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CHINA
Sacado del n. 01/02 - 2012

Gratitud, paciencia, espera.
Tres palabras para la Iglesia en China


Entrevista con el nuevo cardenal John Tong Hon, obispo de Hong Kong


Entrevista al cardenal John Tong Hon por Gianni Valente


El cardenal John Tong Hon se presenta como una persona sencilla y risueña. Prefiere las maneras suaves y un estilo low profile. De entre los nuevos cardenales creados por Benedicto XVI en el Consistorio del 18 de febrero de 2012, su biografía se distingue por varios motivos: jugador de baloncesto, experto en el pensamiento taoísta y confuciano, cristiano “de segunda generación”. Pero ahora, el actual obispo de Hong Kong será para todos más que nada el séptimo cardenal chino en la historia de la Iglesia. Llamado a ofrecer con mayor intensidad y autoridad su aportación de consejos y valoraciones equilibradas con respecto a la cuestión crucial de las relaciones entre la Santa Sede, la Iglesia de China y el gobierno chino.

 

John Tong Hon, obispo de Hong Kong [© Associated Press/LaPresse]

John Tong Hon, obispo de Hong Kong [© Associated Press/LaPresse]

Usted es ahora obispo y cardenal. Pero si observamos su biografía, vemos que sus padres no procedían de familias cristianas. Ninguno de sus abuelos estaba bautizado.

JOHN TONG HON: Así es. Fue mi madre la primera en entrar en contacto con la fe católica. De muchacha iba a las escuelas superiores de las hermanas canosianas, donde también había muchas religiosas italianas. Una vez conoció incluso al nuncio en China, que visitaba su escuela: las hermanas la habían elegido a ella para que ofreciera flores al representante del Papa. Y ella estaba muy orgullosa de ello. También había comenzado a estudiar catecismo, pero sin recibir inmediatamente el bautismo, porque en su familia nunca había habido ningún católico. Se bautizó solo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando yo ya tenía seis años.

Los años de su infancia fueron tremendos.

Cuando los japoneses conquistaron Hong Kong escapamos a Macao. Luego a mí me llevaron con mi abuela paterna, que vivía en un pueblo de Guangdong. Solo al terminar la guerra pude volver a reunirme con mis padres en Cantón. Eran los años de la guerra civil. Comunistas y nacionalistas guerreaban en el norte. A las provincias del sur, mientras tanto, llegaban los refugiados y los soldados heridos. Los misioneros americanos que estaban en Cantón acogían y ayudaban a todos aquellos que lo necesitaban, sin hacer distinciones. También mi madre y yo los ayudábamos a distribuir las ayudas a los supervivientes y los refugiados. Viendo el testimonio de mi párroco Bernard Meyer y de sus hermanos misioneros de Maryknoll, comencé a pensar que yo también, de mayor, podría ser sacerdote.

Estudió usted en Roma precisamente durante los años del Concilio Vaticano II.

El Concilio me ayudó mucho a ampliar mi mente. Fui ordenado sacerdote, el Concilio había sido clausurado pocas semanas antes, por el papa Pablo VI el 6 de enero de 1966, con otros 61 diáconos de 23 países de misión, todos estudiantes de Propaganda Fide.

Casi medio siglo después, en el último Consistorio, fue usted quien intervino ante el Sacro Colegio para explicar la situación de la Iglesia en China. ¿Qué les dijo a sus colegas cardenales?

Para describir la situación en China utilicé tres palabras. La primera es wonderful, sorprendente. Es algo sorprendente que en los últimos decenios la Iglesia en China haya crecido y siga creciendo, pese a estar sometida a tantas presiones y restricciones. Este es un hecho objetivo que se puede demostrar con números. En 1949 los católicos en China eran 3 millones, ahora son por lo menos 12 millones. En 1980, después de comenzar la reapertura emprendida por Deng Xiaoping, los sacerdotes eran 1.300. Ahora son 3.500. Y luego hay 5.000 monjas, dos tercios de las cuales pertenecen a las comunidades registradas ante el gobierno. Y también 1.400 seminaristas, de los que mil se están formando en los seminarios financiados por el gobierno. Hay diez seminarios mayores reconocidos por el gobierno y seis estructuras similares ligadas a las comunidades clandestinas. Desde 1980 hasta hoy han sido ordenados tres mil nuevos sacerdotes, y 4.500 monjas hicieron sus votos. El 90 por ciento de los sacerdotes tiene una edad comprendida entre los veinticinco y los cincuenta años.

