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EN MEMORIA DE DON GIACOMO...
Sacado del n. 05 - 2012

El cristianismo: una historia sencilla


Encuentro con don Giacomo Tantardini en el Centro cultural Fabio Locatelli de Bérgamo, Italia, 15 de diciembre de 2000


por don Giacomo Tantardini


Quisiera comenzar con una frase de una poesía de Charles Péguy que resume de alguna manera lo que acabamos de escuchar. Dice Péguy en una de sus poesías a Nuestra Señora de Chartres: «Nos han dicho tantas cosas, oh Reina de los Apóstoles, / que no nos atraen los discursos. / Ya no tenemos más altares que los tuyos, / ya no sabemos más que una simple oración».

Creo que cuando Péguy a principios del siglo iba en peregrinación a Chartres a pedir la gracia de la curación para sus hijos… que no estaban bautizados: Péguy convivía, por así decir, con una mujer judía que no había aceptado bautizar a sus hijos. Péguy, por tanto, no pudo nunca casarse cristianamente y no podía recibir los sacramentos de la Iglesia, y, sin embargo, creo que Péguy ha sido el testimonio poético más grande de estos últimos siglos, el más grande después de Dante. La gracia del Señor es dada según la medida del don de Cristo, como quiere Él.

«Nos han dicho tantas cosas, oh Reina de los Apóstoles, / que no nos atraen los discursos. / Ya no tenemos más altares que los tuyos, / ya no sabemos más que una simple oración». Y, sin embargo, esta tarde debo hablar. Quisiera, pues, decir simplemente tres cosas que me parecen que son las que la Tradición de la Iglesia, que la sencillez de la Tradición (oración sencilla evoca la sencillez de la Tradición), que la sencillez de la Tradición cristiana, precisamente por Navidad, reitera, repite.

 

Dios llama a Adán y Eva después del pecado original, Capilla Palatina, Palermo

Dios llama a Adán y Eva después del pecado original, Capilla Palatina, Palermo

1. Hay una expresión dogmática que el mundo moderno, sobre todo en las últimas décadas, el mundo, ese mundo que está en la Iglesia, sobre todo ese mundo que está en la Iglesia, ha tratado casi de censurar. En cambio, no se entiende nada de la vida de los hombres y tampoco se entiende el cristianismo si no se parte de aquí: del pecado original. El pecado original. Es que todos los hombres, excepto María, nacen con el pecado original. No se comprende nada de la vida, no se comprende nada –dice en una expresión muy hermosa el último Concilio ecuménico de la Iglesia– de la sociedad humana, si no se parte de aquí: que los hombres nacen malos. Como dice Jesús: «Vosotros que sois malos». «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». «Si homo non periisset, Filius hominis non venisset», así resume san Agustín la conciencia de la Iglesia: si el hombre no hubiera pecado, el Hijo del hombre no habría venido.

Quisiera leer el comienzo del himno Il Natale (La Navidad) de Alessandro Manzoni…

Alessandro Manzoni en muchos aspectos no es, digamos, un autor actual, porque en su estupenda novela, Los Novios, describe una condición cristiana como ya dada y, por tanto, no habla de nosotros, porque hoy ya no existe esa condición. Quizá la pagina más actual de Los Novios es la que describe la conversión del Innominado, cuando el Innominado, después de aquella noche, ve la gente contenta que va a recibir al cardenal Federico y se pregunta: «¿Qué tiene toda esa gente para estar alegre?». Esta es la página más actual. «¿Qué tiene toda esa gente para estar alegre?». Y le nace en el corazón la curiosidad de ver por qué esta gente está alegre. Es la página que describe como uno puede hacerse cristiano hoy… Los antepasados de Alessandro Manzoni eran de mi pueblo, que es Barzio, un pequeño pueblo sobre Lecco, y el abuelo de Alessandro Manzoni se llamaba Alessandro porque el patrono de Barzio, como el patrono de Bérgamo, es san Alejandro. Y creo que también el autor de Los Novios se llama Alessandro por esto… Otros motivos hacen que lo sienta cercano. Aunque, repito, Manzoni en muchos aspectos no es actual, no es ciertamente como Péguy.

El himno La Navidad comienza con la imagen de esa roca que se ha desprendido de lo alto de la montaña y está en el fondo del valle: «Là dove cadde, immobile / Giace in sua lenta mole; / Né, per mutar di secoli, / Fia che riveda il sole / Della sua cima antica, / Se una virtude amica / In alto nol trarrà» (Allí donde cayó, inmóvil / yace su inerte mole; / ni, con el pasar de los siglos, / volverá a ver el sol /de su antigua cumbre, / si una virtud amiga / no la levanta). La roca que cae al valle desde lo alto de la montaña no será posible que vuelva a ver el sol de la cumbre, si una fuerza amiga no la toma consigo y la lleva de nuevo arriba. «Tal si giaceva il misero / Figliol del fallo primo» (Así yacía el pobre / Hijo de la primera culpa). Así yacía el hombre, hijo del primer pecado. Así. «Donde il superbo collo / più non potea levar» (Que el soberbio cuello / ya no podía erguir). Creo que esta es la definición más realista del pecado original.

