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HOMILÍA
Sacado del n. 03/04 - 2012

PASCUA 2012

«Si Cristo no resucitó, vana es también vuestra fe»


Del 14 al 16 de septiembre de 2012 el Papa visitará Líbano, donde hará pública la exhortación postsinoidal del Sínodo especial de los patriarcas y los obispos de Oriente Medio que tuvo lugar en el Vaticano en octubre de 2010. Con ocasión también de esta cita publicamos la homilía de su beatitud Béchara Boutros Raï, patriarca de Antioquía de los Maronitas, con motivo de la Pascua del Señor


por el patriarca de Antioquía de los Maronitas Béchara Boutros Raï


El patriarca Béchara Boutros Raï, durante la misa de Pascua, 8 de abril, en Bkerke, Beirut [© Patriarcado de Antioquía de los Maronitas]

El patriarca Béchara Boutros Raï, durante la misa de Pascua, 8 de abril, en Bkerke, Beirut [© Patriarcado de Antioquía de los Maronitas]

 

Con motivo de la fiesta de Pascua, envío mis mejores deseos a la dirección de 30Días y a los lectores de la revista. Agradezco a la dirección el que hayan querido publicar esta homilía, que pronuncié con motivo de la misa de Pascua en el patriarcado maronita de Bkerke. Espero que pueda ofrecer a los lectores motivo de crecimiento espiritual. Béchara Boutros Raï patriarca de Antioquía de los Maronitas y de todo Oriente

 

Béchara Boutros Raï patriarca de Antioquía de los Maronitas y de todo Oriente

 

 

 

 

 

«Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí» (Mc 16, 6)

 

La verdad de la muerte de Cristo y de su sepultura, sus apariciones y el sepulcro vacío, todo ello confirma su Resurrección. Hijo de Dios hecho carne, Jesús murió realmente en la cruz por la redención de los pecados de toda la humanidad. Mediante su sangre ha reconciliado a Dios con cada hombre, para que vivamos la reconciliación con Dios y los unos con los otros. Resucitó para nuestra justificación (Rm 4, 25) y para darnos la vida nueva, que es la vida divina en nosotros. Este es el alcance del anuncio del ángel a las mujeres, durante el alba del domingo de Resurrección: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí » (Mc 16, 6). A nuestra vez, nosotros anunciamos esta noticia al mundo entero: ¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado realmente!

Excelencia, presidente Michel Suleiman, nos complace que esté usted en primera fila entre los fieles en esta fiesta de la Resurrección de entre los muertos del Señor Jesús. Entre estos fieles hay ministros, diputados, presidentes de municipios, alcaldes y otras personalidades de la vida pública y del sector privado. A usted, señor presidente, y a todos los presentes quisiéramos expresar nuestros más sinceros deseos de que Cristo Señor, resucitado de entre los muertos, les pueda dar en abundancia sus gracias, su paz, su gozo, y que dé a Líbano y a los países árabes, hoy en crisis, la posibilidad de volver a encontrar la unidad, la estabilidad y una paz justa y generalizada.

Su presencia en esta sede patriarcal añade alegría y gozo al carácter sagrado de esta fiesta. También nos complace que, en virtud de su fe en la gloriosa Resurrección de Cristo de entre los muertos, manantial de la resurrección de los corazones, pueda usted trabajar, como guía de la República, por la resurrección del país de las ruinas de la guerra y de los tropiezos de la vida política, económica y social. Además está usted tratando de derribar los muros de la discordia y de la división, inspirando un espíritu de hermandad y colaboración fundado en la ciudadanía y pertenencia a un país que necesita la aportación de todos sus hijos y todos sus componentes para renacer en el progreso y la estabilidad. En esto lleva usted a cabo aquello a lo que nos invita Jesucristo con su muerte y su Resurrección, y aquello que expresaba el apóstol Pablo: «Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo […] el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba […] por medio de su carne […]. Por medio de la cruz dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que estaban cerca. […] Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2, 13-19).

Junto a usted, señor presidente, y junto a todos los hombres de buena voluntad, nosotros trabajamos, como Iglesia, por la unidad del pueblo libanés con todas sus confesiones y sus componentes, lejos de toda división y enemistad, lejos de toda postura unilateral y de parte. El valor de este país estriba en su pluralidad cultural, religiosa y política, corazón de la democracia fundada en la convivencia, en la igualdad de los derechos y los deberes frente a la ley, en el respeto de la diversidad a todos los niveles, en la promoción de las libertades civiles, y en especial las de opinión, de expresión y de fe, y en la garantía de los derechos fundamentales del hombre.

Junto a usted nosotros trabajamos para evitar que nuestro país se implique en la lógica de las alianzas y los pactos regionales o internacionales con base política, religiosa o confesional. Líbano, en razón de su conformación geográfica y política, está llamado a ser neutral. De este modo Líbano puede ser un factor de estabilidad en la región, y un oasis de encuentro y diálogo para las culturas y las religiones, más comprometido en la defensa de la causa [en el texto francés; en árabe, “en las cuestiones” n. de la r.] de los países árabes y de la comunidad internacional para establecer la paz y la justicia, afrontar la violencia y el terrorismo, promover los valores de la modernidad, jugando un papel de puente entre Oriente y Occidente.