Así que, ¿todo bien?

La segunda palabra que utilicé para describir la situación de la Iglesia en China fue la palabra difficult, difícil. Y la prueba más difícil que la Iglesia tiene que afrontar es el control impuesto a la vida eclesial por el gobierno mediante la Asociación patriótica de los católicos chinos (AP). Cité una carta que me envió un obispo muy respetado de la China continental, que escribía: «En cada país socialista el gobierno recurre al mismo método, usando a algunos cristianos de fachada para crear organizaciones ajenas a las estructuras propias de la Iglesia para que controlen la Iglesia». La Asociación patriótica es un ejemplo de este modus operandi. Y en la carta del Papa a los católicos chinos publicada en junio de 2007 está escrito que estos organismos no son compatibles con la doctrina católica. Se vio de nuevo en las ordenaciones episcopales ilegítimas impuestas a la Iglesia entre 2010 y 2011.

John Tong Hon durante la procesión del Domingo de Ramos de 2010, frente a la Catedral de la Inmaculada Concepción de Hong Kong

John Tong Hon durante la procesión del Domingo de Ramos de 2010, frente a la Catedral de la Inmaculada Concepción de Hong Kong

Pero ¿por qué la superpotencia china siente aún la necesidad de mantener la vida de la Iglesia bajo un control tan férreo?

Según los análisis llevados a cabo por Leo Goodstadt –el conocido estudioso de Hong Kong que fue también asesor del último gobernador británico Chris Patten–, hay varias razones. Los regímenes comunistas temen la competencia de la religión a la hora de influir en las mentes de las personas, en sus ideas, y eventualmente en sus acciones. Se dan cuenta de que las religiones no están desapareciendo de las sociedades humanas, sino que el número de los seguidores de las religiones está aumentando. Y después del 11 de septiembre la inquietud ha ido creciendo, pues se ha vuelto a ver que las ideas religiosas pueden también empujar a hacer la guerra. En fin, los nuevos líderes que se preparan para tomar posesión en 2012 en este momento han de demostrar que son leales comunistas.

Como escribió claramente el Papa en su Carta a los católicos chinos, «la misión de la Iglesia católica en China no es la de cambiar la estructura o la administración del Estado, sino la de anunciar a Cristo a los hombres». ¿Cómo es posible que el gobierno de una nación poderosa como China tenga miedo de las interferencias políticas del Vaticano?

Vivimos en la sociedad y nuestra vida real tiene que ver necesariamente con la dimensión política. Pero seguro que la Iglesia no es una entidad política. No es precisamente problema nuestro el cambiar los sistemas políticos. Y además, en nuestro caso, la cosa sería completamente imposible.

Volvamos a su intervención en el Consistorio. ¿Cuál fue su tercera palabra?

La tercera palabra que utilicé para describir la situación de la Iglesia en China es la palabra possible, posible. Para que se entendiera el motivo de esta opción, leí otros fragmentos de la carta del obispo que antes cité. Aquel obispo se definía sereno y confiado con respecto al presente, porque miraba a los problemas de hoy partiendo también de las experiencias que vivió en los atormentados decenios de la persecución, entre 1951 y 1979. En aquellas duras pruebas pasadas, él había podido experimentar que todo está en las manos de Dios. Y Dios puede disponer las cosas de modo que también las dificultades puedan al final concurrir al bien de la Iglesia. Así vemos que de por sí no es el aumento de los controles lo que puede apagar la fe. Antes al contrario, puede ocurrir que el efecto sea el de hacer crecer la unidad en la Iglesia. De este modo, el futuro puede presentarse incluso luminoso. Y nosotros podemos esperar con confianza la gracia de Dios. Quizá la solución de ciertos problemas no llegue mañana. Pero tampoco hay que esperar un tiempo demasiado lejano.

