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RELIGIÓN
Sacado del n. 08 - 2004

FE Y CULTURA. Entrevista al patriarca de Venecia

El desafío antropológico


«Se trata de afrontar la naturaleza dramática de la persona, porque cada uno de nosotros es uno, pero somos “uno de alma y de cuerpo”, “uno de hombre y de mujer”, “uno de individuo y de comunidad”». Una conversación entre el vaticanista del periódico La Repubblica y el cardenal Angelo Scola


por Marco Politi


El Cristo amarillo, Paul Gauguin, óleo, 1889, Albright Knox Art Gallery, Buffalo, Nueva York

El Cristo amarillo, Paul Gauguin, óleo, 1889, Albright Knox Art Gallery, Buffalo, Nueva York

Iglesia y sociedad postmoderna. Es el gran desafío de la actualidad. En un coloquio intenso el patriarca de Venecia, Angelo Scola, no desdeña la confrontación y, es más, en el largo coloquio que he mantenido con él el purpurado comienza por una confesión de sabor autocrítico. «La debilidad de la actual propuesta cristiana», afirma, «reside en la incapacidad de hacer ver la implicación antropológica, social y cosmológica de los misterios de nuestra fe».

¿Es necesario el dogma?
ANGELO SCOLA: Le respondo citando un hermoso subtítulo de una gran obra de De Lubac, Catolicismo, que decía: Aspectos sociales del dogma.
¿Qué quiere decir hacer ver sus implicaciones sociales?
SCOLA: Se trata de afrontar la naturaleza dramática de la persona, porque cada uno de nosotros es uno, pero somos “uno de alma y de cuerpo”, “uno de hombre y de mujer”, “uno de individuo y de comunidad”.
¿Por qué habla de naturaleza dramática?
SCOLA: El lenguaje de hoy confunde drama con tragedia. La palabra drama indica simplemente que estamos siempre en tensión entre estos dos polos, de manera constitutiva: alma y cuerpo, hombre y mujer, individuo y comunidad. Si me duele el estómago, razono peor. Si estoy triste porque mi mujer me ha dejado, me duele el estómago. Si estoy en la diferencia sexual masculina, sólo podré comprenderme haciendo referencia al otro modo de estar, para mí inalcanzable, en la diferencia sexual, el femenino. Análogamente no puedo nunca separar mi yo individual de las relaciones sociales en las que está inmerso. Y esto se refleja también en el ejercicio de mi libertad. Porque la estructura de la libertad hace que esté polarmente en tensión entre mi autoafirmación y la salida necesaria hacia el otro.
Entonces el divorcio actual entre fe y cultura…
SCOLA: Al fin y al cabo tiene una raíz antropológica. Con otras palabras: insistimos en la identidad del “yo“ como si ya no estuviera sumergido en la acción. Separamos la persona de su cometido. A veces lo vemos en nosotros, los sacerdotes. Al tener un deseo sincero de autenticidad, intensificamos justamente la ascesis, los retiros espirituales, la meditación, la lectio divina, etc. ¡Ay de nosotros si no comenzáramos siempre por estos fundamentos! La cuestión está en no perderlos cuando pasamos a la acción. Hay que hablar explícitamente de las implicaciones antropológicas y sociales del dogma en que creemos. Porque de no ser así, tomamos de la mentalidad dominante las razones de la acción y nos dividimos en dos. Somos cristianos en la intención, pero en la acción nos convertimos en otra cosa.
¿Un ejemplo concreto?
SCOLA: Hay que ayudar a los últimos, hay que sostener la paz… cosas sacrosantas. La cuestión es por qué y cómo la fe se acerca a los últimos, por qué y cómo llama a entregarse por la paz.
El patriarca Angelo Scola