¿Qué es el pecado original? Don Giussani, en el último volumen de la colección que recoge los diálogos en una casa de los Memores Domini, dice: «¿Qué es el pecado original? ¿Qué es el orgullo del pecado original? Es la afirmación de sí mismo antes que de la realidad». El hombre no ve nada más que sí mismo. Caído desde esta altura no ve nada más que sí mismo. La afirmación de sí mismo antes que de la realidad. Hay además una estrofa en el himno que la leo toda porque es muy realista: «Qual mai tra i nati all’odio» (Quién entre los nacidos para el odio). Nacidos para el odio. Así. Es así la condición humana. Me llamó la atención hace unas semanas que un escritor no cristiano, no católico, Bobbio, al recibir un premio en la Universidad de Stuttgart, citara a Hegel (Hegel maestro de todos, por desgracia, en estos decenios), citara a Hegel en una de sus pocas expresiones realistas, cuando dice que la historia de la humanidad no es más que una gran carnicería. Así es. La historia de la humanidad es una gran carnicería. La historia de la humanidad, dice san Agustín, tomando el ejemplo de Roma, de la historia de Roma que nace de un fratricidio, va de homicidio en homicidio. «Qual mai tra i nati all’odio» (Quién entre los nacidos para el odio). Nacidos para el odio. No por el gesto creador. La creación es buena. Pero de hecho, por el pecado original, se nace para el odio. Y también las cosas buenas, las cosas bellas, inmediatamente se precipitan en la indiferencia. Y de esta condición del pecado original se puede hacer experiencia, el hombre hace experiencia. La gran poesía no hace más que hablar de esto. Para reconocer los efectos del pecado original no hace falta la fe, es suficiente la inteligencia humana. No reconocer los efectos del pecado original es una cuestión de no inteligencia, de ilusión, de idealismo.

«Qual mai tra i nati all’odio, / Quale era mai persona, / Che al Santo inaccessibile…» (¿Quién entre los nacidos para el odio, / ¿quién era la persona,/ que al Santo inaccesible...). Qué cristiano es en este momento Manzoni. «Inaccesible»: al Santo que no se puede alcanzar, al Santo desconocido, al Santo cuya faz no se conoce. Y si uno dice Dios existe pero no lo ve (dice san Bernardo en una lectura del Breviario para el tiempo de Navidad), después de un tiempo ¿cómo puede reconocer que existe, si no puede llegar a Él, si se ha despeñado hasta el fondo del abismo, y a la luz del inicio, a la luz de la aurora del primer inicio de la creación, no puede llegar? ¿Cómo puede decir que existe? «Qual era mai persona, / Che al Santo inaccessibile / Potesse dir: perdona?» (¿Quién era la persona,/ que al Santo inaccesible / pudiera decir: perdona?). ¡Perdón! « ¿A quién darle las gracias? ¿Contra quién blasfemar?», preguntaba Cesare Pavese en una de las últimas frases de su diario. ¿A quién darle las gracias?, ¿contra quién blasfemar si el Misterio existe pero es inaccesible, existe pero no tiene rostro, existe pero es incomprensible, existe pero no se puede conocer? «Far novo patto eterno? / Al vincitore inferno / La preda sua strappar?» (¿Hacer un nuevo pacto eterno? / ¿Al vencedor infierno / su presa arrebatar?). ¿Quién podía arrebatarle su presa al diablo?

Esta es la primera sugerencia: se nace con el pecado original. Y el dogma de la Iglesia dice que el pecado original hiere al hombre in naturalibus, en sus dimensiones naturales. No sólo hace que la coherencia sea imposible. Por ejemplo, uno sabe que el aborto es pecado, pero luego es incoherente. No es solamente así. El pecado original impide sucesivamente darse cuenta de que el aborto es pecado, porque el pecado original hiere a los hombres en su inteligencia natural: el pecado original no sólo debilita la voluntad, sino que ofusca la inteligencia en cuanto tal. De modo que, incluso lo que es natural, lo que es creatural, y también lo que va contra el corazón, contra el gesto creatural, el hombre está ofuscado a la hora de reconocerlo. No es que no pueda reconocerlo, es que está ofuscado interiormente. No se comprende la realidad, no se comprende el mundo, si no se parte de aquí. No se comprende el mundo en que vivimos, no se comprenden las circunstancias en que estamos.

 

<I>La Anunciación</I>, con la escena de la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal tras el pecado original, Fray Angélico, Museo del Prado, Madrid

La Anunciación, con la escena de la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal tras el pecado original, Fray Angélico, Museo del Prado, Madrid

2. ¿Qué es lo que permanece en esta condición? El Misterio inaccesible, que no tiene rostro, y el hombre, para quien la luz (la luz quiere decir sorpresa de la creación, que es buena), esta luz, ya no es familiar. La creación ya no es cara beldad, ya no es querida belleza, sino ajenidad, enemistad, hasta el punto de que Caín mata a Abel. ¿Qué es lo que queda? Queda el corazón. El corazón herido, pero el corazón permanece corazón. Esta es la otra cosa importante que dice el catolicismo. Herido, ofuscado en el reconocimiento de lo verdadero y debilitado en la posibilidad de ser coherente con lo verdadero, y, sin embargo, el corazón permanece. Permanece el corazón del hombre. El corazón que nuestra madre, nuestro padre nos han dado, que Dios mediante ellos nos ha dado, permanece corazón. Es decir, el corazón permanece expectativa, expectativa de encontrar algo. El corazón permanece petición de estar contento, el corazón permanece petición de felicidad. El corazón herido sigue siendo corazón.

