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HOMILÍAS
Sacado del n. 01/02 - 2012

EN ORACIÓN

«Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8)


Homilía de don Giacomo Tantardini en el séptimo aniversario de la muerte de don Luigi Giussani

 

Padua, 21 de febrero de 2012, Basílica de San Antonio


por don Giacomo Tantardini


Don Giacomo Tantardini y don Giussani en la plaza de San Pedro, Domingo de Ramos, 23 de marzo de 1975, Año Santo

Don Giacomo Tantardini y don Giussani en la plaza de San Pedro, Domingo de Ramos, 23 de marzo de 1975, Año Santo

 

Solo unas palabras, un breve pensamiento para recordar a don Giussani en el séptimo aniversario de su muerte. Varias veces me ha venido a la mente en estos días la frase de Jesús que Giussani –retomándola de Pablo VI– repetía en los momentos decisivos de la vida: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8). Cuando Jesús venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? Porque necesitamos este don, ante todo, necesitamos la fe. Cuando el Señor venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? Necesitamos la fe a cada instante, a cada momento. Qué hermoso, qué real es que, necesitando tanto la fe, la fe sea gracia de Dios, don de Dios. Gratia facit fidem, dice santo Tomás: la gracia crea la fe no solo cuando la fe comienza, sino que la gracia crea la fe a cada instante, a cada momento. En el fondo la vida de don Giussani ha sido testimonio y ejemplo de esta realidad: que la gracia crea la fe a cada momento.

Lo que nos ha sido concedido a nosotros –porque también esto es concedido–, el Evangelio de hoy y la carta de Santiago lo expresan con la palabra humildad. Lo que nosotros podemos hacer es ser humildes, porque Dios se opone a los soberbios, pero a los humildes les otorga su gracia. Lo que nosotros podemos hacer es ser como niños.

Aquí, en este santuario de san Antonio, pidámosle a él, que por puro don tomó en sus brazos al Niño Jesús y por el Niño Jesús fue conducido, pidámosle a san Antonio ser como niños. Pidámoselo a él y pidámoselo a Giussani, ahora que en el paraíso ve, como ya había entrevisto y comunicado en la tierra, lo hermoso que es ser como niños que lo esperan todo del Señor.

 

 

 

 

 

Primera lectura (St 4, 1-10)

Queridos hermanos:

¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es odiar a Dios? El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No en vano dice la Escritura: «El espíritu que Dios nos infundió está inclinado al mal». Pero mayor es la gracia que Dios nos da. Por eso dice la Escritura: «Dios se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los humildes». Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos; hombres indecisos, purificaos el corazón, lamentad vuestra miseria, llorad y haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza. Humillaos ante el Señor, que él os levantará.

 

Evangelio (Mc 9, 30-37)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».



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