El patriarca Angelo Scola

Eminencia, el Papa teme la disgregación de los valores cristianos de la sociedad. ¿Dónde chocan la Iglesia y la cultura contemporánea? ¿Dónde está el punto de roce mayor?
SCOLA: Paradójicamente el énfasis moderno sobre el sujeto –que es justo- ha dado como resultado la tesis postmoderna de la muerte del sujeto. El desafío para la Iglesia consiste, por un lado, en recoger su justa instancia, teniendo el valor de decir que en estos términos no se había visto antes de la modernidad, y por el otro afirmar con valor que es posible una nueva antropología. No ingenua, sino “crítica”.
¿Para llegar a dónde?
SCOLA: A una existencia digna de este nombre, en la que el valor intangible y sagrado de la persona –en sí misma y en sus relaciones– esté reconocido, y en la que se manifieste la posibilidad para el hombre de construir una sociedad de la vida buena, en la que se persigan simultáneamente la dimensión personal y la dimensión social y no se olviden los datos constitutivos de la experiencia elemental del hombre: los seros queridos, el trabajo, el descanso.
¿El camino?
SCOLA: Jesucristo es el camino hacia esto.
¿No puede construir esta sociedad buena un ateo?
SCOLA: Por supuesto que sí. Y nos alegramos. Jesús, en efecto, dice que es el camino hacia la verdad. El cristianismo es la plenitud de lo humano, no es alternativo a lo humano. Obviamente esta plenitud tiene que vérselas con el pecado. Por eso hay un elemento de ruptura, de discontinuidad, de gratuidad: el acontecimiento Cristo irrumpe en mi vida.
Y, sin embargo, todas las encuestas, incluso las realizadas por cuenta de la Conferencia Episcopal Italiana, dicen que en realidad se cita tanto a Cristo como a Dios o al Papa.
SCOLA: El motivo es tan singular como sencillo. Porque, como demuestran películas recientes, es fácil seguir de palabra a Jesucristo hasta el Viernes Santo… ¡el problema es creer que resucitó! Para creer que resucitó yo tengo que vivir la experiencia que la liberación del temor de la muerte –es decir, mi resurrección personal– es posible y, de alguna manera, ya está anticipada en mis afectos transfigurados y en mi trabajo regenerado. Este es el punto ¡No es tan difícil hoy hablar de Dios! Paradójicamente tampoco es difícil hablar de la Iglesia, basta que se hable mal… Pero hablar de Jesucristo sin ceder al autoengaño de que se trata de algo pasado, exige que uno haya puesto en juego su libertad con el evento que aconteció en el Gólgota pero que vive en el presente. En otros términos: significa haber aceptado el desafío de Lessing, mostrando en la propia experiencia humana que no es verdad que sea imposible superar el “maldito foso” del espacio y del tiempo que nos separa de Jesús.
Uno de los puntos de roce con la sociedad concierne a la sexualidad. ¿Sigue siendo actual el mensaje religioso tradicional?
SCOLA: Aquí nos encontramos ante una de las provocaciones más grandes para el cristianismo, y es una pena que no hayamos asimilado bien todavía la novedad histórica del magisterio de Juan Pablo II, en primer lugar nosotros, los pastores.
¿En qué consiste esta novedad?
SCOLA: Consiste en subrayar los fundamentos antropológicos de la visión cristiana del cuerpo y de la sexualidad de modo que los criterios éticos queden iluminados y sean por tanto comprensibles. El extravío reside en no comprender esto. A menudo nos comportamos como ese padre o esa madre que, queriendo de verdad a su hijo, cuando éste les dice: «Voy a salir esta noche», dicen sólo: «No, tú no sales”. Y si el muchacho insiste: «¿Pero por qué?», únicamente saben decir: «Porque no». No damos razones convincentes a nivel antropológico.
¿Cuáles son esas razones?
SCOLA: Las razones derivan de la unidad dual de hombre y mujer. De la indivisible unidad entre la diferencia sexual, el don de sí mismo y la fecundidad. La diferencia sexual no es una simple diversidad… Aquí se esconde el error. La diversidad, en efecto, puede ser superable y muchas veces, cuando no se supera, puede convertirse en mensajera de injusticia y abuso, mientras que la diferencia está dentro del yo. La del cuerpo y del eros es una autoevidencia. No es un carácter de algún modo añadido, exterior al yo. Si me encuentro situado en la diferencia sexual masculina, estoy orientado estructuralmente al otro modo de ser hombre, que es diferente del mío. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir inclinación por el otro, quiere decir origen del amor.
¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, Paul Gauguin, óleo, 1897, Museum of Fine Arts, Boston

¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, Paul Gauguin, óleo, 1897, Museum of Fine Arts, Boston