Les leo dos fragmentos de la poesía más hermosa de Leopardi, A su dama, cuando Leopardi dice que lo que buscaba en la belleza de la mujer era una belleza más grande, una belleza que finalmente pudiera satisfacer la expectativa del corazón. Pero añade que esto era un sueño de cuando era adolescente. Al llegar a la edad adulta se da cuenta de que este sueño es imposible. «Viva mirarti omai / Nulla spene m’avanza» (De mirarte viva /ninguna esperanza me queda). No tengo ninguna esperanza de verte viva, oh belleza. Ya no tengo ninguna esperanza de encontrar, aquí en esta vida, esa cosa imprevista, esa cosa imprevisible, que mi corazón espera. «Già sul novello / Aprir di mia giornata incerta e bruna» (Ya apenas al abrirse / de mi jornada incierta, oscura). La genialidad humana es profecía de Cristo. No en el sentido de que anticipa a Cristo, no en el sentido de que hace discursos cristianos. Sino en el sentido de que Lo espera, rogando o blasfemando, pero Lo espera. «Già sul novello / Aprir di mia giornata incerta e bruna» (Ya apenas al abrirse / de mi jornada incierta, oscura). «Incierta». Si el Santo, si el Misterio es inaccesible, ¿qué puede hacer el hombre si no permanecer incierto? ¿Qué puede hacer el hombre? No se puede condenar al hombre, no se puede condenar al hombre por su nihilismo, no se puede condenar al hombre por su “no fe”. ¿Qué puede hacer si el Misterio no tiene rostro? ¿Qué puede hacer? Porque, además, el nihilismo (san Agustín en esto anticipa y responde a Nietzsche) nace del hecho de que uno se da cuenta de que ese Dios que uno mismo afirma es una proyección de uno mismo, es decir se da cuenta de que no existe. Si Dios es una proyección, una imagen de uno mismo, uno se da cuenta de que ese Dios no existe, no es nada. Nihil est, no es nada. «…incerta e bruna, / Te viatrice in questo arido suolo / Io mi pensai» (…incierta, oscura, / viajera en este árido suelo / te imaginé). Pensé que te encontraría en este árido suelo, encontrar lo que el corazón espera. «Ma non è cosa in terra / Che ti somigli». Pero en la tierra no he encontrado nada, nada que meritase hasta el fondo mi corazón. Muchas cosas (también Leopardi tuvo muchas mujeres), pero nada, ninguna real­mente que meritase hasta el fondo mi corazón. «Ma non è cosa in terra / Che ti somigli; e s’anco pari alcuna / Ti fosse al volto, agli atti, alla favella, / Saria, così conforme, assai men bella» (Mas no hay nada en esta tierra/ que se asemeje a ti; y si acaso alguna / en el rostro, en los actos, en el habla / pudiera parecerse, sería mucho menos hermosa). Aquí está la intuición, que puede ser solo gracia: si acaso hubiera un cosa que se te pareciera en el rostro, en las palabras, en los gestos, «sería mucho menos hermosa» de lo que mi corazón espera.

Esta poesía termina con una oración, la oración más estupenda de un ateo, porque Giacomo Leopardi era ateo y materialista. Ningún devoto ha escrito una oración así al Misterio que se ha revelado: «Se delle eterne idee / L’una sei tu cui di sensibil forma / Sdegni l’eterno senno esser vestita» (Si una de las ideas / eternas eres tú, a la que de sensibles formas / no vistió la sabiduría eterna). Si tú, oh belleza, si tú, oh cosa que el corazón espera, si tú, oh cosa que el corazón pide, si tú, felicidad, eres una de las ideas eternas que desdeña vestirse de sensible forma. «E fra caduche spoglie / Provar gli affanni di funerea vita» (ni en caducos despojos, lúgubre, /probó los afanes de funérea vida), y desdeñas experimentar aquí en la tierra los afanes de esta vida que corre hacia la muerte, «Di qua dove son gli anni infausti e brevi, / Questo d’ignoto amante inno ricevi» (De aquí, donde el vivir es triste y breve, / de ignoto amante este himno recibe).

«De aquí, donde el vivir es triste y breve». Esto es realismo cristiano. De un ateo, pero es realismo cristiano. Es realismo humano y, por tanto, profecía de Quien el corazón lo ha creado así. De aquí donde las cosas pasan rápidamente. Pasa rápidamente también lo bello, también la sonrisa del niño, del hijo, el cariño a la mujer que se ama. «De aquí, donde el vivir es triste y breve, / de ignoto amante este himno recibe». Queda el corazón, el corazón que espera algo así. Pero el hombre (y usamos una vez más una expresión de Agustín, que de este corazón ha sido en la Iglesia el testimonio quizás humanamente más fascinante), el hombre está lejos de este corazón, fugitivus cordis sui. El hombre esta lejos de esta petición y el hombre se conforma. Se da por contento. ¿De qué se contenta el hombre? De la usura, de la lujuria y del poder. Y no hay religión que resista. Se contenta con estas tres cosas, el dinero, la lujuria y el poder, tanto los que creen en Dios como los que no creen. Esto es una de las cosas más impresionantes del De civitate Dei de Agustín. Creer en Dios de por sí no cambia la vida, de por sí no cambia la vida. Todos los libros del De civitate Dei de Agustín son actuales. En los libros VIII, IX y X Agustín habla de los filósofos que conocieron a Dios, que reconocieron la existencia de Dios. Y, sin embargo, al final «pensaron que debían ofrecer honores divinos y sacrificios al diablo». El satanismo puede ser también la consecuencia de proclamarse creyente en Dios, porque creer en Dios no cambia realmente la vida. Es otra cosa lo que cambia la vida. Si creer en Dios cambiara la vida, no era menester que María diera a luz.