Hay quien dice que a la hora de afrontar los problemas hay que optar entre dos caminos alternativos: o el camino del diálogo, o el de la defensa de los principios. Pero, según usted, ¿son realmente incompatibles las dos cosas?

Yo por mi parte estoy intentando ser moderado. Es preferible ser paciente y abierto al diálogo con todos, incluso con los comunistas. Estoy convencido de que sin diálogo ningún problema puede resolverse realmente. Pero mientras nosotros dialogamos con todos, deberíamos mantener firmes al mismo tiempo nuestros principios, sin sacrificarlos. Esto significa que, por ejemplo, un nuevo obispo puede aceptar la ordenación episcopal solo si el Papa está de acuerdo. A esto no podemos renunciar. Forma parte de nuestro Credo, en el que confesamos la Iglesia como una, santa, católica y apostólica. Y además también la defensa de la vida, los derechos inviolables de la persona, la indisolubilidad del matrimonio... No podemos renunciar a las verdades de fe y de moral tal y como están expuestas también en el Catecismo de la Iglesia católica.

A veces se tiene la impresión de que algunos ambientes católicos de Hong Kong tienen la tarea de “medir” el grado de catolicidad de la Iglesia de China. ¿Es esta la misión de la Iglesia de Hong Kong?

La fe no procede de nosotros. Procede siempre de Jesús. Y nosotros no somos los controladores ni los jueces de la fe de nuestros hermanos. Nosotros somos sencillamente una diócesis hermana con respecto a las diócesis que hay en el continente. De este modo, si ellos quieren, nosotros estamos encantados de compartir con ellos nuestro camino y nuestro trabajo pastoral. Y si ellos se encuentran en situaciones más difíciles, mientras nosotros gozamos de mayor libertad, nuestra intención es solo intentar favorecerles. Rezando para que todos puedan mantener la fe incluso bajo las presiones a las que están sometidos.

En ciertos comentarios siempre se habla de una amplia área eclesial en China como si estuviera fuera de la fidelidad a la Iglesia. Al mismo tiempo, se reconoce la gran devoción de los católicos chinos. ¿Cómo pueden ir juntas ambas cosas?

Nunca me parece apropiado hablar de China, que es tan grande, de manera tan omnicomprensiva y genérica. No me convencen las afirmaciones según las cuales «en China la fe es fuerte», ni tampoco las que enfatizan lo contrario. Todo depende de las personas. Hay muchos buenos testigos de la fe, que ofrecen su vida y sus sufrimientos a Jesús. Y luego hay también otras personas que, empujadas por la presión ambiental, sacrifican los principios. Son solo algunos. Por ejemplo, los sacerdotes que han aceptado recibir la ordenación episcopal sin la aprobación del Papa. Esto no puede ser bueno, y nosotros hemos de decirlo.

Precisamente sobre los jóvenes obispos se concentra la atención de muchos. Según algunos serían frágiles, y entre sus filas habría incluso algunos oportunistas. ¿Qué hacer con estos? ¿Aislarlos? ¿Condenarlos? ¿Justificarlos siempre y en todo caso?

No, no, ningún aislamiento. En primer lugar, recemos por ellos. También por los que han cometido errores evidentes. Y si alguien puede acercarse a ellos, y puede convertirse en amigo de ellos, que los exhorte a reconocer lo que ha habido de no correcto en sus decisiones. Y también a mandar una carta a las autoridades para explicar cómo sucedieron los acontecimientos y a ser posible pedir perdón. Esta es sencillamente una forma de corrección fraterna.

Las divisiones entre los dos grupos de católicos, los llamados “oficiales” y los llamados “clandestinos”, ¿tienen como único factor desencadenante las presiones y las sumisiones impuestas por el gobierno?

Por desgracia no. Hay también muchas otras razones.

También en China crece el fenómeno de los sitios web que atacan con argumentos doctrinales y morales a los católicos –empezando por los obispos– acusados de haber traicionado la fe y a la Iglesia por oportunismo o cobardía, cediendo a las ilícitas pretensiones del régimen. ¿Qué piensa usted?