Por tanto, usted dice…
SCOLA: Que hay que reafirmar con fuerza esta naturaleza “nupcial” del amor (yo, el otro y el tercero: padre, madre e hijo), es decir, esta indivisible unidad entre diferencia sexual, don de sí mismo y fecundidad. Afirmando con claridad que si hoy las tecnologías permiten separar estos tres factores, no es conveniente separarlos. El Papa ha dado una gran contribución en este sentido. Y todavía queda mucho trabajo por hacer.
¿Aceptarán los jóvenes este planteamiento?
SCOLA: Es algo que puede ayudarles a comprender que si nosotros hablamos de matrimonio indisoluble no es por una manía anacrónica, sino porque es el modo más humano y perfecto de vivir la relación entre el hombre y la mujer. Pienso en mis padres, después de sesenta años de matrimonio, y recuerdo esa mirada llena de estima, de ternura, de perdón con que se miraban…
¿Sabe usted que en Italia la gran mayoría rechaza el matrimonio eterno?
SCOLA: Al final de la vida uno se da cuenta de que el matrimonio indisoluble ha sido el gran álveo en el que el yo ha permanecido protegido de toda evasión desestabilizadora y del peligro de autoaniquilación por desgracia bastante arraigados en el hombre.
¿No teme que pueda percibirse como una visión demasiado tranquilizadora?
SCOLA: Un día en avión me cayó entre las manos una revista con un artículo sobre Picasso y sus desnudos eróticos pintados al final de su vida, y pensé: este hombre es sin duda un genio que, con más de ochenta años, frecuentando tantas modelos, supo captar algunos aspectos de lo femenino que ni mi padre ni mi madre -él camionero, ella una mujer que había hecho sólo la primaria– se hubieran soñado… Pero, humanamente hablando, mis padres habían tenido más éxito en la experiencia del amor que Picasso, porque en la fidelidad a su matrimonio habían aprendido el don permanente de sí mismos. Picasso, cambiando tantas veces de mujer, habrá captado muchos aspectos incluso profundos de la psicología de lo femenino, pero la experiencia intensamente humana de mis padres… Bueno, era de otra categoría.
¿Cómo tener en cuenta el principio del placer, que es un elemento fuerte de lo moderno?
SCOLA: En las Cartas del diablo a su sobrino del escritor C. S. Lewis un demonio anciano instruye a un joven diablo sobre cómo llevar a los hombres a la perdición.
¿Cómo lo hace?
SCOLA: Dice que un sistema infalible es presentar con insistencia –como hacen algunos católicos– el placer como algo que va contra Dios.
¿En cambio?
SCOLA: La cuestión está en colocar el placer dentro de la experiencia del goce. Y quizá puede captarse la diferencia teniendo en cuenta el acto conyugal. El deseo busca el gozo que es para siempre, lo definitivo. El lugar del gaudium para los grandes escolásticos es el paraíso. El placer solo no dura. Es siempre puntual. Esto plantea la gran cuestión de qué es el deseo que, en última instancia, puede describirse como deseo de ser amado definitivamente y de amar definitivamente.
¿Un objetivo posible?
SCOLA: Se trata de comprender que el cumplimiento del deseo no está al alcance de mi yo deseante. Este es el punto. El hecho de que el horizonte de mi deseo sea el infinito no quiere decir que yo sea capaz de satisfacerlo.
¿Y entonces?
SCOLA: Para realizarlo tengo que pasar por el otro. Y si paso por el otro, entonces mi deseo se encuentra con el sacrificio, porque el otro es siempre diferente. El secreto está en comprender que el sacrificio no comienza allí donde termina el deseo, y el deseo no termina donde comienza el deber. El deber está dentro del deseo. El sacrificio está dentro del deseo.
¿El sacrificio como componente estructural del deseo?
SCOLA: Me parece que también lo dice Freud. Cuando habla, de manera algo truculenta, del principio de “castración”, quiere decir que hasta que el niño en su relación con la madre no aprende “a ceder” (sacrificar) algo al padre, no consigue decir yo. Ve a su madre como una mera prolongación de sí mismo. En este punto la psicología de lo profundo y la visón cristiana de las cosas están de acuerdo.
Girasoles, Paul Gauguin, óleo, 1901, Museo del Hermitage, San Petersburgo

Girasoles, Paul Gauguin, óleo, 1901, Museo del Hermitage, San Petersburgo

¿Qué puede aprender la Iglesia del mundo moderno?
SCOLA: Para mí son muy importantes dos cosas: en primer lugar dar toda la importancia necesaria a la libertad de la persona y luego aceptar el principio de que, siendo el mundo salvado por Cristo, la Iglesia debe concebirse como signo transparente y vital de esta salvación. Por tanto debe sacar de las circunstancias de la vida de todos los días la “carne” de su propuesta. Con otras palabras, no puede reducirse la evangelización a unos contenidos que ya poseo y que debo transmitir, sino que se da en las imprevisibles circunstancias personales, comunitarias y sociales con las que me enfrento.
¿Podríamos decir que el mundo es protagonista y ya no se le ve como enemigo?
SCOLA: «El campo es el mundo» dice Mateo (Mt 13,38). El mundo no está fuera de la Iglesia, no es algo distinto de ninguna manera. Después de las fatigas de los años que precedieron y siguieron al Concilio Vaticano II, creo que hoy somos capaces de ofrecer una teología de la relación Iglesia-mundo más serena. Por ejemplo, hoy todos nosotros, hombres del Occidente, nos agitamos frente al dramatismo del momento geopolítico: no es que los cristianos tengamos soluciones preparadas de antemano en el bolsillo. Pero estamos llamados a poner manos a la obra, con todos los hombres, cada uno con su propio papel.
¿También forma parte de esta relación serena con el mundo lo que trajo de positivo la Ilustración?
SCOLA: Pienso que sí, una vez que lo individualizamos bien. Por lo demás, podría discutirse mucho sobre la inspiración cristiana de la consigna “libertad, igualdad y fraternidad”. De todos modos, no admite discusión que la conquista del respeto absoluto de la dignidad de cada individuo y de los consiguientes derechos personales, sociales, políticos y económicos, como punto sagrado e insuperable, en última instancia garantizados por Dios, es un principio irrenunciable. Por otra parte, estoy convencido de que una reflexión equilibrada y fiel a la sana doctrina cristiana puede dar su contribución a los desarrollos hoy más interesantes de la fenomenología, de la hermenéutica y de la filosofía trascendental. Estas son las corrientes de pensamiento que tratan de dar una respuesta a la “Ilustración aún insatisfecha”.

(Por amable concesión de La Repubblica)


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