 

<I>Descanso en la huida a Egipto</I>, Bartolomé Esteban Murillo, Museo Puskin, Moscú [© Foto Scala Firenze]

Descanso en la huida a Egipto, Bartolomé Esteban Murillo, Museo Puskin, Moscú [© Foto Scala Firenze]

3. Por esto celebramos la Navidad. ¿Comprenden? Porque si creer en Dios cambiara la vida, no hubiera sido necesario lo que ocurrió hace dos mil años. Y además: no podríamos estar agradecidos como lo estamos. Cuando hace dos mil años en aquel pueblo, al límite de Palestina, en la Galilea de los gentiles, fue enviado el ángel Gabriel a una muchacha judía de nombre María… Comenzó todo allí. El Santo inaccesible, Aquel que ha creado el corazón bueno… (pero el pecado original ha conducido a esta condición por la que el hombre de hecho se contenta, no puede por menos que contentarse con la lujuria, el dinero y el poder), el Santo inaccesible se hizo carne en el vientre de una mujer. Un hecho. Esa historia sencilla comenzó allí. Y comenzó precisamente como historia, como historia sencilla. Comenzó con «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo». Y esta muchacha judía, que no comprendió inmediatamente, se conturbó y se preguntaba qué significaría ese saludo. Y el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios». Y entonces la joven pronunció aquel «Sí», aquel «Heme aquí», por lo que el hombre tiene la esperanza de ser salvado. Sin aquel «Heme aquí», el creer en Dios no da esperanza al hombre. Aquel «Heme aquí» inicia una historia, una historia sencilla. Una historia quiere decir que Aquel que comenzó así con María («Has encontrado gracia ante Dios ») es Él, es Él quien lleva adelante este inicio. En efecto, piensen en la Virgen. Piensen: permaneció en este «Heme aquí» incluso cuando el ángel la dejó y se fue. Piensen en el consuelo… (es una de las cosas que más me impresionan, que más me conmueven con relación a la Virgen), piensen en el primer consuelo que tuvo, la prima vez que vio confirmado que lo que había oído era real, cuando como toda mujer se da cuenta de que está embarazada. Debió ser algo del otro mundo. Porque quería decir que aquella promesa era real, la promesa a la que inmediatamente había dicho «Sí», a la que inmediatamente había dicho «Heme aquí», esa promesa era real, lo que Otro había comenzado lo iba a llevar a cabo. Y, así, el otro consuelo que me asombra y me conmueve es cuando a san José se le apareció en sueños el ángel y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo». Y piensen, porque lo podemos imaginar… (y es otra cosa respecto a todas las religiones de este mundo, es otra cosa. Es una historia de hombres, de jóvenes, eran dos jóvenes), piensen en qué sintió María cuando José la tomó consigo. Un hecho que le confirmó una vez más que aquel encuentro, aquel «Salve, llena de gracia» era real. Y luego fueron juntos a ver a Isabel, porque el ángel le había dicho que también Isabel esperaba un hijo y este hecho confirmaba asimismo aquel «Salve, llena de gracia, no temas, María».

¿Por qué es una historia sencilla el cristianismo? Es una historia sencilla (usamos una palabra que usa la Iglesia desde hace dos mil años) porque es gracia, porque es un acontecimiento y, por tanto, una historia de gracia. Si no fuera gracia, sería una cosa complicada. ¿Por qué no es sencilla la religiosidad humana? Porque nace del hombre. Porque es el intento bueno del hombre, partiendo de las cosas creadas, de reconocer al Creador. Pero esto no es una cosa sencilla, es una cosa fatigosa. Dice el dogma de fe: es una cosa fatigosa, una cosa de pocos, una cosa que, incluso cuando la religiosidad llega a su término (el Misterio existe), está mezclada con errores. Son las palabras del dogma de la Iglesia. No solo es de pocos, no solo es fatigosa, sino que incluso cuando uno llega a decir «Dios existe», esta afirmación está mezclada con errores. En cambio, hace dos mil años comenzó una cosa que es muy sencilla. A aquella muchacha se le prometió que concebiría y daría a luz. Y durante esos nueve meses, sucedieron muchos hechos muy humanos… Ante todo, se da cuenta de que está embarazada y que su vientre aumenta como el vientre de una mujer embarazada. Y el testimonio de José, que la toma consigo obedeciendo al Misterio más grande que él. Y el testimonio de su prima Isabel: también ella tiene un hijo. Y aquella Navidad, aquella primera Navidad, cuando por primera vez los ojos de dos muchachos, de María y de José, vieron a Dios. Vieron a Dios. Así comienza el cristianismo. No creyeron que Dios existe, no, esto lo creen también los musulmanes que quizá en esta religiosidad son más religiosos que nosotros, pero no han visto. No han visto – y, sin embargo, ha venido– y en la religiosidad y en la moralidad pueden ser más morales y más religiosos que nosotros. Por esto, entre otras cosas, fue grande Pablo VI cuando no hizo nada contra la construcción de la mezquita de Roma, es más, a quienes le decían que por lo menos consiguiera la reciprocidad, les respondía que la Iglesia no se rebajaba a ese nivel. Pero hay algo más. El cristianismo es otra cosa respecto a todas las religiones del mundo, a todas las morales del mundo. Y es que hace dos mil años un chico y una chica, José y María, vieron a Dios con sus ojos, no en una visión mística. María lo parió. Y José y ella asombrados lo miraron. Así comenzó la historia cristiana. Estaban allí mirando a Dios. Y luego, esa misma noche, los ángeles anunciaron a los pastores que en la ciudad de David (porque Dios es fiel a sus promesas), «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador».Y los pastores fueron, fueron y vieron a un niño. Este niño era Dios. Así cuando en el Credo decimos «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero [ese niño], engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación [por nosotros los hombres, por el hombre que se contenta de la lujuria, de la usura y del poder, por este hombre, no por los hombres de buena voluntad (la buena voluntad es la de Él), sino por este hombre concreto], que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó…».