Pienso que la corrección fraterna de la que hablaba antes se hace con el diálogo, no con los ataques por internet.

Las dificultades vividas por la Iglesia en China afectan al vínculo de comunión con el obispo de Roma. Con el paso del tiempo, ¿ve usted el peligro de que ese vínculo se perciba con menos intensidad entre el clero y entre los fieles?

En China sigo viendo una gran devoción por el Papa. Aman al Santo Padre, esto es seguro. Están presionados en este punto. Se obstaculiza su deseo de mantener contactos normales con el sucesor de Pedro. También por este motivo su deseo se hace más fuerte. Yo diría que es casi natural.

John Tong Hon saluda a los cardenales en la Basílica de San Pedro después de recibir la birreta cardenalicia de manos de Benedicto XVI en el consistorio del 18 de febrero de 2012 [© Reuters/Contrasto]

John Tong Hon saluda a los cardenales en la Basílica de San Pedro después de recibir la birreta cardenalicia de manos de Benedicto XVI en el consistorio del 18 de febrero de 2012 [© Reuters/Contrasto]

Quisiera hacerle una pregunta sobre algo que pasó hace bastante tiempo. ¿Es cierto, eminencia, que estaba usted presente en la ordenación episcopal del obispo Aloysius Jin Luxian, hace veintisiete años?

Sí, yo estaba en aquella misa. Era el año 1985. Yo entonces era sacerdote de la diócesis de Hong Kong y desde 1980 dirigía el Holy Spirit Study Centre [el importante centro de investigación sobre la vida de la Iglesia en China, n. de la r.]. Jin me pidió que estuviera presente. Quería mi apoyo en aquel momento. Me había contado que había estado en la cárcel, que quería conservar su fe y su comunión con la Iglesia universal y que iba a mandar cartas a Roma para confirmar su sumisión a la Sede apostólica y al primado del Papa. Decía que se lo había pensado concienzudamente, y que en aquel momento histórico le parecía que no había otro camino que el de aceptar la ordenación episcopal. Dadas las circunstancias, le parecía una decisión obligada para mantener la diócesis de Shangai y salvar el seminario. Hace siete años la Santa Sede aceptó su petición y lo reconoció como legítimo obispo de Shangai. Pero esto es agua pasada. Ahora hay que mirar al futuro...

Precisamente mirando al presente y al futuro, ¿qué ha aprendido de las experiencias de aquellos tiempos?

He aprendido que time can prove, el tiempo puede demostrar las cosas. A veces solo a largo plazo puedes darte cuenta de si una cosa es justa o equivocada, de si una decisión estuvo dictada por buenas razones o no. En la inmediatez transitoria del momento no puedes juzgar con claridad cómo están las cosas. Pero a largo plazo sale a relucir si por lo menos la intención del corazón era buena. A veces en China las situaciones son complicadas. Estamos sometidos a presiones, no se encuentran personas con las que dialogar. Pero si se toman decisiones con el amor a Jesús y a la Iglesia en el corazón, la intención justa al final estará a la vista de todos a largo plazo.

Y esto, con respecto a los controvertidos acontecimientos que afectan a la catolicidad china, ¿qué comporta?

No podemos obstinarnos en un solo punto, no podemos criticar cada decisión y pretender que cada gesto y cada decisión tomada por los miembros de la Iglesia en China sean siempre perfectos, en cada instante y en cada situación. Somos seres humanos, ¡somos seres humanos! Todos nosotros nos equivocamos y caemos muchas veces por el camino. Pero luego se puede pedir perdón. Pero si cada error queda aislado y se convierte en motivo de condena sin apelación, ¿quién puede salvarse? A largo plazo es como se ve si un sacerdote o un obispo tienen en su corazón un propósito bueno. Se ve si lo que hacen lo hacen por amor de Dios, de la Iglesia y del pueblo, pese a todos sus errores humanos. Esto es importante: descubrir que las personas perseveran en la fidelidad porque les mueve el amor de Jesús, incluso en las situaciones difíciles. Al final todos lo verán. Y por supuesto lo ve Dios, que escruta el corazón de cada uno de nosotros.



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