Una de las miniaturas del Evangelio de Rábula que representa la crucifixión y resurrección de Jesucristo, Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia. El texto de los Evangelios en siriaco, compilado probablemente en 586, es el único códice miniado de la Siria paleocristiana que ha llegado hasta nuestros días. Desde el siglo XI el documento estuvo custodiado por los patriarcas maronitas de Antioquía, que a finales del siglo XV lo donaron a la familia de los Médicis de Florencia

Una de las miniaturas del Evangelio de Rábula que representa la crucifixión y resurrección de Jesucristo, Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia. El texto de los Evangelios en siriaco, compilado probablemente en 586, es el único códice miniado de la Siria paleocristiana que ha llegado hasta nuestros días. Desde el siglo XI el documento estuvo custodiado por los patriarcas maronitas de Antioquía, que a finales del siglo XV lo donaron a la familia de los Médicis de Florencia

En la exhortación apostólica Una nueva esperanza para Líbano se lee: «La construcción de la sociedad es una obra común para todos los libaneses» (§ 1). No hay, pues, que excluir, olvidar o eliminar a nadie. Las distintas opciones políticas han de seguir siendo una riqueza y un medio para alcanzar el bien común, del que deriva el bien de toda persona. Las opciones políticas, ¿acaso no son sino realizaciones diversas del arte de lo posible? Ninguna opción política ha de ser tomada como absoluta. Todas las opciones son relativas, porque adoptan los medios mejores para concretizar principios generales y tradiciones nacionales, al servicio del bien común, del ciudadano libanés, de la sociedad y de la nación. Lo único que se pide es que las opciones sean fieles a los principios generales y a las tradiciones nacionales, como también a los objetivos de las propias opciones.

«Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí» (Mc 16, 6). Este es el testimonio del ángel a las mujeres. Pero la Resurrección es, en su origen, el testimonio de Dios con respecto a Jesucristo, testimonio confirmado por el apóstol Pedro: «Lo mataron colgándole de un madero, pero Dios le resucitó al tercer día, de lo cual todos nosotros somos testigos » (Hc 2, 32; 10, 38-40); y por Pablo en el Areópago de Atenas: «Dios ha dado a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos» (Hc 17, 31). Garantía de nuestra resurrección espiritual –gracias a la penitencia– y física –gracias a la resurrección de la carne. Garantía de la verdad de Cristo y de la autenticidad de su persona y de su misión. Esta garantía se perpetúa en el mundo por la acción del Espíritu Santo que «convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está condenado» (Jn 16, 8-11). Según Pablo, la Resurrección de Cristo es la base sobre la que se edifica la fe cristiana: «Y si no resucitó Cristo, vana es también vuestra fe […] somos convictos de falsos testigos […] somos los más desgraciados de todos los hombres » (1Cor 15, 14-15 y 19).

Mediante su Resurrección Cristo se convirtió en nuestra paz (cfr. Ef 2, 14), el fundamento de nuestra condición de hijos de Dios, y la fraternidad entre los hombres. Tras su Resurrección, Cristo usó a menudo las palabras “fraternidad”, “paz” y “ser hijos de Dios”. A María Magdalena, que lloraba frente al sepulcro en la mañana del domingo de Resurrección, Cristo se le aparece y le dice: «Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios » (Jn 20, 17). Mediante Cristo todos los hombres se han convertido en hermanos, y mediante Cristo hijo de Dios eterno todos los creyentes se han convertido en hijos de Dios. Nosotros creemos en esta nueva identidad, la enseñamos y trabajamos para llevarla a cabo.

Cada vez que Cristo se le aparecía a sus discípulos durante los cuarenta días, los saludaba diciendo: «La paz sea con vosotros» (Jn 20, 19 y 26); con este saludo les daba seguridad y paz interior, borraba el miedo de sus corazones, manifestaba las señales y los consolaba en su misión. La paz de Cristo es la cultura que predicamos, la opción que siempre mantenemos, porque la condición de hijos de Dios se traduce en acción e iniciativas de paz, según la palabra de Cristo Señor: «Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).

La Resurrección de Cristo de entre los muertos es la garantía de la resurrección de los corazones de la muerte del pecado y del mal. Cristo está vivo: está presente en la Iglesia y actúa en el mundo hasta el final de los tiempos (cfr. Mt 28, 20). Presente y activo mediante su palabra viva, su cuerpo y su sangre en el sacramento de la Eucaristía, de la gracia de los sacramentos, de su Espíritu vivo y santo que lleva a cabo entre los fieles los frutos de la Redención y de la Salvación.

Cristo resucitado de entre los muertos está cerca de cada hombre, es contemporáneo de cada hombre. Es el Señor «que es, que era y que va a venir» (Ap 1, 4); es aquel a quien la Iglesia, a quien todos los creyentes invocan cada día: ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). Gloria a ti y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado realmente!



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