Añado esto. Después de María y José, después de esos treinta años en que el Eterno, que comenzó a existir y a crecer en el tiempo (el Eterno, permaneciendo eterno, comenzó a existir y a crecer en el tiempo y a contar los días, las horas, los meses y los años, como todos los niños), después de esos treinta años que vivió en Nazaret, obedeciendo a su padre y a su madre, empieza la misión, cuando aquella tarde a orillas del Jordán los dos primeros lo encontraron, cuando Juan y Andrés, después de que Juan Bautista dijera señalando «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», se fueron detrás de Él. Fueron detrás de Él atraídos por Él. Y entonces Jesús se vuelve y a estos dos muchachos –Andrés estaba casado, tendría, pues, algunos años más, pero Juan era jovencísimo–, a estos dos muchachos les pregunta: «¿Qué buscáis?». Me llama siempre la atención esto. No le respondieron buscamos la verdad, buscamos la felicidad, tampoco le dijeron buscamos al Mesías. Lo que buscaba el corazón Lo tenían delante. Lo tenían delante. El corazón es infalible, en esto el corazón es infalible. Hay una tesis muy hermosa de la teología católica que habla de la infalibilidad de la fe. La infalibilidad del magisterio es secundaria respecto a la infalibilidad de la fe. La fe es infalible. Lo que buscaban, lo que el corazón buscaba, lo tenían delante. Entonces, a la pregunta, «¿Qué buscáis?», responden preguntando lo único que se puede preguntar. Cuando uno encuentra lo que el corazón desea, puede solo pedir que eso permanezca. «Maestro, ¿dónde vives?», es decir «¿dónde te quedas?». ¿Dónde estás para quedarnos contigo? Públicamente, aquí. Allí, con María y José, digamos, privadamente. Los treinta años de vida privada, privada pero con muchos episodios públicos: los pastores, luego los Magos, después cuando tenía doce años en el Templo… Pero, con todo, una historia privada. Este es el inicio de la historia pública, de la historia por la que esta tarde estamos aquí. Por la que existe en el mundo esta historia sencilla de personas que se asombraron porque lo encontraron. Historia sencilla: se asombraron porque lo habían encontrado y una vez que lo encontraron depende de Él, no depende ante todo de ti, depende de Él que permanezca contigo. Es sencillo por esto. De no ser así –puesto que el inicio del cristianismo es gracia (si uno es cristiano, esto lo tiene que decir)– se introduce otra dinámica. ¡No! Una vez que se ha encontrado, ¿qué sucede? ¿Qué has hecho para encontrarlo? Nada. Entonces, mira, no te afanes, porque depende de Él. Depende de Él, que te ha encontrado y que permanece fiel. Depende de Él, que te es fiel, no depende en primer lugar de tu fidelidad. Depende de Él. Por esto es sencillo. Es sencillo porque no solo te encuentra Él, no solo fue Él quien salió al encuentro de los primeros, sino que depende de Él que permaneciera con los primeros, depende de Él que al día siguiente se dejara encontrar de nuevo por los primeros, depende de Él que al otro día también…

