a tacharlo de izquierdismo. Ellos fueron sordos a su llamamiento para ayudar a construir nuevas iglesias, absolutamente necesarias, por lo que el arzobispo tomó la polémica decisión de nombrar presidente del comité a Enrico Mattei. Pero esto no significa que en el terreno político simpatizara con los democristianos de la Base; antes al contrario, a Granelli, que fue a pedirle pro forma su autorización para presentarse como candidato, le obligó a que no lo hiciera. En las elecciones siguientes Granelli se guardó muy bien de consultar la opinión del arzobispo.
Tampoco hacia Marcora sintió ninguna debilidad.
Aún más. Su referente romano (se decía que cada día) era monseñor Angelo Dell’Acqua, quien, en los acontecimientos de 1955, actuó abiertamente contra la candidatura de Gronchi, a favor de la secretaría Fanfani y del gobierno Scelba. Yo mismo, siendo parlamentario y contrario a la coalición doroteo-scelbiana por razones de partido, recibí de Montini un buen tirón de orejas.
Pero he de añadir un episodio significativo. Me eligió como orador oficial en una solemne conmemoración del papa Ratti en la plaza de Desio. Al finalizar me mostró su satisfacción, pero me echó una reprimenda por no haber citado, hablando de la Conciliación, el papel que había jugado el hermano de Pío XII, Francesco Pacelli.
Giovanni Battista Montini en una barriada de la periferia de Roma en 1943

Giovanni Battista Montini en una barriada de la periferia de Roma en 1943

In situ y en otros lugares, con significativos viajes incluso a las grandes obras en construcción en el continente africano, monseñor Montini completó literalmente su “preparación”. Y quizá hubiera podido ya ser elegido en el cónclave de 1958 si hubiera tenido ya la púrpura (me lo dijo a mí el cardenal Roncalli la mañana de la apertura del cónclave, recibiéndome en la Domus Mariae).
La candidatura a la no fácil sucesión del papa Juan se daba literalmente por descontada; se llegó a ella, en efecto, tras un simple sondeo preliminar.
La tarea era tremenda. Había que mantener para la Iglesia la popularidad conquistada por Juan XXIII, pero encauzando en lo concreto sus grandes intuiciones: desde el Concilio hasta la Pacem in terris. Imitar al papa Juan era imposible. Cuando en la primera audiencia colectiva un rígido asistente le hizo que tomara en brazos a un niño, se vio a un Papa cohibido, muy poco tierno y visiblemente deseoso de salir del trago.
El gran intelecto y la finura cultural le permitieron, por otra parte, hallar por sí solo el camino adecuado, empezando por el airoso reajuste de la colegialidad con la que se corría el peligro de introducir elementos de desorden en la cúpula pontificia.
…Cuando inmediatamente después de ser elegido Papa apareció en la logia central de la Basílica, se quedó mirando largo tiempo el Palacio apostólico y las ventanas de la famosa tercera planta: su Secretaría de Estado. Quienes habían ofrecido una interpretación de su destino al arzobispado de Milán si no de castigo por lo menos de decidido alejamiento tenían razón sólo en parte
Tuvo que afrontar momentos difíciles: especialmente uno relacionado con Italia, que por primera vez afrontaba el problema del divorcio. En la Constituyente no había pasado la indisolubilidad del matrimonio por un puñado de votos, y con la ausencia del Aula de treinta democristianos, entre ellos algunos no divorcistas, como La Pira, Medi y Zaccagnini. Posteriormente la alianza entre socialistas y liberales condujo al éxito la ley Fortuna-Baslini. Monseñor Costa, asistente general de Acción Católica, había dado a entender al Papa con cierta ingenuidad que tenía asegurado el voto contrario de muchos diputados de los grupos divorcistas. De todos modos la coalición gubernamental sobrevivió, creando el mecanismo del referéndum abrogativo. El pueblo elegiría por vía resolutiva.
Los abrogacionistas recogieron inmediatamente las firmas, por iniciativa de un Comité promovido por el profesor Gabrio Lombardi, hermano del conocido jesuita. La DC, que había hecho todo lo posible en el Parlamento, se alineó, como es obvio, con los que estaban a favor, pero el resultado fue negativo. La oposición al divorcio en la consulta popular resultó ser inferior a la que nosotros habíamos hecho en la Cámara y el Senado.
Pablo VI se había mostrado de una precisión emblemática: «Nos no lo hemos pedido, pero no podemos impedir que un grupo de católicos, valiéndose de un instrumento constitucional, trate de cancelar una ley que consideramos negativa».
Habiendo manifestado la ciudad de Roma en el voto una propensión divorcista superior a la media nacional, no faltaron en el episcopado extranjero algunas alusiones dolorosas al tema. El Papa sufrió mucho por ello y, al finalizar el año, en la respuesta a mi tarjeta de felicitación (antigua costumbre desde los tiempos de la FUCI) manifestó toda su amargura.
En otro campo sufría personalmente: la falta de perseverancia en la vocación por parte de un número no tan marginal de sacerdotes. En lo humano comprendía el desasosiego y las crisis de algunos sacerdotes. Quizá entonces eran menos, pero Pío XI lo resolvía preguntando «¿Cómo se llama la señora?».
El arzobispo de Milán, Giovanni Battista Montini, 
visita el Sacro Monte de Varese

El arzobispo de Milán, Giovanni Battista Montini, visita el Sacro Monte de Varese

Algunas posturas sociales de relieve, como las de don Milani, habían de ser jerárquicamente bloqueadas, pero en el terreno humano era muy fuerte el pesar del Santo Padre. Fue menos complicada la reacción al padre Balducci, que sostenía el opinable favor a la objeción de conciencia con injustos ataques a un pretendido espíritu guerrillero de los capellanes militares.
El verdadero Montini, sin embargo, queda quizá al descubierto en la espléndida ceremonia de entrega a las categorías de las conclusiones conciliares; y, en otro terreno, en la apertura de las Galerías vaticanas al arte contemporáneo.
Los archivos personales del Papa están conservados y catalogados con inteligencia en el Instituto Pablo VI. Contienen miles de pequeños apuntes autógrafos que tomaba leyendo, meditando, rezando. Por lo demás, en el original libro de máximas montiniano, preparado por el padre Leonardo Sapienza, con extractos no de encíclicas o de otros documentos oficiales (que suelen estar escritos por varias manos), sino de discursos originales y notas personales, emerge la gigantesca figura intelectual, moral y humana de un Papa cuyas huellas están destinadas –contra lo que podría sugerir una impresión superficial– a sobresalir cada vez más.


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