Andrés aquella tarde volvió a su casa y le dijo a su hermano Pedro: «Hemos encontrado al Mesías». Otra cosa que me asombra es pensar que Pedro la primera vez que entrevió humanamente al Misterio hecho carne fue mirando el rostro de su hermano. Nunca había visto el rostro de Andrés así, el rostro de su hermano no lo había visto nunca así, porque la gracia tiene un reverbero en lo humano. La gracia es visible. Tiene una fuente invisible, pero tiene un reverbero visible, el reflejo de la gracia se ve, se ve y es inconfundible. Es infalible el reflejo de la gracia, es inconfundible con cualquier otra belleza. Es la belleza por la que el corazón ha sido creado. Entonces no solo es Él quien sale al encuentro, sino que es Él quien permanece, y así al día siguiente, cuando vio a Pedro, le dijo: «Tu eres Simón, hijo de Juan, tú te llamarás Pedro». Y de dos pasaron a ser tres y así siguieron adelante durante tres años… Así. Pero piensen en esos tres años, piensen de quién era la iniciativa. No era de los que le seguían, la iniciativa era siempre suya. Como cuando el joven rico, que fue invitado a seguirle, es más, al que amó… Jesús lo miró y se enterneció, lo amó. Y, sin embargo, el joven no le sigue, y entonces Jesús dice que para un rico es imposible entrar en el Reino de los Cielos, y Pedro le pregunta: «¿Y quién podrá salvarse?». Y aquí hay una de las frases más bellas del Evangelio: «Y Jesús fijando en ellos su mirada [mirándolos, no haciendo teología, mirándolos] les dijo: “Para Dios nada es imposible”». Mirándolos: porque lo que para él era evidente como Misterio, como hombre lo aprendía de lo que sucedía, como nosotros aprendemos de lo que sucede. Si Pedro estaba allí, si Juan estaba allí, si Mateo estaba allí (pensaba hoy, viendo los cuadros de Caravaggio, pensaba en la Vocación de Mateo de Caravaggio en San Luis de los Franceses, en Roma), si Zaqueo bajó del árbol lleno de alegría, quiere decir que para Dios nada es imposible. Porque Mateo era rico, recaudaba el dinero para los invasores romanos, y Zaqueo, el más rico de Jericó… si ellos estaban allí, quiere decir que para Dios nada es imposible. También Jesús, como hombre, aprendió la naturaleza del Misterio de lo que sucedía. Lo que como Dios conocía, lo aprendió como hombre de la experiencia. Dice san Bernardo en una de las frases más estupendas sobre el misterio de Jesús: lo que por naturaleza conocía desde la eternidad (que para Dios nada es imposible) lo aprendió de la experiencia humana. También él se asombró cuando vio a Zaqueo echarse a correr. Piensen en el episodio de Zaqueo. Este hombre pequeño de estatura que tuvo que subirse a un árbol para verle pasar. Este pequeño hombre que era el jefe de las bandas ilegales de la ciudad de Jericó, y Jesús que pasa, lo mira y le dice: «Zaqueo, vengo a tu casa». No dijo nada, no le respondió. Lleno de alegría bajó. Y luego distribuyó el cuádruplo de lo que había robado. Pero luego, ¡luego! Inmediatamente, lleno de alegría bajó y corrió a su casa. Entonces es sencillo, es sencillo no solo porque el inicio es gracia, sino porque cada paso es gracia. Dice santo Tomás en una de sus frases más hermosas (la Iglesia católica, usando también esta frase, firmó el año pasado un documento con los luteranos en el que decía que en los aspectos esenciales de la doctrina de la justificación los católicos y los protestantes reconocen lo mismo): «Gratia facit fidem», la gracia crea la fe. La fe es el reconocimiento de este atractivo, la fe es el reconocimiento de este encuentro, la fe es el asombro reconocido de este encuentro. «Gratia facit fidem non solum quando fides incipit esse in homine», la gracia crea la fe no solo cuando la fe comienza en una persona, «sed quamdiu fides durat», sino durante cada momento en que la fe permanece. En cada momento, no solo al inicio, en cada momento la iniciativa es Suya.

Esta tarde fui a ver, aquí en Bérgamo, la exposición sobre Caravaggio. Maravillosa. Nos hacía de guía un sacerdote que describía las obras muy humanamente y de una manera muy atractiva. Pero en cierto momento dijo que Caravaggio expresa la dificultad de la fe. Yo no diría esto. La fe, cuando sucede, no es nunca dificil. La “no fe” es fácil. Esto sí, es muy fácil la “no fe”. «Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?». Es muy fácil, también para los que le seguían, es muy fácil la “no fe”, es facilísima la duda, es facilísima la blasfemia, esto sí. Porque la gracia del Bautismo borra el pecado original, pero no las consecuencias del pecado original. Es facilísima la “no fe”, es facilísima la duda, es facilísima la traición. Piensen en Pedro: «Aunque todos te abandonen yo no te abandonaré nunca». Tres horas después… ¡Tres horas después! En primer lugar, media hora después ya se había quedado dormido. Y luego, tres horas después, lo traicionó. Es facilísima la traición. Pero la fe es más fácil. Es más fácil la fe. De no ser así, quiere decir que no se sabe lo que es. Es más fácil, porque cuando Jesús, después de la traición, lo miró, era más fácil echarse a llorar, más fácil que cualquier otra cosa. La fe es más fácil. No existe una fe difícil. Es más fácil. Es una imagen no cristiana de fe decir que la fe es difícil. Es más fácil, es aún más fácil que la traición. Piensen en Pedro, aquel pobre hombre, aquel pobre pecador: cuando Jesús lo mira, fue lo más fácil de la vida romper en llanto, fue lo más fácil de la vida echarse a llorar. Fue lo más fácil de la vida decir: «Cuánto me amas, cuánto me amas, y, sin embargo, te he traicionado». Es fácil la fe, es fácil. No existe fe (esto es un dogma de fe), no existe fe si el Espíritu Santo no da la dulzura (habla de dulzura, no puede ser difícil la dulzura, sería una cosa inhumana), la dulzura de adherirse. Es el Espíritu, es la gracia lo que da la dulzura de adherirse. Utiliza la palabra dulzura: ¡más fácil, imposible! Es fácil la fe. Un instante después, se puede no creer. Un instante después, se puede blasfemar, un instante después se puede correr tras el dinero, la lujuria y el poder. Pero si uno ha experimentado esta dulzura, puede correr tras esas cosas como todos, y, sin embargo, esta dulzura es lo más fácil, es lo más fácil. Y echarse a llorar después de haber corrido tras la lujuria, el dinero y el poder, echarse a llorar, porque esta dulzura se presenta de nuevo, porque esa mirada te vuelve a mirar, echarse a llorar es lo más fácil. No hay nada más fácil para el niño que, después de todos los caprichos de este mundo, se abandona en brazos de su padre y su madre, no hay nada más fácil. ¿Piensan que es difícil para el niño? Sería una cosa inhumana si no se abandonara. Es lo más fácil de este mundo abandonarse en brazos de los padres.

 

<I>La vocación de Pedro y Andrés</I>, Caravaggio, Royal Gallery Collection, Hampton Court Palace, Londres

La vocación de Pedro y Andrés, Caravaggio, Royal Gallery Collection, Hampton Court Palace, Londres

Quisiera añadir la última observación. ¿Qué es lo que le pide al hombre esta gracia sin la cual el hombre no hace nada? «Que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe» dice una de las oraciones de la Iglesia. Lex orandi legem statuat credendi, decía la antigua fórmula que citó Pío XII, y que, quizás previniendo lo que sucedería, la cambió luego por Lex credendi legem statuat orandi, lo que significa: que la ley de la fe determina la ley de la oración. Pero la antigua fórmula decía que es la ley de la oración la que determina la ley de la fe. San Agustín, para responder a los pelagianos, usa normalmente este argumento: Decís que la fe no es gracia, ¿por qué, entonces, la Iglesia ruega que un no creyente se convierta? O estas oraciones son una manera de decir, o es Dios quien convierte el corazón. Decís que permanecer en la fe no es gracia, pero entonces, ¿por qué pedimos en la oración del Señor que no nos deje caer en tentación? Si vencer la tentación fuera una capacidad nuestra no rogaríamos que no nos deje caer en tentación. Por tanto, quiere decir que el no dejarse vencer por la tentación es gracia. O las oraciones que dice la Iglesia son superfluas, o tenéis que aceptar, dice Agustín a los herejes pelagianos, que cada paso de la vida cristiana es gracia; de lo contrario tenéis que eliminar las oraciones de la Iglesia. «Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe». Entonces, ¿qué le toca hacer al hombre en este camino en que la iniciativa es suya? «Si tú no tomas la iniciativa yo no emprendo el viaje», decía el día antes de su muerte imprevista el papa Luciani. El jueves por la noche murió y el miércoles había hecho el gesto que todos los miércoles hace el Papa, hablando de la caridad. Gesto centrado completamente en esto: si tú no tomas la iniciativa yo no emprendo el viaje. Y decía: ¿qué quiere decir tomar la iniciativa? (y citaba a san Agustín, una de las frases más estupendas de Agustín). No quiere decir solamente que atrae mi libertad, sino que también quiere decir que hace que esté contento de ser atraído. No solo me atrae, sino que me da el placer (Agustín dice precisamente voluptas, placer) de ser atraído. Si no me da el placer de adherirse, si no me da el placer de seguirlo, no puedo seguirlo. No solo atrae la voluntad, sino que da el placer de ser atraído. Este discurso sobre la caridad que el papa Luciani pronunció hace veintidós años es una de las páginas más hermosas del magisterio ordinario de la Iglesia.

Pero entonces, ¿qué es posible para el hombre? Lo digo con las palabras de don Giussani en un artículo sobre el Santo Rosario publicado en el periódico Avvenire el domingo 30 de abril (en mi opinión una de las cosas más bellas en absoluto, no sólo de Giussani, sino de toda la Iglesia en estas décadas): «La respuesta a esta gracia consiste por entero en la petición de la que seamos capaces». La respuesta a esta gracia (que no es sólo del inicio, sino de cada paso) consiste por entero en la oración de la que seamos capaces. Nuestra respuesta es una oración, es una petición. Nuestra respuesta es la sorpresa de una pregunta, una pregunta como la de Juan y Andrés: «¿Dónde vives?». Frente a algo tan hermoso nuestra respuesta es: «¡Quédate!». Frente a una dulzura tan grande, nuestra respuesta es: «No me abandones, ¡quédate!». Nuestra respuesta es esta, y es la respuesta del niño cuando su padre y su madre lo aman. «Nuestra respuesta es una oración. No es una capacidad especial, es solamente el gesto de la oración». Puede ser el llanto del niño pidiéndoles a sus padres que lo amen. El llanto. En la antigua liturgia existía una misa para pedir el don de las lágrimas. Se pide mucho más con las lágrimas que con las palabras. El gesto, el impulso de una petición. Habet et laetitia lacrimas suas. Decía san Ambrosio. Cuando uno se alegra de esta dulzura, también esta alegría tiene sus lágrimas. En el fondo la alegría se expresa solamente llorando. Decía Giussani en el artículo citado: «Nuestra respuesta es una petición, y no tener una capacidad particular, es solamente el gesto de la oración». Luego añade Giussani (deseo leer esto porque remite a Péguy, con quien comenzamos): «Entramos en el mes de mayo [ahora estamos en la novena de la Navidad]. Creo que el pueblo cristiano se ha visto desde hace siglos bendecido [el inicio es Suyo: bendecido] y confirmado en su camino hacia la salvación [confirmado: porque si Él no confirma, aunque lo hayamos encontrado, no permanecemos en el encuentro. Es la sencillez de la Tradición. Por ejemplo un dogma del Concilio de Trento dice: «Si uno está en estado de gracia, sin una ayuda especial de la gracia, no puede permanecer en gracia». ¿Comprenden que toda la vida cristiana está sostenida por Su iniciativa? Si uno está en estado de gracia, sin la ayuda especial de la gracia que es algo que se puede pedir, sin el atractivo que se renueva, no permanece en ese atractivo.No se puede vivir de un amor pasado, no se puede vivir del atractivo de ayer, ni tampoco del atractivo de hace un instante. No se puede. Se vive solo del presente. Por tanto, si uno está en estado de gracia, para permanecer en él es preciso que esta ayuda especial se renueve]. Creo que el pueblo cristiano se ha visto desde hace siglos bendecido y confirmado en su camino hacia la salvación, sobre todo, por una cosa: el Santo Rosario». Es sencilla la vida cristiana, es sencilla. Después de decenios de tantas palabras, de tantas luchas, de tantos retos… Dijo durante un Ángelus el papa Luciani: «Menos batallas y más oraciones». Creo que el pueblo cristiano se ha visto bendecido y confirmado, por una cosa: el rezo del Santo Rosario.

Termino leyendo algunos versos de la poesía de Péguy con la que comencé. Describe el permanecer en esta gracia. «Este es el lugar del mundo donde todo se hace fácil». Fácil también el pecado, la traición, como Pedro. Fácil también la tentación de correr tras la lujuria, la usura y el poder. Pero fácil ser abrazados de nuevo. Y llorar de gratitud. Más fácil. La diferencia es que quien no lo experimenta no sabe esta cosa más fácil. Sabe todas las demás cosas, pero no sabe esta cosa más fácil. Más fácil, más hermosa, más sencilla. Todo se torna fácil. «La tristeza, la partida, incluso el acontecimiento». También es fácil que aquel estupor suceda de nuevo: en el Paraíso será perenne, aquí es fácil, aquí es fácil que suceda de nuevo, no perenne. Y dice también san Agustín: el Señor en algunos momentos puede no dar a sus elegidos, a sus santos, el atractivo arrebatador que los atrae hacia Él para que así, experimentando que son pecadores, pongan en Él su esperanza y no en sí mismos. Fácil. «Y el adiós temporal y la separación. / El único lugar de la tierra donde todo se hace dócil.[…] Lo que en cualquier otro lugar requiere un examen / No es aquí sino fruto de una juventud inerme». Lo que en todas partes requiere un examen por lo que debes demostrar que eres bueno. También en casa es así, muchas veces. Debes demostrar que eres bueno. Y no puedes ser un pobre pecador. Debes demostrar que eres bueno. Así, al hecho de ser pecador como todos, añades también la hipocresía, que es pecado más grave, el de los fariseos. «Lo que en cualquier otro lugar requiere un examen / no es aquí sino fruto de una juventud inerme. / Lo que en cualquier otro lugar requiere un mañana / no es aquí sino fruto de una debilidad repentina. / Lo que en cualquier otro lugar requiere una certificación / no es aquí sino fruto de una pobre ternura. / Lo que en cualquier otro lugar requiere un toque de destreza / no es aquí sino fruto de una humilde ineptitud […]. Lo que en cualquier otro lugar es constricción de regla / no es aquí sino un gesto y un abandono». Como dice Giussani. Solo el gesto de la oración, solo el gesto de la petición. Como el niño que durante el día puede romper muchas veces un vaso. Que lo rompa incluso mil veces y mil veces diga “mamá, ayúdame a no romperlo”, este es el hombre cristiano. “Mamá, ayúdame a no romperlo”. Y es más fácil, más feliz para el niño decir en brazos de su madre: “Mamá, ayúdame a no romperlo”, que incluso romper el vaso. « Lo que en cualquier otro lugar es constricción de regla / no es aquí sino un gesto y un abandono; / Lo que en cualquier otro lugar es una dura penalización / no es aquí sino una debilidad que es liberada. […] Lo que en cualquier otro lugar sería duro esfuerzo / no es aquí sino sencillez y quietud; / Lo que en cualquier otro lugar es una rugosa corteza / no es aquí sino la savia y las lágrimas del sarmiento. […] Lo que en cualquier otro lugar es un bien perecedero / no es aquí sino un plácido y breve desinterés. / Lo que en cualquier otro lugar es un enorgullecerse / no es aquí sino una rosa y una huella en la arena. […] Nos han dicho tantas cosas, oh Reina de los Apóstoles, / que no nos atraen los discursos. / Ya no tenemos más altares que los tuyos, / ya no sabemos más que una simple oración». Feliz Navidad.



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